MISTERIO DE LA INHABITACIÓN TRINITARIA
La
doctrina de la inhabitación se formula de la siguiente manera: donde está el
Padre, está el Hijo y el Espíritu Santo; donde está el Hijo, está el Padre y el
Espíritu Santo; y donde está el Espíritu Santo, está el Padre y el Hijo. Todo
sin confusión entre las Divinas Personas.
"Aun cuando Dios por el poder de su divinidad está en todas partes, sin embargo no está en todas partes por la gracia de la inhabitación, y en aquellos en los cuales habita, no habita en el mismo grado"
-Juan del Carmelo-
Tanto
la Santísima Trinidad…, como la Inhabitación Trinitaria, dentro de
nuestro ser, son dos misterios. Para aceptar estos dos misterios,
necesitamos de la fe, sin ella es imposible no ya tratar de acercarnos a
estos misterios, sino carecer de la posibilidad, de que llegue un día
en que estos misterios sean entendidos por nosotros.
La
razón principal de que necesitemos fe para aceptar estos misterios,
reside en que ellos pertenecen al orden del espíritu y la materia, en
este caso los ojos de nuestra cara carecen de capacidad para ver lo
espiritual. Son los ojos de nuestra alma, que es la parte espiritual de
nuestro ser, los que como medios espirituales que son, tienen capacidad
para ver los misterios que los ojos de nuestra cara ni ven ni
comprenden.
Pero
los ojos de nuestra alma, para poder ver, al igual que los ojos
materiales de nuestra cara, precisan de dos elementos, que son: estar
suficientemente desarrollados y disponer de luz espiritual divina que
ilumine lo que se desea ver. En general, pocos son de nosotros los que
se cuidan de desarrollar los ojos de sus almas. Y si como consecuencia
de profunda vida espiritual, una persona tiene desarrollados los ojos y
sentidos de su alma, aún le falta la segunda condición para ver el fondo
de los misterios que Dios, que por ahora, no desea que veamos.
La
segunda condición es la que se refiere a la luz divina porque unos ojos
sin luz por muy buenos que sean no sirven para nada. Los ojos de
nuestra cara pueden ser muy perfectos y buenos, pero si carecemos de luz
material de nada nos sirven. Para ver y comprender los misterios de
nuestra fe, además de los ojos de nuestra alma suficientemente
desarrollados necesitamos la Luz divina
Para
Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edit Stein, La Luz divina habita
naturalmente el alma. Pero solo cuando el alma se despoja por amor de
Dios de todo lo que no es Dios –esto es, amor- puede ser iluminada y
transformada en Dios, y le comunica Dios su ser sobrenatural de tal
manera que le parece el mismo Dios y tiene lo que tiene el mismo Dios. Y
llega a tanto esta unión que todas las cosas de Dios y el alma son unas
en transformación participante: y el alma más parece Dios, que alma.
Puede
ser que en la historia de la humanidad, Dios haya querido otorgar el
don, de un buen desarrollo de los ojos del alma y la suficiente luz
divina, para que alguno de sus elegidos haya intuido algo, acerca de
estos misterios. Tal es el caso de Abraham, que fue testigo de la
teofanía del encinar de Mambré, donde él se encontraba, al lado de lo
que hoy y en aquellos tiempos era Hebrón. Solo aquellos que un día
logren contemplar el Rostro de Dios, la luz divina les iluminará
plenamente y nada será entonces un misterio o u secreteo para él.
A
la vista de lo ya escrito, está claro que del misterio de la
inhabitación trinitaria en nuestra alma, no podemos saberlo todo, pero
si varios puntos esenciales y suficientes, acerca de este misterio. Si
nos preguntamos: ¿Qué es la inhabitación trinitaria? Una primera
respuesta a esta pregunta nos la da San Pablo cuando les dice en su
primera epístola a los corintios: “16 ¿No sabéis que sois
santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? 17 Si
alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el
santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario”.(1Co 3,16-17).
El
teólogo dominico Vicente Borragan, reafirma a San Pablo y nos pregunta:
“¿No lo sabéis? ¿No os lo han dicho nunca? El cuerpo es el lugar del
encuentro de Dios con el hombre. En el Antiguo Testamento, Dios tenía su
palacio y su trono en el templo de Jerusalén, pero ahora lo tiene en el
cuerpo del hombre, ahora el cuerpo es el lugar santísimo donde se
muestra su presencia y donde mora su Espíritu. Si alguien profana su
cuerpo profana el santuario o el templo de Dios”.
La
mayoría de los textos escritos sagrados, nos menciona que el Espíritu
Santo inhabita en nuestro cuerpo y San Pablo claramente nos dice: “19
¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que
está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? 20
¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro
cuerpo”. (1Co 6,19-20). Los primeros cristianos estaban
profundamente convencidos de que eran templos de Dios, de que Dios vivía
en ellos, de que debían de ser santos, como el Padre es santo, de que
habían sido constituidos sus hijos por la gracia santificante. Es
lástima que después de siglos se haya ido desdibujándose esta magnífica
verdad en la conciencia de los fieles.
Y
teniendo en cuenta otros comentarios y frases, que nos hablan de una
residencia en el alma, uno puede quedarse desorientado y preguntarse:
¿Dónde reside realmente en el cuerpo o en el alma, o en el conjunto de
ambos que es la persona? Veamos: Como sabemos nosotros tenemos cuerpo y
alma y considerando una semejanza adecuada, estamos ante un continente
que es el cuerpo y un contenido que es el alma, al final todo lo
espiritual y no cabe la menor duda, de que la Santísima Trinidad lo es, y
reside en lo espiritual que nuestra alma pero ella que es el contenido
esencian se encuentre dentro de un continente que es nuestro cuerpo.
El
espíritu puro es siempre libre carece de fronteras o límites, tal como
son y se mueven les espíritus angélicos y por supuesto Dios, que está en
todas partes y también en el seno de nuestra alma. Pero nuestra alma,
se encuentra en una situación especial, mientras tenga vida el cuerpo
que la contiene, porque como nos recuerda San Pablo: “17 Porque
la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos
luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que
quieren. 18 Pero si están animados por el Espíritu, ya no están
sometidos a la Ley”.(Ga 5,17-18). Solo con el desmoronamiento
final del cuerpo, dejará este libre a nuestra alma, para acudir a su
eterno destino definitivo.
Cuando
nos dicen, que el Padre y Él vendrán y morarán en nosotros; esto,
¿debemos de tomarlo al pie de la letra? Pues sí, debemos de tomarlo al
pie de la letra, porque así, sucede en realidad. El problema lo tenemos
nosotros que los ojos materiales de nuestro cuerpo no pueden captar las
realidades espirituales que le suceden a la persona. Sabemos también por
la teología de la Trinidad que cuando el Padre y el Hijo actúan fuera
de la vida de la Trinidad en sí misma, el Espíritu Santo está siempre
con Ellos. Es necesario, para comprender mejor la inhabitación
Trinitaria en el alma humana, que unas veces se habla de la inhabitación
de la Santísima Trinidad. Otras de la inhabitación de Dios y quizás la
mayor de las veces se menciona la inhabitación del Espíritu Santo
Esto que ocurre, es una consecuencia, del misterio de la circumincesión divina intratrinitaria, que los orientales llaman la danza de la pericoresis.
En otras palabras, esto es la presencia reciproca de las tres personas
de la Santísima Trinidad. Las tres son una, con una unidad de
circulación recíproca: en la visión, el amor y el abrazo de las personas
entre sí. Para Jean Lafrance: “Es el fuego de dos miradas que se devoran por amor y producen una tercera persona”.
La persona del Hijo y la persona del Padre son idénticamente Dios, de
tal manera que uno procede eternamente del otro. Así como el Padre no
tiene principio, tampoco el Hijo no tiene desarrollo ni subordinación.
Igualdad
genera igualdad. Lo eterno genera eterno. Es como la llama, generando
luz. La llama permanece distinta de la luz que procede de ella. No
obstante la llama no precede a la luz que genera. Ambas existen a la
vez, coexisten, aun cuando la una proceda distintamente de la otra.
“Muéstrame una llama sin luz, y yo te mostraré un Dios Padre sin el
Hijo... Continuando con la analogía de San Agustín sobre la llama y la
luz, pudiéramos decir que no solo la luz procede de la llama sino que
además el calor procede de la llama y de la luz. Ninguna de las tres
realidades precede a la otra. Son concomitantes, no podemos mostrar una
llama que no vaya acompañada de luz y calor. “Dios es Padre, Hijo y
Espíritu. Los tres son co-iguales, co-existentes y co-eternos”.
El
obispo Sheen escribe: Cuando comparamos a las Tres Personas en un solo
Dios, a los tres ángulos que hay en un triángulo, o al hielo, al agua y
al vapor, como tres manifestaciones de la naturaleza del agua, nos
quedamos tan lejos de la sublimidad de la Divinidad, que casi la echamos
a perder al intentar describirla en esa forma.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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