La víspera de la fiesta de Pascua,
como Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al
Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta
el fin (Jn 13, 1). Estas palabras solemnes de san Juan, que resuenan
con familiaridad en nuestros oídos, nos introducen en la intimidad del
Cenáculo.
¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? (Mc 14, 12),
habían preguntado los discípulos. Id a la ciudad —respondió el Señor— y
os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidle,
y allí donde entre decidle al dueño de la casa: «El Maestro dice:
"¿Dónde tengo la sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?"»
Y él os mostrará una habitación en el piso de arriba, grande, ya lista y
dispuesta. Preparádnosla allí (Mc 14, 13-15).
Conocemos los acontecimientos que sucedieron después, durante la Última
Cena del Señor con sus discípulos: la institución de la Eucaristía y de
los Apóstoles como sacerdotes de la Nueva Alianza; la discusión entre
ellos sobre quién se consideraba el mayor; el anuncio de la traición de
Judas, del abandono de los discípulos y de las negaciones de Pedro; la
enseñanza del mandamiento nuevo y el lavatorio de los pies; el discurso
de despedida y la oración sacerdotal de Jesús...
El Cenáculo sería ya digno de veneración solo por lo que ocurrió entre
sus paredes aquella noche, pero además allí el Señor resucitado se
apareció en dos ocasiones a los Apóstoles, que se habían escondido
dentro con las puertas cerradas por miedo a los judíos (Cfr. Jn 20,
19-29); la segunda vez, Tomás rectificó su incredulidad con un acto de
fe en la divinidad de Jesús: ¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20, 28). Los
Hechos de los Apóstoles nos han transmitido también que la Iglesia, en
sus orígenes, se reunía en el Cenáculo, donde vivían Pedro, Juan,
Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo y
Simón el Zelotes, y Judas el de Santiago. Todos ellos perseveraban
unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María, la madre
de Jesús, y sus hermanos (Hch 1, 13-14). El día de Pentecostés, en
aquella sala recibieron el Espíritu Santo, que les impulsó a ir y
predicar la buena nueva.
-P. Santiago-
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