“No quiero llorar”, dice mi bella amiga, “pero mi fe es chiquita y no puedo ver más allá de mi nariz…”
R. A. D.
Jesús esboza una sonrisa de ternura y toma en sus brazos a Cristina la sienta en sus piernas y le dice:
¿Por qué no has de llorar? ¿No soy tu Padre, tu amigo, tu Consuelo?
¿Cómo podrá el Espíritu Santo consolarte si no lloras y le dices lo que sientes?
Cristi se queda meditando un rato: -Es que acaso Él no lo sabes?
-¡Claro que lo sé!, dice Jesús acariciando los cabellos de la hermosa
criatura, hija de su amor a quien tanto ama–… No obstante, por bien
tuyo, necesitas venir a tu alcoba, encerrarte en intimidad y entre tú y
Yo…entregarme tus cargas… ¡todas!
Así como puedes decirle a una amiga terrenal lo que llevas en tu
corazón el peso de tu alma, puedes venir Conmigo y decírmelo así:
¡Me duele esta espera! ¡Me es tan difícil creer!
¡Cada vez veo a mi esposo más lejos de tu alcance! Y soltarte a llorar…
La fe que te pido es que creas que estoy a tu lado, que te amo, que soy tu amigo, que quiero enjugar tus lágrimas…
La fe que mueve montañas es tu corazón cercano al mío, porque quita
la religiosidad, el peso de hacerte creer que tienes que hacer obras
buenas para que yo te ame o te escuche.
Tu corazón cercano al mío mueve la montaña, el velo que nos separaba…
¡Te hace conocerme y hace que crezca tu confianza!!
Tu corazón cercano al mío, en esa intimidad donde puedas decirme todo lo que sientes, lo que piensas tus dudas, tus dolores:
Jesús… creo que no me escuchas
Jesús… ¡estarás enojado conmigo porque no creo!
Jesús… ¿en qué estoy fallando?
Ven, Cristi, le dice el Señor a su amada y la reposa en su pecho.
Las lágrimas de la dulce mujer comienzan a rodar y en poco tiempo está dejando que su llanto corra como un río…
Y es entonces cuando puede sentir claramente el calor del Padre Celestial… porque Él está cercano a los de corazón contrito y su Espíritu Santo comienza a moverse para sanar el corazón quebrantado…
Y la comunión entre Cristi y Jesús se hace más fuerte, ¡ahora lo conoce ella de una nueva manera!
Conoce su ternura y entiende que no necesita ser perfecta para ser amada y entrar con toda confianza al trono de la gracia para llorar, para reír para cantar, para ser escuchada…
Los guerreros fuertes son los que han sabido ser humildes para dejar
que les traten las heridas, para dejarse abrazar y seguir adelante.
David lloró con su pueblo hasta que no le quedaron fuerzas y el Señor lo fortaleció de nuevo… David se fortaleció en Él.
David no sintió vergüenza alguna en saltar y danzar delante del Padre…aunque las criadas lo veían y su esposa lo menospreció…
Y tampoco sintió vergüenza de llorar ante el Señor con todo el pueblo, con esos que en ese momento hablaban de apedrearle… ¡Y se fortaleció en el Señor!
Ésa es la intimidad, la comunión que el Padre busca con nosotros,
querida amiga. Quiere que estemos con Él en nuestros momentos altos y
también en los bajos. Para Él lo mismo son las tinieblas que la luz…
¡Él sabe encontrarnos y nos ama! Jamás nos pidió nada antes para
amarnos… Él nos amó primero… Así que… anda… ve a tu alcoba y allí, con
Él derrama tu corazón y llora, ríe, grita, reclama, calla, espera…
entrega…
Y entonces le conocerás de una nueva manera y tu corazón hallará calma.
¡Porque le entregaste tu yugo y a cambio te dará el suyo que es ligero y tendrá reposo tu alma!
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