«VENID A MÍ TODOS LOS QUE ESTÁIS FATIGADOS»
Mt. 11,28-30
Hoy, Jesús nos conduce al reposo en Dios. Él es, ciertamente, un Padre
exigente, porque nos ama y nos invita a darle todo, pero no es un
verdugo. Cuando nos exige algo es para hacernos crecer en su amor. El
único mandato es el de amar. Se puede sufrir por amor, pero también se
puede gozar y descansar por amor…
La docilidad a Dios libera y ensancha el corazón. Por eso, Jesús, que
nos invita a renunciar a nosotros mismos para tomar nuestra cruz y
seguirle, nos dice: «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,30).
Aunque en ocasiones nos cuesta obedecer la voluntad de Dios, cumplirla
con amor acaba por llenarnos de gozo: «Haz que vaya por la senda de tus
mandamientos, pues en ella me complazco» (Sal 119,35).
Me gustaría contar un hecho. A veces, cuando después de un día bastante
agotador me voy a dormir, percibo una ligera sensación interior que me
dice: —¿No entrarías un momento en la capilla para hacerme compañía?
Tras algunos instantes de desconcierto y resistencia, termino por
consentir y pasar unos momentos con Jesús. Después, me voy a dormir en
paz y tan contento, y al día siguiente no me despierto más cansado que
de costumbre.
No obstante, a veces me sucede lo contrario. Ante un problema grave que
me preocupa, me digo: —Esta noche rezaré durante una hora en la capilla
para que se resuelva. Y al dirigirme a dicha capilla, una voz me dice en
el fondo de mi corazón: —¿Sabes?, me complacería más que te fueras a
acostar inmediatamente y confiaras en mí; yo me ocupo de tu problema. Y
recordando mi feliz condición de "servidor inútil", me voy a dormir en
paz, abandonando todo en las manos del Señor…
Todo ello viene a decir que la voluntad de Dios está donde existe el
máximo amor, pero no forzosamente donde esté el máximo sufrimiento… ¡Hay
más amor en descansar gracias a la confianza que en angustiarse por la
inquietud!
P.
Jacques
PHILIPPE
(Cordes sur Ciel, Francia)
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