Loplanto y Locomo eran dos jóvenes aprendices de mago que se
prepararon durante años para cargar sus varitas en la misteriosa fuente
de la magia. Cuando estuvieron listos, viajaron por el mar hasta la isla
de los mil desiertos, atravesaron sus infinitas dunas de arena,
escalaron la gran montaña de roca y por fin encontraron la fuente. Pero
la fuente estaba seca. Tan seca, que solo pudieron llenar sus varitas
con una minúscula gotita de magia. Y al agotar la magia de la fuente, la
isla se transformó en un inmenso desierto que nadie podría atravesar.
Solo quedaron dos pequeños oasis, tan pequeños y distantes, que Loplanto
y Locomo decidieron separarse para tener alguna posibilidad de
sobrevivir cada uno en su minúsculo oasis.
La vida se hizo entonces durísima para los dos. Aunque el oasis les
proporcionaba agua de sobra, su única comida eran los dátiles de las
pocas palmeras que habían crecido junto al agua. Y aunque agitaban sus
varitas tratando de conseguir comida, tenían tan poca magia que nunca
pasaba nada.
Hasta que varias semanas después, al agitar su varita, Locomo vio ante sí un enorme y apetitoso tomate.
- Vaya ¡Qué suerte la mía! Si me lo como ahora me alegrará el día.
Y aquel fue el mejor día de Locomo desde que vivía en el oasis.
Algo parecido le pasó a Loplanto a los pocos días, cuando su varita le regaló una pequeña patata.
- Vaya ¡Qué suerte la mía! Si la planto y la cuido me alegrará muchos días.
Y aquel día Loplanto tuvo la misma hambre que todos los anteriores, y
además tuvo que trabajar para preparar la tierra y sembrar la patata.
Algún tiempo después la varita regaló a Locomo un pajarillo cantarín y regordete.
- Vaya ¡Qué suerte la mía! Si me lo como ahora me alegrará el día.
Y la abundante carne del pajarillo le supo tan rica que aquel se convirtió en su mejor día en el oasis.
También la varita de Loplanto hizo surgir por aquellos días un pajarillo cantarín y flacucho.
- Vaya ¡Qué suerte la mía! Si lo alimento y lo cuido me alegrará muchos días.
Y aquel día y muchos otros Loplanto compartió con el pajarillo su
poca comida, para conseguir que el pajarillo volviera y le despertara
cada día con sus bellos cantos.
Los dos jóvenes siguieron recibiendo nuevos y pequeños regalos de sus
varitas cada cierto tiempo. Locomo los usaba al momento para conseguir
un día especial, mientras que Loplanto aguantaba el hambre y el
cansancio, esforzándose por convertir cada regalo en algo que pudiera
serle útil durante más tiempo. Así, no tardó en conseguir un pequeño
huerto cuyos frutos también compartía con cada vez más animales de los
que consiguía ayuda, comida y compañía. Llegó a estar tan a gusto y
cómodo, y a tener tantas cosas, que por fin se atrevió a ir a buscar a
Locomo para intentar cruzar el desierto y escapar de allí.
Sin embargo, Locomo no quiso saber nada de él. Al oír cómo había
conseguido Loplanto tantas cosas, y pensar que él podía haber hecho lo
mismo, se llenó de rabia y de envidia. Entonces, convencido de que todo
era culpa de la poca magia que tenía su varita, cambió las varitas en un
descuido y luego, impaciente por probar su nueva varita, echó a su
antiguo amigo de allí. Pero aquella varita era aún menos mágica que la
que ya tenía, y el envidioso e impaciente mago quedó encerrado durante
años y años en su oasis, incapaz de hacer nada para salir de allí.
Loplanto abandonó el oasis de Locomo decidido a cruzar el desierto.
Pero apenas llevaba unas horas de viaje, cuando se levantó un fuerte
viento que arrastró a su amigo el pajarillo. El mago corrió tras él para
salvarlo, pero el viento creció hasta convertirse en un tornado que
aspiró al pajarillo, al mago y a todas sus cosas, levantándolos por los
aires. Volaron y volaron durante tantas horas que cruzaron el desierto y
atravesaron el mar. Finalmente, el viento perdió fuerza y Loplanto
aterrizó suavemente en un valle verde y tranquilo, junto a una bella
fuente. Entonces, el pájaro tomó en su pico la varita de Loplanto y la
llevó hasta la fuente.
El joven mago sintió al momento cómo su varita y él mismo se llenaban
de la magia más pura y de la sabiduría más profunda. Y descubrió que
aquella era la verdadera fuente de la magia, y el pajarillo su fiel
guardián, cuya principal misión era reservar tanto poder solo para
aquellos con la suficiente sabiduría, paciencia y voluntad como para
conseguir grandes cosas con una minúscula gotita de magia.
P.P.S.
Pr. 14,17 El que es impulsivo actúa sin pensar;
el que es reflexivo mantiene la calma.
Pr. 14,19 Ser paciente es muestra de mucha inteligencia;
ser impaciente es muestra de gran estupidez.
Pr. 15,18 El hombre impulsivo provoca peleas;
el paciente las apacigua.
Pr. 19,11 La prudencia consiste en refrenar el enojo,
y la honra, en pasar por alto la ofensa.
Pr. 29,22 El que es violento e impulsivo,
provoca peleas y comete muchos errores
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BENDECIDO FIN DE SEMANA
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