EL DIÁLOGO ECUMÉNICO
El
empeño ecuménico responde a la oración del Señor Jesús que pide «que todos sean
uno» (Jn 17,21). La credibilidad del anuncio cristiano sería mucho mayor
si los cristianos superaran sus divisiones y la Iglesia realizara «la plenitud
de catolicidad que le es propia, en aquellos hijos que, incorporados a ella
ciertamente por el Bautismo, están, sin embargo, separados de su plena
comunión» [192]. Tenemos que recordar siempre que somos peregrinos, y peregrinamos
juntos. Para eso, hay que confiar el corazón al compañero de camino sin recelos,
sin desconfianzas, y mirar ante todo lo que buscamos: la paz en el rostro del
único Dios. Confiarse al otro es algo artesanal, la paz es artesanal. Jesús nos
dijo: «¡Felices los que trabajan por la paz!» (Mt 5,9). En este empeño,
también entre nosotros, se cumple la antigua profecía: «De sus espadas forjarán
arados» (Is 2,4). (nro
244)
Bajo
esta luz, el ecumenismo es un aporte a la unidad de la familia humana. La
presencia, en el Sínodo, del Patriarca de Constantinopla, Su Santidad Bartolomé
I, y del Arzobispo de Canterbury, Su Gracia Rowan Douglas Williams, fue un
verdadero don de Dios y un precioso testimonio cristiano [193]. (nro 245)
246.Dada la gravedad del anti-testimonio de la
división entre cristianos, particularmente en Asia y en África, la búsqueda de
caminos de unidad se vuelve urgente. Los misioneros en esos continentes
mencionan reiteradamente las críticas, quejas y burlas que reciben debido al
escándalo de los cristianos divididos. Si nos concentramos en las convicciones
que nos unen y recordamos el principio de la jerarquía de verdades, podremos
caminar decididamente hacia expresiones comunes de anuncio, de servicio y de
testimonio. La inmensa multitud que no ha acogido el anuncio de Jesucristo no
puede dejarnos indiferentes. Por lo tanto, el empeño por una unidad que
facilite la acogida de Jesucristo deja de ser mera diplomacia o cumplimiento
forzado, para convertirse en un camino ineludible de la evangelización. Los
signos de división entre los cristianos en países que ya están destrozados por
la violencia agregan más motivos de conflicto por parte de quienes deberíamos
ser un atractivo fermento de paz. ¡Son tantas y tan valiosas las cosas que nos
unen! Y si realmente creemos en la libre y generosa acción del Espíritu,
¡cuántas cosas podemos aprender unos de otros! No se trata sólo de recibir
información sobre los demás para conocerlos mejor, sino de recoger lo que el
Espíritu ha sembrado en ellos como un don también para nosotros. Sólo para dar
un ejemplo, en el diálogo con los hermanos ortodoxos, los católicos tenemos la
posibilidad de aprender algo más sobre el sentido de la colegialidad episcopal
y sobre su experiencia de la sinodalidad. A través de un intercambio de dones, el
Espíritu puede llevarnos cada vez más a la verdad y al bien.
247.Una mirada muy especial se dirige al pueblo
judío, cuya Alianza con Dios jamás ha sido revocada, porque «los dones y el llamado de Dios son
irrevocables» (Rm 11,29).
La Iglesia, que comparte con el Judaísmo una parte importante de las Sagradas
Escrituras, considera al pueblo de la Alianza y su fe como una raíz sagrada de
la propia identidad cristiana (cf. Rm 11,16-18).
Los cristianos no podemos considerar al Judaísmo como una religión ajena, ni
incluimos a los judíos entre aquellos llamados a dejar los ídolos para
convertirse al verdadero Dios (cf. 1
Ts 1,9). Creemos junto con ellos en el único Dios que actúa en la
historia, y acogemos con ellos la común Palabra revelada.
248.El diálogo y la amistad con los hijos de Israel
son parte de la vida de los discípulos de Jesús. El afecto que se ha
desarrollado nos lleva a lamentar sincera y amargamente las terribles
persecuciones de las que fueron y son objeto, particularmente aquellas que
involucran o involucraron a cristianos.
249.Dios sigue obrando en el pueblo de la Antigua
Alianza y provoca tesoros de sabiduría que brotan de su encuentro con la
Palabra divina. Por eso, la Iglesia también se enriquece cuando recoge los
valores del Judaísmo. Si bien algunas convicciones cristianas son inaceptables
para el Judaísmo, y la Iglesia no puede dejar de anunciar a Jesús como Señor y
Mesías, existe una rica complementación que nos permite leer juntos los textos
de la Biblia hebrea y ayudarnos mutuamente a desentrañar las riquezas de la
Palabra, así como compartir muchas convicciones éticas y la común preocupación
por la justicia y el desarrollo de los pueblos.
250.Una actitud de apertura en la verdad y en el
amor debe caracterizar el diálogo con los creyentes de las religiones no
cristianas, a pesar de los varios obstáculos y dificultades, particularmente
los fundamentalismos de ambas partes. Este diálogo interreligioso es una
condición necesaria para la paz en el mundo, y por lo tanto es un deber para
los cristianos, así como para otras comunidades religiosas.
Este diálogo es, en primer lugar,
una conversación sobre la vida humana o simplemente, como proponen los Obispos
de la India, «estar abiertos a ellos,
compartiendo sus alegrías y penas» [194]. Así aprendemos a aceptar
a los otros en su modo diferente de ser, de pensar y de expresarse. De esta
forma, podremos asumir juntos el deber de servir a la justicia y la paz, que
deberá convertirse en un criterio básico de todo intercambio. Un diálogo en el
que se busquen la paz social y la justicia es en sí mismo, más allá de lo
meramente pragmático, un compromiso ético que crea nuevas condiciones sociales. Los esfuerzos en torno a un tema
específico pueden convertirse en un proceso en el que, a través de la escucha
del otro, ambas partes encuentren purificación y enriquecimiento. Por lo tanto,
estos esfuerzos también pueden tener el significado del amor a la verdad.
251.En este dialogo, siempre amable y cordial,
nunca se debe descuidar el vínculo esencial entre diálogo y anuncio, que lleva
a la Iglesia a mantener y a intensificar las relaciones con los no cristianos[195]. Un sincretismo
conciliador sería en el fondo un totalitarismo de quienes pretenden conciliar
prescindiendo de valores que los trascienden y de los cuales no son dueños. La
verdadera apertura implica mantenerse firme en las propias convicciones más
hondas, con una identidad clara y gozosa, pero «abierto a comprender las del
otro» y «sabiendo que el diálogo realmente puede enriquecer a cada uno»[196]. No nos sirve una
apertura diplomática, que dice que sí a todo para evitar problemas, porque
sería un modo de engañar al otro y de negarle el bien que uno ha recibido como
un don para compartir generosamente. La evangelización y el diálogo
interreligioso, lejos de oponerse, se sostienen y se alimentan recíprocamente[197].
252.En esta época adquiere gran importancia la
relación con los creyentes del Islam, hoy particularmente presentes en muchos
países de tradición cristiana donde pueden celebrar libremente su culto y vivir
integrados en la sociedad. Nunca hay que olvidar que ellos, «confesando
adherirse a la fe de Abraham, adoran con nosotros a un Dios único,
misericordioso, que juzgará a los hombres en el día final»[198]. Los escritos sagrados
del Islam conservan parte de las enseñanzas cristianas; Jesucristo y María son
objeto de profunda veneración, y es admirable ver cómo jóvenes y ancianos,
mujeres y varones del Islam son capaces de dedicar tiempo diariamente a la
oración y de participar fielmente de sus ritos religiosos. Al mismo tiempo,
muchos de ellos tienen una profunda convicción de que la propia vida, en su
totalidad, es de Dios y para Él. También reconocen la necesidad de responderle
con un compromiso ético y con la misericordia hacia los más pobres.
253.Para sostener el diálogo con el Islam es
indispensable la adecuada formación de los interlocutores, no sólo para que
estén sólida y gozosamente radicados en su propia identidad, sino para que sean
capaces de reconocer los valores de los demás, de comprender las inquietudes
que subyacen a sus reclamos y de sacar a luz las convicciones comunes. Los
cristianos deberíamos acoger con afecto y respeto a los inmigrantes del Islam
que llegan a nuestros países, del mismo modo que esperamos y rogamos ser
acogidos y respetados en los países de tradición islámica. ¡Ruego, imploro
humildemente a esos países que den libertad a los cristianos para poder
celebrar su culto y vivir su fe, teniendo en cuenta la libertad que los
creyentes del Islam gozan en los países occidentales! Frente a episodios de
fundamentalismo violento que nos inquietan, el afecto hacia los verdaderos
creyentes del Islam debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones, porque el
verdadero Islam y una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda
violencia.
254.Los no cristianos, por la gratuita iniciativa
divina, y fieles a su conciencia, pueden vivir «justificados mediante la gracia
de Dios»[199], y así «asociados al
misterio pascual de Jesucristo»[200]. Pero, debido a la
dimensión sacramental de la gracia santificante, la acción divina en ellos
tiende a producir signos, ritos, expresiones sagradas que a su vez acercan a
otros a una experiencia comunitaria de camino hacia Dios[201]. No tienen el sentido
y la eficacia de los Sacramentos instituidos por Cristo, pero pueden ser cauces
que el mismo Espíritu suscite para liberar a los no cristianos del inmanentismo
ateo o de experiencias religiosas meramente individuales. El mismo Espíritu
suscita en todas partes diversas formas de sabiduría práctica que ayudan a
sobrellevar las penurias de la existencia y a vivir con más paz y armonía. Los
cristianos también podemos aprovechar esa riqueza consolidada a lo largo de los
siglos, que puede ayudarnos a vivir mejor nuestras propias convicciones.
____________
Notas
[192] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 4.
[193] Cf. Propositio 52.
[194] Catholic Bishops’ Conference of India, Declaración final de la XXX Asamblea general, The Church’s Role for a Better India (8 marzo 2012), 8.9.
[195] Cf. Propositio 53.
[196] Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio (7 diciembre 1990), 56: AAS 83 (1991), 304.
[197] Cf. Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana (21 dicembre 2012): AAS 105 (2013), 51; Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 9; Catecismo de la Iglesia Católica, 856.
[198] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 16.
[199] Comisión Teológica Internacional, El cristianismo y las religiones (1996), 72.
[200] Ibíd.
[201] Cf. ibíd., 81-87.
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