HIJO DE DAVID, HIJO DE ABRAHAM
Mt. 1,1-17
«De Josés, burros y Juanes, los hay en todos los hogares». Por eso,
para distinguirlos, se usa como motivo el nombre de las casas. Así, se
habla, por ejemplo: José, el de la casa de Filomena; José, el de la casa
de Soledad... De esta manera, una persona queda fácilmente
identificada. El problema es que uno queda marcado por la buena o mala
fama de sus antepasados. Es lo que sucede con el «Libro de la generación
de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» (Mt 1,1).
San Mateo nos está diciendo que Jesús es verdadero Hombre. Dicho de otro
modo, que Jesús —como todo hombre y como toda mujer que llega a este
mundo— no parte de cero, sino que trae ya tras de sí toda una historia.
Esto quiere decir que la Encarnación va en serio, que cuando Dios se
hace hombre, lo hace con todas las consecuencias. El Hijo de Dios, al
venir a este mundo, asume también un pasado familiar.
Rastreando los personajes de la lista, podemos apreciar que Jesús —por
lo que se refiere a su genealogía familiar— no presenta un “expediente
inmaculado”. Como escribió el Cardenal Nguyen van Thuan, «en este mundo,
si un pueblo escribe su historia oficial, hablará de su grandeza... Es
un caso único, admirable y espléndido encontrar un pueblo cuya historia
oficial no esconde los pecados de sus antepasados». Aparecen pecados
como el homicidio (David), la idolatría (Salomón) o la prostitución
(Rahab). Y junto con ello hay momentos de gracia y de fidelidad a Dios, y
sobre todo las figuras de José y María, «de la que nació Jesús, llamado
Cristo» (Mt 1,16).
En definitiva, la genealogía de Jesús nos ayuda a contemplar el misterio
que estamos próximos a celebrar: que Dios se hizo Hombre, verdadero
Hombre, que «habitó entre nosotros» (Jn 1,14).
Rev. D.
Vicenç
GUINOT i Gómez
(Sitges, Barcelona, España)
PAZ Y BIEN
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