¿PERDISTE UN SER QUERIDO?
¿Qué hacer con quien sufre la pérdida de un ser querido? ¿Cómo podemos ayudarle?
Generalmente se escriben consejos sobre como una persona en
duelo debe manejarlo y recuperarse, pero hay pocos consejos sobre cómo
los prójimos se deben comportar para acompañar al doliente.
Fuente: Gina Campalans
La personas en duelo tienen tendencia en muchos casos al aislamiento,
por eso es conveniente saber ofrecerles ayuda y anticiparse a sus
necesidades. Conviene mantener el contacto a lo largo del tiempo, y no
limitarlos sólo a las primeras semanas. Son preferibles las visitas
cortas y frecuentes, que las prolongadas y distantes.
Cuando se acompaña, no siempre es necesario hablar. La compañía en
silencioes es mejor que la soledad. Un abrazo a tiempo puede ser la
mejor de las medicinas. Por ello lo mejor en esos momentos es
simplemente estar. Sujetar una mano… acariciar una mejilla… oprimir un
hombro y ofrecer todo el apoyo que creamos necesario tanto física,
emocional como espiritualmente. No nos mantengamos alejados por no saber
qué decir o hacer. Nuestra sola presencia puede infundirles ánimos.
Adoptar un aire reposado y calmarles con palabras cariñosas y gestos
suaves. Admitir con tolerancia las posibles manifestaciones de rabia,
ira, llanto o cualquier otro brote de sentimientos y emociones
contradictorios.
Recalcar las veces que sean necesarias que es normal que se sientan
en ese estado de confusión, insistiendo en que no se están volviendo
“locos” y que todos esos sentimientos por extraños y virulentos que
sean, son totalmente normales ante la situación que están viviendo.
Es muy importante para el doliente que sienta que comparten su dolor.
Hay que favorecer que expresen libremente sus sentimientos y estar
solícitos para escuchar. La escucha es esencial y una buena forma de
aliviar su pena. Puede que necesiten hablar mucho de su ser querido, de
cómo sucedió el accidente o la enfermedad, qué pasó antes o qué siente
por ello. Por el contrario hay personas a las que les cuesta hablar y
expresar lo que sienten. Lo mejor es liberarles de que se sientan
obligados a “comportarse” de un modo determinado. No presionarlos para
que dejen de llorar, todo lo contrario, permitir su llanto. Ser
pacientes y comprensivos. No pensar que la persona que acompaña y
escucha tiene que ocultar sus sentimientos para que no les afecte a
ellos, ¡es muy sanador, para ambos, llorar con los que lloran! “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran”. (Rm. 12,15).
Muchas personas agradecen muchísimo oír hablar a los amigos y
familiares de las cualidades y formas de ser únicas del fallecido y por
las que sentían gran cariño.
No digamos: “Se cómo te sientes”… ¿De verdad lo sabemos?…
¿Cómo comprender, por ejemplo, lo que sienten unos padres cuando muere
un hijo si no se ha experimentado esa misma pérdida? o bien… ¿cómo
entender a una mujer que acaba de perder a su esposo y con él su
proyecto de vida? Y aun si lo hemos experimentado, debemos tener en
cuenta que no todo el mundo reacciona exactamente igual.
Frases como: “La vida sigue”…”Dios lo ha querido así”… “Tienes
otros hijos, marido, etc.”… “Eres joven, podrás tener otros hijos”… “Ya
ha dejado de sufrir”… “Está en un lugar mejor”… “Es mejor que haya sido
así”, suelen provocar más dolor, desconcierto y hasta rabia e
indignación. Evitemos pronunciarlas. Si no sabemos qué decir, es mejor
no decir nada. Que sientan que hay alguien preocupado y ocupado de ellos
y de sus familias.
Los primeros días: ¿Hay que realizar ciertas gestiones? ¿Se precisa
que alguien cuide de los niños? ¿Se tienen que hacer las tareas de la
casa? ¿Las compras? ¿Necesitan alojamiento los amigos y parientes que
han llegado de fuera? ¿Hay que ir a recogerles al Aeropuerto? Las
personas que acaban de perder a un ser querido suelen estar tan
aturdidas que ni siquiera saben lo que ellas han de hacer, por lo que
difícilmente podrán decir a los demás en qué les pueden ayudar. Por lo
tanto no esperemos a que nos lo pidan; ¡Tomemos la iniciativa!
Semanas, meses y tiempo después. En meses y años siguientes, las
personas que han experimentado la pérdida pueden sentir mucha angustia
cuando llegan aniversarios como bodas, cumpleaños, el del fallecimiento,
etc. Se puede marcar en la agenda estas fechas para ponernos en
contacto y así darles apoyo moral, si lo necesitan.
No hay que atosigarles con consejos o exigirles que tomen decisiones
inmediatas ante asuntos tan importantes como el cambio de domicilio, la
venta de la vivienda, el reparto de bienes y objetos personales, cambiar
de ocupación, ciudad o trabajo, etc., etc. Todo esto debe de irse
solucionando poco a poco, ¡habrá tiempo para ello! Se les puede ayudar
diciéndoles que no tengan prisa en tomar decisiones.
Es preferible en vez de decir: “ven a casa cuando quieras”, concretar
el día y la hora de la invitación. No rendirse enseguida si rechazan la
invitación.
Con frecuencia se pasa por alto el valor de una carta de pésame.
Personas que han pasado por una pérdida importante, han comentado que
les ayudó mucho recibir alguna tarjeta o carta/email de amigos y
familiares, ya que podían leerla y releerla.
Muchas personas están ávidas de hablar, de relacionarse, de contar
sus problemas, de comunicarse, pero no siempre encuentran a un
interlocutor que les preste la debida atención. Si escuchas
pacientemente tarde o temprano te mostrarán lo que les aflige de verdad.
Para escuchar hay que saber respetar los silencios, no tener prisa,
permanecer tranquilos y permitir que la persona siga expresando sus
sentimientos y emociones sin interrumpirla. De vez en cuando conviene
hacer alguna pregunta para que pueda percibir que estamos entendiendo su
situación.
Si vislumbran por tu parte un interés excesivo se pueden asustar de
lo que están contando. Probablemente era algo personal, quizás no se lo
habían contado a nadie anteriormente y sin saber por qué, te lo están
contando a ti. Te están abriendo su corazón, están exponiendo sus
problemas más íntimos por que han hallado el ambiente idóneo para
hacerlo. Crear ese ambiente, esa intimidad, es vital para obtener la
información necesaria que nos permitirá ayudar de forma eficaz.
Algo fundamental a la hora de escuchar mientras alguien nos abre su
corazón, es compartir nosotros también, algo que le muestre a la otra
persona que confiamos en ella, es decir, que la intimidad no sea solo
unidireccional, sino que ella pueda percibir que es digna de confianza y
que nosotros comprendemos su lucha, crisis de fe, sufrimiento, temores,
inquietudes, inseguridades, etc., ya que nosotros mismos también
estuvimos en algún momento ahí, en el mismo lugar en el que ella se
encuentra.
A nuestro alrededor, dentro y fuera de la Iglesia, hay muchas
personas que están clamando en silencio para que alguien se detenga y se
dé cuenta de su dolor, para que alguien se interese por la difícil
situación que están atravesando y a la que no ven una salida, para que
alguien las abrace y les diga: “tranquilo, no estás solo, estaré a tu lado mientras dure tu sufrimiento, puedes llorar sobre mi hombro”,
y si estuviéramos atentos y fuéramos sensibles las reconoceríamos, pero
en general, todos estamos tan ocupados en nuestros asuntos que no
tenemos tiempo para nada más.
Quizás es el momento de volver a escuchar estas palabras: Después
oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por
nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. (Is. 6,8)
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