Lo que
hemos aprendido después de tantos años de espera es que la tristeza no es la
expresión de que nadie nos quiera, sino el impacto negativo de no quererse uno
mismo; en la adolescencia y en la mayoría de edad, la tristeza es el resultado
de odiarse a sí mismo sin saberlo, y no la falta de cariño de los demás.
Estamos tristes y sin ganas de hablar porque los demás no comprenden lo que nos
pasa por dentro, no entienden nada de lo que queremos decir; cuando les decimos
algo es para acosarlos, intimidarlos, asustarlos y reprocharles, en definitiva,
que no nos entienden, no nos quieren y que en el fondo nos odian o desprecian.
Lo que
hemos descubierto es, sencillamente, que el origen de nuestra tristeza no es el
odio de los demás, sino el desprecio de uno mismo; no nos queremos nada, nos
despreciamos; eso es lo que nos pasa. La gran suerte es que ahora hemos
descubierto el motivo de esos sentimientos autodestructivos.
Cuántas veces nos hemos sentido tristes o perdidos… sabemos que nos
hemos ido apartando del camino de Dios y queremos regresar… pero no
encontramos cómo emprender ese viaje de vuelta… de eso nos habla esta
hermosa alabanza… escuchémosla y pongámonos en marcha, nuestro Padre nos
espera con sus brazos abiertos…
San. 2,2-4 "Hermanos
mios, tened por sumo gozo cuando os halleis en diversas pruebas,
sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la
paciencia su obra completa, para que seais perfectos y cabales, sin que
os falte cosa alguna."
DIOS CON VOSOTROS
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