MI SALVADOR»
Lc. 1,46-56
Hoy, el Evangelio de la Misa nos presenta a nuestra consideración el
Magníficat, que María, llena de alegría, entonó en casa de su pariente
Elisabet, madre de Juan el Bautista. Las palabras de María nos traen
reminiscencias de otros cantos bíblicos que Ella conocía muy bien y que
había recitado y contemplado en tantas ocasiones. Pero ahora, en sus
labios, aquellas mismas palabras tienen un sentido mucho más profundo:
el espíritu de la Madre de Dios se transparenta tras ellas y nos
muestran la pureza de su corazón. Cada día, la Iglesia las hace suyas en
la Liturgia de las Horas cuando, rezando las Vísperas, dirige hacia el
cielo aquel mismo canto con que María se alegraba, bendecía y daba
gracias a Dios por todas sus bondades.
María se ha beneficiado de la gracia más extraordinaria que nunca ninguna otra mujer ha recibido y recibirá: ha sido elegida por Dios, entre todas las mujeres de la historia, para ser la Madre de aquel Mesías Redentor que la Humanidad estaba esperando desde hacía siglos. Es el honor más alto nunca concedido a una persona humana, y Ella lo recibe con una total sencillez y humildad, dándose cuenta de que todo es gracia, regalo, y que Ella es nada ante la inmensidad del poder y de la grandeza de Dios, que ha obrado maravillas en Ella (cf. Lc 1,49). Una gran lección de humildad para todos nosotros, hijos de Adán y herederos de una naturaleza humana marcada profundamente por aquel pecado original del que, día tras día, arrastramos las consecuencias.
Estamos llegando ya al final del tiempo de Adviento, un tiempo de conversión y de purificación. Hoy es María quien nos enseña el mejor camino. Meditar la oración de nuestra Madre —queriendo hacerla nuestra— nos ayudará a ser más humildes. Santa María nos ayudará si se lo pedimos con confianza.
Rev. D. Francesc PERARNAU i Cañellas (Girona, España)
María se ha beneficiado de la gracia más extraordinaria que nunca ninguna otra mujer ha recibido y recibirá: ha sido elegida por Dios, entre todas las mujeres de la historia, para ser la Madre de aquel Mesías Redentor que la Humanidad estaba esperando desde hacía siglos. Es el honor más alto nunca concedido a una persona humana, y Ella lo recibe con una total sencillez y humildad, dándose cuenta de que todo es gracia, regalo, y que Ella es nada ante la inmensidad del poder y de la grandeza de Dios, que ha obrado maravillas en Ella (cf. Lc 1,49). Una gran lección de humildad para todos nosotros, hijos de Adán y herederos de una naturaleza humana marcada profundamente por aquel pecado original del que, día tras día, arrastramos las consecuencias.
Estamos llegando ya al final del tiempo de Adviento, un tiempo de conversión y de purificación. Hoy es María quien nos enseña el mejor camino. Meditar la oración de nuestra Madre —queriendo hacerla nuestra— nos ayudará a ser más humildes. Santa María nos ayudará si se lo pedimos con confianza.
Rev. D. Francesc PERARNAU i Cañellas (Girona, España)
Sería, importante en estos últimos días antes de la Navidad, que nos preguntemos, ¿cuál es la imagen que tengo de Dios? ¿es nuestra imagen parecida a la que tenía María Santísima? Navidad debe ser para cada uno de nosotros la celebración de la inserción de Dios en nuestra propia historia. ¿Nuestra experiencia de Dios y su salvación podría llevarnos a expresarnos de él de la misma manera que lo hace María Santísima?
PAZ Y BIEN
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