EN VERDAD, EN VERDAD OS DIGO: SI NO COMÉIS LA CARNE DEL HIJO DEL HOMBRE, Y DE BEBÉUS SU SANGRE, NO TENÉIS VIDA EN VOSOTROS
Jn. 6, 52-59
Hoy, Jesús hace tres afirmaciones
capitales, como son: que se ha de comer la carne del Hijo del hombre y
beber su sangre; que si no se comulga no se puede tener vida; y que esta
vida es la vida eterna y es la condición para la resurrección (cf. Jn
6,53.58). No hay nada en el Evangelio tan claro, tan rotundo y tan
definitivo como estas afirmaciones de Jesús.
No siempre los católicos estamos a la altura de lo que merece la
Eucaristía: a veces se pretende “vivir” sin las condiciones de vida
señaladas por Jesús y, sin embargo, como ha escrito Juan Pablo II, «la
Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y
reducciones».
“Comer para vivir”: comer la carne del Hijo del hombre para vivir como
el Hijo del hombre. Este comer se llama “comunión”. Es un “comer”, y
decimos “comer” para que quede clara la necesidad de la asimilación, de
la identificación con Jesús. Se comulga para mantener la unión: para
pensar como Él, para hablar como Él, para amar como Él. A los cristianos
nos hacía falta la encíclica eucarística de Juan Pablo II, La Iglesia
vive de la Eucaristía. Es una encíclica apasionada: es “fuego” porque la
Eucaristía es ardiente.
«Vivamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer»
(Lc 22,15), decía Jesús al atardecer del Jueves Santo. Hemos de
recuperar el fervor eucarístico. Ninguna otra religión tiene una
iniciativa semejante. Es Dios que baja hasta el corazón del hombre para
establecer ahí una relación misteriosa de amor. Y desde ahí se construye
la Iglesia y se toma parte en el dinamismo apostólico y eclesial de la
Eucaristía.
Estamos tocando la entraña misma del misterio, como Tomás, que palpaba
las heridas de Cristo resucitado. Los cristianos tendremos que revisar
nuestra fidelidad al hecho eucarístico, tal como Cristo lo ha revelado y
la Iglesia nos lo propone. Y tenemos que volver a vivir la “ternura”
hacia la Eucaristía: genuflexiones pausadas y bien hechas, incremento
del número de comuniones espirituales... Y, a partir de la Eucaristía,
los hombres nos aparecerán sagrados, tal como son. Y les serviremos con
una renovada ternura.
Rev. D.
Àngel
CALDAS i Bosch
(Salt, Girona, España)
Adórote, devotamente, Dios escondido,
verdaderamente presente bajo estas apariencias.
A ti se rinde mi corazón
porque, al contemplarte, me entrego todo.
La vista, el gusto, el tacto no llegan
pero por el oído mi fe está segura.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios verdadero
nada más verdadero que la voz de la misma verdad.
En la cruz se escondía Dios.
Aquí se esconde también el Hombre
con todo, confieso mi fe en Dios-Hombre
Repito la confesión del buen ladrón.
No he podido, como Tomás, contemplar tus llagas
no obstante, confieso: Tú eres mi Dios,
dame la fe creciente en Tu verdad,
dame esperar en Ti, amarte a Ti.
Oh, memorial de la muerte del Señor
Pan vivo que vivífica a los hombres
dame vivir por Ti
dame gustar para siempre tu suavidad.
Santo Tomás de Aquino - Himno Eucarístico "Adorote devote"
Aquí se esconde también el Hombre
con todo, confieso mi fe en Dios-Hombre
Repito la confesión del buen ladrón.
No he podido, como Tomás, contemplar tus llagas
no obstante, confieso: Tú eres mi Dios,
dame la fe creciente en Tu verdad,
dame esperar en Ti, amarte a Ti.
Oh, memorial de la muerte del Señor
Pan vivo que vivífica a los hombres
dame vivir por Ti
dame gustar para siempre tu suavidad.
Santo Tomás de Aquino - Himno Eucarístico "Adorote devote"
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