domingo, 28 de marzo de 2010

DECALOGO DE LOS SIGNOS DE LA LITURGIA PASCUAL...

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Durante cincuenta días la Iglesia celebra a Jesucristo Resucitado. Cada domingo del año es también el día de la resurrección. La liturgia pascual está cuajada de signos que nos muestran el rostro del Resucitado y su presencia interpeladora entre nosotros:

         1.- Las flores: Son el fruto del jardín del Calvario, del jardín de la resurrección. Las flores son el fruto temprano la primavera radiante en su primer plenilunio. Las flores, frescas y primerizas, no pueden faltar en las celebraciones de pascua. Las flores hablan siempre por sí solas de fragancia, de belleza, de fruto, de pureza, de vida.

         2.- La luz: Jesús es la luz del mundo. Su resurrección es la luz que disipa definitivamente las tinieblas del pecado y de la muerte. La luz es para alumbrar, para guiar, para calentar. La liturgia de la Iglesia recrea este misterio de la luz con el fuego de la vigilia pascual y con el cirio, su simbólica imagen resucitada, su nuevo y definitivo icono pascual.

         3.- La palabra: La resurrección estaba presente en la entraña misma de las Escrituras, de la Palabra de Dios. Jesucristo es la Palabra de Dios encarnada. La vigilia pascual tiene por ello una liturgia especial de la palabra y el lugar de la palabra -el ambón, el atril- aparece florecido en pascua. 

         4.- El agua: Jesucristo es el agua viva, el manantial de la vida, la fuente de esperanza, el hontanar de la felicidad. Quien la bebe nunca más tendrá sed. El agua es signo de vida, de limpieza, de purificación, de fecundidad. Con el agua y en agua renacemos a la vida nueva por el bautismo. La liturgia pascual venera de modo especial el agua bendecida en la noche santa y en esta agua renueva su fe y promesas bautismales.

         5.- El pan: Jesucristo es el pan vino bajado del cielo. El pan se convierte en su cuerpo, llagado y resucitado, y quien lo come tiene ya en prenda la vida eterna.

         6.- El vino: Jesucristo nos dejó su sangre derramada como bebida para la remisión de los pecados y encomendó a su Iglesia, a sus sacerdotes, hacer memoria de ella. Jesús Resucitado es el vino nuevo y definitivo, que sacie y no embriaga.

         7.- El incienso: El incienso era en la cultura pagana uno de los símbolos de la divinidad. En la liturgia cristiana es también expresión de adoración y veneración. El incienso es usado especialmente en las liturgias pascuales. "Suba nuestra oración, Señor, como incienso en tu presencia".

         8.- El aleluya: Jesucristo, en sus apariciones, llama a sus apóstoles y discípulos a la alegría. La palabra alegría en griego es "aleluya". El "aleluya" es utilizado en la liturgia pascual de manera permanente. La alegría, el aleluya, debe ser una de las consignas y de las características de los cristianos de todas las épocas. Su resurrección es la alegría que nadie nos podrá arrebatar.

         9.- La paz: Jesucristo es nuestra paz, es el príncipe de la paz. Con su muerte y resurrección ha hecho la paz y la reconciliación para siempre. Su saludo, en las apariciones tras la resurrección, es una invitación a la paz. Las escenas neotestamentarias de la resurrección están transidas de paz. La paz es don de los dones del Señor. La paz es credencial de la resurrección.

         10.-La misión: "Id a Galilea...", "¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo". "Id y predicad el evangelio a todas las gentes...". La pascua no puede esperar. La gloria en nosotros y para nosotros del Resucitado no puede esperar. El cielo no puede esperar. Pero el cielo sólo se gana en la tierra: "Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo".

Fuente: Ecclesia.-

LA HISTORICIDAD DE LA RESURRECCION DE JESUCRISTO...

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La verdad de la resurrección ante impugnaciones recientes.
 
"La fe de los cristianos -escribió en el siglo V San Agustín- es la resurrección de Cristo. No es gran cosa creer que Jesús ha muerto; esto lo creen también los paganos; todos los creen. Lo verdaderamente grande es creer que ha resucitado".

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Y esta fe de la Iglesia -la piedra angular sobre la que sostiene la Iglesia y la esperanza de la humanidad- es lo que acabamos de celebrar en Semana Santa y lo que ahora durante cincuenta días podemos y debemos seguir celebrando y degustando.
Además esta creencia no es vana, ilusoria o acientífica, sino que se basa en relatos de la primerísima hora del cristianismo y en el incontestable testimonio de cómo aquel minúsculo, aterido y despavorido grupo de seguidores de Jesús se convirtió en pocas décadas después en la mayor y más decisiva fuerza religiosa y social de la historia. Si Cristo no hubiera resucitado, los romanos y los judíos habrían podido descubrir su cadáver o la falsificación sobre su tumba vacía y la creencia en su resurrección. Nadie más interesado que ellos al respecto. Y no lo lograron.

No obstante, una determinada cultura, con expresiones en la literatura y en cine, llevan algunos años impugnando y ridiculizando esta verdad. El último ejemplo de ello -un tanto patético, por cierto- lo ha constituido un documental de James Cameron.

"La tumba de Cristo" de James Cameron

En una nueva farsa publicitaria, en un nuevo engaño mercantilista, hace unas semanas apareció el documental titulado "La tumba de Cristo", producido y emitido por Chanel Discovery TV y dirigido por James Cameron, el director de la laureadísima "Titanic", espléndido filme que a todos nos conmovió. Este documental, sin embargo, es una mentira, una patraña sobre la supuesta tumba de Jesucristo, de su también supuesta mujer María Magdalena y el hijo de ambos, llamado Judas. Se trata de una nueva falsedad, de un grave timo a la arqueología, a la historia y a la religión y al más elemental sentido común y, ante todo, de una nueva manifestación de la ilimitada capacidad de engañar y de estafar con todo el descaro del mundo con tal de sacar dinero y de lograr notoriedad pública. Esta es la "película" de hechos:

1.- El lunes día 26 de febrero, en el contexto de la entrega de los Oscar y en el inicio de la cuaresma cristiana, James Cameron anunciaba a bombo y platillo que el domingo día 4 de marzo se estrenaba en la Canal televisivo Discovery un documental, dirigido por él, sobre la tumba de Jesucristo.

2.- Dicho documental, supuesto fruto de cinco años de trabajo, llevados en el más riguroso de los silencios, demostraría además no sólo la existencia de la tumba de Jesús y sus restos mortales, sino también los osarios de una mujer llamada María Magdalena, un niño llamado Judas y los restos que otras personas, que podrían ser la madre y los hermanos de Jesús.

3.- Como toda prueba científica para verificar tal despropósito, se aducían las inscripciones en las tumbas de los citados nombres -eso sí, sin más apellidos ni señas- y unas genéricas constataciones acerca de la datación de las tumbas y de los osarios, que podrían remontarse a hace dos mil años, más o menos.

4.- Con tan peregrinas verificaciones, James Cameron anunciaba que su documental demostraba, de un lado, la existencia histórica de Jesús -¡gracias, Cameron...!- y, de otro lado, que estuvo casado con María Magdalena -faltaría más- y que tuvo un hijo, llamado Judas, faltaría también más y claro, no una hija llamada Sara como los años pasados hubimos de soportar de los bodrios novelísticos y fílmicos de "El Código Da Vinci".

5.- Inmediatamente después del anuncio de James Cameron, quien al ganar hace una decena de años un montón de Oscar con "Titanic" se autoproclamó el rey del mundo y quien ahora sí que va a naufragar y naufragar del todo, el arqueólogo judío que en 1980 descubrió la tumba calificó de imposibles las tesis de Cameron, a las que descalificó rotundamente, tildándolas de puros reclamos publicitarios y mercantilistas. En la misma línea, se pronunciaron otros muchos arqueólogos e historiadores.

6.- Entre los argumentos que barajaban estos arqueólogos serios, se hallan la multitud de inscripciones que llevan el nombre de Jesús, la improbabilidad de que un galileo se hubiera enterrado en Jerusalén, las falsificaciones de los últimos años en estas materias ya que cada poco tiempo aparecen tumbas nuevas y maravillosas y el poco rigor del trabajo del equipo de Cameron.

7.- El secretario de la Pontificia Comisión de Arqueología Sacra, por su parte, calificó de arqueología fantasiosa, de falseamiento de la historia y reconstrucción puramente mediática y comercial el "hallazgo" y la película de Cameron, a la que califica de "especulación absurda e interesada".

Las razones que avalan la Resurrección

Si todos estos argumentos ya deberían bastar para desmontar y olvidarnos de este nuevo invento e injuriosa mentira, los cristianos debemos saber más y debemos tener más razones todavía para su rechazo y para garantizar la historicidad de la resurrección:

1.- Claro que Jesús de Nazaret fue un personaje histórico, dos años mil antes de que James Cameron necesitara dinero fresco y se reinventara su historia.

2.- Claro que Cristo murió y que fue sepultado, eso sí en la actual basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén, tal y como demuestran la más seria y rigurosa de las arqueologías modernas.

3.- Cristo resucitó y la resurrección es un hecho metahistórico, pero cierto e indudable tal y como prueban el sepulcro vacío, las apariciones, los persistentes testimonios cristianos del primerísima hora, la no impugnación del hecho por parte de sus contemporáneos, la transformación posterior de sus apóstoles y discípulos, la sangre de tantos mártires, los criterios de las múltiples fuentes, la convergencias y congruencias de los testigos y de los relatos, lo insólito y definitivo del anuncio y tantas y tantas otras razones.

4.- Son un "camelo" y una grave falta de respeto y de dignidad los continuos "rollos" sobre si Jesús se casó o dejó de casarse con María Magdalena, tema sobre el que no tenemos ningún prueba ni indicio medianamente aceptable, sino todo lo contrario.

5.- Cristo resucitó y, por ello, su tumba estuvo y está vacía, no hay huesos ni restos, ni ADN, ni nada de nada, porque Cristo vive.

6.- La historia de la Iglesia y del cristianismo, con sus luces y con sus sombras, con sus santos y con sus pecadores, es también prueba irrefutable de que Cristo vive, de que resucitó.

7.- Por ello, todo ello, proyectos e iniciativas como la de Cameron son una un delirio de grandeza, un insulto a la inteligencia, una falta de respecto a los cristianos de nuestra hora y de toda la historia y un indisimulado afán de búsqueda de dinero, de notoriedad y de manipulación interesada. Cameron se lo pierde y a este nuevo "Titanic" suyo de "La tumba de Jesús" no lo sacará nadie de las profundidades del océano de la vulgaridad, del mercantilismo y de la estupidez.

Y son, además, otra constatación de la existencia, de la grandeza y de la misma resurrección del Señor, porque de los contrario no merecería ser objeto de tanta polémica. 

Jesús de las Heras Muela

GUIA LITURGICA, ESPIRITUAL Y PASTORAL PARA LA SEMANA SANTA...

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De Getsemaní a la Cruz transfigurada

 La Semana Santa adquiere su mayor densidad y dramatismo a partir de Getsemaní. En el monte de los olivos, en el lagar del aceite, Jesús vive sus más angustiosas y angustiadas horas. La oscuridad de la noche de la primera luna llena de primavera hace presagiar la tragedia. Pero la cruz será la luz.
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La noche dará paso al día. Es la pasión, la pascua, el paso del Dios del amor. "Nadie tiene amor más grande que el da la vida por sus amigos". "Vosotros sois mis amigos". Getsemaní no tiene una celebración litúrgica propia, exclusiva, común, aun cuando quien no vive Getsemaní difícilmente puede recorrer el Vía Crucis, ascender al Calvario y descubrir su cruz y su gloria.
  
Quizás por ello, quizás porque la liturgia no propone una única y homologada celebración de Getsemaní, la religiosidad popular ha hecho de esta noche "la madrugá", ha unido y prolongado la noche con el día mediante tantas procesiones, actos y ritos. Y lo mismo ocurrirá con la mañana del Viernes Santo. Es tiempo para la plegaria, para las procesiones, para el ejercicio del Vía Crucis, para la preparación de la Hora de Nona, la hora más esperada de toda la historia cuando Jesucristo ofrezca su cuerpo lacerado y su alma entregada y la muerte sea vencida en prenda inmediata de resurrección, como el grano de trigo que solo enterrado en la tierra puede convertirse en el grano de oro.

El único día sin Eucaristía

 El Viernes Santo es el único día del año sin Eucaristía. Aquel día, aquel 14 de Nisán, la Eucaristía -instituida, por otro lado, el día anterior- era más que nunca ofrenda, sacrificio y banquete: Jesús mismo se ofrecía en el ara del Calvario, en el ara de la cruz.

Por esto, la liturgia del Viernes Santo imposibilita la celebración eucarística y a cambio propone una intensa, sentida, dolorida y esperanzada celebración de la Pasión y Muerte del Señor.  

 Todo es distinto en sus rituales, ceremonias y desarrollo. Incluso su hora ideal de celebración es lo más próxima posible a la Hora de Nona (15 horas, horario solar). El altar ha de estar desnudo, las luces apagadas, sin cruz, sin candelabros, sin manteles. La celebración comienza en silencio -un silencio que hasta se "escucha"- y el sacerdote no besa el altar sino que se postra rostro en tierra mientras él y la asamblea oran en silencio. Viste casulla roja, hoy más que nunca color de pasión y de martirio. 

La celebración comienza con una oración -se puede elegir entre dos- y sigue con la liturgia de la Palabra. En la primera lectura, Isaías nos profetiza sobre el Siervo de Yahvé, desfigurado, sin rostro humano, acosado y acorralado, como oveja llevada al matadero. Repleto de cicatrices:"sus cicatrices nos han curado".

El elocuente silencio de la cruz

 El texto evangélico es la pasión según San Juan, también leída por tres personas. Impresiona el silencio y la dignidad de Jesucristo. Sigue la homilía, necesariamente breve, compungida y enjundiosa. No hay preces, sí hay la llamada Oración universal, dividida en dos partes: la monición y la plegaria. Se pide por la Iglesia, el Papa, los ministros sagrados y los fieles, los catecúmenos, la unidad de los cristianos, el pueblo judío, lo no cristianos, los no creyentes, los gobernantes y los atribulados. 

Tras la oración universal concluye la primera parte de la liturgia del Viernes Santo. La segunda es la Adoración de la Santa Cruz. Por tres veces se muestra a Cristo crucificado, progresivamente desvelado. "Mirad el árbol de la cruz donde estuvo colgada la salvación del mundo. /Venid a adorarlo".

El pueblo fiel se acercar a besar la cruz mientras vuelve el cántico a la celebración. "Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero". "¡Victoria, tú reinarás. Oh cruz, tú nos salvarás!”.

La distribución de la sagrada comunión es la tercera y última parte de esta liturgia severa, serena y condolida. Tras ella, de nuevo, el silencio. Hemos celebrado la muerte de Cristo. Ahora corresponde acompañarlo en su sepulcro. A El y a María, su Madre, la Madre del Ajusticiado, la Dolorosa, la Virgen de la Soledad. Y con el silencio, aparece, de nuevo, la religiosidad popular, que se torna esplendorosa en la segunda parte del Viernes Santo.

Del silencio al Aleluya

 Durante todo el Sábado Santo hasta la más última hora posible de la tarde no puede haber celebración litúrgica alguna. La Iglesia guarda duelo. La Iglesia aguarda y espera.

 Toda la liturgia, espiritualidad y acción pastoral de la Cuaresma y de la Semana Santa se encamina, aguarda -sí- y espera a la gran Noche que será ya el gran Día para siempre, el Día de los Días. Y por ello, también en esta celebración todo será distinto, hermoso, brillante, alegre. Es la Vigilia Pascual.

 La primera parte de la Vigilia Pascual se llama Lucernario. En el atrio del templo, en torno a una hoguera, se bendice el fuego, se prepara el cirio, se entona el pregón pascual y de las sombras primeras surge la gran luz: el cirio es imagen de Cristo Resucitado, la luz sin ocaso. Una larga liturgia de la Palabra -se pueden hacer hasta siete lecturas del Antiguo Testamento, eco y memoria de la historia de la salvación y del constante paso del Dios del amor sobre su pueblo-, se entona jubiloso el Gloria mientras las campanas -enmudecidas desde la tarde del Jueves Santo- irrumpen con sus mejores sones. Llega también una epístola paulina y se canta con dicha y con fuerza el Aleluya para dar paso al Evangelio y a la homilía."¡Qué noche tan dichosa!".

 La tercera parte es la liturgia bautismal. La celebración recupera entonces sus raíces con las celebraciones de la Iglesia primera, que había ideado la Cuaresma y el Triduo Pascual como el tiempo del Bautismo, realidad y símbolo de la Resurrección.

 La luz, las flores, el agua, el aleluya, la paz, la misión son los signos y los reclamos de esta Noche Santa, que, tras la liturgia bautismal, da paso ya a la liturgia propiamente eucarística, toda ella transida de alegría y de fiesta.
  
 "Podéis ir en paz, aleluya, aleluya/Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya" es la fórmula de la despedida, fórmula que habrá de repetirse durante todos los días de la primera semana de Pascua. Verdaderamente ha resucitado. Aleluya. "Id a Galilea. Allí le veréis". Es la hora de la Iglesia.
  
Y todos estos signos, símbolos y sentimientos se retomarán en la liturgia eucarística del día de Pascua, mientras se recupera el ritmo normal de la celebración, acentuándose -eso sí- su dimensión jubilosa y festiva, y mientras el pueblo precede o concluye esta solemne Misa de Pascua con las tradicionales -hasta enternecedoras y cándidas- procesiones del Encuentro, donde la Madre del Resucitado -imagen, a su vez, de la Iglesia y de los creyentes en Jesús- adquiere un protagonismo especial.

Reflejos y testigos de su Luz incandescente

 El Vía Crucis ha de dar paso al Vía Lucis. La Cruz ha estallado en Luz. Es el árbol de la vida, la fuente de la nueva y definitiva regeneración. El amor del Crucificado -amor sin límites- ha hecho nuevas todas las cosas. Aleluya. En El estamos salvados. Somos levadura nueva. Busquemos las cosas de allá arriba, donde está Cristo Jesús, el Señor. Aleluya. Es el tiempo de la Iglesia, sacramento del Resucitado.
 
 Y a nosotros se nos confía vivir en su luz y transmitir su luz por todo el mundo. "Vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois la sal de la tierra". Nosotros lo somos solo en su Cruz transfigurada, en su costado herido por la lanza, hontanar de agua y de sangre, hontanar de vida, destello incandescente de su Luz.

Fuente: Ecclesia.-

LA CRUZ TRANSFIGURADA...

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Nos hallamos al final del triduo pascual, las fechas tan señaladas de la Semana Santa. Han sido los días del amor más grande. «Nadie tiene amor más grande –dijo Jesús– que el que da la vida por sus amigos».

Eso hizo Jesús. Eso fue el sentido de su vida. Esto es lo que celebrábamos estos días. El escritor francés Gabriel Marcel escribió «amar a alguien es decirle: tú no morirás nunca para mi». La muerte de Jesucristo no acabó en el sepulcro sino que floreció para siempre en la re­surrección, signo de su triunfo definiti­vo y primicia del nuestro. Ahora, du­rante cincuenta días, celebramos la re­surrección de Jesucristo.

En los días del triduo pascual y en las jornadas de la cincuentena pascual, los días del amor más grande, compro­bamos inequívocamente el inconmen­surable amor de Dios al mundo en los misterios de la pasión, muerte y resu­rrección de Jesucristo. Son misterios de cruz. Son misterios de luz. Son miste­rios de dolor. Son misterios de gloria sin ocaso:

«La cruz –escribió José Luis Martín Descalzo– es la gloria. La gloria es la cruz. Jesús sufrió y después –el domin­go– fue glorificado. La gloria de Jesús estaba ya en la entretelas de la cruz. El viernes santo y el domingo de pascua se juntan. Son un único día. Hasta que el hombre no comprenda esto tiene incompleta su alma».

De la cruz a la luz

«Cuando sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». «Ha lle­gado la hora de que sea glorificado el hijo del hombre. En verdad, os digo que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda infecundo. Pero si muere, da mucho fruto». Y es que «el que se humilla, será enaltecido».

Al alba del tercer día, la cruz reven­tó en vida y en resurrección. El amor no podía quedar estéril. El amor nunca es infecundo. El amor es siempre vida. La cruz es la luz. Y la cruz floreció hasta la eternidad.

Si nada hay más grande sobre la tierra que la cruz de Cristo, nada hay más grande todavía sobre cielos y tierras que la cruz flore­cida, que la cruz transfi­gurada, que la cruz re­sucitada de la pascua siempre nueva. La histo­ria de la humanidad y del hombre –escribió Bonháeffer– es un grito unánime y muchas veces hasta desesperado de resurrección.

«¿Pascua? –escribe este teólogo ale­mán– Nos preocupamos más de morir que de la muerte... Aquí es donde se halla la respuesta al «dame un punto de apoyo y levantaré el mundo». Si al­gunos hombres creyeran realmente esto y se dejaran guiar así en su activi­dad terrestre, muchas cosas cambiarían. Porque la Pascua significa vivir a partir de la resurrección. ¿No te parece que la mayor parte de los hombres ig­noran de qué viven en el fondo?».

La resurrección todo lo explica

 La resurrección es la página que lo explica todo, la luz que lo ilumina todo, el aroma que lo perfuma todo, la seguridad que lo invade todo. «Si Cris­to no hubiera resucitado –escribe Pablo a los Romanos– vana sería nuestra fe. Pero como Cristo ha resucitado somos los más felices de los hombres». Nada ya podrá con nosotros, nada ya podrá apartarnos del amor de Dios: ni la es­pada, ni el hambre, ni la sed, ni la des­nudez, ni el peligro, ni la persecución, ni la enfermedad, ni la muerte. En todo vencemos por Aquel que nos ha amado y nos ha amado hasta hacerse cruz redentora, cruz flo­recida, cruz transfigurada, pascua sin ocaso, humanidad nueva y de­finitiva, aurora de eter­nidad.

La cruz nos lleva a la luz como el Tabor fue preludio, anuncio y an­ticipo del Calvario. El Calvario no es sólo el monte santo de la cruz sino también y, sobre todo, el jardín de la re­surrección, la montaña sagrada de la luz y de la vida. Y si todavía dudamos en la ínti­ma y tan estrecha y fecunda relación entre la cruz y la resurrección escuche­mos el siguiente texto del escritor Ed­ward Shillito. Se titula El Cristo de las llagas: «Los cielos nos espantan; están de­masiado serenos; en todo el universo no hay lugar para nosotros. Nos duelen nuestras heridas, ¿dónde hallaremos el bálsamo? Señor Jesús, por tus llagas pedimos misericordia. Si, estando ce­rradas las puertas, te acercas a noso­tros, no has de hacer sino mostrar, las manos y ese costado tuyo. Hoy día sa­bemos lo que son las heridas, no temas; muéstranos tus llagas, conocemos la contraseña. Los otros dioses eran fuertes, pero tú eres débil; cabalgaban, mas tú tropezaste en su trono; pero a nuestras heridas, sólo las heridas de Dios pueden hablarles y sanarlas y no hay Dios alguno que tenga heridas, ninguno más que Tú. Muéstranos tus llagas, conocemos la contraseña»

Fuente: Ecclesia/Autor: Jesús de las Heras Muelas.-

"SI ME OLVIDO DE TI..."

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(12)  LA VISPERA DE PASCUA...

Escribo desde Getsemaní... Escribo desde Getsemaní con el alma, con el corazón, con la memoria. Getsemaní es para mí el símbolo de la víspera de la Pascua. Getsemaní ha sido siempre uno de los pasajes evangélicos de mis amores.

La peregrinación a Getsemaní es también uno de los momentos para más ansío cada vez que estoy en Jerusalén. Desde la pascua de 1992 además, cada jueves santo en la noche recuerdo mi vigilia de aquel año en esta Iglesia. En esta peregrinación del adviento de 2005, Getsemaní ha sido también cita y encuentro de intensidades, de plegarias y de ofrendas. Que no sea haga, Señor, mi voluntad, sino la Tuya. Que sepa beber el cáliz de mis tantas limitaciones y de la realidad de la vida, de las cosas y de las personas.

La víspera de la víspera

         La víspera de la Pascua es el día más corto y la Pascua es el día más largo. Es un único día, conjuntado, aunado, unido para siempre en el mayor acontecimiento de la historia y de la eternidad. Es el día de los días. El día excepcional y único para la fe cristiana.

         Pero cuenta con víspera y con antevíspera. Me explicaré. La Pascua comienza con la cena del jueves. Pero en sentido más amplio y también comienza el domingo anterior. Es el domingo de ramos y de palmas, de Hosannas y Aleluyas, de luz y de sonido. Arranca de Betfagé, en lo alto del monte de los Olivos, a tres kilómetros de Betania, donde con toda probabilidad Jesús pasó su ante última noche, en hogar familiar y de amistad de Lázaro, Marta y María. En una jornada inolvidable de luz de la pascua de 1992 hizo a pie y a corazón abierto aquel camino.

         Desde Betfagé, Jesús, acompañado de sus apóstoles y discípulos y de tantas gentes del pueblo que lo vitoreaban y aclamaban como Rey y como Hijo de David, llegó a la ciudad santa. Hizo su entrada por la Puerta Dorada o Puerta Hermosa. Era el día del triunfo efímero, preludio, aun sin saberlo para todos, de la cruz y de la gloria. Era el júbilo del domingo de ramos, preludio de la Pascua, la víspera de su víspera.

Del Monte Sión al Monte de los Olivos

         Aquel griterío, aquella fiesta multitudinaria del domingo, se tornará en intimidad, en gravedad, en silencio, en íntima en la tarde del jueves santo. Algo grande, algo único, algo definitivo habría de acontecer. Es la víspera de la Pasión, de la Muerte y de la Pascua, donde se detiene y arranca la historia.

         En dos montes jerosolimitanos encuentra esta víspera sus escenarios: el monte Sión y el monte de los Olivos. Allí tuvieron lugar las horas más densas, hermosas y dramáticas de la humanidad. Fue un preludio, una obertura inmensa e intensa. ¡Y en la música, por ejemplo, cuántas veces la obertura, el preludio es ya la misma síntesis de toda la obra, su hilo conductor, su belleza máxima!

         Escuchemos en la pletina del alma esta música. Pongamos el corazón de rodillas. Descalcémonos de las sandalias de las prisas y de las urgencias. Dejemos fluir por el corazón el sobrecogimiento más cierto y adulto de la gracia, del misterio y de la paradoja con que están inscritos.

El Cenáculo

         Tres son los lugares excepcionales de esta víspera excepcional: el Cenáculo en el monte Sión, el lagar del aceite o Getsemaní del monte de los Olivos y la Casa de Caifás, el Sumo Sacerdote aquel año, del torrente Cedrón.

         El Cenáculo, en el monte Sión, es junto a Belén, el santo Sepulcro y, por supuesto, el lago de Tiberiades, el lugar más cierto, más seguro de la vida de Jesús. En el Cenáculo se sitúan además no sólo la Ultima Cena, sino también las primeras apariciones de Jesús y la venida del Espíritu Santo -el don pascual de Jesucristo- en el día de Pentecostés. ¡Qué más de puede pedir! Por si fuera poco, en sus bajos reposa según la tradición el mismísimo rey David. Es lugar de propiedad y administración judía. En otro tiempo fue espacio musulmán como indica su "minrhab", que mira a La Meca, que llama a la oración. 

         El Cenáculo es lugar sacratísimo. Pleno de fuerza y de hondura. La sobriedad invade la estancia, de también inequívocas huellas cruzadas, en arcos y columnas ojivales. El Cenáculo habla de Eucaristía, de Orden Sacerdotal, de amor fraterno, de lavatorio de pies. Del evangelio del amor y del servicio. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos... A vosotros os llamo amigos".

Getsemaní

         Y del Cenáculo, como tantas veces, como tantas otras noches, con tantas otras cenas, Jesús marchó con sus apóstoles a un huerto de aceite del monte de Olivos. Pero esta noche era igual a las demás.
         El huerto de los Olivos está emplazado en la falda del monte del mismo nombre, junto al Torrente Cedrón. Una multitud de olivos milenarios, retoños de aquellos a cuyo cobijo oraba el Señor, rememoran el momento, siempre la noche se hace calma y densa y el silencio envuelve y acaricia la presencia emocionada del peregrino.

         El huerto de los olivos tenía para Jesús y los suyos dos espacios: uno donde Jesús oraba, otro donde tantas veces El y los suyos dormían bajo el firmamento estrellado de la creación. Sobre este último espacio los franciscanos han levantado la llamada capilla de la Prendición o del Beso de Judas. Junto a él, los ortodoxos tienen la Iglesia de la Dormición de María.

         En el primero de estos lugares santos se levantó la Basílica de la Agonía o Basílica de las Naciones. En actual factura tiene menos de un siglo de existencia. Su interior impresiona por sus tonos violáceos, su oscuridad, su silencio, su tensión. "¡Padre, si es posible, pasa de mi este cáliz...! Pero no se haga mi voluntad sino la tuya". Es la hora del silencio profundo y de plegaria ardiente, del sufrimiento y de la congoja de Jesús. Una roca natural centra la Basílica. Allí acude el peregrino a depositar su beso y su oración. A releer las palabras de aquí sucedió. La roca natural de la Basílica de la Agonía está protegida por una verja baja, adornada por dos palomas de plata abatidas. Todo invita al recogimiento, a acompañar a Jesús, profundamente humano, angustiado, ofrendado a la voluntad del Padre. 

         Silencio. Oración. Es Getsemaní. Y como Tomás Moro, Teresa de Jesús, Pascal, el cura de Ars, Bernanos, Martín Descalzo sintámonos "prisioneros de la Santa Agonía". Porque todos nos jugamos tanto en aquel sudor de sangre de Jesús. Y es que "Jesús -como escribiera el francés Blas Pascal- estará en agonía hasta el fin de mundo, y no hay que dormirse durante ese tiempo".

El Galicanto

         Y de Getsemaní, tras pasar por la ya citada gruta de la traición de Judas y del prendimiento, Jesús, esposado y apaleado, camino por el Torrente Cedrón, a la Casa de Caifás, el Sumo Sacerdote aquel año. Allí tendrá lugar el juicio religioso. Allí Jesús será encarcelado. Allí Pedro negará tres veces a Jesús mientras el gallo cantaba. Y de allí partirá para el Pretorio y comenzar el Vía Crucis. Y allí los agustinos franceses de la Asunción acababan de restaurar con primor la quizás mejor y más bella Iglesia cristiana de Tierra Santa, todo un prodigio de buen gusto y de respeto arqueológico. Es la Iglesia de San Pedro en Galicanto. 

         Es noche cerrada. El gallo canta. La aurora alba se aproxima y dibuja, todavía en blanco y negro, los trazos de la mañana. El día de los días está alboreando.

Jesús de las Heras Muela - Director de ECCLESIA (Enviado especial)


CARTA DE RECOMENDACIONES SOBRE LA PASCUA...

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LA CULTURA AL SERVICIO DEL MINISTESRIO Y DE LA GRACIA

            Querido amigos:

         Esta mañana de luz -uno de los días en que más luce el sol- quiero compartir con vosotros algunas de mis preferencias culturales y estéticas sobre los días centrales de la pascua, sobre hoy, sobre mañana y sobre el domingo. 

         Reconozco que no son recomendaciones culturales, sino, sobre todo, invitaciones creyentes y religiosas a vivir el Triduo Pascual, transidos de belleza, de emoción y de contemplación.

Los días de la luna llena

         Escribo estas líneas con la inefablemente bella "Pasión de según San Mateo" de Juan Sebastián Bach como música de fondo. Siempre que llega la cuaresma y la Semana Santa experimento una irrefrenable necesidad de escucharla una y otra vez, de presenciar en directo -si es que se ofrece...-, de llenar los sonidos de mi mente y de mi alma de sus acordes, de sus sintonías, de sus corales, de sus recitativos y de sus arias. 

         "La Pasión según San Mateo" de Bach es, sin duda, la mejor ayuda estética y cultural, unos de los mejores medio para acercarnos con dignidad a la vivencia religiosa y cristiana de las fiestas de la Semana Santa, en cuyo corazón nos hallamos ya.

         Confieso que desde niño he sentido una especial atracción hacia la Semana Santa. Probablemente ninguna otra convocatoria del calendario anual ha tenido ni tiene para mi un significado, una atracción, una belleza y un desafío tan profundos y tan decisivos como la Semana Santa. El color radiante y todavía tierno del firmamento de estos días, el olor de la naturaleza naciente, la fragancia de las primeras flores, la luna llena de estas jornadas suenan siempre en la pletina de mi corazón con especial fuerza y vibración.

"La Pasión según San Mateo" 

         De ahí que hoy -escribo en la mañana del jueves santo 2006-quiera trazar algunas singulares recomendaciones para entender y vivir los días grandes de la Semana Santa, los días del amor más grande, los días de la historia más grande jamás contada.

         La primera de esta recomendaciones ya está hecha y dicha: amigos, acercaos a conocer "La Pasión según San Mateo" de J.S. Bach. No hay obra musical comparable a ella. No hay obra cultural tan plena, tan sentida, tan acabada, tan perfecta, tan completa como la "Pasión según San Mateo" de J.S. Bach, no hay obra o creación tan adecuada como ésta para acceder a la Semana Santa como la Semana Santa es. 

         "La Pasión según San Mateo" de J.S. Bach es honda, intensa, profunda, inmensa, sentida, íntima. Esta cuajada de belleza, de unción, de sentimiento, de sensibilidad, de matices, de emoción, de compunción. Sus tres horas de duración no deben ser un obstáculo para su escucha orante y contemplativa, para su deleite cultural y religioso. Dejaos guiar por ella; dejaos impregnar de sus sonidos, de sus voces quebradas y suplicantes, de su sentimiento íntimo y embargador, de su extraordinario lirismo; seguid su letra y, sobre todo, sumergíos en su música, en su cadencia, en su ritmo y hasta en sus silencios. Nadie como Bach, nada como su "Pasión según San Mateo" ha sido capaz y reproducir con tanta belleza, tanto dolor y tanto verismo barroco la inconmensurable hermosura y crudeza de los días del amor más grande, de los días del dolor y de la esperanza de la Pascua del Señor Crucificado.

         Y para el sábado santo, mientras la Iglesia reza y espera, escuchad cualquier "Stabat Mater": por ejemplo, el Vivaldi, Pergolesi, Scarlatti, Arriaga....

El arte y la literatura

         Posad, amigos, vuestros ojos y vuestra mirada del alma sobre imágenes tan clásica de la Pasión y de la Pascua como la Piedad y el Cristo Resucitado de la Iglesia romana de Santa María Supraminerva de Miguel Ángel Buonarotti, los Cristos crucificados de Dalí y de Velázquez o el Cristo muerto junto a su Madre de Giovanni Bellini o de cualquiera de nuestros pasos procesionales de estos días.

         Procurad sacar un rato para la lectura de un clásico reciente sobre los misterios santos de estos días santos como es el tomo III de "Vida y misterios de Jesús de Nazaret" de José Luis Martín Descalzo. Y no dejéis de leer la siempre sublime poesía religiosa que la cruz y de la gloria escribieron Lope de Vega, Gabriela Mistral, León Felipe, Gerardo Diego, Miguel de Unamuno, entre otros.

El cine y Jerusalén

         Volved a ver, con paz y con detenimiento, películas tan extraordinarios como "Jesús de Nazaret" de Franco Zefirrelli y "La Pasión de Cristo" de Mel Gibson. 

         Y, si podéis, id a Jerusalén. Id a Getsemaní; id a la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén. Id, cuando podáis como peregrinos, y estos días sacad un tiempo para traer a vuestros hogares y a vuestras vidas Getsemaní y el Calvario, que no es sólo la montaña de la cruz sino también y, sobre todo, el jardín de la vida.

         Suene en nuestros oídos y, sobre todo, en nuestros corazones, la música de la cruz y de la gloria, la música de la Pasión y de la Pascua. Son los días del amor más grande. Cristo me amó y se entregó por mí. ¿Qué voy hacer yo por Cristo? Buena Pascua, amigos, también desde la cultura.

Autor: Jesús de las Heras, Director de Ecclesia/ Fuente: Ecclesia.-

EN LA ESCUELA DE LA PASCUA...

MARIA REINA Y MADRE PARA SIEMPRE...
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TRAS LOS PASOS DE UN SANTO...
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TRES LECCIONES Y CAMINOS PARA VIVIR LA RESURRECCION

La Pascua es la vocación de la Iglesia. Es su destino y su heredad. Somos ciudadanos del cielo, de un cielo y de una Pascua que solo se pueden ganar en la tierra. La cruz de Cristo nos redime, pero no nos garantiza automáticamente la salvación que hemos de lograr completando en nuestra carne y en nuestra alma lo que le falta a su Pasión redentora. Pasión y Pascua se funde, de este modo, en una unidad indivisible y santa.Image
 
Somos herederos de la Pascua, de una Pascua a la que llega desde la cruz. La Pascua es el Calvario y la cruz es la gloria. La muerte es la resurrección. El fracaso es la victoria. El dolor es el gozo. La angustia es la satisfacción. Es preciso saber morir -no solo la muerte corporal y terrena, sino también tantas pequeñas muertes cotidianas al hombre viejo- para poder resucitar. Muriendo -sí- se resucita a la vida eterna. La única manera de vencer el dolor y la tristeza es dejar de amarlos, sentenció con acierto un escritor. Pero ello, todo ello, solo desde Jesucristo crucificado y resucitado.
 

 
Id a Galilea: El mundo y la Iglesia son Galilea
 
 Tal es la grandeza de este misterio de gracia que la Iglesia ahora durante cincuenta días nos reiteraba la verdad esencial de nuestra fe: Verdaderamente ha resucitado. Aleluya. Y lo podemos encontrar, de nuevo, en Galilea, en la Galilea, en el mar más abierto que nunca, de su lago, imagen del mundo y de la misión de la Iglesia. De ahí, la necesidad de acudir a la escuela de la Pascua.
 
 La Pascua es el tiempo de la Iglesia. "Ahora os toca a vosotros", parece decirnos el Señor Resucitado cuando nos muestra sus llagas -el ministerio eclesial de la caridad, espléndido ejercicio del llamado "munus regendi"-, su Palabra -el ministerio eclesial docente o "munus docendi" y su pan tierno y partido -"munus sanctificandi"-. Ahora nos toca a nosotros y tenemos cincuenta días consecutivos y todos los domingos del año -la vida entera, en definitiva- para reconocer y ser testigos del Resucitado, la mejor noticia y realidad de toda la historia de la humanidad.
 
 Y para ello es preciso, de nuevo, hallar el equilibrio entre la cruz y la gloria. Nos hemos pasado tantos años en la Iglesia clavados en el Viernes Santo, plantados en la contemplación de la Pasión, que ahora, como si se tratara de un movimiento pendular, nos hemos instalado con verdad y también con demasía solo en la gloria. Hasta ufanamente decimos estar solo pendientes de la Pascua. Y no hay Pascua sin Viernes Santo.
 
La Palabra de Dios
 
 Necesitamos, pues, escuchar y aprender en la escuela verdadera de la Pascua. He aquí, tres lecciones imprescindibles para descubrir la Pascua, para vivir auténticamente su verdad y su gracia.
 
 1.- La primera es saber ver y juzgar con ojos y corazón nuevos. Ya les pasó a los apóstoles. Ya les pasó a Pedro y a Juan. Dudaron del anuncio de las mujeres y necesitaron ir al sepulcro, hallarlo vacío, contemplar las vendas y el sudario. Y ver con el corazón. "...y entonces vio y creyó, pues no habían entendido la Escritura que anunciaba que El iba a resucitar de entre los muertos".
 
 La escuela de la Pascua tiene, por tanto, como primera lección la escucha atenta, constante y orante de la Palabra de Dios. Hemos de regresar una y otra vez a la Biblia. Es la fuente, el sustrato y el nutrimento capital de nuestra fe y de nuestra vida. Los cristianos -particularmente los católicos- no podemos ser los grandes desconocedores y hasta prófugos de la Palabra de Dios, que es siempre viva y eficaz, actual, interpeladora, pensada para ti, para mi y para todos. La Palabra de Dios es la gran pedagoga, la gran educadora de nuestros ojos y de nuestro corazón. Es la gran maestra de la Pascua.
 
 Con la Palabra de Dios y desde la Palabra de Dios, obtendremos la mirada del corazón. La mirada del corazón sobre nuestra vida pasada y presente, sobre nuestra historia personal y colectiva, sobre nuestro hoy, sobre nuestros hermanos y sobre todas aquellas personas que salgan a nuestro camino.
 
 La mirada del corazón de la Pascua -mirada transida, tamizada y reflectada de y por la Palabra de Dios- nos dará los panes ázimos de la sinceridad y de la verdad, que tanto necesitamos, aunque nos empeñemos y nos equivoquemos en pensar y en vivir envueltos y rodeados de tantas medias verdades y mentiras completas como las que están de moda y propaga nuestra llamada sociedad del bienestar, de la apostasía silenciosa y de la lejanía religiosa, que dice -sobre todo con las obras y con los hechos- que no necesita a Dios, que Dios no es necesario, menos aún el Único Necesario.
 
Mirar las cosas de allá arriba
 
 2.- En segundo lugar, la escuela de la Pascua, al purificar nuestra mirada y nuestro corazón, nos enseñar a mirar "más arriba", a buscar las "cosas de allá arriba", donde está Cristo el Señor. Nuestro mundo y también los cristianos urgimos recuperar la trascendencia. El progreso de la ciencia y de la técnica, los altos niveles de bienestar que disfrutamos en Occidente -al menos, la mayoría de las personas- nos prometen continuamente el paraíso en la tierra y nos dejamos engañar pensando que estamos a un tris de hallar aquí, en esta tierra, la felicidad y la plenitud. Vivimos en el sofisma del primer paraíso terrenal cuando la serpiente engañó al primer hombre y a primera mujer en la manzana del árbol de la vida, del árbol del bien y del mal. No hay más árbol de la vida que el árbol de cruz. El, en Jesucristo crucificado, es el Bien, el único bien vivo y verdadero. Y la tentación y los tentadores son el mal. No nos confundamos y no nos dejemos confundir.
 
 Necesitamos buscar "las cosas de allá arriba". Necesitamos llenarnos de esperanza de la buena, de la esperanza en que fuimos salvados -"spe salvi"-, de la esperanza que no defrauda. ¡Qué oportuno y providencial resulta entonces retomar también en Pascua la encíclica de Benedicto XVI "Spe salvi", particularmente cuando habla de los lugares para el ejercicio y el aprendizaje de la esperanza: la oración, la actividad, el sufrimiento y el Juicio de Dios!
 
 Un cristianismo renovado, vigoroso, robustecido, confesante y apostólico es que, nutrido de la Palabra de Dios, se abre y se recicla continuamente en la oración y los sacramentos. A esta hora nuestra de secularismos y laicismos la única respuesta válida es la que brote de una vida interior, de la plegaria, de la espiritualidad recia y encarnada,
 
 Para "buscar las más de allá arriba", donde está Cristo el Señor, necesitamos rezar, fortalecer nuestra vida interior, revitalizar nuestras raíces cristianas, ahondar en la verdadera y propia identidad de nuestra fe y de nuestra Iglesia en y desde la comunión.
 
 Y así, con la guía de la Palabra y el ejercicio de la espiritualidad cristiana, la fe verdadera -la fe pascual- se irá abriendo camino en nuestro corazón, con la ayuda de la gracia y el esfuerzo de nuestro empeño.
 
Nosotros somos sus testigosImage
 
 3.- La escuela de la Pascua, desde la Palabra y desde la búsqueda y cultivo de la verdadera y apremiante trascendencia y espiritualidad, nos convertirá así en apóstoles y testigos. Nadie da lo que no tiene. Solo transformados nosotros mismos podremos ser levadura nueva de transformación para nuestra humanidad. Cristo Resucitado nos llama a ser sus testigos. "Nosotros somos sus testigos", repetían los apóstoles en aquellas horas y días de la gran Pascua.
 
 La condición del testigo es solo la propia del discípulo. Del que está a la escucha y en la compañía del Maestro. De aquel que experimenta y conoce su sabiduría, su grandeza y su amor. Solo así el discípulo hallará al Cristo total - no a un Cristo a mi gusto u medida- y solo así el discípulo se convertirá en apóstol, en misionero, en testigo. Nuestro gozo será entonces tal que nos brotará y surgirá espontáneo e irrefrenable el expandir y transmitir con la fuerza de la propia vida y de las obras al Cristo que se levanta y camina con las llagas y transido de gloria en el alba del día sin ocaso.
 
 Nuestra Iglesia ha de ser, pues, más misionera y apostólica que nunca. Lo reclaman el tesoro que llevamos dentro, la heredad común que compartimos. Lo reclama la sed de Dios de un mundo huérfano de Dios que, en todo caso, ya solo cree y escucha a los testigos creíbles, cabales convincentes, fidedignos y coherentes.
 
 Entonces la resurrección tendrá consecuencias en nuestra vida, comprendiendo progresivamente la resurrección a la luz de la vida de Cristo y recorriendo nuestra vida a la luz de esta resurrección, a cuya "escuela" hemos de acudir cada día, humilde, gozosa y esperanzadora. Nos espera el Resucitado, a quien descubriremos también en nuestras llagas y en las llagas de una humanidad dolorida y anhelante de salvación.
 
Escrito por: Jesús de la Heras Muelas, Director de Ecclesia / Fuente: Ecclesia.-
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