EL AGUJERO EN LA MANGA
La
vergüenza positiva y el sentido del humor están relacionados
Cuento Suizo-Anónimo
El muchacho de quien hemos de contar ahora tenía un gran agujero en
la manga. Esto le daba tanta vergüenza, que en la escuela no le era
posible prestar en absoluto atención a las explicaciones del maestro.
Su madre no podía remendárselo; trabajaba en casa de gente extraña.
En su apuro se dirigió el chiquillo a las muchachas y les dijo:
- ¿Quién quiere zurcirme mi juboncillo?
Pero las muchachas, ocupadas en jugar al escondite, no tenían tiempo
para ello.
Entonces se dirigió el muchacho a las mujeres y les dijo:
- ¿Quién quiere zurcirme mi juboncillo?
Pero las mujeres tenían que lavar los platos, y así le contestaron.
- ¡Vuelve mañana!
Pero el muchacho no se atrevió a ir de nuevo a la escuela con el agujero
en la manga. Se ocultó, detrás de la escuela, y se encaminó presuroso
al bosque. Miró hacia el tierno follaje de primavera y preguntó al cielo
azul:
- ¿Quién me zurcirá mi juboncillo?
Entonces, ante sus narices, descendi6 una araña a lo largo de un hilo.
El muchacho recordó, al verla, una cancioncilla que le habían enseñado
en la escuela:
¡Oh araña de larga patita!
Es tu hilo como seda finita.
Es tu hilo como seda finita.
Ligero, añadió a la canción:
Zúrceme tú, araña, por favor el agujero de mi jubón, para que yo, ¡ay, pobre de mí! pueda a la escuela asistir.
La araña se deslizó por su hilo hasta el chiquillo y contempló
con atención el gran agujero de la manga. Ágilmente corrió de un lado a
otro y anudó, de arriba abajo, firmemente, los hilos. Luego corrió en
círculo alrededor del agujero, cien veces quizás, y no cesó de enlazar
hilo con hilo, hasta que todo el agujero quedó oculto por ellos,
magníficamente entrelazados.
- ¿Cuánto tiempo durará el zurcido? preguntó el chiquillo.
La araña no pudo darle ninguna respuesta; pero el cuclillo pasó volando
sobre la cabeza del muchacho y cantó repetidamente:
- ¡Cu-cú! ¡cu-cú! ¡cu-cú!
- ¿Tres años? – exclamó gozoso el chiquillo -. ¡Qué alegre estoy!
Se encaminó presuroso a la escuela y llegó todavía a tiempo de dar la
lección.
¡Qué maravillosamente podía ahora atender!
Ni una sola palabra
del maestro se dejaba perder el chiquillo; pues, no teniendo ya ningún
agujero en la manga, tampoco tenía ya por qué avergonzarse.
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