La voluntad de Dios es que seamos santos
En el Antiguo Testamento Dios nos dice: “Sed
santos porque yo soy Santo”. Y en el Evangelio Jesús nos dice que seamos
perfectos como el Padre Celestial es perfecto. Esta es la medida de la santidad
que debemos alcanzar, la santidad de Dios, es decir, infinita.
Por supuesto que esto no se logra con las
solas fuerzas humanas, sino con la ayuda de la gracia de Dios que, obrando en
nosotros y con nosotros, nos lleva a las más altas cumbres de la santidad.
¿Y cómo llegaremos a ser semejantes en
santidad al mismo Dios? Porque Dios estará en nosotros, y se cumplirá aquello
de San Pablo: “Ya no soy yo quien vivo, sino que es Cristo quien vive en mí”.
También Jesús ha dicho que si lo amamos, el Padre también nos amará y vendrán y
harán morada en nosotros.
Entonces ¿es posible ser santo? No solo que
es posible, sino que tenemos la obligación de ser santos. Porque en la vida
espiritual no hay estancamientos, o se avanza o se retrocede, pero nunca uno
queda en el mismo lugar. Así que para no retroceder es necesario avanzar
siempre, de virtud en virtud, con humildad pero también con valentía, hasta
llegar a amar con toda el alma a Dios, que eso es la santidad.
Para construir una casa comenzamos por los
cimientos, luego las paredes, el techo, las puertas y ventanas, y todo lo
demás. También para ser santos tenemos que comenzar por reconocer nuestra nada,
y así cavar hondo para echar los cimientos, y esto se logra con la humildad.
Debemos convertirnos, hacer una buena confesión, tal vez general, y empezar a
luchar contra el pecado mortal. Luego seguiremos el combate con los pecados
leves y las imperfecciones, y también iremos tratando de adquirir las virtudes
y vencer los vicios.
Ya lo dice Job: “Es milicia la vida del hombre
sobre la tierra”, y si queremos ser santos, tenemos que prepararnos para la
lucha, porque el demonio no querrá eso. Él quisiera que ni pensemos en ser
santos, para que viviendo cada vez peor, al final nos precipitemos al Infierno
donde él espera torturarnos por toda la eternidad.
Abramos los ojos y quitemos el polvo de las
armas espirituales que hasta ahora casi no hemos utilizado, que son la oración,
la vigilancia, la penitencia, los sacramentos, los sacramentales y la Palabra
de Dios. Lancémonos a la conquista del Monte de la Santidad, que el Cielo que
nos espera merece que nos esforcemos en un duro combate.
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