La
ballena Lola era grande, muy grande, y solitaria, muy solitaria. Hacía años que no quería saber nada de nadie,
y cada vez se le notaba más tristona. En cuanto alguno trataba de acercarse y
animarla, Lola le daba la espalda.
Muchos pensaban que era la ballena más desagradable
del mundo y dejaron de hacerle caso,
a pesar de que la vieja Turga, una tortuga marina de más de cien años, contaba
que siempre fue una ballena buena y bondadosa.
Un día, Dido, un joven delfín,
escuchó aquella historia, y decidió
seguir a Lola secretamente. La descubrió golpeándose la boca contra las
rocas, arriesgándose frente a las grandes olas en la costa y comiendo arena en
el fondo del mar. Nadie lo sabía, pero
Lola tenía un mal aliento terrible porque un pez había quedado atrapado en su
boca, y esto la avergonzaba tanto que no se atrevía a hablar con nadie.
Cuando
Dido se dio cuenta de aquello, le ofreció su ayuda, pero Lola no quería apestarle con su mal aliento ni que nadie se
enterara.
-
No quiero que piensen que tengo mal aliento -decía Lola.
-
¿Por eso llevas apartada de todos tanto tiempo? -respondió Dido, sin poder
creerlo.-
Pues
ahora no piensan que tengas mal aliento; ahora piensan que eres desagradable,
aburrida y desagradecida, y que odias a todos. ¿Crees que es mejor así?
Entonces
Lola comprendió que su orgullo, su exagerada timidez, y el no dejarse ayudar, le habían creado un problema todavía mayor.
Arrepentida, pidió ayuda a Dido para deshacerse de los restos del pez, y volvió
a hablar con todos. Pero tuvo que hacer un gran esfuerzo para ser aceptada de
nuevo por sus amigos, y decidió que
nunca más dejaría de pedir ayuda si de verdad la necesitaba, por muy mal
que estuviese.
P.
P. S.
Debemos aprender a ser suficientemente humildes para pedir ayuda para resolver aquellos problemas que superar nuestra capacidad
Pr. 8,13 Quien teme al Señor aborrece lo malo; yo aborrezco el orgullo y la arrogancia, la mala conducta
y el lenguaje perverso.
Sa. 10,4 El malvado levanta insolente la nariz,
y no da lugar a Dios en sus pensamientos.
Mt. 5,3 «Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece.»
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