Grado 1: Opera omnia 6
Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en
misericordia; ¿quién, que haya empezado a
gustar, por poco que sea, la dulzura de tu dominio paternal, dejará
de servirte con todo el corazón? ¿Qué es, Señor, lo que mandas a tus
siervos? Cargad –nos dices– con mi yugo. ¿Y cómo
es este yugo tuyo? Mi yugo –añades– es llevadero y mi
carga ligera. ¿Quién no llevará de buena gana un yugo que no
oprime, sino que halaga, y una carga que no pesa, sino que da nueva
fuerza? Con razón añades: Y encontraréis vuestro descanso.
¿Y cuál es este yugo tuyo que no fatiga, sino que da reposo? Por
supuesto aquel mandamiento, el primero y el más grande: Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón. ¿Que más fácil, más
suave, más dulce que amar la bondad, la belleza y el amor, todo lo
cual eres tú, Señor, Dios mío?
¿Acaso no prometes además un premio a los que
guardan tus mandamientos, más preciosos que el oro fino, más dulces
que la miel de un panal? Por cierto que sí, y un premio grandioso,
como dice Santiago: La corona de la vida que el Señor ha prometido a
los que lo aman. ¿Y qué es esta corona de la vida? Un bien superior
a cuanto podamos pensar o desear, como dice san Pablo, citando al
profeta Isaías: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede
pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.
En verdad es muy grande el premio que proporciona
la observancia de tus mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el
primero y el más grande, es provechoso para el hombre que lo cumple,
no para Dios que lo impone, sino que también los demás mandamientos
de Dios perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen,
lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz. Por esto, si
juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria
de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin,
que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si
llegas a este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un
desdichado.
Por consiguiente, debes considerar como realmente
bueno lo que te lleva a tu fin, y como realmente malo lo que te
aparta del mismo. Para el auténtico sabio, lo próspero y lo adverso,
la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, los honores y los
desprecios, la vida y la muerte son cosas que, de por sí, no son ni
deseables ni aborrecibles. Si contribuyen a la gloria de Dios y a tu
felicidad eterna, son cosas buenas y deseables; de lo contrario, son
malas y aborrecibles.
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