LAS FISURAS EN LAS QUE OPERAN QUIENES QUIEREN CAMBIAR LAS ENSEÑANZAS DE LA SANTA IGLESIA Y JUSTIFICAR CONDUCTAS CONTRARIAS A LA DOCTRINA
Esta foto de los Frailes
Franciscanos de Boston participando sonrientes en el festival nacional
gay con un stand frente al cual se encuentra un banner con las palabras “¿Quién soy yo para juzgar?”
en los colores del arco iris, vale más que mil artículos. Habla del
terrible malentendido de las palabras del Papa Francisco el 29 de julio
de 2013 expresadas a los periodistas en el avión de regreso del viaje a
Brasil.
Las fisuras en las que operan quienes quieren cambiar la enseñanza de la Iglesia.
En junio se ha celebrado en todo el mundo el Orgullo Gay,
especialmente en occidente, marchas a las que se han sumado cientos de
sacerdotes y parroquias católicas enteras, desfilando junto con los
homosexuales reivindicando su estilo de vida.
Fuente: La Nuova Bussolla Quotidiana
Es bastante irónico que a un Papa que todos le reconocemos el carisma
de la simplicidad y la inmediatez, que llega directamente al corazón,
también encienda disputas sobre la interpretación de lo que dice y – a
veces – de lo que piensa.
Desde este punto de vista, sin duda, la frase “¿Quién soy yo para juzgar?”
es el símbolo de este pontificado. No pasa un día sin que en algún
lugar del mundo alguien use esta frase, siempre para justificar
conductas que entran en conflicto con la doctrina moral católica, en
especial con respecto a la homosexualidad.
En los medios de comunicación de todo el mundo esa frase, inmediatamente se interpreta como “la apertura de la Iglesia a los homosexuales”,
pero sobre todo dentro de la Iglesia ha habido un hervidero de
actividad pro-gay, que está demostrado en el aumento exponencial de las
parroquias del mundo occidental desarrollado organizando vigilias en el
día contra la homofobia de mayo (este año han participado más de veinte
ciudades en Italia) y en la multitudinaria presencia de parroquias
católicas y sacerdotes y religiosos/as en la Marcha del Orgullo Gay en
Boston.
No sólo eso, en la víspera del próximo Sínodo sobre la Familia (de
octubre) grupos católicos homosexuales estarán participando en Roma el 3
de octubre en “Le strade dell’amore”, una conferencia internacional “por una pastoral con las personas homosexuales y transexuales”.
La razón, según los organizadores, es que “no se puede hablar de
familia sin hablar de todas las familias, incluyendo aquellas que han
tenido que enfrentarse a la homosexualidad.”
Para apoyar esta posición estará presente el obispo Geoffrey Robinson “ex
obispo auxiliar de Sydney, que se preguntará cómo la Iglesia católica
puede avanzar hacia una nueva comprensión de la vida y los amores de las
personas LGBT”; el Padre James Alison, “sacerdote inglés y
teólogo católico que ha trabajado mucho en América del Sur y tiene una
serie de publicaciones dedicadas a la relación entre la conciencia
católica y la conciencia gay, quien explicará cómo los gay y transgénero
se pueden convertir en los protagonistas de una nueva evangelización,
más inclusiva y capaz de dar cabida a toda la diversidad y liberarlos
del clima de opresión y discriminación que impera en muchas partes del
mundo”; la teóloga y Hermana Dominicana Antonieta Potente, “que
ofrecerá algunas ideas para llegar finalmente a un nuevo enfoque, más
inclusivo, cuando se trata de la evangelización de las personas LGBT”. Y esto sólo de los disertantes católicos.
Y ahora, la revista teológica internacional Concilium, que fue
fundada, entre otros, por Karl Rahner, punto de referencia para la
mayoría de los teólogos del mundo, ha dedicado el último número (2/2014)
a “¿Quién soy yo para juzgar?” (haga click aquí), donde teoriza la superación de la ortodoxia, o si se quiere, se afirma el relativismo doctrinal y teológico.
Se podría seguir, pero esto ya es suficiente para entender que la
participación en el Orgullo Gay de los franciscanos en Boston – que
afirman tener el pleno apoyo de la Arquidiócesis, encabezada por el
cardenal Sean O’Malley – no es en absoluto un caso aislado o de gente
fuera de control de ciertas órdenes religiosas.
Esto se demuestra por el hecho de que en Boston, en la iglesia de Santa Cecilia se celebran regularmente “Misas Rainbow”
para la comunidad gay, y cuando se produjo la intervención de un
conocido activista pro-vida que ha tomado una posición en contra de esta
deriva, el semanario diocesano “The Pilot” ha publicado numerosas intervenciones de sacerdotes y diáconos censurando fuertemente a los pobres pro-vida.
Todo esto, sin embargo, pone énfasis en un factor: la apertura de la
Iglesia a los homosexuales no es tanto en las palabras del Papa como en
las intenciones del oyente, que utiliza la manera informal de hablar del
Papa para promover sus proyectos.
Está claro que esta realidad paralela de la enseñanza ha existido
durante muchos años, trabajando en forma más o menos oculta después del
Concilio Vaticano II, conquistando seminarios y universidades
pontificias en silencio, una tras otra.
En los años de San Juan Pablo II y Benedicto XVI, desfavorables desde
el punto de vista de la teología y la pastoral, continuaron trabajando y
creciendo – y el lobby gay también ha ganado posiciones de poder dentro
de la Iglesia – y hoy, pensando que tienen una Papa favorable a ellos,
están convencidos de que finalmente pueden cambiar la doctrina de la
Iglesia. Y el próximo Sínodo sobre la familia sin duda será el primer
banco de prueba.
Sin embargo, si vamos a lo que realmente dijo el Papa en más de una
ocasión, estos cálculos pueden estar muy mal. Ya en la famosa alocución
en el avión, el significado de “¿Quién soy yo para juzgar?” era claramente diferente de la forma en que se ha interpretado y se repite continuamente.
Como recordarán, el Papa estaba respondiendo a una pregunta sobre el
lobby gay en el Vaticano y, después de afirmar que nunca nadie le había
dado una tarjeta de identidad gay en el Vaticano, dijo:
“Si una persona es gay y busca al
Señor de buena voluntad ¿quién soy yo para juzgar? El Catecismo de la
Iglesia Católica dice que estas personas no deben ser objeto de
discriminación, sino aceptarlas. El problema no es tener estas
tendencias, son hermanos, el problema es hacer lobby”.
La declaración no fue la justificación del relativismo moral o la
indiferencia ante el pecado – de lo contrario no insistiría tanto en la
Confesión – sino el reconocimiento de que todos somos pecadores y
necesitamos el perdón. Un concepto que ha aclarado mejor hace unos pocos
meses, el 17 de marzo, durante la homilía en Santa Marta, recordando la
exhortación de Jesús: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.” En esta ocasión el Papa Francisco insistió en el hecho de que “todos somos pecadores”, y experimentar la misericordia del Señor en nosotros nos hace misericordiosos.
Así que no es la abolición del pecado, por el contrario, es una conciencia más aguda del pecado que lleva a “no juzgar” a las personas “si usted busca al Señor y tienen buena voluntad”, como le dijo a los periodistas en el avión, es decir, si reconocen su pecado y buscan la misericordia de Dios.
Este no es el caso de los franciscanos en Boston o de los teólogos de
Concilium y muchos otros que afirman con orgullo su pecado y lo
reclaman para ser apreciado como una virtud, por lo que el “¿Quién soy yo para juzgar?” se convierte en un “liberanos a todos” moral.
Sigue siendo la paradoja que un Papa tan comunicativo, tan directo,
sea al mismo tiempo tan fácilmente manipulado. Un problema de
comunicación que el Vaticano debe tener en cuenta.
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