Hay veces
que tenemos un día en que vemos todo negro, es decir, estamos inquietos,
turbados, melancólicos o enojados. Es entonces cuando tenemos que dejar que
pase la tormenta sin tomar decisiones apresuradas, porque en esos momentos no
tenemos suficiente luz para discernir y ver claro, y podemos equivocarnos
gravemente, con consecuencias serias para nosotros y para otros.
Es lo mismo
que sucede cuando uno va en la carretera y hay niebla. Debe ir despacio y no
cambiar de rumbo ni hacer maniobras bruscas. Y cuando la niebla se disipe,
entonces sí podremos tomar decisiones sobre la conveniencia de cambiar de
camino.
En estos
estados es frecuente que el demonio también tenga su parte, ya que él, como
todo cobarde, busca el momento en que estamos debilitados u ofuscados para
tentarnos y hacernos desviar del camino del bien.
Aprendamos
a soportarnos a nosotros mismos y a no perder la calma ni la paz en los días
difíciles de nuestra vida, esperando que llegue la luz a nuestra mente, cuando
todo mejore.
Hay que
saber que todo pasa, y los momentos de oscuridad se alternan con momentos de
luz. Así que esperemos con paciencia antes de dar giros bruscos en medio de la
oscuridad.
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo. Amén.
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