Francisco piensa que entre los fieles podrían infiltrarse pecadores públicos no arrepentidos y él no quiere ser cómplice de su hipocresía. El caso de los políticos católicos que promueven el aborto. Y sabe que es una posición como la suya es vulnerable a críticas.
Fuente: Sandro Magister
Hay una particularidad, en las Misas
celebradas por el papa Francisco, que suscita interrogantes que hasta
ahora han quedado sin respuesta.
Al momento de la comunión, el papa Jorge Mario Bergoglio no la
administra personalmente sino que deja que sean otros los que den a los
fieles la Hostia consagrada. Se sienta y espera que termine la
distribución del sacramento.
Las excepciones son poquísimas. En las Misas solemnes, antes de
sentarse, el Papa da la comunión a quien lo asiste en el altar. Y en la
Misa del Jueves Santo pasado, en la cárcel de menores de Casal del
Marmo, quiso dar él la comunión a los jóvenes detenidos que se acercaron
a recibirla.
Desde que es Papa, Bergoglio no ha dado una explicación de este comportamiento suyo.
Pero hay una página de uno de sus libros del año 2010 que permite intuir los motivos que están en el origen del gesto.
El libro es el que recoge sus conversaciones con el rabino de Buenos Aires, Abraham Skorka.
Al final del capítulo dedicado a la oración, el entonces arzobispo dice:
“En su momento, David fue adúltero y
asesino intelectual y, sin embargo, lo veneramos como un santo porque
tuvo el coraje de decir ‘he pecado’. Se humilló ante Dios. Uno puede
hacer un desastre, pero también puede reconocerlo, cambiar de vida y
reparar lo que hizo. Es verdad que entre la feligresía hay gente que no
sólo ha matado intelectual o físicamente, sino que ha matado
indirectamente por el mal uso de los capitales, pagando sueldos
injustos. Por ahí forma parte de sociedades de beneficencia, pero no les
paga a sus empleados lo que les corresponde o los contrata ‘en negro’.
[…] A algunos les conocemos el currículum, sabemos que se hacen los
católicos pero tienen estas actitudes indecentes de las que no se
arrepienten. Por esa razón, en ciertas situaciones no doy la comunión,
me quedo detrás y la dan los ayudantes, porque no quiero que estas
personas se acerquen a mí para la foto. Uno podría negarle la comunión a
un pecador público que no se arrepintió, pero es muy difícil comprobar
esas cosas. Recibir la comunión significa recibir el cuerpo del Señor,
con la conciencia de que formamos una comunidad. Pero si un hombre, más
que unir al pueblo de Dios, sesgó la vida de muchísimas personas, no
puede comulgar: sería una contradicción total. Esos casos de hipocresía
espiritual se dan en mucha gente que se cobija en la Iglesia y no vive
según la justicia que pregona Dios. Tampoco demuestran arrepentimiento.
Es lo que vulgarmente decimos que llevan doble vida”.
Como se puede advertir, Bergoglio explicaba en el 2010 su abstenerse
de dar personalmente la comunión con un razonamiento muy práctico: “No
quiero que estas personas se acerquen a mí para la foto”.
Como pastor experimentado y buen jesuita, él sabía que entre quienes
se acercaban a recibir la comunión podía haber pecadores públicos no
arrepentidos, que por otro lado se proclamaban católicos. Sabía que en
ese punto habría sido difícil negarles el sacramento. Y sabía de los
efectos públicos que habría podido tener esa comunión, si se la recibía
de las manos del arzobispo de la capital argentina.
Se puede argumentar que Bergoglio advierte el mismo peligro como
Papa, inclusive más todavía. Y por eso adopta el mismo comportamiento
prudencial: “no doy la comunión, me quedo detrás y la dan los ayudantes”.
Los pecados públicos que Bergoglio ha presentado como ejemplo, en su conversación con el rabino, son la opresión del pobre y la negación del justo salario al obrero. Dos pecados tradicionalmente mencionados entre los cuatro que “claman venganza en presencia de Dios”.
Los pecados públicos que Bergoglio ha presentado como ejemplo, en su conversación con el rabino, son la opresión del pobre y la negación del justo salario al obrero. Dos pecados tradicionalmente mencionados entre los cuatro que “claman venganza en presencia de Dios”.
Pero el razonamiento es el mismo que en estos últimos años ha sido
aplicado por otros obispos a otro pecado: el apoyo público a las leyes
pro aborto por parte de políticos que se proclaman católicos.
Esta última controversia ha tenido su epicentro en Estados Unidos.
En el año 2004, el entonces cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, transmitió a la Conferencia
Episcopal estadounidense una nota con los “principios generales” sobre
la cuestión.
La Conferencia Episcopal decidió “aplicar” una y otra vez los
principios recordados por Ratzinger, exhortando “a cada uno de los
obispos que expresen juicios pastorales prudentes en las circunstancias
propias de cada caso”.
Desde Roma el cardenal Ratzinger aceptó esta solución y la definió “en armonía” con los principios generales de su nota.
En
realidad, los obispos de Estados Unidos no tienen una postura
unánime. Algunos, también entre los conservadores, como los cardenales
Francis George y Patrick O’Malley, son reacios a “hacer de la eucaristía
un campo de batalla política”.
Otros son más intransigentes. Cuando el católico Joe Biden fue elegido
vicepresidente de Barack Obama, el entonces obispo de Denver, Charles
J. Chaput, hoy en Filadelfía, dijo que el apoyo dado por Biden al
llamado “derecho” al aborto es una culpa pública grave y “en
consecuencia, por coherencia él se debería abstener de presentarse a
recibir la comunión”.
Es un hecho que el pasado 19 de marzo, en la Misa de inauguración del
pontificado de Francisco, el vicepresidente Biden y la presidente del
Partido Demócrata, Nancy Pelosi, también ella católica pro aborto,
formaron parte de la representación oficial de Estados Unidos.
Y ambos dos recibieron la comunión. Pero no de las manos del papa Bergoglio, quien estaba sentado detrás del altar.
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