¿QUÉ PASA CON LOS FANTASMAS? ¿ENCAJAN CON LA FE CATÓLICA?
Algunos podrían burlarse rápidamente de una idea tan
extravagante o supersticiosa. Pero la creencia en fantasmas parece haber
sido universal en todas las culturas humanas desde el comienzo de la
historia, y se basa, al menos en parte, en un sinnúmero de informes de
encuentros con ellos.
Fuentes: Standing of my Head, Paul Thigpen
Dada la especial significación que auténtico fenómeno fantasmal tendría para la teología, los católicos no deben descartar tan fácilmente la posibilidad.
Según el diccionario Webster, la palabra significa “el alma de una persona muerta, un espíritu sin cuerpo”.
Eso parece encajar con el uso popular del término, por lo que tendremos
que aceptarla como definición de trabajo. Debemos tener en cuenta,
entonces, que en la presente discusión, “fantasma” no se refiere a un
ángel o un demonio, un poltergeist o incluso un extraterrestre. Más
bien, es esa parte de un ser humano que no es corpórea (corporal), y que
ha sido separada del cuerpo en la muerte.
Con esta definición, los católicos deberían poder afirmar fácilmente
que realmente existen los fantasmas. Después de todo, es una parte
fundamental de la creencia católica de que el ser humano es una unión de
alma y cuerpo; que en la muerte, el alma y el cuerpo se separan; y que
después de la muerte, el cuerpo en general se desintegra, y el alma
sobrevive, a la espera del Juicio Final, cuando el cuerpo al fin se
levante y se reunirá con el alma.
Desde una perspectiva católica, entonces, no sólo a las almas en el
infierno y en el purgatorio, sino también a los santos en el cielo
pueden llamárseles fantasmas (con la excepción de Nuestra Señora, que no
es un espíritu sin cuerpo, porque su cuerpo fue asunto con su alma al
cielo). La pregunta para los católicos, entonces, no es si realmente
existen los fantasmas. Ellos existen. La cuestión más apremiante es si
las almas humanas sin cuerpo, en el tiempo presente antes del Juicio
Final, son capaces de manifestarse a los que siguen vivos en la tierra.
¿Pueden los muertos aparecer a los vivos? La Escritura muestra que
pueden. El ejemplo bíblico más claro de una aparición fantasmal es el
relato evangélico de la Transfiguración de Nuestro Señor en el monte,
cuando Moisés (que había muerto siglos antes) apareció a Jesús y tres de
sus apóstoles, conversando con él. (Ver Mt 17,1-3. No incluimos Elías
en este pasaje como un “fantasma”, porque la Escritura parece indicar
que él no había muerto, sino que su cuerpo fue tomado cuando dejó la
tierra. (Ver 2Re. 2,11-12).
En el Antiguo Testamento, un ejemplo de debate de un visitante
fantasmal es la del fallecido profeta Samuel, que apareció al rey Saúl
(ver 1Sam. 28,3-20). Algunos han llegado a la conclusión de que la
aparición era en realidad una falsificación diabólica, ya que tuvo lugar
por pedido de un nigromante (lo que hoy se llamaría un “canalizador”)
fuera de la ley por Dios. Sin embargo, como el propio texto de la
Escritura se refiere al espíritu repetidamente como Samuel, San Agustín y
otros intérpretes autorizados han insistido en que se trataba
efectivamente de su fantasma y no un demonio.
Si tenemos en cuenta las visitas fantasmales en sueños o visiones,
entonces también podemos citar la historia bíblica de Judas Macabeo. Él
tuvo una visión de Onías, sumo sacerdote fallecido, orando por los
judíos. (Esto es, por cierto, también un ejemplo bíblico de la
intercesión de los santos por los vivos). Onías fue seguido en la visión
por el fallecido profeta Jeremías, quien habló a Judas y le dio una
espada de oro (ver 2Mc. 15,11-16).
Más allá de los ejemplos en la Escritura, numerosos relatos de
apariciones fantasmales han llegado hasta nosotros en la tradición
católica desde los tiempos bíblicos. En el siglo VI el Papa San Gregorio
Magno, por ejemplo, relata varios de estos casos en sus
famosos Diálogos. Para Gregorio como San Agustín y otros doctores de la
Iglesia, las apariciones fantasmales, sin duda tenían su lugar en una
visión católica del mundo.
Según estos informes, a veces la figura fallecida que apareció fue un
santo reconocido. En otras ocasiones, la aparición era de un hombre
santo recientemente fallecido o una mujer que vino a ayudar a los
vivos. Todavía en otros cuentos, almas atormentadas, presumiblemente en
proceso purgatorio, llegan a pedir la ayuda de los que siguen en la
tierra.
Sin duda, muchas de estas historias pueden ser vistas como leyendas
piadosas o superstición, engaño o alucinación. Pero algunas de ellas son
difíciles de descartar. Los cuentos más convincentes vienen a nosotros
de múltiples testigos de carácter impecable, y que a menudo se remontan a
tiempos muy recientes, cuentos de primera mano sin posibilidad de
adiciones legendarias. Entre éstas habría alguna de las apariciones post
mortem conocidas de San Pío de Pietrelcina (Padre Pío, 1887-1968).
Una historia bien autentificada viene de San Juan Bosco
(1815-1888). Cuando seminarista, San Juan había acordado con un
compañero de estudios llamado Comollo que cualquiera de los dos que
muriera primero daría al otro alguna indicación sobre el estado de su
propia alma. Comollo murió 2 de abril 1839, y en la noche después del
funeral, llegó la “indicación”.
Junto con otros veinte estudiantes de teología que se reunieron en la
misma sala, Juan oyó de pronto un rugido poderoso y sostenido que
sacudió el edificio. Entonces vieron cómo la puerta se abrió
violentamente. Apareció una luz tenue con cambio de color, y se oyó una
voz clara: “Bosco, Bosco, Bosco, estoy salvado…”
“Durante mucho tiempo después que San Juan concluyó su rememoración, no había otro tema de conversación en el seminario.”
A finales del siglo XIX y XX, una serie de estudiosos católicos
respetados recogieron muchos testimonios fidedignos de fenómenos
fantasmales, obtenidos de testigos contemporáneos y oficiales de
policías y documentos médicos.
Intentaron colocar estos cuentos junto con informes de otros
fenómenos ocultos, dentro de un marco de la teología católica
tradicional (generalmente tomista) y los hallazgos de la psicología
moderna y la parapsicología. Tal vez los más conocidos de estos teólogos
investigadores fueron los sacerdotes jesuitas Herbert Thurston y FX
Schouppe, y el abad trapense Alois Wiesinger.
Surge un patrón en muchos de los relatos recogidos por estos
eruditos: cuando el difunto hace una aparición, a menudo viene ya sea
para ayudar a los vivos o para solicitar ayuda a los vivos. Pueden
solicitar, por ejemplo, que se digan oraciones y misas para ellos, o
pueden pedir que se destruyan algunos documentos de carácter
confidencial. A veces, un familiar fallecido de una persona en necesidad
de los sacramentos viene a informar a un sacerdote de la situación y le
mostrará donde se encuentra el necesitado.
Historias como éstas sugieren una respuesta a los desafíos comunes
planteados por los cristianos que son escépticos, que la posibilidad de
visitas fantasmales pudiera encajar en una perspectiva de fe. ¿Cómo, se
suelen preguntar, el muerto puede obtener el poder para visitar a los
vivos? San Agustín respondió simplemente: “A través de la orden secreta de Dios”. Sucede con el permiso de Dios y con el poder divino.
¿Y por qué Dios podría permitir la visita de fantasmas? Al parecer,
para llevar a cabo misiones espirituales para sí mismos o para otros.
Por eso, si alguna vez se encuentra con algún tipo de aparición, la
mejor cosa a hacer es orar por el alma y pedir misas para su reposo.
Por último, debemos destacar que la Iglesia siempre ha prohibido
cualquier intento de buscar la comunicación con los muertos a través de
medios tales como “canalizadores”, sesiones de espiritismo o tablas
Ouija. La razón es clara: estos intentos de “evocar a los muertos… encierran una voluntad de poder…, así como un deseo de conciliar los poderes ocultos” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2116).
Los peligros abundan aquí: los demonios, conocidos tradicionalmente
como “espíritus familiares”, pueden falsificar los espíritus de los
difuntos. Pueden beneficiarse de estas prácticas ocultas para manipular y
oprimir a la gente. En consecuencia, tenemos que tratar con mucha
precaución y discernimiento cualquier encuentro que tengamos con
fenómenos inexplicables. Apariciones fantasmales genuinas, no buscadas
por los vivos y permitidas por la gracia de Dios, parecen ser
extremadamente raras.
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