OBRA MAESTRA DE
LA TRINIDAD
Confidencias
de Jesús a un Sacerdote
P. Ottavio Michelini
Hijo mío,
escribe:
Te he dicho ya
cómo quiero a mis sacerdotes aunque me he limitado a las cosas principales.
Ahora quisiera
hacerte comprender cómo al sacerdote sensible y atento a las llamadas de la
gracia, lo quiero plasmar, naturalmente no sin su consentimiento.
A veces me
basta con que no ponga obstáculos a la obra de mi cincel, obra que no sólo
enriquece al sacerdote de méritos y de virtudes, sino que lo hace una obra
maestra de la divina Trinidad.
De él se
deleita el Padre, de él se goza el Espíritu Santo, quien se servirá de sus
labios para manifestar la sabiduría que irradiará luz en las almas.
De él está
contento su Jesús, que hará de él una cascada de gracias que penetrará las
almas con las que esté en contacto.
De él Jesús
hará otro Sí mismo, que pasará por el mundo atrayendo hacia sí con la fuerza de
la oración, con la potencia del sufrimiento. Como Yo, triunfará en las
humillaciones y en las incomprensiones de aquellos que lo rodean.
Hijo, el
sacerdote que Yo quiero debe estar atento a mis palabras. El sacerdote que Yo
quiero debe estar atento hacia Mí en la donación de todo él mismo a Mí y a los
hermanos, como Yo me he dado todo al Padre y todo a vosotros.
El sacerdote,
según mi ejemplo, debe ser el hombre de la oración.
Árido desierto
Hijo mío ¡qué
vuelco de situación en mi Iglesia! No se reza o se reza mal, es una oración
material.
Por esto no hay
más vocaciones. Cómo podría Yo suscitar vocaciones para hacer de ellos no
sacerdotes, sino servidores de Satanás, porque ésta es la realidad; muchos
sacerdotes en vez de ser mis ministros se han puesto al servicio del Demonio.
Mis verdaderos
sacerdotes saben bien que a la oración se le debe dedicar un tiempo
considerable; es solamente con la oración y con el sufrimiento, hoy aborrecido,
con lo que el sacerdote se vuelve fuerte por la misma fortaleza mía.
El sacerdote
que quiero Yo, vive de fe. Es imposible que un sacerdote no sea el hombre de la
fe.
¿Pero crees tú
que tuviesen fe los que me han abandonado para correr tras los fatuos placeres
del mundo? ¿Crees tú que tienen una gran fe todos los que han quedado? No, por
desgracia...
¡Qué horrorosa
aflicción, qué árido desierto ha creado el Enemigo en mi Iglesia!
El sacerdote
que Yo quiero, el sacerdote de la Iglesia purificada para una nueva vida, debe
tener en sí, también el fuego del amor. ¿No he venido a la tierra para encender
el fuego y qué quiero sino que el fuego arda y se inflame hasta crear un gran
incendio? Sin embargo los corazones de algunos pastores y de muchos sacerdotes
están hinchados de soberbia y por lo tanto de egoísmo.
El verdadero
sacerdote me anhela día y noche a Mí, como el ciervo sediento anhela aguas
frescas y limpias.
¿Crees tú que
me buscan tantos sacerdotes de esta generación? No, hijo mío, desean el coche,
sueñan con el matrimonio, aman los salones, los lugares públicos, algunos
incluso los cafés, aman las películas hasta inmorales, se pegan a la
televisión.
Algunos tienen
corazón para todas las vanidades y comodidades, menos para su Dios. En vez de
¡Dios sobre todas las cosas! ¡Todas las cosas sobre Dios!...
No tienen el valor
¿Y los Obispos?
Algunos de ellos duermen. Si saben, no tienen el valor de echar mano a la
segur, y entonces buscan nuevos medios, nuevos caminos. Nuevos caminos no
existen, como tampoco existen otros medios fuera de los indicados por Mí,
frutos de mi Redención.
Los Obispos, en
nombre de la prudencia, continúan cometiendo imprudencias. ¡Cuántas han
cometido, con daño gravísimo para las almas y para la Iglesia a la que han sido
llamados a presidir!
En nombre de la
prudencia duermen porque, en muchos casos, son los miedosos que fingen un amor
y un cuidado que no tienen, y una paternidad que, en no pocos casos, no es
sincera.
Hay quien obra
por cálculo; pero el amor no hace cálculos, el amor marcha en otra dirección,
el amor todo lo supera, todo lo vence y no se pierde en tonterías. El amor es
fuego que arde, que quema, que no se detiene.
Lean bien a San
Pablo sobre este punto y muchos de ellos deberán admitir que marchan por un
camino opuesto, o casi, al indicado por el Apóstol.
Te he dicho, en
mensajes anteriores, que Yo quiero a mis sacerdotes santos; ahora te he
especificado mejor lo que el sacerdote debe y lo que no debe ser para llegar a
ser santo.
Te bendigo,
hijo mío. Reza y sufre por la conversión de los sacerdotes.
OREMOS POR LA PAZ EN NUESTROS CORAZONES
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