Había una vez un niño que tenía dos pequeños muñecos muy traviesos.
Un día, los muñecos vieron una preciosa caja de cerillas en la cocina,
y fueron a cogerlas, a pesar de que sabían que no era un juguete y que
podían ser peligrosas.
Los dos muñequitos aprovecharon un despiste del
niño para coger rápidamente una cerilla y esconderse en el coche en el
que viajaban siempre con el niño.
Luego el niño salió al patio con el coche,
pero una vez allí, un extremo de la cerilla salío por la ventanilla,
rozó la piedra y se encendió, y el coche se puso a arder.
Afortunadamente, la mamá del niño estaba cerca y pudo apagar el fuego rápidamente,
pero no pudo salvar una parte del coche y de los muñecos, que
resultaron quemados y reblandecidos hasta fundirse, de forma que los
muñecos ya nunca más pudieron salir del coche. El niño se llevó un susto enorme, y comprendió por qué su mamá no le dejaba jugar con las cerillas y otras cosas.
Y allí quedaron atrapados aquellos muñecos para siempre, y cuando ven que el niño va a hacer algo peligroso, se ponen a llamar la atención para que al verles, recuerde el gran susto de la cerilla.
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