Tras un
intercambio de reverencias y saludos, el estudiante le hizo en japonés las
preguntas que había preparado:
- Maestro, dicen que usted es quien más sabe sobre este arte. Más allá de la métrica, los temas y todo eso,
El jardinero fijó en el chico sus ojos diminutos y respondió:
- Ya lo dijo Matsuo Basho, “haiku es lo que está sucediendo en este lugar y en este momento”
- Maestro, dicen que usted es quien más sabe sobre este arte. Más allá de la métrica, los temas y todo eso,
El jardinero fijó en el chico sus ojos diminutos y respondió:
- Ya lo dijo Matsuo Basho, “haiku es lo que está sucediendo en este lugar y en este momento”
- Aquí y ahora… Pero el poeta elige algo especial que esté ocurriendo, como una mariposa que se ha posado sobre una enorme campana, ¿no es así?
- ¡No! – protestó el jardinero – Todo lo que ocurre es poesía, no necesitas la mariposa ni la campana.
David reflexionó un poco y luego añadió:
- Pero hay muchos instantes en los que no sucede nada bello ni remarcable.
- ¿Ah, sí? ¿Cuáles son esos instantes?
- Momentos en los que estás aburrido, agobiado o demasiado cansado para pensar en nada.
- Me estás hablando del observador, no de lo observado. Que tú estés aburrido, agobiado o cansado no significa que el mundo sea así. Sólo tienes que lavarte los ojos con agua cristalina y volverás a ver la poesía en cada cosa.
- Entiendo, repuso impresionado. Se trata entonces de limpiar nuestra mirada, de hacer caer los filtros con los que teñimos lo que vemos ¿Es eso?
- Hablas como un doctor. Así nunca aprenderás el secreto de los haikus.
- ¿Cómo puede aprenderlo entonces, maestro?
- No puedes.
La expresión decepcionada del joven conmovió al anciano que añadió con voz dulce:
- Voy a darte un haiku de Kito Takai para que lo entiendas:
“El ruiseñor unos días no viene otros viene dos veces”
Dicho esto, el jardinero tomó al suelo un cubo de metal y se alejó con pequeños pasos en dirección a una fuente.
Plantado él también en medio de las flores, el estudiante meditó sobre aquellos tres versos. Tal como le había sucedido con otros haikus, apreciaba su belleza, pero no conseguía captar plenamente su sentido.
Mientras los niños correteaban por el jardín y las parejas se tornaban las manos en rincones donde creían no ser vistas, David esperó al regreso del jardinero para darle su interpretación:
- A ver si lo entiendo… ¿El día que el ruiseñor viene dos veces es para compensar que otro día no vino?
- ¡No has entendido nada! El ruiseñor no tiene ninguna obligación de venir.
El joven se quedó mudo hasta que una grieta empezó a abrirse en su comprensión y dijo:
- ¿Qué sucede cuando no viene el ruiseñor?
- Esa es una buena pregunta. ¿Qué sucede cuando tu crees que no está sucediendo nada?
David miró a su alrededor y vió los arces mecidos por el viento, las flores que prosperaban entre los caminos, un gato dormido junto a un estanque, paseantes jóvenes y viejos. Bajo la colina donde se encaramaban el jardín, el bullicio mesurado de Kyoto.
- Siempre está sucediendo algo bello, concluyó David, sí somos capaces de apreciarlo.
- Ahora lo has dicho, sonrió el jardinero. No hay momento perdido.
“El
Señor te ha dicho lo que es bueno, y lo que él exige de ti: que hagas lo
que es correcto, que ames la compasión y que camines humildemente con
tu Dios” Miq. 6,8
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