miércoles, 29 de agosto de 2012

PALABRAS QUE DESAFÍAN EL MIEDO


MARTIRIO DE SAN JUAN BAUTISTA

Mc 6, 17-29
J. Mateos-F. Camacho, Marcos. Texto y Comentario. Ediciones El Almendro. Córdoba

v. 17: Porque el tal Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado, debido a Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con la que se había casado
Herodes priva a Juan de su libertad, impidiéndole continuar su acti­vidad; la medida de Herodes no hace caso de la opinión del pueblo, que veía en Juan un enviado divino. Sin embargo, aunque es Herodes quien da la orden de encarcelar a Juan, otra persona lo ha instigado a hacerlo, Herodías, mujer de su hermano Filipo, a la que Herodes había tomado por esposa.

vv. 18-19: Porque Juan le decía a Herodes: «No te está permitido tener como tuya la mujer de tu hermano». Herodías, por su parte, se la tenía guardada a Juan y quería quitarle la vida, pero no podía...
Juan no era parcial con los poderosos y denunció esa injusticia. La frase no te está permitido apela a la Ley, que prohíbe ese matrimonio (Ex 20,17; Lv 18,16; 20,21). La más sensible a esta denuncia es Herodías, la adúltera. La denuncia de Juan desacredita ante el pueblo al poder políti­co y puede crear una fuerte opinión popular contraria a Herodes que provoque la intervención romana o que decida a Herodes a despedir a Herodías. Esta teme por su posición y su poder; Juan es una amenaza para ella.

v. 20: porque Herodes sentía temor de Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo tenía protegido. Cuando lo escuchaba quedaba muy indeciso, pero le gustaba escucharlo.
 Herodías se propone quitar la vida a Juan, pero hay un obstáculo a su propósito, el temor que siente Herodes por Juan, al que considera un hombre justo, es decir, de conducta agradable a Dios y aprobada por él, y santo o consagrado por Dios, un profeta. Conociendo la hostilidad de Herodías, Herodes protege a Juan de sus maquinaciones y no consiente darle muerte. Es más, se siente atraído por Juan, habla familiarmente con él y lo escucha con gusto, aunque no deje de exigirle que se separe de Herodías. Cogido entre el influjo de ésta y el discurso de Juan, Herodes queda irresoluto. El peligro para Herodías es extremo; ella no respeta al profeta, es el prototipo de la impiedad.
El episodio de la muerte de Juan tiene dos lecturas paralelas. Mc lo desarrolla en un plano narrativo, pero dejando ver a través de él un segundo plano, en el que los personajes adquieren un carácter represen­tativo. Los notables judíos de Galilea han renunciado a la idea de un Mesías enviado por Dios; tienen al pueblo sometido y lo utilizan para ganarse el favor del rey ilegítimo. Son ellos los principales responsables de la muerte de Juan Bautista.

v. 21: Llegó el día oportuno cuando Herodes, por su aniversario, dio un ban­quete a sus magnates, a sus oficiales y a los notables de Galilea.
 El día oportuno es la ocasión propicia para que Herodías cumpla su designio de matar a Juan (6,19). Todo lo que sigue está, por consiguiente, preparado por ella. El banquete de cumpleaños era para los judíos una costumbre pagana (Gn 40,20; Est 1,3). Se celebra la vida de Herodes, el poder absoluto, y con él la celebran los representantes de todos los esta­mentos del poder. Los magnates son probablemente los gobernadores de distrito, poder político asociado y dependiente del de Herodes; los oficia­les son los jefes de las cohortes, poder militar al servicio de Herodes; los notables de Galilea son los miembros de la aristocracia judía, poder econó­mico aliado con Herodes.
En el plano representativo, al adulterio público de Herodes y Herodías corresponde la infidelidad a Dios de los dirigentes judíos, llamada «adulterio» en el lenguaje de los profetas: los notables de Galilea están en el banquete de Herodes, perseguidor de Juan, reconociéndolo por rey legítimo. Estos son «los herodianos» (3,6; 8,15; 12,13). La figura de Herodías, la adúltera, representa a estos dirigentes.
vv. 22-23: Entró la hija de la dicha Herodías y danzó, gustando mucho a Hero­des y a sus comensales. El rey le dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras, que te lo daré». Y le juró repetidas veces: «Te daré cualquier cosa que me pidas, incluso la mitad de mi reino».
Aparece otro personaje, la hija de Herodías, sin nombre, que se defi­ne por su madre: no tiene personalidad propia. El oficio de bailarina en un banquete era propio de esclavas y la hija de Herodías se presta a actuar como tal; danza para divertir a Herodes y a sus invitados; humi­llante adulación al poder. La muchacha está en edad de casarse. Represen­ta al pueblo sin voluntad propia y juguete en manos de los dirigentes (los paralelos con la hija de Jairo: 5,35 y 6,22: hija; 5,41.42 y 6,28: muchacha, muestran que la madre representa a la clase dirigente y la hija al pueblo sometido).
Herodes, muy complacido, se compromete solemnemente a dar un premio a la muchacha, dejándolo a su arbitrio. De aquí en adelante des­aparecen los nombres propios: Herodes es el rey; Herodías, la madre, subrayando el carácter representativo de los personajes. El rey se consi­dera dueño de todo y con poder para todo (cualquier cosa que me pidas); aunque sea la mitad de mi reino (cf. Est 5,3.6), promesa desmesurada.
v. 24: Salió ella y le preguntó a su madre: « ¿Qué le pido?» La madre le con­testó: «La cabeza de Juan Bautista».

La muchacha no tiene voluntad propia; mostrando su total depen­dencia, va a preguntar a su madre, que ha urdido toda la trama. La pro­mesa se hizo a la hija, pero decide la madre, que busca sólo su propio interés: eliminar a Juan. Su adúltera participación en el poder vale más que la vida del profeta. Por medio de su hija, somete a Herodes. No quiere la mitad del reino, quiere todo el reino.
v. 25: Entró ella en seguida, a toda prisa, adonde estaba el rey, y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».
Mc subraya la inmadurez de la joven: entra en seguida, a toda prisa, sin criticar ni juzgar la decisión de la madre ni considerar si era o no favora­ble para ella: es una esclava de su madre. Exige (quiero) que se cumpla su petición sin tardar (inmediatamente). El banquete de aniversario, que pre­tendía celebrar la vida, se convierte en un banquete de muerte (en una bandeja).
vv. 26-28: El rey se entristeció mucho, pero, debido a los juramentos hechos ante los convidados, no quiso desairarla. El rey mandó inmediatamente un ver­dugo, con orden de que le llevara la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, le llevó la cabeza en una bandeja y se la dio a la muchacha: y la muchacha se la dio a su madre.

En el poder civil hay un resto de humanidad; Herodes estimaba a Juan y sabe que lo que le piden no es sólo una injusticia, sino un desprecio a Dios (6,20: «justo y santo»); pero un rey no puede quedar en mal lugar, perdería su prestigio. Por encima de lo humano están los intereses del poder. Ninguna reacción por parte de los invitados: al rey le está per­mitido todo, es dueño de la vida de sus súbditos. La joven da la cabeza a la madre, quedándose sin nada. La madre consigue su propósito, acallar definitivamente la voz del Bautista.
Se deduce que Juan no había denunciado solamente el adulterio per­sonal de Herodes, sino también el connubio entre los dirigentes judíos y el poder del tetrarca. La muerte de Juan a manos del poder civil, por ins­tigación del poder judío (Herodías), preludia la muerte de Jesús.

v. 29: Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.
Los discípulos de Juan entierran el cadáver: todo ha terminado, inclu­so para sus discípulos; un cadáver no tiene vida ni futuro. No habrá con­tinuación. Como los discípulos de Juan no siguen a Jesús, no pueden hacer más que dar testimonio del fin de su maestro.

El fin de Juan se narra cuando Jesús va a manifestarse como Mesías y, para eso, ya no hace falta más preparación. Los Doce, por su parte, están preparando al pueblo para un proyecto vano, pues Jesús no va a restaurar a Israel.

COMENTARIO
Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)

Herodes había ordenado que prendieran a Juan y lo tenía encadenado en la prisión por causa de Herodías, la mujer de su hermano Herodes Filipo, con quien se había casado. Y Juan, un hombre libre con la libertad que da creer sólo en Dios, constantemente le echaba en cara aquello: "No te está permitido tener a la mujer de tu hermano". 

Herodías odiaba a Juan, porque era lo único que se interponía entre ella y sus ambiciones. Ella conocía bien a Herodes y temía que la crítica de Juan le hiciera mella; veía cómo le impactaba lo que Juan decía y cómo regresaba perplejo.

El caso es que Herodías se la tenía jurada a Juan y quería asesinarlo, pero no veía cómo hacerlo, hasta que llegó la oportunidad: un día en que Herodes organizó un gran banquete con motivo de su cumpleaños, e invitó a todos los de la corte, a los tribunos romanos y a los principales de Galilea. Entonces la hija de Herodías salió a bailar, toda provocación de la cabeza a los pies, y se dio cuenta de que Herodes no le quitaba la vista. No era la mirada del padrastro orgulloso de la belleza de la hija de su esposa; era algo más. Y eso mismo había en las miradas de los otros. Les agradó. Les gustó. 

Herodes entonces, queriendo complacerla y complacerse, le dijo a la muchacha: "Pídeme lo que quieras y te lo daré... incluso si me pides la mitad de mi reino te juro que te lo doy". Ya estaba dicho: la mitad del reino. La insinuación era clara: le estaba ofreciendo hacerla reina... No era, obviamente, el partir el reino en dos, sino el compartirlo; eso era lo que le ofrecía.

Herodías vio una doble oportunidad: de reafirmarse como la única reina, y de quitarse de una vez para siempre la amenaza de Juan. Y cuando su hija le preguntó qué le convenía pedir a Herodes, le dijo sin vacilar: "La cabeza de Juan el Bautista".   

COMENTARIO
Dominicos 2003

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos (Jesús)

Juan dio su sangre como supremo testimonio por el nombre de Cristo (Prefacio)

La escena que hoy recoge el texto evangélico la hemos comentado ya en varias ocasiones. Juan Bautista, profeta denunciador de pecados, voz de trueno que remueve conciencias, precursor del Señor, es objeto de caprichos femeninos llenos de odio y venganza, que piden en una bandeja la cabeza del pregonero de la verdad. 

Hagamos una pausa, y consideremos cuántas veces en la historia habrá sucedido este hecho: que quien denuncia la mentira y defiende la verdad, que quien condena el pecado y proclama la virtud, que quien fustiga la injusticia y pregona la dignidad humana, haya sido objeto de burla y condenado ante tribunal impío. Ni siquiera el Precursor se libró de ello. Mas ¿por qué encarecemos lo de “el precursor”,  si Jesús mismo fue condenado injustamente por decirse Hijo del Padre, Mesías y Salvador?

ORACIÓN:

Reconocemos, Señor, nuestra imbecilidad; nos da sonrojo ver la cabeza de Juan en la bandeja de gloria y triunfo de una pecadora. Pero tememos, Señor, de nosotros mismos, pues somos capaces de volver a herir al inocente y condenar al justo. Ilumina nuestras mentes para que seamos fieles servidores de la verdad. Amén.

Palabra que desafía al miedo

Profeta Jeremías 1, 17- 19:

“En aquellos días recibí esta palabra del Señor: Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No tengas miedo a tus adversarios, pues, si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira: yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce frente a todo el país; frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte”.

En este texto se da, primero, una confesión de debilidad. El profeta teme a sus perseguidores. Pero Dios sale en su defensa y le asegura su presencia, gracia, fortaleza y premio. Al fin, siempre vence –por gracia- el mensajero del Señor.

Evangelio según san Marcos 6, 17-29:

“En aquel tiempo, Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Felipe, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. Pero Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio. Más no acababa de conseguirlo, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. En muchos asuntos seguía su parecer y lo escuchaba con gusto.

La ocasión de la venganza llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates... La hija de Herodías danzó y gustó mucho a Herodes y a los convidados, y el rey le dijo a la joven: pídeme lo que quieras, que te lo doy... Ella le dijo: quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista… Y el rey mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan el Bautista...”

Este párrafo nos pone en guardia: no caigamos los creyentes en la tentación de pensar que Dios, que  está con nosotros, nos librará de todo desatino humano. Dios no obra así. Hará siempre justicia, pero no en nuestra forma y tiempo.

Momento de reflexión
Difícil papel el de ser profeta

El texto de Jeremías nos recuerda la difícil misión asignada al profeta en un contexto que muchas veces es adverso. Aunque Jeremías se sintiera, por gracia de Dios, convertido simbólicamente en plaza fuerte, muralla y columna de hierro, la realidad era que se veía sometido a duros sufrimientos y persecuciones, como lo serán los profetas del futuro.

La situación de Jeremías pasa por una escena parecida a la que el Evangelio relata sobre Juan el Bautista, y ésa podría aplicarse a todos los evangelizadores, pues éstos de una u otra forma tienen que sufrir adversidades en el mundo. 

La vida en servicio a la fe, a la verdad y a la justicia, siempre supone notable carga sobre los hombros de quienes la mantienen.

Crueldad femenina, la de Herodías.

En cuanto a la reflexión sobre el texto evangélico, ponderemos los contrastes que en él aparecen: Herodes es un pecador, infiel a la vida matrimonial; y Juan le denuncia su conducta, porque esta era obligación del profeta. Como Juan es honrado en sus planteamientos, Herodes, a pesar de sentirse herido, le cobra cierto afecto, como se tiene afecto a quien dice la verdad, aunque nos duela, si somos mínimamente honestos. En cambio, Herodías no quiere saber nada de la justicia y fidelidad; está dominada por las pasiones de la carne, del poder, de la gloria; y está dispuesta a acabar con Juan. A esto se llamaría perfidia. La oportunidad servida por Herodes la aprovecha al máximo: la cabeza de Juan el Bautista es el precio de un baile y de una promesa halagadora. 

¡No es así como hemos de conducirnos en la vida, si tratamos de salvar un mínimo de verdad, justicia, respeto, libertad, amor! 

COMENTARIO
ACI 

18. Véase Lev. 18, 16: "No descubrirás la desnudez de la mujer de tu hermano; es la desnudez de tu hermano".

26. ¿Qué valía un juramento hecho contra Dios? Fue el respeto humano, raíz de tantos males, lo que determinó a Herodes a condescender con el capricho de una mujer desalmada. No teme a Dios, pero teme el juicio de algunos convidados ebrios como él. Cf. Mat. 14, 9 y nota: "A pesar de que se afligió el rey, en atención a su juramento, y a los convidados, ordenó que se le diese". Herodes no estaba obligado a cumplir un juramento tan contrario a la Ley divina y fruto del respeto humano. S. Agustín, imitando a San Pablo (I Cor. 4, 4 s.), decía: "Pensad de Agustín lo que os plazca; todo lo que deseo, todo lo que quiero y lo que busco, es que mi conciencia no me acuse ante Dios".

EL MARTIRIO DE SAN JUAN BAUTISTA

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Evangelio: Mc 6, 17-29 Herodes había mandado apresar a Juan y le había encadenado en la cárcel a causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo; porque se había casado con ella y Juan le decía a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano». Herodías le odiaba y quería matarlo, pero no podía: porque Herodes tenía miedo de Juan, ya que se daba cuenta de que era un hombre justo y santo. Y le protegía y al oírlo le entraban muchas dudas; y le escuchaba con gusto.

Cuando llegó un día propicio, en el que Herodes por su cumpleaños dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea, entró la hija de la propia Herodías, bailó y gustó a Herodes y a los que con él estaban a la mesa. Le dijo el rey a la muchacha:
—Pídeme lo que quieras y te lo daré.

Y le juró varias veces:
—Cualquier cosa que me pidas te daré, aunque sea la mitad de mi reino.

Y, saliendo, le dijo a su madre:
— ¿Qué le pido?
—La cabeza de Juan el Bautista —contestó ella.

Y al instante, entrando deprisa donde estaba el rey, le pidió:
—Quiero que enseguida me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.

El rey se entristeció, pero por el juramento y por los comensales no quiso contrariarla. Y enseguida el rey envió a un verdugo con la orden de traer su cabeza. Éste se marchó, lo decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha y la muchacha la entregó a su madre. Cuando se enteraron sus discípulos, vinieron, tomaron su cuerpo muerto y lo pusieron en un sepulcro. 

Santa Pureza     

Parece, y es verdad, que en todo momento debemos ser puros. "¿Qué tal la virtud de la Pureza?", he preguntado en ocasiones en la dirección espiritual. "Bien..., normal...", suelen responder. Y, a continuación, prosiguen con algo así como que, en ese aspecto, no tienen problemas, pues, son personas sencillas, ocupadas en sus cosas, que procuran no herir a sus semejantes y cumplir las propias obligaciones con justicia. Está claro, que no han comprendido la pregunta; que posiblemente existe en este caso, como en otros, una indeseable alianza entre la ignorancia y la falta de exigencia en el sujeto, que conduce a que muchos ni siquiera lleguen a plantearse vivir la sexualidad con los criterios de Jesucristo. Porque la Pureza –la Santa Pureza– es la virtud cristiana gracias a la cual se regula la capacidad generativa de acuerdo con la recta razón iluminada por la fe. Por lo tanto, no viven esta virtud humana y cristiana, los que incurren, consigo mismos o con otros, en acciones deshonestas, contrarias a la castidad, o se ponen en peligro de cometerlas.

        El pasaje de san Mateo que hoy consideramos, presenta una situación de clamorosa deshonestidad. No podemos detenernos en analizar con detalle el caso. Tomamos ocasión, en cambio, de aquel triste suceso para suplicar para todos la limpieza de corazón y de cuerpo, que, como anunció Jesucristo en las bienaventuranzas, es imprescindible para contemplar a Dios: Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios. La virtud de la castidad, sin ser la primera en el orden de las virtudes, es, sin embargo, imprescindible para vivir otras muchas, entre ellas, la caridad: el amor a Dios y al prójimo en qué consiste la esencia de la perfección cristiana.

        Nos serviremos de algunos textos de san Josemaría, tomados todos ellos de Camino, para continuar nuestra meditación sobre esta virtud:

        ¿Pureza? —preguntan. Y se sonríen. —Son los mismos que van al matrimonio con el cuerpo marchito y el alma desencantada... ¡Cuántas veces nos encontramos por desgracia con esta paradoja! Es una pretendida alegría por haber "superado" lo que algunos llaman "perjuicios" únicamente religiosos. Esa falsa risa, tantas veces inducida por la moda, por el qué dirán..., por no ser menos..., viene a ser como el "canto del cisne": el preludio de una amargura y un desengaño, de los que algunos luego no saben o no quieren retornar. Porque parece claro –de modo especial en ciertos ambientes culturales– que la vida pública, la calle..., no colabora positivamente con el ejercicio de esta virtud. El cristiano comprometido con su fe lo sabe. No le resulta extraño, por consiguiente, vivir contracorriente en este aspecto de su vida, ni se deja amedrentar por sentirse solo y hasta raro entre una sociedad que parece haber cambiado sus fines naturales. Los hijos de Dios, responsables y orgullosos de su condición, no se arredran:

        Hace falta una cruzada de virilidad y de pureza que contrarreste y anule la labor salvaje de quienes creen que el hombre es una bestia.

—Y esa cruzada es obra vuestra, asegura también San Josemaría. La verdad no se consigue ni se garantiza por mayoría. La Historia de la Salvación cuenta con abundante experiencia en este sentido. Recordemos, sin ir más lejos, a aquellos pocos discípulos de Jesús que lograron cambiar la cultura de todo un imperio; eso sí, a costa de sí mismos. Hoy como ayer los cristianos estamos convencidos del triunfo de Dios con nosotros, o también, el triunfo de los hombres en la causa de Dios: las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella, nos tiene asegurado Cristo. La Iglesia y su tan controvertida doctrina no pueden dejar de triunfar. ¡Ojalá queramos estar del lado de los que van a ganar!

        Además, no es para tanto. Sólo parece imposible a los que han claudicado sin apenas lucha: sin el empeño por la virtud que ponen en otros ideales, quizá no tan nobles.

        Cuando te decidas con firmeza a llevar vida limpia, para ti la castidad no será carga: será corona triunfal. En efecto, asegura el Santo de lo ordinario, la pureza cuesta menos –aunque siempre habrá que esforzarse– si hay una decisión firme de vivir limpiamente, de evitar las ocasiones de pecado, como evita el contagio infeccioso quien quiere permanecer sano. Porque el que vive esta virtud, aunque note humana y espiritualmente sus efectos, está en condiciones de valorar su excelencia, sin recurrir al autoengaño de los que dicen sentirse bien, cuando se dejan arrastrar por sus pasiones y debilidades. Así lo recuerda también san Josemaría:

        Me escribías, médico apóstol: "Todos sabemos por experiencia que podemos ser castos, viviendo vigilantes, frecuentando los Sacramentos y apagando los primeros chispazos de la pasión sin dejar que tome cuerpo la hoguera. Y precisamente entre los castos se cuentan los hombres más íntegros, por todos los aspectos. Y entre los lujuriosos dominan los tímidos, egoístas, falsarios y crueles, que son características de poca virilidad". Recordemos la actitud de Herodes.

        La fortaleza necesaria para vivir esta virtud no será, casi nunca, un alarde de resistencia en los momentos de tentación, sino la energía humilde de quien es consciente de su debilidad y no consiente con la ocasión: No tengas la cobardía de ser "valiente": ¡huye! Así lo aconsejaba el Fundador de la Obra y así se lo pedimos a Santa María, Madre nuestra.
 

martes, 28 de agosto de 2012

NO SOMOS OBJETOS SEXUALES


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EL HOMBRE Y LA MUJER SON OBJETOS SEXUALES
Fuente: Arquidiocesis de Medellín-Colombia


Martín era un joven de dieciocho años  que no sabía como orientar su vida. Sin educación, sin formación, todo era para él un caos. A eso se le agregaba una salud deficiente, fruto de la deficiente alimentación. 
 
Pero ese hombre sentía un  profundo respeto al Dios que le inculcó su madre  y por eso consideraba que la vida tenía un sentido, que había una misión que cumplir y que ésta se realizaba sólo en familia. 

Un día encuentra una bella y joven mujer que le llena todas sus expectativas, pero tenía un obstáculo: nada podía ofrecerle a nivel material, sólo su amor, y de amor, únicamente, no vive nadie. 

Surge en su vida una meta que lo llena de ilusión. Emprende su lucha para obtener los medios económicos y, con trabajo e inspiración, en pocos años logra formar un pequeño capital para ofrecerle a esa bella mujer una  estabilidad. Se casa con ella, cumple fielmente su compromiso: fidelidad, respeto, amor y constancia; y con estos cuatro elementos llega a la meta que se había trazado. Hoy está realizado en todos los aspectos de su vida.
En la Carta de Pablo a los Gálatas (6,8), se ve reflejado el Espíritu Santo  que se ha derramado en Martín por la acción evangelizadora de su mamá,  cuando nos dice:  Lo que cada uno siembre, eso cosechará . El que siembra en la carne, de la carne cosechará corrupción, el que siembra en el Espíritu cosechará vida eterna, el Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada

Dios quiere que el hombre  y la mujer participen en la creación del mundo. Por eso en el libro del Génesis 1,28 se nos dice “Procread y multiplicaos…”. 

El Papa Juan Pablo II afirmaba: La fecundidad  es el fruto del amor conyugal, es testimonio vivo  de la entrega plena y recíproca de los esposos

Desde el principio, la mujer y el hombre  han tenido igual dignidad, es  hora de que los jóvenes, al contraer matrimonio, resalten el valor de la  mujer, la respeten, la mimen.  Porque la bendición más grande que Dios le ha dado al hombre es la mujer; representadas primero en la Virgen María, luego en las madres, y por último, en nuestra mujer, madre de nuestros hijos.   

Cuando las relaciones sexuales se realizan con amor y son abiertas a la vida adquieren pleno sentido según el plan de Dios. Se siente el placer de ser padre y madre, y de cumplir la misión que se nos ha encomendado. 

En conclusión: el papel de los jóvenes es trascendental en el futuro de la familia y de la Iglesia, estamos seguros que asumirán seriamente el papel de padres y madres para su propia realización y para gloria de Dios. 

WILLIAM SHAKESPEARE ERA CATOLICO


SORPRENDENTE DESCUBRIMIENTO:  "WILLIAM SHAKESPEARE ERA CATÓLICO"
Los críticos Peter Milward, Peter Ackroyd y Elisabetta Sala argumentan con varios estudios el catolicismo del escritor y de su obra. 
Por Antonio Giuliano | La Buscona Quotidiana
Traducido por José Martín Alonso

Católico o no católico, éste es el problema, se podría decir parafraseando el dicho de Hamlet. En realidad, la tesis que desde hace ya años el gran William Shakespeare fue fiel de la Iglesia de Roma, hoy es mucho más que una hipótesis.

La confirmación nos llega de un sorprendente número de libros publicados recientemente. Y es que, si ya finalmente un autor popular laico inglés como Peter Ackroyd lo admite en su Shakespeare: Una biografía (Neri Pozza), convincente y bien ponderado es el último volumen de la inglesa Elisabetta Sala El enigma de Shakespeare: ¿Cortesano o disidente? (Ares).

La autora que escribió Isabel la Sanguinaria (Ares), había desenmascarado brillantemente la propaganda que rodea la época isabelina, y saca a la luz la disidencia del dramaturgo y sus relaciones con los católicos perseguidos por la reina.

Quien no ha tenido jamás dudas hamletianas sobre el catolicismo de Shakespeare y desde hace años pelea contra una cierta crítica todavía suspicaz es Peter Milward, jesuita inglés, profesor de Literatura Inglesa en la Universidad Sofía de Tokio, máximo experto de la religiosidad del Bardo.

“Es una hipótesis que sostengo ya desde 1973, cuando publiqué mi primer libro Shakespeare´s Religious Background (El fondo religioso de Shakespeare). Hoy afortunadamente son muchos lo libros que relanzan esta cuestión, pero hay todavía un cierto prejuicio académico que es difícil erradicar”.

- Profesor Milward, ¿Por qué está tan convencido de que Shakespeare fue católico?
 
- Sabemos que su padre, John Shakespeare, recopiló de su puño y letra un testamento espiritual que se encontró escondido entre las vigas del techo de su casa de la calle Henley en Strafford. Aquel documento (del cual hoy tenemos una copia de 1700 reconocida como auténtica) fue probablemente escondido allí en tiempos de la Conjura de Somerville de 1583, cuando también los familiares maternos, incluida la madre de Shakespeare, Mary Arden, a causa de su fe fueron sometidos a la acusación de alta traición por Sir Thomas Lucy di Charlecote Park. Y los nombres tanto del padre John (en 1592) como de su hija Susana Hall (en 1606) figuran en la relación de católicos que se negaban, de aquellos que rechazaban acudir a las funciones obligatorias religiosas del Estado.

Eran años de caza a los disidentes católicos como consecuencia de un bando severo lanzado en nombre de la reina en 1591, y otro al día siguiente de la Conjura de la Pólvora de 1605.

- ¿Cómo es que la Reina Isabel I (1533-1603) tan feroz con los católicos lo aceptó en la corte? 
 
- Obviamente en una tal situación de persecución, Shakespeare fue obligado a silenciar su fe católica. Tuvo que vivir de forma enmascarada, como su Edgar en Rey Lear , y así ha permanecido hasta hoy. Su máscara era la de un personaje menor de edad, de uno que él mismo llamaría el “bufón”. Dudo que la reina Isabel haya intuido su camuflaje (aunque hay autores convencidos de ello).

Sabemos, sin embargo, por ejemplo que la reina se dio cuenta de la Fe católica del gran compositor William Bird y le consintió permanecer en la corte porque tenía necesidad de él para la música de la capilla real. Del mismo modo podría haber actuado con Shakespeare porque valoraba su trabajo, sobre todo las comedias y especialmente el personaje de Sir Jhon Falstaff.

¿Fue obligado, por tanto, a recurrir a los símbolos para no incurrir en la censura?
 
- Sí. Son ciertamente los símbolos, las imágenes o los temas a lo que recurre en sus trabajos para mostrar su catolicismo. Tomemos como ejemplo un tema como la peregrinación. Está presente en muchas de sus obras: Ricardo II, El Mercader de Venecia, Como os plazca y Rey Lear. La costumbre de recurrir a la peregrinación era típicamente medieval y católica, pero fue prohibida por los protestantes en tiempos de Enrique VIII, quien cerró todos los santuarios en Inglaterra.

Otra imagen típica de los católicos perseguidos en Inglaterra ha sido por ejemplo la condición del destierro y de la marginación que no por casualidad reaparecen en sus obras. Como cuando Ricardo II, en el momento de ser destronado, aconseja a su dolorida reina retirarse a Francia y entrar en un convento como forma de alcanzar “la corona de un nuevo mundo”, mientras él deberá soportar el arresto.

Otro tema es la forma en la que el dramaturgo trata a los frailes en obras como Romeo y Giulietta, Mucho ruido y pocas nueces y Medida por medida. Mientras los dramaturgos protestantes como Robert Greene y Chistopher Marlowe los tratan con escarnio como personajes ridículos, Shakespeare los respeta y lo hace de modo que también sus personajes los respeten.

- ¿Cuáles son las demás obras que manifiestan su fe?
 
- En uno de mis libros Influencias bíblicas en las grandes tragedias de Shakespeare (editada por la Universidad de Indiana) he analizado, acto por acto, línea por línea, las cuatro grandes tragedias Hamlet, Otelo, Macbeth y Rey Lear, encontrando ciertamente numerosas referencias de la Biblia. Sobre todo las últimas tres escritas ya al comienzo del reinado de Jacobo I (para Hamlet reinaba todavía Isabel I) las considero todas en conjunto como las “obras de la pasión de Shakespeare” porque hacen volver al evangelio de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Pero en mi último libro Shakespeare the Papist demuestro cómo todas las obras admiten una interpretación católica y bíblica, Si no se admite este sustrato, este fondo católico, muchas obras permanecerían enigmáticas.

- Ha causado asombro también la declaración del primado de la Iglesia Anglicana, Roman Williams, quien ha admitido el catolicismo del Bardo.
 
- Estoy muy contento. El mismo arzobispo de Canterbury me ha confiado que ha madurado esta convicción también por la lectura de algunos de mis escritos. Pero no es suficiente reconocer que Shakespeare fue católico. Es necesario tomar nota de que nos encontramos frente a un testigo importante de aquel catolicismo inglés que fue cruelmente perseguido por Enrique VIII y por Isabel I y por sus crueles ministros, Thomas Cromwel y William Cecil.

- A pesar de todo persisten todavía muchas desconfianzas en relación a esta hipótesis …
 
Hay sobre todo un secular prejuicio académico de parte de un grupo de estudiosos de Shakespeare. Ellos gozan de tribunas universitarias importantes y de publicidad mediática. El problema es que algunos autores como Peter Ackroyd admiten el fondo católico de Shakespeare. Pero no se puede comprender su papel de testigo de la cristiandad y su catolicismo si no se estudian a fondo sus obras y no se tienen en cuenta las duras persecuciones de ese tiempo.

Shakespeare ha vivido ciertamente en una época en la cual los católicos ingleses vivían en el miedo como los cristianos coptos hoy en Egipto. Incluso los sacerdotes, incluso los jesuitas, temían ser descubiertos, arrestados, hechos prisioneros, torturados y ajusticiados como traidores. Él no fue al encuentro del martirio, pero tenía una gran fe católica. Y se sintió comprometido como dramaturgo, en la misión de proclamar la verdad de su época y la fe de lo que Hamlet llama “el mundo aún no conocido”.

 




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