LA LUJURIA
Dios
bendijo al hombre y a la mujer con atracción mutua. Mientras ambos
viven bajo el amor de Dios, sus corazones buscan el amor divino que es
ordenado hacia darse buscando ante todo el bien del otro. El placer
entonces es algo bueno pero muy inferior. En
comunión con Dios se ama verdaderamente y se
respeta a la otra persona como hijo o hija de Dios y no se le tiene
como objeto de placer. En el orden de Dios se puede reconocer la
necesidad de la castidad
para que el amor sea protegido. Es necesario entonces
conocer y obedecer el sentido que Dios ha dado a la sexualidad.
Pero el
pecado desordenó la atracción entre hombre y mujer de manera que el
deseo carnal tiende a separarse de propósito divino y a dominar la
mente y el corazón. La lujuria crece cuanto mas nos buscamos a
nosotros mismos y nos olvidamos de Dios. De esta manera lo inferior
(el deseo carnal) domina a lo superior (el corazón que fue creado para
amar).
Cuando la lujuria no se rechaza con diligencia, el sujeto cae presa de
sus propios deseos que terminan por dominarle y envilecerle.
La lujuria
se vence cuando guardamos la mente pura (lo cual requiere guardarse de
miradas, revistas, etc. que incitan a la lujuria) y dedicamos toda
nuestra energía a servir a Dios y al prójimo según nuestra vocación.
Si nos tomamos
en serio nuestra vida en Cristo podremos comprender el gravísimo daño
que la lujuria ocasiona y, aunque seamos tentados estaremos dispuestos
a luchar y sufrir para liberarnos. Un ejemplo es San Francisco, quien
al ser tentado con lujuria se arrojó a unos espinos. Así logró vencer
la tentación.
P. Jordi Rivero
P. Jordi Rivero
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