«VENDRÁN MUCHOS DE ORIENTE Y OCCIDENTE»
Mt. 8,5-11
Hoy, Cafarnaún es nuestra ciudad y nuestro pueblo, donde hay personas
enfermas, conocidas unas, anónimas otras, frecuentemente olvidadas a
causa del ritmo frenético que caracteriza a la vida actual: cargados de
trabajo, vamos corriendo sin parar y sin pensar en aquellos que, por
razón de su enfermedad o de otra circunstancia, quedan al margen y no
pueden seguir este ritmo. Sin embargo, Jesús nos dirá un día: «Cuanto
hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo
hicisteis» (Mt 25,40). El gran pensador Blaise Pascal recoge esta idea
cuando afirma que «Jesucristo, en sus fieles, se encuentra en la agonía
de Getsemaní hasta el final de los tiempos».
El centurión de Cafarnaún no se olvida de su criado postrado en el
lecho, porque lo ama. A pesar de ser más poderoso y de tener más
autoridad que su siervo, el centurión agradece todos sus años de
servicio y le tiene un gran aprecio. Por esto, movido por el amor, se
dirige a Jesús, y en la presencia del Salvador hace una extraordinaria
confesión de fe, recogida por la liturgia Eucarística: «Señor, yo no soy
digno de que entres en mi casa: di una sola palabra y mi criado quedará
curado» (cf. Mt 8,8). Esta confesión se fundamenta en la esperanza;
brota de la confianza puesta en Jesucristo, y a la vez también de su
sentimiento de indignidad personal, que le ayuda a reconocer su propia
pobreza.
Sólo nos podemos acercar a Jesucristo con una actitud humilde, como la
del centurión. Así podremos vivir la esperanza del Adviento: esperanza
de salvación y de vida, de reconciliación y de paz. Solamente puede
esperar aquel que reconoce su pobreza y es capaz de darse cuenta de que
el sentido de su vida no está en él mismo, sino en Dios, poniéndose en
las manos del Señor. Acerquémonos con confianza a Cristo y, a la vez,
hagamos nuestra la oración del centurión.
Rev. D.
Joaquim
MESEGUER García
(Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)
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