martes, 29 de junio de 2010

LA MUERTE DESDE LA FE EN LA RESURRECCION...

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LA MUERTE DESDE LA FE EN LA RESURRECCIÓN
Por: José María Diez-Alegría
 1911-1999
Nacido en Gijón el 22 de octubre de 1911. Había sido jesuita, teólogo, uno de los pensadores religiosos más influyentes de España en el siglo XX. En el Diccionario de Pensadores Cristianos, había escrito esta semblanza: 
 
Dada mi provecta edad (tengo 88 años cumplidos ) y dado que vivo (hoy por hoy, Dios me la conserve) con una gran paz ante la perspectiva de la muerte, que no puede estar muy lejana para mí, y cuya realidad no eludo, sino que la tengo presente todos los días, me parece que lo mejor será no escribir un artículo teórico sobre "la muerte desde la fe en la resurrección, sino más bien intentar una reflexión fenomenológico-existencial sobre lo que para mí es mi (ya próxima) muerte, desde mi fe en la resurrección. Por tanto no pretendo dar una receta que cualquier otro se pueda encasquetar, como si fuera un traje hecho, sino ofrezco una humilde vivencia mía, que trato de explicar a los demás. con la esperanza de que pueda serles de alguna ayuda, para lograr ellos mismos una vivencia personal positiva (propia suya) ante la indeclinable perspectiva. concreta y realísima, de nuestra mortalidad.

Hablo desde mi fe en la resurrección y, por tanto, primariamente a los que tienen una fe en la resurrección, pero quizá mis confidencias puedan prestar alguna ayuda a quienes no creen en la resurrección ni en un "más allá" de esta vida para cada uno de nosotros. Porque yo tengo una fe profunda (a la vez que humilde y temblorosa), pero no una seguridad fanática de la “Resurrección" en general, y menos aún de mi propia resurrección.

Trataré, pues, de explicar cómo vivo yo (creyente en Jesús de Nazaret y en el Dios en que él creía y a quien llamaba “Padre querido”) cómo vivo yo -repito- la cercanía de mí muerte, ante la que no quiero cerrar los ojos.

Y, en primer lugar, quiero decir que creo en la resurrección de Jesús de Nazaret con mucha mayor fuerza y firmeza de lo que creo en mi propia (futura) resurrección. Y además me parece que soy sincero cuando digo (y creo experimentar) que la resurrección de Jesús me importa mucho más que mi propia resurrección. Tengo en esta última una humilde y modesta esperanza que me da paz y gozo, pero no un afán angustioso de que tenga lugar.

Una perspectiva de la muerte como desarparición del yo autoconsciente, que se extinguiría plácidamente, como una gota de agua que cae en el río y desaparece anegada en el agua del río, no me angustia como le angustiaba locamente al bueno y admirable Don Miguel de Unamuno.
Me gusta mucho un pequeño y admirable poema del poeta Manuel Machado:

Morir, dormir ...
-Hijo, para descansar
es necesario dormir,
no pensar,
no sentir,
no soñar,
-Madre, para descansar, 
morir.

La muerte como descanso (sueño profundo sin sueños) no me parece de ningún modo un horror a mí, que he vivido una vida tan larga y con tantas cosas positivas, de las que me acuerdo mucho más que de las cosas desagradables. Estas, desde la altura de mis años, las contemplo bastante difuminadamente y con una tranquila benevolencia. Quizá a esta especie de apacible optimismo contribuya que (por lo menos desde hace muchos años) he afrontado la vida sin tener pretensiones (algo que recomendaba en una de sus últimas cartas el gran cristiano luterano Dietrich Bonhoeffer). 

Por tanto yo (pobre hombre, tan lejano de la espiritualidad seráfica de Francisco de Asís) me siento muy cerca de él en mi modo de contemplar mi próxima muerte. Cuando estaba ya muy cercano a este trance cantó él su salmodia deliciosa en la incipiente lengua italiana: “Laudato si, Missignore, per sora nostra morte corporal, de la_qualle nullu homo vivente po skappare" (Alabado seáis, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar). Nada de tétrico esqueleto con guadaña. Para mí la muerte es una hermana.

Es más, pretender que nuestra vida humana corporal y temporal fuera indefinida (un tiempo sin fin) sería horroroso. Aquí podríamos acudir a la sabiduría del bíblico Qohelet (Eclesiastés): "Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol: tiempo de nacer y tiempo de morir" (3,1-2).

Pero lo que plantea un problema, desde este punto de vista, son los que mueren sin haber tenido una vida mínimamente digna de este nombre. Y aquí es muy importante recordar el modo como en la Biblia surge aquella fe en la resurrección, de la que en vida de Jesús participaron él y sus discípulos.

Durante la mayor parte de los siglos en que se va escribiendo la Biblia (que los cristianos llamamos Antiguo Testamento), los judíos no tuvieron la perspectiva de una vida más allá de la muerte, en que el ser humano podría alcanzar una plenitud nueva y definitiva.

Los judíos compartían con otros pueblos la idea de una “morada de los muertos” donde éstos tenían una existencia fantasmal, que no resolvía ninguno de los problemas que hubieran quedado sin solución en la vida presente.

Pero no tenían ningún afán angustioso de inmortalidad. Para ellos, morir en paz después de una vida buena y colmada de frutos, es decir, de bendiciones de Dios, se concebía como algo natural, deseable y que pertenecía también al don de Dios. Así, en el contexto de una manifestación a Abraham, en que Yahweh (Dios) le revela la elección que ha hecho de é1 y la alianza que establece con él, hablándole de su descendencia que sería numerosa como las estrellas del cielo, le dice: “Tú, en tanto vendrás en paz con tus padres, serás sepultado en buena ancianidad” (Gen 15,15).

No tenían el exacerbado individualismo y la actitud posesiva con que muchas veces el hombre moderno dice “yo no quiero perder mi vida”, considerando a ésta como una posesión, que no se quiere soltar.

E1 israelita tenía un sentido de sus límites individuales y una vivencia profundísima de su dimensión social: familia (descendencia), pueblo. Por eso, después de cumplir su tarea (y muy especialmente para ellos, de haber visto sus hijos y sus nietos), la muerte no era, un problema, sino el término de una función, la culminación de una realización, que para él terminaba en paz, pero continuaba en sus descendientes y en su pueblo.

Yo creo que sería bueno para las mujeres y los hombres de nuestro tiempo, creyentes y no creyentes, cristianos y no cristianos, reconquistar esta serenidad, esta modestia, este sentido no solipsista, sino comunitario, ampliando la solidaridad de progenie y de pueblo con la de universalidad humana.

Deberíamos, pues, reconquistar esa serenidad ante la muerte del antiguo Israel.

Pero lo que a los hebreos bíblicos les plantea problema es la muerte prematura e impensada, sobre todo la muerte de los justos a manos de los impíos, de los pequeños a manos de los poderosos opresores, como acción de éstos y fruto de la organización impía e injusta de la sociedad. Esto está expresado con fuerza incontenible en el Qohelet (Eclesiastés), sin ver solución al problema, pero sin renegar de Dios, a pesar de la rotundidad de las apelaciones de Job. Este incluso, en medio de su perplejidad parece vislumbrar en un texto oscuro (19,25), alguna posibilidad más allá de la muerte.

En el seno de este tema inquietante donde, hacia la época del libro de Daniel (entre 167 y 164 antes de JC.), surge la perspectiva (confianza, fe) de la resurrección de los justos, porque Dios lucha por ellos y con ellos, y el triunfo de los impíos no puede ser definitivo. Esta fe aparece expresada con vigor en el segundo libro de los Macabeos (7,9.11.14.23.29.36) y, un siglo más tarde, en el libro de la Sabiduría (1,16-2,20), escrito en un ambiente cultural helénico y con una antropología de cuño platónico (no semítico).

En este fondo de fe en la resurrecci6n, como revancha de Dios en favor de los pobres e inocentes injustamente oprimidos, surge nuestra fe en la resurreci6n de Jesús y en la resurrección de los asesinados por causa de la justicia (Mt. 5,10-12; Lc. 6, 20-22).

Jesús es el prototipo (en mi fe) del pobre y el justo inicuamente atropellado. Por eso mi fe en su resurrección es de máxima firmeza. Y, en segundo lugar, la de los pobres oprimidos que no han tenido nada en esta vida (pienso aquí en la parábola de Lázaro y el rico, y en lo que en ella le dice a éste el padre Abraham: ”Lázaro en vida recibió desgracias y ahora es consolado”, Lc. 16,25). Y también, en tercer lugar, la de aquellos que se identifican vitalmente con los pobres, como dice con frase certera el obispo brasileño (nacido en Cataluña) Pedro Casaldáliga (Cfr. Mt. 25, 31-40).

Lo que yo en cambio no creo es que haya una resurrección o pervivencia para un castigo dolorosísimo y eterno, de que serían víctimas aquellos que hayan sido “condenados’ en el juicio de Dios. Esta idea de la condenación eterna de la que tanto se ha abusado en la tradición cristiana para aterrorizar a los fieles e inducirlos así (con muy escasos resultados) a que no pequen, creo yo que es lo que ha creado entre nosotros el horror visceral a la muerte, y el intento infantiloide de excluirla de nuestro horizonte existencial, siendo así que es el único dato enteramente cierto de nuestro porvenir en este mundo.

Pienso que la creencia en el “infierno eterno” no pertenece a la sustancia de la fe cristiana.

Es verdad que en los evangelios se habla de fuego y castigo eterno (Mt 25,41.46), de abismo de fuego (Mt5,22; 18, 19) y de fuego que no se apaga (Mc 9, 43). Estas expresiones podrían remontarse al mismo Jesús. Responden a un modo de hablar apocalíptico, propio de la época, y su imaginería es simbólica. Significan la ruina y desastre total.

Pero ¿hay alguien que incurra en esa perdición total?
En todo caso, parece que no se puede pensar en que Dios 'castiga' a los impíos (se venga de ellos) con una “acción" vindicativa eterna (¡haciendo un milagro para atormentar!). En esto parecen estar ya de acuerdo todos los teólogos cristianos (frente a los tremendismos de antaño).

Pero algunos, a base de que el ser humano tendría un alma espiritual, inmortal por naturaleza, sugieren que Dios no hace nada, sino que el juego de la naturaleza y libertad del hombre haría que el alma del que muere con una opción radical de rechazo del bien verdadero quedaría cristalizada de manera definitiva en lo que es su mal y su frustración absoluta.

Esta explicación (ya en sí llena de problemas) supone un tipo de antropología metafísica que no tiene nada que ver con la fe, y que resulta cada vez menos sostenible frente a los datos científicos. Yo pienso que no hay una sustancia espiritual en el ser humano, que sea naturalmente inmortal. Esto fue un postulado filosófico, tomado del platonismo. La fe cristiana no espera la inmortalidad del alma, sino la misteriosa resurrección (reconstrucción) del ser humano, por una acci6n inmediata y radicalmente fundante de Dios. Una "nueva creación".

Por eso, bastantes teólogos de los que piensan que hay que admitir el riesgo de perdición final de los llamados a optar por o contra Jesús (por aquello o contra aquello que Jesús representa), para explicar esto, escogen hoy otro camino. La "perdición" no sería permanencia eterna en un estado de frustración radical. La "condenación" consistiría en no tener parte en la resurrección con Jesucristo. No siendo el ser humano naturalmente inmortal (es el supuesto), si ha rechazado uno a Jesús radicalmente (de modo explícito o tácticamente equivalente: los valores del Reino que él proclamó), éste queda entregado a su. temporalidad finita.. Se disuelve, acaba en la muerte. Si en vida hubiera hecho el bien (al prójimo, especialmente a los pobres, necesitados, oprimidos...), su acabamiento en la muerte no sería "frustración", porque su existencia limitada habría estado llena de sentido. Pero Dios, por el Espíritu, le dará la resurrección con Jesucristo. Pero si su vida ha estado vacía de buenas obras, y termina en la nada, su existencia, es un fracaso deplorable (con algo de “absoluto”, irreparable), pero no una permanencia eterna en la contracción dolorosa de sentirse frustrado. Esta explicación teológica (según el excelente teólogo Andrés Tornos) no encuentra dificultades bíblicas insalvables. 

En el Nuevo Testamento, la resurrección con Cristo de los que son suyos se presenta de modo muy distinto a como aparece la resurrección de los impíos, para ser juzgados. La afirmación de la primera respondería a una experiencia fundamental de fe. Los otros textos se mueven mucho más en la tradición del lenguaje de la apocalíptica judía, y se pueden y deben interpretar de manera fluida y oscilante, como corresponde al género literario a que pertenecen.

Un documento tardío del Nuevo Testamento, que llamamos primera carta a Timoteo, contiene esta hermosa exhortación: “Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todas las personas humanas. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los seres humanos se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad"(l Tim 2,1.3-4).

A mí me parece que no es contrario a mi fe mantener, como los grandes teólogos orientales Orígenes (siglo III) y Gregorio de Nisa (siglo IV), en actitud de humildad y religioso respeto a la magnitud del misterio del Amor divino, la apertura a una esperanza sin medida.

Después de todo lo dicho, reafirmo que mi fe en la resurrección se refiere con máxima firmeza y con íntimo gozo a Jesús. Se refiere también con fuerza a los pobres y marginados injustamente oprimidos. Abarca a los que han tenido una identificación vital y efectiva con la causa de éstos. Por otra parte, no desespero definitivamente de la posibilidad de salvación de nadie.
Pero para mí mismo ¿hasta qué punto espero la resurrecci6n?¿Con qué firmeza la espero?.

Me parece que con sincera firmeza. Desde hace mucho tiempo, empiezo el día pronunciando dos admirables versos de los salmos bíblicos: “¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?”( 42,3b).”Yo al despertar me saciaré de tu semblante” ( 17,15b). Pero la esperanza serenamente firme que tengo es humilde y muy ajena a cualquier tipo de exigencia o de afán perentorio. Pienso que Dios ya me ha dado de sobra y yo, en cambio, he sido muy poquita cosa en mi empeño por la causa del Reinado de Dios que Jesús anunció. Aunque me parece que he procurado sinceramente orientar mi vida en ese sentido. Y estoy contento de ello y de haber vivido en el amor y confianza del Dios Padre de quien Jesús nos habló y a quien él de alguna manera me ha hecho sentir tan dulce e íntimamente.

A mí me parece que si mi subjetualidad autoconsciente (mi personeidad humana) desapareciese, como la gota de agua en la corriente del gran río, yo seguiría presente en la mente y en el corazón de Dios. Ya sé que éste es un lenguaje radicalmente analógico, en que apenas capto lo que digo. Pero algo vislumbro, algo “me dice” esto a mí. Y lo siento con un gozo profundo.

Esto me lleva a formularme una última cuestión. 

¿Qué me cabe a mí esperar cuando digo “creo en mi resurrección”? 

Desde luego la resurrección no es que el muerto se levante para seguir viviendo en el espacio y en el tiempo cósmicos. Más bien la entrevemos como salida del espacio-tiempo y entrada en la eternidad (viviente y dinámica) de Dios.

San Pablo mismo se pregunta: “¿cómo resucitan los muertos?, ¿con qué cuerpo salen?”( 1 Cor l5,35). E indica que el cuerpo resucitado es algo completamente distinto del cuerpo cósmico (cuerpo psíquico): es un cuerpo espiritual ( 1Cor15,44). “La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios" (1 Cor 15,50). La existencia del resucitado será real en una identidad con la vida de Dios, un modo de ser inimaginable para nosotros. Entonces “Dios será todo en todas” (1 Cor 15,28).

Este "panenteísmo" al que apunta balbucientemente San Pablo, nos orienta a algo completamente distinto de la resurrección por la que ansiaba agónicamente Unamuno, para que siguiera su yo (aunque las vivencias unamunianas son complejas y no se reducen a este aspecto). Más bien nuestra vida de resucitados consistirá en salir yo de "mi yo". A esto apuntan los grandes y más auténticos místicos, como San Juan de la Cruz:

"¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
dejando ya mi casa sosegada."

Yo pienso que el vislumbre cristiano de la resurrección conserva el sujeto personal más de aquello a lo que apuntan las intuiciones místicas orientales (tan dignas de aprecio). Pero también los místicos cristianos apuntan a un retorno a Dios, en que sigue existiendo un sujeto, pero fuera de sí. Jesús nos enseñó que amarás a tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus_fuerzas y amarás al prójimo como a ti mismo son los mayores mandamientos (Mc. 12,29-31). Jesús nos introduce aquí en un misterio.

¿Es posible en esta vida terrena de la persona humana realizar completamente lo que postula este doble precepto?

El filósofo griego Aristóteles, por ejemplo, pensaba que no. Dios (Motor Inmóvil) no puede amar. Tampoco el hombre puede amar a Dios, porque entre ellos hay demasiada distancia y no puede haber amistad. Y respecto al prójimo tampoco cabría amarlo como a sí mismo. Para Aristóteles el fin último del deseo humano es el bien propio de cada uno. Por eso le parece inadmisible que alguien pueda desear de hecho el bien de otra persona por amor a ella misma. El hombre bueno hará muchas cosas por el bien de sus amigos; pero cualquier sacrificio que haga en dinero, en honor y aun en la vida misma, en último término será por su bien propio; lo hará porque prefiere un breve período de placer intenso a un largo tiempo de disfrute modesto; elige ejecutar una acción grande y excelente en vez de muchas pequeñas; en último término lo hace por el bien suyo; pero es laudable porque elige lo que es excelente a costa de todo lo demás. Esto pensaba el filósofo griego. Hay una nobleza en esta concepción, pero el pensamiento (y, sobre todo el “sentimiento") cristiano se mueve en otra órbita.

No sólo los grandes místicos, sino muchos cristianos (especialmente los humildes) viven verdaderamente el "amor filial" a Dios. Y respecto al amor al prójimo, yo estoy convencido de que (entre los cristianos y entre los no cristianos) hay afectos y actos de amor al prójimo (incluso dando la vida) que no se reducen en último término a un egoísmo nobilísimo, sino a una "comunión” amorosa verdaderamente desinteresada.Pero, dicho esto, también me parece que los dos máximos mandamientos propuestos por Jesús son no una "norma" que deba cumplirse. Si no más bien una meta hacia la que queremos caminar incesantemente (y yo creo imposible hacerlo sin el influjo del Espíritu Santo, que no es monopolio de los cristianos). Porque efectivamente un amor de amistad de verdad gratuito es difícil para el ser humano en esta vida mortal. Es más, una especie de deseo desenfrenado de llegar a la perfección del “puro amor” ha podido llevar a cavilaciones insanas. a turbios masoquismos o, por el otro extremo, a pasividades deshumanizantes o engañosas.

Mientras estamos en esta vida, en el amor sincero de amistad (en el inefable referido a Dios y en el "interpersonal" humano, tampoco exento de misterio) hay, precisamente una nostalgia de que quedara abatido el muro del "yo", que todavía lo separa de la total identidad con el "tú" (humano) y con el Tú divino. Cuando San Pablo dice que en la resurrección Dios lo será todo en todo, alude a la caída de ese muro aislante de nuestra "individualidad" ¿Cómo será esto, sin que yo desaparezca? No lo sabemos. No cabe hoy por hoy, como dice San Pablo, ni en nuestra comprensión ni en nuestra imaginación.

Yo deseo llegar a vivir eso, pero es tan misterioso, que mi deseo es humilde y trémulo, no ardiente y ansioso.
Sobre la base de esta esperanza, y a la vez lúcidamente consciente de la magnitud del misterio de la resurrección, no me acerco a la muerte con la tranquilidad banal de quien va a cambiarse de casa, sino con el temor y temblor de quien se enfrenta a un abismo, que presumo luminoso, pero que me resulta impenetrable.

La muerte es para mí como un acantilado cortado a pico sobre el océano. Hay que tirarse con los ojos cerrados. 

¿Qué hay abajo?

¿Está (para mi espiritualidad personal) la nada, que es olvido bien hecho y descanso eterno? Esto pensaba Epicuro, que era un filósofo griego profundamente humano, con una ética ajena al libertinaje, limitada, pero llena de buen sentido.

¿Está el Dios del perdón y del amor misericordioso, en que todo amor humano digno de este nombre se encontrará sublimado? Yo espero que sí con una fe firme, pero a la vez muy humilde y exenta de presunción.

En último termino mí actitud ante la muerte es la de ponerme una vez más a cierra ojos en las manos de Dios. Ojalá pueda mantenerla al final de mi vida con la misma paz que siento en este momento. Espero en Dios.

Quiero terminar estas "confesiones" con dos poemas, uno de Manuel Machado y otro de San Juan de la Cruz. El primero más agnóstico. El segundo profundamente místico.

Los dos me resultan a mí significativos. Pero más el segundo. Para San Juan de la Cruz expresaba una experiencia vivida. Para mí es una expectación humilde, misteriosa y serena, profundamente sentida.

A. Machado:
Ocaso
Era un suspiro lánguido y sonoro
la voz del mar aquella tarde ... el día,
no queriendo morir, con garras de oro
de los acantilados se prendía.

Pero su seno el mar alzó potente,
y el sol, al fin, como en soberbio lecho,
hundió en las olas la dorada frente,
en una brasa cárdena deshecho.

Para mi pobre cuerpo dolorido,
para mí triste alma lacerada,
para mí yerto corazón herido,
para mi amarga vida fatigada
¡el mar amado, el mar apetecido,
el mar el mar, y no pensar en nada! ...

Juan de la Cruz:

Canciones del alma que se goza de haber llegado a la unión con Dios por el camino de la negación espiritual.

En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
(¡oh dichosa ventura!)
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada. 5

A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
(¡oh dichosa ventura!)
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada. 10

En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz ni guía
sino la que en el corazón ardía. 15

Aquésta me guïaba
más cierta que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía. 20

¡Oh noche que me guiaste!,
¡oh noche amable más que el alborada!,
¡oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada! 25

En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba. 30

El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía. 35

Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado. 

-José María Díez Alegría.-

 Fuente: Pikasa.-

SAN PABLO...

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San Pablo, ApÓSTOL
Año 67


Pablo, fervoroso Apóstol, un favor te pedimos al recordar tu fiesta de cada año: suplícale a Dios que te imitemos en tu inmenso amor a Jesucristo y en tu deseo impresionante de salvar almas.  Que cada uno de nosotros pueda repetir aquella tu frase famosa: "Me desgasto y me desgastaré por el bien de las almas y por el Reino de Cristo Jesús".

Las información que tenemos acerca de la vida de este gran apóstol están contenidas en "Los Hechos de los Apóstoles" (Al final de la S. Biblia) y en las cartas del santo. Son verdaderamente interesantes.

Nació en la ciudad de Tarso, en el Asia Menor, quizás unos diez años después del nacimiento de Jesucristo. Su primer nombre era Saulo. Era de familia de judíos, de la tribu de Benjamín y de la secta de los fariseos. Fue educado en toda la rigidez de las doctrinas de los fariseos, y aprendió muy bien el idioma griego que era el que en ese entonces hablaban las gentes cultas de Europa. Esto le será después sumamente útil en su predicación.

De joven fue a Jerusalén a especializarse en los libros sagrados como discípulo del rabino más famoso de su tiempo, el sabio Gamaliel. Durante la vida pública de Jesús no estuvo Saulo en Palestina, por eso no lo conoció personalmente.

Después de la muerte de Jesús, volvió nuestro hombre a Jerusalén y se encontró con que los seguidores de Jesús se habían extendido mucho y emprendió con muchos otros judíos una feroz persecución contra los cristianos. Al primero que mataron fue al diácono San Esteban y mientras los demás lo apedreaban, Saulo les cuidaba sus vestidos, demostrando así que estaba de acuerdo con este asesinato. Pero Esteban murió rezando por sus perseguidores y obtuvo pronto la conversión de este terrible enemigo.

Saulo salió para Damasco con órdenes de los jefes de los sacerdotes judíos para apresar y llevar a Jerusalén a los seguidores de Jesús. Pero por el camino una luz deslumbrante lo derribó del caballo y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo ¿por qué me persigues?". Él preguntó: "¿Quién eres tú?- y la voz le respondió: "Yo soy Jesús el que tú persigues". Pablo añadió: "¿Señor, qué quieres que yo haga?" y Jesús le ordenó que fuera a Damasco y que allá le indicaría lo que tenía que hacer. Desde ese momento quedó ciego y así estuvo por tres días. Y allá en Damasco un discípulo de Jesús lo instruyó y lo bautizó, y entonces volvió a recobrar la vista. Desde ese momento dejó de ser fariseo y empezó a ser apóstol cristiano.

Después se fue a Arabia y allá estuvo tres años meditando, rezando e instruyéndose en la doctrina cristiana.

Vuelto a Damasco empezó a enseñar en las Sinagogas que Jesucristo es el Redentor del mundo. Entonces los judíos dispusieron asesinarlo y tuvieron los discípulos que descolgarlo por la noche en un canasto por las murallas de la ciudad. Muchas veces tendrá que salir huyendo de diversos sitios, pero nadie logrará que deje de hablar a favor de Cristo Jesús y de su doctrina.

Llegó a Jerusalén y allá se puso también a predicar acerca de Cristo, pero los judíos decidieron matarlo. Entonces los cristianos lo sacaron a escondidas de la ciudad y lo llevaron a Cesarea. De allí pasó a Tarso, su ciudad natal, y allá estuvo varios años.

Y un día llegó a Tarso en su busca su gran amigo, San Bernabé, y se lo llevó a la populoso ciudad de Antioquía a que le ayudara a predicar. Y en esa ciudad estuvo predicando durante un año, hasta que en una reunión del culto por inspiración divina, fueron consagrados sacerdotes Saulo y Bernabé, para ser enviados a misionar.

San Pablo hizo cuatro grandes viajes que se han hecho famosos. El primero ya lo narramos en la historia de San Bernabé su compañero (en el 11 de junio). En ese viaje cambió su nombre de Saulo por el de Pablo, en honor de su primer gran convertido, el gobernador de Chipre, que se llamaba Sergio Pablo.

El segundo viaje lo hizo de los años 49 al 52. En este recorrido ya es menos impulsivo que en el viaje anterior y encuentra menos reacciones violentas, pero estas no faltan y bastante graves. Visita las comunidades o iglesias que fundó en el primer viaje y se propone seguir misionando por el Asia Menor pero un mensaje del cielo se lo impide y le manda que pase a Europa a misionar. Se encuentra con dos valiosos colaboradores: el evangelista San Lucas (a quien llama "médico amadísimo") y Timoteo, que será su más fiel secretario y servidor, y a quien escribirá después dos cartas que se han hecho famosas.

La primera ciudad europea que visitó fue Filipos (en sueños oyó que un habitante de Filipos le suplicaba: "Ven a ayudarnos"). Allí le sacó el demonio a una muchacha que hacía adivinaciones y al acabárseles el negocio de los que cobraban por cada adivinación, estos arremetieron contra Pablo y su compañero Silas y les hicieron dar una feroz paliza. Pero en la cárcel a donde los llevaron, lograron convertir y bautizar al carcelero y a toda su familia. Pablo guardó siempre un gran cariño hacia los habitantes de Filipos y a ellos dirigió después una de sus más afectuosas cartas, la Epístola a los Filipenses.

Después pasó a la ciudad de Atenas, que era la más famosa en cuanto cultura y filosofía. Allá predicó un sermón en el Aerópago, y aunque muchos se rieron porque hablaba de que Cristo había resucitado, sin embargo logró convertir a Dionisio el aeropágita, a Dámaris y a varias personas más.

Enseguida pasó a Corinto, que era un puerto de gran movimiento de gentes. Allí estuvo predicando durante un año y seis meses y logró convertir gran cantidad de gentes. Más tarde dirigirá a sus habitantes sus dos célebres cartas a los Corintios. De allí salió a hacer su cuarta visita a Jerusalén.

Su tercer viaje lo hizo del año 53 al 56. En este viaje lo más notable fue que en la ciudad de Efeso en la cual estuvo por bastantes meses, Pablo logró que muchas personas empezaran a darse cuenta de que la diosa Diana que ellos adoraban era un simple ídolo, y dejaron de rendirle culto. Entonces los fabricantes de estatuillas de Diana al ver que se arruinaba el negocio, promovieron un gran tumulto en contra del Apóstol. De Éfeso partió Pablo hacia Jerusalén a llevar a los cristianos pobres de esa ciudad el producto de una colecta que había promovido entre las ciudades que había evangelizado. Por todas partes se iba despidiendo, anunciando a sus discípulos que el Espíritu Santo le comunicaba que en Jerusalén le iban a suceder hechos graves, y que por eso probablemente no lo volverían a ver. Esto causaba profunda emoción y lágrimas en sus seguidores que tanto lo estimaban. En su quinto viaje a Jerusalén, los judíos promovieron contra él un espantoso tumulto y estuvieron a punto de lincharlo. A duras penas lograron los soldados del ejército romano sacarlo con vida de entre la multitud enfurecida. Entonces cuarenta judíos juraron que no comerían ni beberían mientras no lograran matar a Pablo. Al saber la hermana de él esta grave noticia, mandó un sobrino a que se la contara. Entonces Pablo avisó al comandante del ejército, y de noche, en medio de un batallón de caballería y otro de infantería, lo sacaron de Jerusalén y lo llevaron a Cesarea. Allá estuvo preso por dos años, pero permitían que sus discípulos fueran a visitarlo.

Al darse cuenta Pablo de que los judíos pedían que lo llevaran a Jerusalén para juzgarlo (para poder matarlo por el camino), pidió ser juzgado en Roma, y el gobernante aceptó su petición. Y en un barco comercial fue enviado, custodiado por 40 soldados. Y sucedió que en la travesía estalló una espantosa tormenta y el barco se hundió. Pero Jesucristo le anunció a Pablo que por el amor que le tenía a su muy estimado Apóstol no permitiría que ninguno de los viajeros del barco se ahogase. Y así sucedió. Lograron llegar a la Isla de Creta y allí salvaron sus vidas del naufragio.

Al fin llegaron a Roma, donde esperaban a Pablo con gran entusiasmo los cristianos. En esa ciudad capital estuvo por dos años preso (casa por cárcel) con un centinela en la puerta. Y los cristianos y los judíos iban frecuentemente a charlar con él, y aprovechaba toda ocasión que se le presentara para hablar de Cristo y conseguirle más y más seguidores.

Cuando estalló la persecución de Nerón, éste mandó matar al gran Apóstol, cortándole la cabeza. Dicen que sucedió el martirio en el sitio llamado las Tres Fuentes (Tre Fontana) (y una antigua tradición cuenta que al caer la cabeza de Pablo por el suelo, dió tres golpes y que en cada sitio donde la cabeza golpeó el suelo, brotó una fuente de agua). Las 13 cartas de San Pablo enseñan verdades valiosísimas acerca de nuestra fe. Allí se ve que era un "enamorado de Cristo y de su Santa Religión". En su segunda Carta a los Corintios, San Pablo narra lo que le sucedió en su apostolado: "Cinco veces recibí de los judíos 39 azotes cada vez. Tres veces fue apaleado con varas. Tres veces padecí naufragios. Un día y una noche los pasé entre la vida y la muerte en medio de las olas del mar. Muchas veces me vi en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los judíos, peligros de los paganos, peligros en la ciudad, peligros en el campo, peligros en el mar, peligros por parte de falsos hermanos; noches sin dormir; días y días sin comer; sed espantosa y un frío terrible; falta de vestidos con los cuales abrigarse, y además de eso, mi preocupación por todas las Iglesias o reuniones de creyentes. Quien se desanima, que no me haga desanimar. ¿Quién sufre malos ejemplos que a mí no me haga sufrir con eso?".

SAN PEDRO

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San Pedro, ApÓSTOL
Año 64
 

Pedro arrepentido, Pedro el preferido del Señor, Pedro el entusiasta por Cristo Jesús,  pídele al Señor un amor hacia el Salvador, tan fuerte y tan generoso como el amor que por Cristo Jesús ardió en tu gran corazón.
 
Un día estando San Juan Bautista con algunos discípulos, vio a Jesús y señalándolo dijo: "He aquí el Cordero de Dios". Oyéndolo, dos discípulos se fueron tras Él. Y Jesús volviéndose, les dijo "¿Qué buscáis?" Ellos le dijeron: "Maestro, ¿dónde vives?" Y el contestó: "Venid y lo veréis". Se fueron con Jesús y se quedaron con Él todo aquel día.

Uno de los dos discípulos era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Él, al primero que halló, después de haber estado con Jesús, fue a Simón, su hermano, a quien le dijo que habían encontrado al Mesías. Simón escuchó con mucha atención a su hermano y quiso verle también, por lo que los dos se fueron en busca de Jesús.

Cuando llegaron donde El estaba, Jesús fijó en Simón su mirada y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan. Tú serás llamado Cefas, que quiere decir Pedro o piedra…".

Un día, preguntó Jesús a sus discípulos: "¿Quién dicen las gentes que es el Hijo del Hombre?" Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros que Jeremías o uno de los profetas".Jesús añadió: "Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?" Tomando la palabra, Simón dijo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Este es el primer dogma definido por el Papa, asistido del Espíritu Santo), por eso, Jesús le respondió: "Bienaventurado eres, Simón porque esta verdad no te la ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra, Yo edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no prevalecerá contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y todo lo que atares sobre la tierra será también atado en los cielos; y todo lo que desatares sobre la tierra será también desatado en los cielos".

Atar significa el poder que tiene el Papa para imponer leyes o deberes que obligan en conciencia, como el de oír misa los domingos, etc. Y desatar es la misma autoridad y poder que le dio Jesucristo para poder anular algunas obligaciones que él puede derogar.

El Papa es el vicario de Jesucristo y puede imponer leyes en su nombre, como son los cinco mandamientos de la Santa Iglesia. Y los demás obispos tienen la misma autoridad de los Apóstoles, porque son sus sucesores.

A los apóstoles, les dijo Jesús: "Quien a vosotros os recibe, a mí me recibe… El que a vosotros os escucha, a mí me escucha; y el que os desprecie, a mí me desprecia… Se le perdonarán los pecados a aquellos a quienes vosotros se los perdonéis, y no se le perdonarán a aquellos a quienes vosotros no se los perdonéis".

Cuando Jesucristo eligió a San Pedro para que fuera Papa, sabía que cometería un grave pecado; y sin embargo no eligió a otro apóstol, sino a él. Por eso le dijo: "¡Simón, Simón! Mira que Satanás va tras de vosotros para zarandearos como al trigo; mas yo he rogado por ti a fin de que no perezcas; y tú, cuando te arrepientas, confirma en la fe a tus hermanos"."Señor, respondió Pedro, yo estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel o a la misma muerte" Pero Jesús le aseguró: ¡Oh, Pedro! Esta misma noche, antes de que el gallo cante, ya me habrás negado tres veces".

Pero Pedro, a pesar de sus protestas, se olvidó, y ante la voz de una mujer que le acusaba, juró que no conocía a Jesús. Lo negó tres veces, y a la tercera cantó el gallo. Entonces recordó las palabras del Maestro, y dándose cuenta de su pecado, lloró amargamente y Jesús, después de resucitar, lo perdonó.

En el día de Pentecostés, estando los discípulos reunidos, aparecieron unas lenguas de fuego que se repartieron sobre ellos y se sintieron llenos del Espíritu Santo.

Entonces Pedro, como jefe de la asamblea, salió al balcón y empezó a predicar. Al oírlo, se reunieron junto a él, gran cantidad de judíos, de todas las regiones y lenguas.

Las gentes que le oían, se preguntaban: "¿Quién es éste? ¿No es el galileo? Aquí estamos personas de muchas regiones, que hablamos lenguas diferentes y entre nosotros no nos entendemos. ¿Pues cómo es que a éste todos le entendemos?" Y tal fue la admiración de la gente, que en aquel día se hicieron cristianos más de tres mil personas.

Subían un día Pedro y Juan al Templo, cuando se encontraron con un hombre paralítico. Pasando junto a él, Pedro le dijo: "Míranos, plata u oro no tengo; pero te doy lo que tengo. En nombre de Jesús Nazareno, levántate y ponte a andar".

El enfermo, repentinamente curado, dio un salto y se puso en pie a alabar a Dios. Muchos le conocían y se maravillaron del milagro. Pedro les dijo: "¡Hijos de Israel! ¿Por qué os maravilláis de esto y por qué nos estáis mirando? No hemos sido nosotros, sino el Hijo de Dios, Jesucristo, a quien vosotros crucificasteis". Las palabras de Pedro a la vista del milagro, convirtieron a más de cinco mil hombres.

Estando Pedro y Juan enseñando en el Templo, llegaron algunas autoridades y los metieron presos Al día siguiente comparecieron ante el pontífice, el cual les preguntó: "¿Con qué potestad o en nombre de quién habéis hecho esa curación del paralítico?".

Pedro le contestó diciendo: "En nombre de Nuestro Señor Jesucristo, a quien vosotros crucificasteis y Dios ha resucitado. En virtud de Él, está sano ese hombre".

Entonces ordenaron a los guardias que los sacasen, y ellos se pusieron a deliberar entre sí diciendo: "¿Qué haremos con estos hombres?. Ha sido un milagro tan claro y evidente que no es posible negarlo. Lo único que podemos hacer es obligarles a no vuelvan a tomar en la boca ese nombre, ni hablen más de El a persona viviente".
Entonces, llamándolos de nuevo, les amenazaron que por ningún caso hablasen ni enseñasen en nombre de Jesús. Mas Pedro y Juan les respondieron "Juzgad vosotros qué es más justo en la presencia de Dios: si el obedeceros a vosotros o el obedecer a Dios".

Los Apóstoles seguían haciendo muchos milagros en el pueblo. Todos los que estaban enfermos se ponían por donde Pedro pasaba y con sólo tocarles quedaban curados. Así llegaban a Jerusalén muchas gentes de todas las ciudades, trayendo enfermos que eran curados.

Alarmados por esto, los príncipes de los sacerdotes prendieron a Pedro y a Juan y los metieron en la cárcel. Mas el ángel del Señor, abriendo por la noche las puertas, los puso en libertad y los mandó volver al Templo a predicar.

Reunidos en concilio los sacerdotes, mandaron ir por los presos para ser interrogados. Pero regresaron los soldados diciendo: "La cárcel la hemos hallado bien cerrada, y los centinelas en todas las puertas; pero los presos han desaparecido". En ese momento, llegó uno diciendo: "Aquellos hombres, están ahora enseñando en el Templo".

Inmediatamente fue allá el comandante y los trajeron. El sumo sacerdote les dijo: "¿No os teníamos formalmente prohibido que volvieses a enseñar en nombre de Ese?" Pedro contestó: "Cierto; pero es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres".

Herodes mandó encarcelar a Pedro, y para dormir lo hacía atado con cadenas a varios soldados. El rey tenía pensado condenarlo a muerte después de la Pascua; pero mientras Pedro estaba en la cárcel, la Iglesia entera hacía oración por él.

Y sucedió que, la noche anterior al día en que Herodes pensaba matarle, mientras dormían, el ángel del Señor despertó a Pedro, y al instante se le cayeron las cadenas con las que estaba atado a los soldados. Añadió el ángel: "Toma tu capa y sígueme".

Salió Pedro tras el ángel y cruzaron delante de todos los guardias, hasta que llegaron a la puerta de hierro, la cual se abrió por sí misma. Salieron y caminaron hasta el fin de la calle, y allí el ángel desapareció. Entonces fue cuando Pedro se dio cuenta de la realidad y dijo: "El Señor ha mandado a su ángel para librarme de Herodes".

Entonces Pedro se encaminó a una casa donde sabía que se reunían los cristianos, llamó a la puerta, le abrieron, y al verle quedaron asombrados. Les contó cómo había sucedido todo y se retiró.

Después de confirmar en la fe a los hermanos de Jerusalén, San Pedro partió para Roma, que entonces era tenida por la capital del mundo. Fue el obispo de Roma por espacio de unos 25 años, hasta que murió víctima del emperador Nerón.

Nos dice la tradición que al arreciar la persecución, y sabiendo los cristianos el interés que tenía Nerón de encontrar al jefe de los cristianos, consiguieron convencer a Pedro de que se marchase durante algún tiempo a un lugar menos peligroso. Cuando Pedro se disponía a salir de la ciudad, tuvo una visión en donde se encontró con su Señor y Maestro Jesús, que venía hacia Roma cargando a las espaldas con una cruz. Pedro al verlo, humilde y confuso, solamente acertó a decirle: "¿Adónde vas, Señor?" Y el Salvador le respondió: "Voy a Roma para ser crucificado otra vez". La visión desapareció, pero Pedro comprendió la lección: Aquella cruz que traía el maestro era su propia cruz, que debería aceptar valientemente.

Pedro decidió regresar a Roma y aceptar el tormento de la cruz. La guardia romana no tardó en apresarle, y el emperador Nerón le condenó a morir en cruz. A Pedro le pareció tanto honor que, considerándose indigno de morir como el Maestro, suplicó le concedieran el favor de morir cabeza abajo, gracia que le fue concedida. Pedro murió en el Vaticano, el día 29 de junio del año 64.

domingo, 27 de junio de 2010

ACCION DE GRACIAS DE UNA MAESTRA...

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ACCION DE GRACIAS DE UNA MAESTRA
(por Gabriela Mistral, Premio Nobel de Literatura en 1945)

¡Señor, Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestro que Tú llevaste sobre la tierra!

Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.

Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto. No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de lo que enseñé.

Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender como ellas lo que no es carne de mis carnes.
Muéstrame que es posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la batalla de cada día y de cada hora por Él.

Hazme fuerte, aún en mi desvalimiento de mujer, y de mujer pobre; hazme desperdiciadora de todo poder, de toda pasión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida.

Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada o banal en mi lección diaria. Dame levantar los ojos de mi pecho herido al entrar cada mañana a mi escuela. Que no lleve a mi mesa de trabajo mis pequeños afanes materiales, mis mezquinos dolores de cada hora.

Aligérame la mano en el castigo y suavízamela más en la caricia.

Reprenda con dolor para saber que he corregido amando.

Haz que haga de espíritu mi escuela de ladrillos. La envuelva en la llamarada de mi entusiasmo su atrio pobre, su sala desnuda.

Mi corazón le sea más columna y mi buena voluntad más oro que las columnas y el oro de las escuelas ricas.

Y, por fin, recuérdame desde la palidez del lienzo de Velázquez, que enseñar y amar intensamente sobre la tierra es llegar al último día con el lanzazo de Longinos de costado a costado...

Gabriela Mistral...

LA CESTA DE LA VIDA...

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LA CESTA DE LA VIDA

Querido Dios, ¿Cómo estás?

Te escribo para saludarte y para pedirte unos productos para la cesta de mi vida, pues los básicos con que me enviaste al mundo, se me han ido agotando a lo largo de estos años.

Por ejemplo, la paciencia se me acabó por completo, igual que la prudencia y la tolerancia.

Ya me quedan poquitas esperanzas y el frasquito de fe, está casi vacío. La imaginación también está escaseando.

También debes saber que hay cosas de la cesta que ya no necesito, como la dependencia y esa facilidad para tener "berrinches", que tantas molestias y problemas me han ocasionado.

Así que quisiera pedirte nuevos productos. Para empezar me gustaría que rellenaras los frascos de paciencia y tolerancia hasta el tope, y mándame por favor el curso intensivo "Cómo ser más prudente" , volúmenes 1, 2 y 3. ¡Ah! No olvides el tomo especial sobre la lealtad.

Envíame varias bolsas grandes de madurez que tanta falta me hace. También quisiera un saco de sonrisas, de esas que alegran el día a cualquiera.

Te pido que me mandes dos piedras grandes y pesadas para atarlas a mis pies y tenerlos siempre sobre la tierra.

Si tienes por ahí guardada una brújula para orientarme y tomar el camino correcto, te lo agradecería.

Regálame imaginación otra vez; pero no demasiada, porque debo confesar que en ocasiones tomé grandes cantidades y me pasó del límite.

Nuevas ilusiones y una triple ración de fe y esperanza también me vendrían fenomenal para seguir adelante.

Te pido una paleta de colores para pintar mi vida cuando la vea gris. Me sería muy útil un cubo de basura para tirar todo lo que me hace daño.

Por favor mándame un bote de "Betadine" y una cajita de tiritas para sanar mi corazón, porque ha tropezado bastante y tiene muchos raspones.

Te pido unos discos duros, porque tengo el cerebro lleno de información y necesito espacio para guardar más.

Te pido zanahorias para tener buena vista y no dejar pasar las oportunidades por no verlas.

Necesito un reloj grande, muy grande, para que cada vez que lo vea me acuerde de que el tiempo no se detiene, sino que corre y no debo desperdiciarlo.

Podrías mandarme muchísima fuerza y seguridad en mí mismo. Sé que voy a necesitarlas para soportar tiempos difíciles y para levantarme cuando caiga. También quisiera un bote de pastillas de las que hacen que crezca la fuerza de voluntad y el empeño, para que me vaya bien en la vida y te pido unas tres o cuatro toneladas de "ganas de vivir", para cumplir mis sueños.

Necesito una pluma con mucha tinta, para escribir todos mis logros y mis fracasos, para no olvidarlos y poder compartirlos.

Del amor no te hablo, porque si me concedes todos estos ingredientes, tendré lo necesario para verlo en cada uno de mis actos.

Pero más que nada, te pido que me des mucha vida para lograr todo lo que tengo en mente y para que el día que me vaya contigo, tenga mucho que llevarte y veas que no desperdició el tiempo aquí en la Tierra.

Gracias por lo que me puedas dar y te agradezco el doble todo lo que me mandaste la primera vez...
 
Fuente: Webcatólica.-

lunes, 21 de junio de 2010

MADRE TERESA GALLIFA PALMAROLA...

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¡La felicidad está en darse!
Mensaje de las Siervas de la Pasión


Si eres católica, necesariamente tienes que responder a Dios en la Iglesia de hoy, y salir en ayuda del hermano que más te necesita.

Tú que estás llena de vida, ¿sabes que hay muchos niños concebidos a quienes se les niega el derecho de nacer? ¿Por qué no les defiendes?

No existe amor más grande que el que da su vida por los hermanos,  mucho más si éstos son inocentes e indefensos. ¡Entrégate a Dios en esta comunidad religiosa y harás todo por ellos!

Es la impaciente espera de Dios y de la Humanidad doliente que llama a gritos, desde tantos niños que no se les permite llegar a la vida.

Te invitamos las Siervas de la Pasión, que vivimos, oramos y trabajamos en comunidad, en la iglesia y con la Iglesia, teniendo como opción preferencial de apostolado la defensa de las no-nacidos.

Trabajamos con niños menores de 2 años o con mujeres gestantes que se encuentran en situaciones personales difíciles antes o después de tener a sus hijos. 

Queremos que todos los niños nazcan a la vida y se desarrollen integralmente, y que sus madres vuelvan a sentir la felicidad de seguir viviendo.

¡Si también tú quieres vivir para que otros tengan vida, ven a visitarnos!

Las Siervas de la Pasión viven, oran y trabajan en comunidad, en la Iglesia y con la Iglesia, teniendo como opción preferencial la defensa de los no-nacidos.

SIERVAS DE LA PASIÓN
CASA GENERAL
Llobet y Vall-Losera, 12
Tel. (0034) 93 436 39 57
08032 Barcelona (España)
SIERVAS DE LA PASIÓN
CASA DE FORMACIÓN
c/ Casa Misericordia, 8
Tel. (0034) 96 379 01 33
Casa Cuna Santa Isabel
46014 - Valencia (España)
SIERVAS DE LA PASIÓN
HOGAR "SANTA ISABEL"
Avda. Dr. Corbal, 33
Tel. (0034) 986 37 64 27
36207 Vigo (Pontevedra)
España
SERVANTES DE LA PASSION
CASA DE FORMACIÓN
Mimboman II, B.P. 185
Yaounde - Republique du Cameroun
Teléf. et fax: (00237) 222 97 53
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Mimboman III, B.P. 185
Yaounde - Republique du Cameroun
Teléf. móvil: 9970991
SIERVAS DE LA PASIÓN
CASA DE FORMACIÓN
Orquídeas, 12.
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Tel. (005242) 13 64 65
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Col. "Zapote", 38050
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