«LA LEY Y LOS PROFETAS»
Mt. 22,34-40
El mandamiento más grande. Siguiendo los pasos de los saduceos que les
han precedido, los fariseos plantean de nuevo a Jesús una de las
cuestiones más candentes: el mandamiento más grande. Puesto que los
rabinos siempre evidenciaban la multiplicidad de las prescripciones
(248 mandamientos), plantean a Jesús la cuestión de cuál es el
mandamiento fundamental, aunque los mismos rabinos habían inventado una
verdadera casuística para reducirlos lo más posible: David cuenta once
(Sal 15,2-5), Isaías 6 seis (Is 33,15), Miqueas tres (Mi 6,8), Amós
dos (Am 5,4) y Abacuc sólo uno (Ab 2,4). Pero en la intención de los
fariseos, la cuestión va más allá de la pura casuística, pues se trata
de la misma existencia de las prescripciones. Jesús, al contestar, ata
juntos el amor de Dios y el amor del prójimo, hasta fusionarlos en uno
solo, pero sin renunciar a dar la prioridad al primero, al cual
subordina estrechamente el segundo. Es más, todas las prescripciones de
la ley, llegaban a 613, están en relación con este único mandamiento:
toda la ley encuentra su significado y fundamento en el mandamiento del
amor. Jesús lleva a cabo un proceso de simplificación de todos los
preceptos de la ley: el que pone en práctica el único mandamiento del
amor no sólo está en sintonía con la ley, sino también con los profetas
(v.40). Sin embargo, la novedad de la respuesta no está tanto en el
contenido material como en su realización: el amor a Dios y al prójimo
hallan su propio contexto y solidez definitiva en Jesús. Hay que decir
que el amor a Dios y al prójimo, mostrado y realizado de cualquier modo
en su persona, pone al hombre en una situación de amor ante Dios y
ante los demás. El doble único mandamiento, el amor a Dios y al
prójimo, se convierte en columnas de soporte, no sólo de las
Escrituras, sino también de la vida del cristiano.
-Lectio-
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