sábado, 20 de agosto de 2011

EL SACERDOCIO, LA IGLESIA Y EL PAPADO EN EL PENSAMIENTO DE HUGO WAST

HUGO WAST
Una referencia a temas fundamentales como son la esencia del sacerdocio, el drama del sacerdocio y el papado, cumbre del sacerdocio, tal como lo trató el gran escritor católico. 
Fuente: Revista Gadium



Hugo Wast, seudónimo de Gustavo Martínez Zuviría (1883-1962), considerado el más grande novelista de América, cuyas memorables obras Flor de Durazno, Valle Negro, Desierto de Piedra, Don Bosco y su Tiempo, llegaron a tener decenas de ediciones con tiradas de 120.000 ejemplares y ser traducido a muchos idiomas, nos deja páginas memorables sobre el tema del Sacerdocio católico, la Iglesia y el Papado, cuyo análisis demandarían profundos estudios. Pensemos en libros completos dedicados a sacerdotes, como la Hagiografía Don Bosco y su Tiempo, o las Aventuras del Padre Vespignani, o las semblanzas del Cura Brochero que aparece en las Espigas de Ruth y en las Obras Completas. No pretendemos en estas páginas hacer un estudio exhaustivo y completo, sino referirnos a temas fundamentales como son la esencia del sacerdocio, el drama del sacerdocio y el papado, cumbre del sacerdocio. Pero veamos las profundas y proféticas páginas de Hugo Wast. 
 
La Esencia del Sacerdocio 
 
La esencia del Sacerdocio en el pensamiento de Gustavo Martínez Zuviría se encuentra en el famoso escrito: “Cuando se piensa”. De esta formidable página dijo San José María Escrivá de Balaguer[1] : “Estoy seguro de que no merecerá más que aplausos… Tengo muchas ganas de darle un abrazo”. Transcribo las partes principales: “Cuando se piensa que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote; Cuando se piensa que ni los ángeles, ni los arcángeles, ni Miguel, ni Gabriel, ni Rafael, ni príncipe alguno de aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote; Cuando se piensa que solamente un sacerdote puede perdonar los pecados y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario, Dios, obligado por Su Propia Palabra, lo ata en el cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios; Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo, en la última Cena, realizó un milagro más grande que la creación del universo con todos sus esplendores, y fue convertir el pan y el vino en Su Cuerpo y Su Sangre para alimentar al mundo; y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote; Cuando se piensa que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar; Cuando se piensa que un sacerdote cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo que está allí repitiendo el mayor milagro de Dios; Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino; Cuando se piensa que eso puede ocurrir, porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes aullarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan, y no habrá quien se lo dé; y pedirán la absolución de sus culpas, y no habrá quien las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos; Cuando se piensa que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él; Cuando se piensa todo esto, uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales; Uno comprende el afán con que en tiempos antiguos cada familia ansiaba que de su seno brotase, como una vara de nardo, una vocación sacerdotal.”[2]  
 
El Drama del Sacerdocio. Las Etapas de una Apostasía 
 
El Drama de un sacerdote que pierde la Fe lo plantea magistralmente el Papa Benedicto XVI en la novena estación de su extraordinario Via Crucis rezado en el Coliseo de Roma el Viernes Santo de 2005 durante las postrimerías de su recordado antecesor Juan Pablo II: Meditación. ¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizás nos hace pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan de Cristo, en la tendencia a un secularismo sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del sacramento de Su Presencia, y en el vacío y maldad de corazón donde entra a menudo. 
 
¡Cuántas veces celebramos sólo nosotros sin darnos cuenta de Él! ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de Su Palabra! ¡Qué poca Fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a Él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el Sacramento de la Reconciliación, en el cual Él nos espera para levantarnos de nuestras caídas! También esto está presente en Su Pasión. La traición de los discípulos, la recepción indigna de Su Cuerpo y de Su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos (cf Mt 8,25) No se llega a un Drama tan grave como el que describe el Papa abruptamente, sino por etapas. Hugo Wast en su obra Juana Tabor, 666[3], escrita en 1941, nos va indicando las etapas de esa apostasía, desdichado Drama de muchos sacerdotes en el día de hoy.  
 
La Vocación del Sacerdote y el Orgullo
 
Comienza la historia en el día de la ordenación de Fray Simón de Samaria cuando su mentor Fray Plácido de la Virgen le da los consejos a su discípulo más aventajado que ya había tenido varios triunfos como orador. Primero le recuerda la dignidad del sacerdocio. “ Escúchame en el momento más solemne de tu vida, ahora que eres tanto como un rey, porque el aceite de unción es una diadema. 
 
El joven respondió, con las palabras de Samuel, pues sabía cuanto agradaban al Superior los textos bíblicos: - Habla, Señor, que tu siervo te escucha. - Como hizo reflorecer Santa Teresa a las carmelitas, y Rancé a los trapenses, así anhelaba yo que alguien hiciera renacer la vocación gregoriana, y pienso que Dios ha escuchado mi oración; porque cuando veo el influjo que tienen tus sermones sobre el pueblo, no puedo menos de repetir el versículo del profeta con que la Iglesia honra a San Juan Bautista en su vigilia: “He puesto Mi Palabra sobre tus labios” Ecce dedi verba mea in ore tuo –murmuró el joven fraile, para mostrar al viejo que recordaba el pasaje, y por su médula corrió un estremecimiento de placer. El superior lo miró intensamente, como si adivinase la falla de aquella magnífica armadura, y le dijo:[4] El primer consejo contra el Orgullo: - Pero... después de cada sermón, enciérrate en tu celda y humíllate, y disciplínate y suplica a Dios que te envíe un ángel para que te abofetee y no te deje caer en el orgullo secreto, que Él castiga con otras tentaciones, según lo manifiesta San Pablo [5]
 
El segundo consejo, la pobreza espiritual: En el voto de pobreza que has hecho como gregoriano debes incluir no solamente la renuncia a toda propiedad material, sino también a toda propiedad espiritual. - ¿Las virtudes son eso que V. R. llama propiedades espirituales? ¿Cómo puede renunciarse a las virtudes? - Te diré: las virtudes producen un gusto, una delectación. La perfección está en renunciar a esos gustos espirituales que produce la virtud, porque a la corta o a la larga cautivan la voluntad, y hacen creer que todo lo que contraría nuestros gustos espirituales es malo, y todo lo que los fomenta es bueno[6]
 
Luego de prevenirlo contra el amor propio espiritual que con la apariencia de bien, es infinitamente más peligroso que el carnal, Fray Plácido le da el secreto para desenmascararlo y no confundirlo con el celo por la gloria de Dios. Le da en ese momento el tercer consejo, la Obediencia. No se detiene mucho en la consideración frecuente sobre la obediencia a los superiores, sino que señala lo esencial de la virtud de la obediencia en los sacerdotes: la absoluta adhesión al Papa. - La piedra de toque de la virtud de un sacerdote es su absoluta adhesión al Papa. Esa voluntad, mejor diré, ese sentimiento, porque el joven levita debe transformar en carne de su carne, en una especie de instinto, lo que al principio de su carrera pudo no ser más que una fría voluntad, esa adhesión a Roma es lo que lo hace un miembro vivo del Cuerpo Místico de Cristo. - ¿Cómo ha de ser y qué límites ha de tener esa adhesión? - Debe ser ilimitada –contestó con presteza el viejo-; desinteresada y silenciosa, mientras no llegue el caso de pregonarla, porque entones debe pregonarse, aun a costa del martirio. Pero no sólo debe orientar tu acción exterior, sino también atar tus pensamientos... - Mucho es eso –observó melancólicamente el joven[7]
 
El superior se retira sin dejar de recordarle los dos pilares sobre los que se asienta la vocación del sacerdote: el rezo litúrgico y la devoción al Papa, o con otras palabras: la Oración disciplinada y la infalible Humildad. Ni bien queda solo, Fray Simón nos revela su verdadero propósito, reconciliar el mundo con la religión: Señor, Señor –exclamó, golpeándose el pecho a la manera del publicano- me siento como Daniel, hombre de deseos: vir desideriorum es tu! Tengo la conciencia de que llevo conmigo todas las energías de una nueva creencia. Mi misión es reconciliar al siglo con la religión en el terreno dogmático, político y social. Me siento sacerdote hasta la médula de los huesos; pero he recibido del Señor un secreto divino: la Iglesia de hoy no es sino el germen de la Iglesia del porvenir, que tendrá tres círculos: en el primero cabrán católicos y protestantes; en el segundo, judíos y musulmanes; en el tercero, idólatras, paganos y aun ateos... Comenzaré yo solo, en mí mismo, el perfecto reino de Dios... Soy el primogénito de una nueva alianza... La celda se llenó de azulada sombra. La campana, llamando al coro, lo sacó de su arrobamiento[8].  
 
El Superior. La conversión por el “amor”. 
 
En el capítulo sexto Dos Rosas y una Cruz, ya adelantada la obra, nos muestra a Fray Simón de Samaria que ha logrado encaramarse como Superior de los gregorianos. Es el afamado Superior de una orden en total decadencia y ya ha recibido a la profetisa del Anticristo, Juana Tabor que finge que quiere convertirse al cristianismo para hacerlo caer en sus redes. Fray Simón comete el error de separar Verdad y Caridad. La Verdad sin la Caridad es fría e inaceptable. Y la Caridad sin la Verdad se corrompe. Por ello, la Verdad de la Caridad no debe hacernos nunca olvidar la Caridad de la Verdad. Fray Simón cree que puede lograr la unión con todos los hombres por el amor sentimental y al margen de las verdades católicas. Para escribir este extraordinario capítulo, Hugo Wast, ha utilizado el diario del célebre fraile apóstata Jacinto Loyson, ex carmelita descalzo, documento muy raro y de inmenso interés psicológico y apologético. He hablado con Juana Tabor de sus dificultades para aceptar todos los dogmas católicos. Esa mujer, tan misteriosa y mundana, es un alma profundamente religiosa, a pesar de la nube de incredulidad con que el protestantismo, la religión de su niñez, según creo, ha envuelto su pensamiento y su corazón. 
 
En otra página escrita después: Ha venido al locutorio. Hemos hablado largamente. Y me ha dicho, fijando en mí su mirada oriental: ¿Por qué no existe una Iglesia para los que dudan, espíritus que son religiosos, pero que no pueden dar formas positivas a sus creencias y su culto? Y, como yo no encontrara en ese momento la frase que convenía decirle, después de un rato de silencio se puso de pie y, sin darme la mano, se despidió con estas palabras: Si yo me hago católica no será en virtud de sus argumentos, sino de su misericordia. Usted será para mí la puerta de la Iglesia. Yo me quedé solo, sintiendo como cosa nueva esta verdad en que, sin embargo, he pensado muchas veces: si es una obra santa convertir a los herejes y cismáticos, ¿no es también una obra providencial, grata a Dios y bendecida por Él, esta aproximación que se opera, antes de la conversión por la caridad, entre los católicos y los que no lo son? Fray Simón observó que la palabra caridad estaba escrita arriba de otra, que aún podía descifrarse: amor[9]
 
Como consecuencia de este activismo y concesión al sensible, Fray Simón, se queda sin tiempo psicológico, otro rasgo de anemia espiritual. Hoy no he celebrado misa. Me acosté fatigado, y me dormí pasada la medianoche. Oí vagamente la campana y no hallé alientos para levantarme. El hermano Plácido llamó a mi puerta; le dije que me perdonase, porque estaba enfermo. Hace varios días que no tengo tiempo de rezar el oficio. Voy a pedir dispensa de él, a pesar de lo que suele decir mi viejo compañero Fray Plácido: que el breviario y la devoción al Papa son los dos puntales de la vocación sacerdotal. No lo creo: yo me siento sacerdote hasta la médula de los huesos, tanto, que mi vocación no padecería si me viera obligado a renunciar a algunos formulismos de la Iglesia. Yo soy sacerdote según el orden de Melquisedec, que levantaba su altar en campo abierto y podía enorgullecerse de su triple corona, de pontífice, de esposo y de padre. El Superior de los gregorianos cerró un momento el cuadernito y se puso a reflexionar sobre aquellos apuntes, que tenían ya varias semanas. Hacía dos por lo menos que había recibido de Roma la dispensa del breviario, cuyo rezo es obligatorio bajo pecado mortal, para todos los sacerdotes.[10] 
 
Continúa Fray Simón su relación creyendo que la puede fundar en el equívoco sin refutar nunca sus errores y transando a veces con ellos. He pasado la tarde en Martínez, Juana me ha dicho: “Creo en la divinidad de Cristo, pero no creo en su deidad, que confunde al hombre con Dios. Dios se ha manifestado en Cristo, pero Éste no es Dios. Juana es un alma esencialmente religiosa, pero su teología es una extraña mezcla de sentimientos, de intuiciones, de interpretaciones subjetivas de la Biblia. Yo la escucho con embeleso, viéndola acercarse paso a paso al catolicismo. Casi nunca refuto directamente sus errores. A veces transo con ellos, para mejor vencerla después[11]
 
Hugo Wast advierte cómo la ilusión de Fray Simón lo hace alterar la Sagrada Escritura con una fina percepción psicológica: El que convirtiere a alguien del error de su camino, salvará su alma de la muerte y cubrirá la muchedumbre de sus pecados. El texto dice: el que convirtiere a un pecador, pero yo no me he atrevido a llamar pecadora a Juana, pues conozco su corazón limpio como un cáliz de oro... ¿Y si yo no me convirtiera, usted no se salvaría?, me ha preguntado con una sonrisa divina[12]
 
Juana Tabor le habla a Fray Simón de la “Iglesia del porvenir” falso ecumenismo que reúne a la gente sin la amalgama que es Cristo, como si fuera una idea de ella y no de él, para hacerle creer que está aceptando sus creencias, cuando en realidad es al revés. Usted es la puerta de la verdadera Iglesia, la Iglesia del porvenir, de la cual la católica no es más que un germen, sagrado, sí, pero sólo un germen. Yo concibo una Iglesia con tres círculos donde quepan todos los pobres seres humanos: en el primer círculo, los cristianos sin distinción; en el segundo, los judíos y los musulmanes; en el tercero, los panteístas y aun los ateos...[13] 
 
El buen pastor es el que da su vida por las ovejas y el que las defiende del lobo, no el que habla de ternuras y caricias al lobo mientras éste se devora a su víctima. Fray Simón empieza a abusar en su lenguaje de las imágenes tiernas, otro ejemplo de las traiciones de la sensibilidad desordenada. Esta semana me he abstenido de ir a Martínez –leyó en su diario-. 
 
He conversado con Fray Plácido, quien me ha hecho algunas advertencias ociosas acerca de las traiciones de la sensibilidad. Le alarman las imágenes excesivamente tiernas que yo empleo en mi lenguaje. He tenido que recordarle otras infinitamente más tiernas de la Sagrada Escritura. Me ha dicho: “Un hombre que diariamente realiza el milagro de la consagración debería cerrar los ojos a las bellezas exteriores”. Le he contestado: Si yo salvo a esa persona, habré asegurado mi propia salvación. Y él me ha citado, meneando la cabeza, este texto del Eclesiastes: “Vale más el final de una cosa que su comienzo”. Yo he replicado: Cada vez que hablo con ella experimento la presencia sensible del Espíritu Santo en nuestras efusiones. ¡Su corazón es tan puro! ¡Los asuntos que tratamos son tan santos! “No hay peor trampa, me replica él, para dos corazones incautos, que los secretos inocentes”. “Un secreto es casi siempre una complicidad inadvertida”.[14] 
 
Habiéndose enfriado la espiritualidad por la falta de oración cae el otro puntal de la vocación sacerdotal, la fidelidad al Papa y con ella viene el ansia de falso ecumenismo y la reforma democrática de la Iglesia “Ya sé”, le he interrumpido con alguna impaciencia: “el rezo litúrgico y la devoción al Papa”. “¡Cuáles no serían los recelos del pobre viejo, si supiera cómo estoy en lo que atañe a esos dos puntales! Del uno me he libertado ya, no por mi propia autoridad, sino por la de la Santa Sede, y en cuanto a la devoción al Papa, ¡si viera mis dudas! Yo soy antes sacerdote católico que sacerdote romano. Pero no hay derecho a decir esto públicamente, sin incurrir en las censuras. La Iglesia Romana quiere ser como el Arca de la Alianza, a la que nadie podía tocar, ni siquiera para sostenerla, porque caería muerto, como Oza, al extender la mano. “Creo que estamos destinados a ver grandes cambios en la Iglesia, en el sentido de la democracia. Servir a la vez a Dios y al pueblo”. [15] Y más adelante: “La Iglesia Romana no puede reformarse y regenerarse por algunos movimientos superficiales; es necesario que sea removida y turbada hasta lo profundo. Yo soy quien está llamado a comenzar la obra”. [16] 
 
Juana Tabor le envía de regalo dos rosas sobre un crucifijo y el infeliz no advierte que significan el triunfo de la Cábala sobre el Cristianismo. Fray Simón abandona su diario y no escribe más, invadido por una extraña fatiga de la imaginación. Esterilidad y Reformismo Nuestra época es pródiga en empresarios prósperos con empresas quebradas, generales exitosos con ejércitos derrotados, políticos opulentos con pueblos en la miseria y no le podían faltar los superiores religiosos famosos con sus órdenes y comunidades en declarada decadencia. Y aún obispos con una celebridad publicitada con fieles en apostasía. Santidad mediática obtenida pidiendo perdón por lo que hicieron sus predecesores, cuando no había apostasía. La esterilidad de estos personajes se debe a que la voluntad de poder, reducida a un mero encaramarse en los escombros de sus comunidades en ruinas, se opone a la capacidad de crear. 
 
El secreto de la creatividad, o mejor dicho de la fecundidad, es la Cruz que el trepador rechaza. En lugar de convertirse él, quiere reformar la Iglesia. Cuando la Iglesia no necesita ni necesitó nunca reformadores sino Santos. Fray Plácido le propone al Superior, comunicar la agonía de la orden a Roma y buscar remedio en la penitencia y éste replica prohibiéndole la comunicación con el Papa y proponiendo la reforma de la Iglesia: Pero ni la Orden, ni la Iglesia pueden reformarse por algunos movimientos superficiales. Es necesario que sean removidas y turbadas hasta lo profundo. Yo siento que tengo una misión que llenar. Dentro de la Orden, ciertamente, V.R. tiene una misión; pero dentro de la Iglesia, en el sentido de una reforma, no – replicó enérgicamente el viejo fraile - , porque sólo el Papa es el llamado a ello. 
 
El Superior palideció ligeramente y permaneció callado durante algunos segundos, y al cabo dijo: - Este Papa morirá pronto. El que vendrá después ¿tendrá su mismo espíritu intransigente y hostil al espíritu del siglo nuevo? Yo soy sacerdote católico y cualquier cosa que suceda no la olvidaré nunca. Pero los católicos del siglo XXX pedirán cuentas a los del siglo XX de no haber sabido comprender las necesidades de la sociedad de este tiempo. - ¿Está seguro V.R. de que habrá un siglo XXX? - preguntó Fray Plácido, a lo que el otro no respondió. El viejo continuó: - No es la Iglesia la que tiene que reformarse, si quiere vivir; es la sociedad del siglo XX, que se muere de un mal que los sabios llaman lucha de clases y que los teólogos llaman envidia: propter invidiam diaboli… Los primeros siglos del cristianismo fueron piadosos, pero tuvieron la enfermedad de la Herejía. La Edad Media fue valiente, y tuvo la de la Ambición. La Edad Moderna fue egoísta y se enfermó de Envidia. Nuestra sociedad es hija de mala madre: la Revolución Francesa, que pretendió enseñar al mundo los derechos del hombre, y no se acordó de enseñarle antes sus deberes. [17] Propone luego Fray Simón la incorporación de los no católicos en una unión sin Cristo.  
 
El Orgullo y la Carne en el Camino de la Apostasía 
 
El profundo conocimiento histórico y psicológico de Hugo Wast se muestra una vez más cuando Fray Plácido, el anciano, le recuerda a Fray Simón la apostasía de Jacinto Loyson. Fray Simón, seguro, le manifiesta: “ese hombre arrojó los hábitos para casarse con una mujer que se le acercó pretextando el deseo de convertirse. Se trata de una aventura vulgar”. Y el anciano le responde que la secuencia de la caída es a la inversa: primero la rebeldía contra Roma que es el orgullo, luego la tentación carnal que es su castigo: Casi todas las apostasías – repuso Fray Plácido – son aventuras vulgares, pero todos los apóstatas creen que su caso es de enorme trascendencia para la Iglesia. Todas las apostasías comienzan pretendiendo algún bien espiritual, que se quiere imponer contra las reglas divinas. Al principio el orgullo se oculta de mil modos, y sólo aparece cuando se tropieza con la voluntad del Superior. Se produce entonces la obstinación en el propio juicio y, como consecuencia, la rebeldía contra la suprema autoridad. Y no bien se consuma la ruptura definitiva, que suele ser resonante y aplaudida por el mundo, vemos que Dios castiga al apóstata, permitiéndole caer en esa aventura vulgar, para que se vean los pies de barro de aquella estatua de oro. Largo silencio de ambos frailes. [18] 
 
Y más adelante agrega: Aunque así fuera –replicó el viejo fraile-, en el día del juicio bendecirán su pusilanimidad. Los caminos de la apostasía no son muchos: el orgullo, la carne, rara vez la codicia. Ese libro de Loyson es un documento muy poco frecuente, porque es un diario principiado antes de la apostasía, sin propósito de publicación y continuado después. Y allí se ve la diabólica filiación de las tentaciones. Unas engendran a las otras. ¿Cuál fue la primera? ¿La del orgullo o la de la carne? Yo creo que en Loyson fue la del orgullo: lo marearon sus triunfos de orador, la popularidad inmensa de sus sermones en Notre Dame, de París. Se creyó un apóstol, y pretendió dirigir la Iglesia y reformarla. [19]  
 
El Patriarca Constitucional y la Rotura de la Unidad 
 
Han pasado más de 65 años desde que Hugo Wast escribió esta obra publicada en 1941. Ha tenido muchas anticipaciones de los acontecimientos futuros que su novela ubica al fin del siglo XX, sobre ellos me referí en otro lugar: [20] materialismo y enfriamiento religioso, aumento del promedio de vida y disminución de nacimientos, eutanasia, caos general, feminismo, muerte de la metafísica, la ciencia y el arte y crecimiento prodigioso de la técnica, resurgimiento del Islam, creación del Estado de Israel, etc. En esta situación de caos Martínez Zuviría anuncia un gobierno anticristiano en la Argentina, que se apoya en una plebe anarcomarxista. El “Progresismo” infiltrado en la Iglesia tiene como otras herejías dos estrategias: la primera, que encomienda a Fray Simón, es apoderarse de la Universalidad de la Iglesia poniendo un antipapa. La segunda, por si fracasa la primera, es romper la unidad con uno o varios cismas. 
 
Nuestro autor ve en la Argentina un Patriarca Constitucional jefe de una Iglesia Cismática. Éste, cuando el régimen anarcomarxista está agotado y el pueblo lo repudia, trata de salvarlo con una especie de “mesa de diálogo”: En ese instante se presentó monseñor Fochito, el patriarca constitucional de la Argentina, revestido de las resplandecientes vestiduras purpúreas que él había inventado para su uso y que el gobierno había impuesto por ley. Sobre la cabeza arrogante, a pesar de sus ochenta inviernos, asentábase la cuádruple tiara de los patriarcas argentinos, prodigioso artefacto de oro que tenía una corona más que la del Papa. Cada corona era de distintas piedras y, según la original liturgia de la Iglesia argentina, simbolizaba una de las cuatro virtudes fundamentales de sus jefes; la primera, de topacios, por la fe; la segunda, de esmeraldas, por la esperanza; la tercera, de rubíes por la caridad; la cuarta, de esplendorosos brillantes, por la virtud magna de los ciudadanos: la democracia. ¡Fe, esperanza, caridad y democracia!
 
Monseñor Fochito había sido fraile conventual hasta los cuarenta años, en que, a pedido del Presidente Juan Pérez de Montalván, la Santa Sede lo preconizó obispo de las Malvinas. Cuando los anarcomarxistas se apoderaron del gobierno y empezaron a quemar frailes y monjas, monseñor Fochito, que no tenía vocación de mártir, prestó el juramento constitucional que lo apartaba de Roma y lo hacía incurrir en excomunión mayor. Patriarca de la iglesia argentina desde hacía veinte años, aunque era viejo y no tardaría en dar cuenta a Dios de cómo había apacentado sus ovejas, ni su ambición de honores ni su codicia de riqueza estaban saciadas, y vivía acechando las oportunidades de acrecentar su influencia entre el pueblo y ante el gobierno. Al saber que se conspiraba contra misia Hilda, quiso salvar con su elocuencia a la riquísima dama. Corrió al palacio a ofrecerse como mediador, y pidió a la Presidenta que lo dejara exhortar a la multitud amenazante desde la balconada de honor. Velociter currit sermo ejus – dijo, aplicándose a sí mismo lo que un salmo canta de la palabra de Dios– Mi palabra será luminosa y veloz… Vamos, mamá! – repitió Rahab, viendo a su madre inclinada a permitir aquel discurso que dilataba sus esperanzas -. No pierdas tiempo en escuchar a este viejo chocho. [21]  
 
El Papado Una Historia del Papado 
 
En la obra de Hugo Wast hay numerosos aportes a una historia del Papado pero se destacan principalmente dos libros: Don Bosco y su Tiempo; llamado en otras ediciones Las Aventuras de Don Bosco y El Sexto Sello. El primero de los nombrados es una hagiografía de San Juan Bosco y su relación con el Papado, sobre todo con Pío IX enmarcado en una historia de Italia y del siglo XIX que luego se continúa en Las Aventuras del P. Vespignani. El segundo libro proporciona un esquema histórico–esjatológico del Papado sobre las profecías atribuidas a San Malaquías. Hugo Wast escribe este libro bajo el pontificado de Pío IX y es emocionante la síntesis que hace de la increíble y extraordinaria historia de la Dinastía de Pedro “la más antigua y la más alta de la tierra”. Se apoya para ello en el valor simbólico de los lemas: Lema 101 Crux de Cruce. (La Cruz por la Cruz) Pío IX (1846/78)

Lema 102 Lumen in Coelo (Luz en el Cielo) León XIII (1878-1902)
Lema 103 Ignis Ardens (Fuego Ardiente) San Pío X (1902-1914)
Lema 104 Religio Depopulata (La Cristiandad Despoblada) Benedicto XV (1914-1922)

Lema 105 Fides Intrepida (Fe Intrépida) Pío XI (1922-1939) Como Hugo Wast escribe El Sexto Sello bajo el Pontificado de Pío XI lo que dice de los lemas siguientes tiene más sentido anticipatorio y esjatológico. Merece citarse: Lema 106 Pastor Angelicus que correspondió a Pío XII (1939-1958). 
 
Lo que dice de este extraordinario pontífice es reproducción de un artículo del 25 de diciembre de 1936 escrito en el diario “La Nación” de Buenos Aires, tres años antes del Cónclave que lo eligió Papa: “La profecía llama al sucesor de Pío XI el Pastor Angelical (Pastor Angelicus). En estos momentos hay un Cardenal en quien parece que se concentrarían todos o casi todos los votos del cónclave, si hubiera de realizarse una elección: el Cardenal Pacelli” [22] 
 
La esperanza de Hugo Wast se transformó tres años más tarde en magnífica realidad habiendo sido electo Papa el Cardenal Pacelli en uno de los cónclaves más rápidas de la Historia, contra la expectativa de las agencias noticiosas que hasta el último instante demostraron a “sus” creyentes del mundo entero que Pacelli, por ser Secretario de Estado del Papa fallecido ¡nunca sería elegido sucesor! El mismo autor lo narra más adelante: “¿Qué se anuncia para después de Fides Intrépida? La profecía llama al sucesor de Pío XI el Pastor Angelical (Pastor Angelicus) En estos momentos hay un cardenal en quien parece que se concentrarían todos o casi todos los votos del cónclave, si hubiera de realizarse una elección: el Cardenal Pacelli. Buenos Aires lo conoce. Lo ha visto en inolvidables jornadas, y conserva de él la impresión de que, si fuese elegido, no desmentiría su lema. Además de la etimología de su nombre (Pacelli), sugiere la idea de un pacificador y también la de un apacentador (Pastor). Esto fue escrito en 1936. No dejaron, pues, de desconcertarnos las conjeturas que en vísperas del cónclave se hicieron respecto a sus resultados. Muchos acreditados corresponsales periodísticos echaron a rodar por el mundo una noticia desconsoladora: que el Cardenal Pacelli no figuraba entre los papables, porque (aparte de otras razones) era práctica inveterada el no elegir nunca Papa al Secretario de Estado del Pontífice recién fallecido. A pesar de tales vaticinios el Cardenal Pacelli tenía de tal manera ganados los sufragios de todos los cardenales, que resultó elegido en el cónclave más rápido de los tiempos modernos. Lo cual demuestra que las vías de Dios, hasta cuando son más claras, permanecen ignoradas de los hombres más sagaces, como suelen ser los corresponsales de los grandes diarios [23]. Respecto del lema De Gloria Olivae (De la Gloria del Olivo) que correspondería al Papa Benedicto XVI, Hugo Wast recuerda que el olivo designa con frecuencia al pueblo judío en las Sagradas Escrituras. Por ello, estima que puede ser una referencia a su conversión próxima. Cita a varios autores que fundándose en la profecía de San Pablo (Rom. 11, 25, 28) ubican este hecho antes o después del reinado del anticristo. 
 
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Don Bosco y Pío IX 
 
El enemigo siempre ha tratado de apoderarse de la estructura de la Iglesia Católica para sus designios. Para ello nada mejor que imponer un Papa falso. Porque el Papa Verdadero no puede defeccionar. Es la historia trágica de los antipapas. Pero a partir de la Reforma Protestante cuando Lutero saca de la cátedra de la Verdad al Papa y con él a la Iglesia y pone en su sitio a la opinión pública, el enemigo perfeccionó su estrategia. Este hecho singular de la opinión pública creada por los medios masivos desde la imprenta, hasta la televisión, ha puesto a todo el mundo bajo la mirada anticristiana, que ocupa el lugar de la conciencia que era la mirada de Dios. Lo malo es que las mismas comunicaciones internas de las instituciones han sido reemplazadas por los medios masivos. Un católico común en general recibe la información de lo que dijo el Papa o su Obispo, no por un medio interno sino por la televisión. Esto les permite a los medios emitir un “papa de la publicidad” a partir del real pero distinto y aun contrario al mismo para manipular las multitudes cristianas. Y aún más, el personaje ficticio como una túnica de Neso tratará de ser impuesto al propio Papa. El genial Hugo Wast es el primero que detecta esta situación cuando se refiere en el ya citado libro Don Bosco y su tiempo a la orden de Mazzini de emborrachar de popularidad al Papa Pío IX para poder controlarlo. El motivo lo da un decreto de amnistía del Papa y las multitudes salen a ovacionarlo gritando ¡Viva Pío Nono!. Sólo Don Bosco se da cuenta de la maniobra y les dice a sus discípulos: “no digan viva Pío IX, digan ¡Viva el Papa!” ¡Pero oigamos a Hugo Wast!: ”En el fondo de aquellas manifestaciones de un pueblo que se dejaba caldear fácilmente, existía la acción de las sociedades secretas. Mazzini había creído descubrir en Pío IX un hombre bondadoso y débil, y, por lo tanto, fácil de arrastrar de concesión en concesión hasta irremediables renuncias. E impartió la orden a la Joven Italia, la tenebrosa secta fundada por él, de embriagar de popularidad al Papa. Cada salida de Pío IX a la calle era objeto de manifestaciones desmesuradas. La amnistía había abierto las puertas de Roma a una multitud de conspiradores, que trabajaban libremente al grito de “¡Viva Pío IX!” Este grito había salvado las fronteras y extendídose por Italia, y lo repetían los diarios de toda Europa, y hasta hallaba eco en los Parlamentos extranjeros. En Turín el entusiasmo no era menos que en Roma, y los católicos acompañaban aquel grito de todo corazón. Solamente los biricchini de Don Bosco no gritaban “¡Viva Pío IX!” ¿Por qué? ¿Acaso Don Bosco no amaba al Papa? ¡Ah, Don Bosco no era fácil de engañar! Tenía un instinto rápido y seguro. Sospechó de aquellos elogios a Pío IX en la pluma o en los labios de escritores y de políticos acostumbrados a insultar a la Iglesia romana. Y a través de las innumerables leyendas que el mundo católico devoraba con fruición, porque ponderaban la mansedumbre y el patriotismo de Pío IX, adivinó la intención de seducirlo y de transformarlo en el Papa carbonario, que desde los tiempos de Nubius anhelaban las logias para destruir a la Iglesia. Se equivocaron, porque desde los primeros actos, dictados por la clemencia, el Pontífice demostró una firmeza a prueba de todas las seducciones, y empezó a subir su largo calvario. Ya sabía Don Bosco que se equivocarían, porque el heredero de Pedro tiene la promesa de Cristo; pero, entre tanto, desbarató la intriga. Sus biricchini un día gritaban “¡Viva Pío IX!”, y él los hizo callar. No gritéis “¡Viva Pío IX!” Gritad más bien ¡Viva el Papa! La sorpresa se pinta en la cara de los muchachos. Uno de ellos se atreve a preguntar: ¿Por qué quiere que gritemos ¡Viva el Papa! solamente? ¿Pío IX no es acaso el Papa? Tenéis razón; pero vosotros no veis más allá del sentido natural de las palabras. Hay, sin embargo, personas que pretenden separar al Soberano de Roma del Pontífice, al hombre de su divina investidura. Alaban la persona, pero no entienden alabar la dignidad de que está revestida. Nosotros, para estar seguros, gritemos: “¡Viva el Papa!” Y así, desde entonces, hicieron los biricchini”. [24]  
 
La Iglesia de la Publicidad y P. Meinvielle 
 
Lo que Hugo Wast presentó en la acción de una novela fue también preanunciado en 1970 por el Padre Meinvielle en su famoso libro “De la Cábala al Progresismo” escrito en 1970, 30 años después de la publicación de Juana Tabor. Veamos la hipótesis eclesiológica de Meinvielle: “Así como la Iglesia comenzó siendo una semilla pequeñísima, y se hizo árbol y árbol frondoso, así puede reducirse en su frondosidad y tener una realidad mucha más modesta. Sabemos que el mysterium iniquiatatis ya está obrando; pero no sabemos los límites de su poder. Sin embargo, no hay dificultad en admitir que la Iglesia de la publicidad pueda ser ganada por el enemigo y convertirse de Iglesia Católica en Iglesia gnóstica. Puede haber dos Iglesias, la una la de la publicidad, Iglesia magnificada en la propaganda, con obispos, sacerdotes y teólogos publicitados, y aun con un Pontífice de actitudes ambiguas; y otra, Iglesia del silencio, con un Papa fiel a Jesucristo en su enseñanza y con algunos sacerdotes, obispos y fieles que le sean adictos, esparcidos como “pusillus grex” por toda la tierra. Esta segunda sería la Iglesia de las promesas, y no aquella primera, que pudiera defeccionar. Un mismo Papa presidiría ambas Iglesias, que aparente y exteriormente no sería sino una. El Papa, con sus actitudes ambiguas, daría pie para mantener el equívoco. Porque, por una parte, profesando una doctrina intachable sería cabeza de la Iglesia de las Promesas. Por otra parte, produciendo hechos equívocos y aun reprobables, aparecería como alentando la subversión y manteniendo la Iglesia gnóstica de la Publicidad”. [25]  
 
La Operación de Prensa y el Ultimo Cónclave 
 
El mismo tema de la publicidad que Hugo Wast había vislumbrado en el S XIX lo vuelve a presentar en su novela “Juana Tabor”, “666”, que se refiere a un cónclave al fin del S. XX. Los medios de difusión masivos quieren en dicha novela imponer como Papa a Fray Simón de Samaria y empiezan las operaciones de prensa para lograr un papa argentino y las presiones de los “poderes imperiales”. “Pero en esos cuatro días el infierno había centuplicado su actividad y sus artimañas. El noventa y nueve por ciento de la publicidad mundial, dirigida por una invisible batuta, a toda hora y en toda forma, por la radio, y los periódicos, y los cinematógrafos, y los espectáculos, y los diarios, y hasta lo que podía llamarse reuniones sociales, se puso al servicio de una sola candidatura. Otón V había invitado, uno por uno, a los cardenales, para adobarles la voluntad, asegurándoles que el Imperio quería reanudar la tradición de Otón I, de proteger a la Iglesia, para lo cual nada mejor que elegir un Papa dentro de las corrientes modernas, aunque fuese necesario buscarlo fuera del Colegio Cardenalicio” [26] Mientras tanto Fray Simón sueña como sería un ascenso al trono Pontificio y su programa: Entre tanto, uno de los dignatarios del Cónclave, precedido de la cruz pontificia, aparecería en el balcón frente a la plaza y dejaría caer sobre la muchedumbre y sobre el orbe entero aquellas palabras viejísimas y solemnes: “Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Pontificem…”, y pronunciaría su nombre: “Simón de Samaria”, y su título en la larga cronología de los Papas: “Simón I”… Después vendría la adoración de los embajadores, luego los generales de las órdenes religiosas, los soberanos, el emperador y los reyes que hormigueaban en Roma y que se disputarían sus audiencias. [27] He aquí el Programa: Desde sus primeros actos de gobierno señalaría el espíritu de su reinado: reconciliar a la Iglesia con la época. Reformaría la disciplina; aboliría el celibato de los sacerdotes; reemplazaría el latín por el esperanto; dispondría la elección de los obispos por el clero, también la de los Papas por los obispos y el clero; finalmente convocaría un concilio ecuménico y promulgaría el dogma de los hombres libres: declararía que el pueblo es infalible cuando se pronuncia directamente mediante plebiscito, o indirectamente, por mayoría de la mitad más uno de sus representantes. Habiéndose difundido en Buenos Aires la noticia de que un sacerdote argentino, el Superior de los gregorianos, resultaría electo Papa, muchos católicos acudieron a su convento a felicitar a los frailes. Fray Plácido los recibió al principio de muy mal talante y acabó por negarse a atenderlos. Sólo Ernesto Padilla logró penetrar hasta la huerta y mantener una larga conversación. [28] Cuando Padilla le dice que están tratando que el Papa sea elegido con anuencia del gobierno y del pueblo, Fray Plácido le responde: ¡No permita el Señor que vuelvan esas normas! Si en tiempos de fe tan ardiente y sencilla causaron tantos trastornos, ¿qué sería ahora? ¿Se imagina usted a nuestro pueblo formando comités para elegir un Papa? ¿Se imagina a los gobernantes ateos, que nosotros conocemos, interviniendo en esa elección? Padilla sonrió:... Efectivamente – respondió el fraile -. El primer antipapa, Ursino, fue elegido por el pueblo de Roma y una parte del clero, en el año 396, para oponerlo a San Dámaso, que acababa de ser electo por los obispos.  
El Verdadero Papa 
 
La novela continúa con la elección del nuevo Papa Gregorio XVII elegido casi por unanimidad a pesar de que había dado una severa advertencia al Colegio de Cardenales un poco antes de la elección. Cuando Fray Simón se entera de que no ha sido elegido Papa se desmaya. Unas horas después le escribe al nuevo Papa: Éste se recobró en pocas horas y, sobreponiéndose a la herida de su amor propio, se interesó por conocer en detalle los sucesos del Cónclave, y acabó haciéndose esta consoladora composición de lugar: si él hubiera sido cardenal, ciertamente no se le habría escapado el triunfo. Con tal pensamiento, escribió al nuevo Papa, ofreciéndole su ferviente adhesión y pidiéndole una audiencia para ir a besar su pie. Tenía la seguridad de que el Papa, no bien tuviera conocimiento de que él estaba en Roma, lo invitaría a tratar, mano a mano, los graves problemas de la Iglesia, y hasta le ofrecería un capelo, si es que no le ofrecía la secretaría de Estado. Y empezaron a correr para el mísero Samaria horas mortales, sin que llegara la respuesta del Vaticano. 
 
La reacción del heresiarca: Ecumenismo falaz 
 
Cuando finalmente le anuncian a Fray Simón que sería recibido por el Papa dentro de una semana con quinientos peregrinos sudamericanos. “Sintió una puñalada en el corazón” y “Como un lobo atravesado por una flecha, se arrinconó dolorido, y permaneció dos días sin hablar ni ver a nadie” Luego trazó un plan: Hoy, duodécimo día de mi estada en Roma. La Iglesia consiste en la unión de las almas en la tierra y el amor en el cielo. Eso es la Iglesia de Jesucristo, no la burocracia eclesiástica y la pompa fría y hostil del Vaticano. 
 
“Tres religiones han salido de la Biblia: el judaísmo, el cristianismo, el islamismo; tres ramas del tronco robusto del patriarca Jessé. “Mi sueño es la unión de esas tres religiones en una vasta Iglesia tolerante y definitiva. “A veces me despierto en la noche, me siento en la cama, y oigo zumbar en mis oídos estas misteriosas palabras: Levántate, sube a los techos de tu convento solitario y arroja el grito que resonará en todo el siglo XXI, que escucharán el Papa y la Iglesia Romana y escucharán las Iglesias ‘reformadoras’ que no fueron capaces de reformar a Roma, y escuchará el mismo Israel, heredero directo de las promesas, y de donde saldrá la ley del mundo y la palabra del Señor. “Me siento más a mi gusto en la milenaria Iglesia de Israel, que en la más moderna y burocrática Iglesia del Papa. “El judaísmo puede llegar a ser la religión definitiva de la humanidad intelectual. “¡Quién sabe si un día yo, argentino de nacionalidad, católico de religión, fraile de estado, no iré a sentarme a la sombra de la Sinagoga, y adoraré, con Israel, al Dios de Moisés, que se ha llamado a sí mismo: Yo soy el que soy!” Se detuvo un rato, con la mano trémula, aunque solamente sus ojos y los de Dios leerían lo que iba a estampar: “Me voy alejando de la Iglesia del Papa, en la misma medida en que me acerco a la Iglesia de Dios. 
 
“El Apocalipsis no es la última palabra del Nuevo Testamento. Debe ser completado por el Cantar de los cantares, el Evangelio del porvenir: como un lirio entre las espinas es mi amada entre las jóvenes”. [29] 
 
Y más allá: Tomó de nuevo la pluma y repitió en otra página algo que había escrito meses atrás. “Una Iglesia con tres círculos donde cupieran todas las almas de buena voluntad: 1º los cristianos; 2º los judíos y los musulmanes; 3º los politeístas y aun los ateos. Y en la que todos tuvieran el derecho de alimentarse con la carne de Cristo. ¡Cuántos milagros no operaría la gracia sacramental! “Debería haber, pues, una Iglesia para los que dudan y hasta para los que niegan, espíritus profundamente religiosos, pero que no pueden dar formas positivas a sus creencias y a su culto”.  
 
El enemigo interno
 
Contrario a los enemigos del pasado que atacaban la unidad de la Iglesia creando un cisma, Fray Simón quiere permanecer y coparla por dentro: Pasó el resto del día huyendo de la gente. No quería que nadie adivinase ni la úlcera de su amor propio, ni el volcán de su corazón, a cuya sima él mismo no osaba asomarse. Corría por las calles donde se amontonaban ciudadanos del universo entero y hasta reyes de todas las naciones, que concurrían a adular al emperador. Y se decía, casi a gritos: “Quiero seguir siendo sacerdote de la Iglesia Romana. Siento que tengo una misión dentro de ella; debo quedarme en ella, para realizar cosas que no han sido pensadas, dichas, ni hechas hasta ahora, cosas destinadas a preparar la unión de todas las comuniones cristianas, de todas las religiones salidas de la Biblia, en la grande y libre unidad de la Iglesia del porvenir”. Siempre, después de una explosión de sus resentimientos contra lo que llamaba “la burocracia romana”, no osando todavía decir “el Papa”, por un resto de devoción a la sagrada persona del Vicario de Cristo, siempre caía sin advertirlo en un espasmo sentimental. Sus cavilaciones formaban un amasijo extraño en que se mezclaba la doctrina con la pasión. Los arranques líricos sucedían a las interpretaciones teológicas, en un mescolanza lindera con la blasfemia. Fray Simón “el Papa argentino” querido por la publicidad anticristiana terminará celebrando una misa negra delante del Anticristo.  
 
Conclusión
 
Siempre es provechoso releer los clásicos, Hugo Wast lo es y cada vez sus anticipaciones escritas hace casi setenta años son más actuales. Otro mérito grande es haber creado un personaje literario universal como lo es Fray Simón de Samaria. Así como, el genio inglés creó el Hamlet prototipo de la duda que engendra la tragedia y el genio español creó El Don Juan (el poder sin caridad y sin razón); La Celestina (la ciencia sin caridad y sin fuerza) y El Quijote (la caridad sin cordura y sin fuerza), [30] Hugo Wast crea a Fray Simón de Samaria prototipo del hereje modernista que cree que puede desvincular la Caridad de la Verdad, cuando la Caridad no es otra cosa que la Verdad actuando. “El amor y la verdad se encontrarán, la justicia y la paz se abrazarán; la verdad brotará de la tierra y la justicia mirará desde el cielo”. (Salmo 84) Pero su mérito fundamental es mostrar con lealtad ejemplar que la increíble dinastía de los Papas, reproduce el tipo divino que creó Dios en Pedro. •- •-• -••• •••-•

Rafael Luis Breide Obeid


2 Navega hacia alta mar, en Obras Completas, ediciones Fax, Madrid. 1957, págs. 1750-1751.
3 Hugo Wast, Juana Tabor 666, Ed. Aocra, Bs. As. 1975.
4 id. p 14
5 id. p 15
6 id. p 15
7 id. p 16
8 lang=EN-US> id. p 19
9 lang=EN-US> id. p 103
10 lang=EN-US> id. p 104
11 lang=EN-US> id. p 105
12 lang=EN-US> id. p 105
13 id. p 106
[14] id. p 107
[15] id. pp 108 y 109
[16] id. p 110
[17] id. p 135
[18] id. p 142
[19] id. p 143
[20] , Imagen y Palabra, capítulo Hugo Wast Profeta, Ediciones Gladius, 1999, pg. 210
[21] Id., Wast, Hugo, Juana Tabor. 666, opus cit., pgs. 220 –221
[22] Wast, Hugo, Obras Completas, Tº II. Ed. Fax, Madrid 1957, pg. 677
[23] Id., pg. 686
[24] Obras completas p. 761
[25] Meinvielle, Julio, “De la Cábala al Progresismo”.,Editorial Calchaquí, Salta, 1970. Pg. 462.
[26] Wast, Hugo, “Juana Tabor”, opus cit., pg.248
[27] Id., pg.253
[28] Id., pg.254
[29] Id., pgs. 264-265
[30] Ver Ramiro de Mantu, El Quijote, El Don Juan y La Celestina



lunes, 15 de agosto de 2011

INDULGENCIA PLENARIA


¡Lo que daría uno porque se le perdonaran todos sus pecados! ¿Pero dónde encontrar a las personas que uno, a lo largo de su vida, hizo daño? ¿Dónde hallarlas? Los cometidos contra uno mismo y su propia conciencia tampoco son, pese a tenerse uno a sí mismo bastante a mano, fáciles de perdonar. Uno, lamentablemente, no es de esos que aseguran, muy serios, que no se arrepienten de nada y que volverían a hacer las mismas cosas otra vez. ¡Oh, no! Uno se arrepiente prácticamente de todo, y lo hace con dolor de corazón, con un inmenso e insonsolable dolor de corazón. Pero el mal que se hizo, el daño que se infligió, queda ahí para siempre como un delator indesmayable.

Uno de los beneficios que obtendrán los participantes de la católica Jornada Mundial de la Juventud, junto a los grandes descuentos en los transportes públicos, las desgravaciones fiscales, el alojamiento gratuito en muchos casos y, desde luego, el reforzamiento social de sus creencias y de su fe, es, nada menos, que el del perdón de todos sus pecados. De todos. El Papa, según parece a petición de Rouco Varela, va a decretar, o como se diga, una Indulgencia Plenaria para cuantos acudan a su encuentro en Madrid, y ésto, que dicho así puede no parecer tan extraordinario, lo es en grado sumo si se repara en la circunstancia de que en una Indulgencia Plenaria se perdona más, si cabe, que en una confesión normal. La envidia, que pese a ser español no es el defecto que más le caracteriza a uno, aflora y duele como una quemazón en el ánimo de uno, pues sabe que le está vedado, por no pertenecer a la grey del Papa de Roma, esa milagrosa y radical suerte de purificación.

La mayoría de los participantes de la JMJ no debe tener, por ser jóvenes, demasiados

pecados, por lo que acaso no alcancen a calibrar en toda su intensidad la merced que se les concede. Los menos jóvenes, que han tenido más tiempo para pecar, sí, pero aunque la absolución total les llegue en masa y en medio de la espuma jubilar de sus celebraciones, que no olviden arrepentirse de lo que proceda ni el propósito de enmienda, que nunca está de más.


sábado, 13 de agosto de 2011

CARTA A LOS AMIGOS DE LA CRUZ


CARTA A LOS AMIGOS DE LA CRUZ
Fuente: Devoción católica

San Luis María Grignión de Montfort


PROLOGO

La divina cruz me tiene escondido y me prohíbe hablar. No me es posible -y tampoco lo deseo- dirigiros la palabra a fin de manifestaros los sentimientos de mi corazón sobre la excelencia de la cruz y las prácticas de vuestra unión en la cruz adorable de Jesucristo.

No obstante, hoy, último día de mi retiro, salgo -por así decirlo- del encanto de mi interior para estampar en este papel algunos dardos de la cruz a fin de traspasar con ellos vuestros corazones. ¡Ojalá que para afilarlos sólo hiciera falta la sangre de mis venas en vez de la tinta de mi pluma! Pero, ¡ay!, aun cuando fuera necesaria, es demasiado criminal. ¡Sea, por tanto, el Espíritu de Dios vivo como la vida, fuerza y contenido de esta carta! ¡Sea su unción como la tinta! ¡Sea la adorable cruz mi pluma, y vuestro corazón, el papel!


Los Amigos de la Cruz

Estáis unidos vigorosamente, Amigos de la Cruz, como otros tantos soldados del Crucificado, para combatir el mundo. No huís de él, como los religiosos y religiosas, por miedo a ser vencidos, sino que avanzáis como intrépidos y valerosos guerreros en el campo de batalla, sin retroceder un solo paso ni huir cobardemente. ¡Animo! ¡Luchad con valentía!

Uníos fuertemente; la unión de los espíritus y de los corazones es mucho más fuerte y terrible al mundo y al infierno de lo que lo serían los ejércitos de un reino bien unido para los enemigos del Estado. Los demonios se unen para perderos: uníos para derribarlos. Los avaros se unen para negociar y acaparar oro y plata: unid vuestros esfuerzos para conquistar los tesoros de la eternidad contenidos en la cruz. Los libertinos se unen para divertirse: uníos para sufrir.

Grandeza del nombre de Amigos de la Cruz

Os llamáis Amigos de la Cruz. ¡Qué nombre tan glorioso! Os confieso que me encanta y deslumbra. Es más brillante que el sol, más alto que los cielos, más glorioso y magnífico que los mayores títulos de reyes y emperadores. Es el nombre excelso de Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Es el nombre sin equivoco de un cristiano.

Pero si su brillo me encanta, no es menos cierto que e espanta. ¡Cuántas obligaciones ineludibles y difíciles encierra este nombre! El Espíritu Santo las expresa con estas palabras: Linaje elegido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios (1 Pe. 2,9).

Un Amigo de la Cruz es un hombre escogido por Dios, entre diez mil personas que viven según los sentidos y la sola razón, para ser un hombre totalmente divino, que supere la razón y se oponga a los sentidos con una vida y una luz de pura fe y un amor vehemente a la cruz.

Un Amigo de la Cruz es un rey todopoderoso, un héroe que triunfa del demonio, del mundo y de la carne en sus tres concupiscencias. Al amar las humillaciones, arrolla el orgullo de Satanás. Al amar la pobreza, triunfa de la avaricia del mundo. Al amar el dolor, mortifica, la sensualidad de la carne.

Un Amigo de la Cruz es un hombre santo y apartado de todo lo visible. Su corazón se eleva por encima de todo lo caduco y perecedero. Su conversación está en los cielos. Pasa por esta tierra como extranjero y peregrino, sin apegarse a ella; la mira de reojo, con indiferencia, y la huella con desprecio.

Un Amigo de la Cruz es una conquista señalada de Jesucristo, crucificado en el Calvario en unión con su santísima Madre. Es un «Benoni» o Benjamín, nacido de su costado traspasado y teñido con su sangre. A causa de su origen sangriento, no respira sino cruz, sangre y muerte al mundo, a la carne y al pecado, a fin de vivir en la tierra oculto en Dios con Jesucristo.

Por fin, un Amigo de la Cruz es un verdadero porta-Cristo, o mejor, es otro Cristo, que puede decir con toda verdad: Ya no vivo yo, vive en mi Cristo (Gal. 2,20).

Queridos Amigos de la Cruz, ¿obráis en conformidad con lo que significa vuestro grandioso nombre? ¿Tenéis, por lo menos, verdadero deseo y voluntad sincera de obrar así, con la gracia de Dios, a la sombra de la cruz del Calvario y de Nuestra Señora de los Dolores? ¿Utilizáis los medios necesarios para conseguirlo? ¿Habéis entrado en el verdadero camino de la vida, que es el sendero estrecho y espinoso del Calvario? ¿No camináis, sin daros cuenta, por el sendero ancho del mundo, que conduce a la perdición? ¿Sabéis que existe un camino que al hombre le parece recto y seguro, pero lleva a la muerte?

¿Sabéis distinguir con certeza entre la voz de Dios y su gracia y la del mundo y de la naturaleza? ¿Percibís con claridad la voz de Dios, nuestro Padre bondadoso, quien -después de maldecir por tres veces a todos los que siguen las concupiscencias del mundo: ¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra! (Ap. 8,13)- os grita con amor, tendiéndonos los brazos: Apartaos, pueblo mío escogido, queridos amigos de la cruz de mi Hijo; apartaos de los mundanos, a quienes maldice mi Majestad, excomulga mi Hijo y condena mi Espíritu Santo? ¡Cuidado con sentaros en su cátedra pestilente! ¡No acudáis a sus reuniones! ¡No os detengáis en sus caminos! ¡Huid de la populosa e infame Babilonia! ¡Escuchad tan sólo la voz de mi Hijo predilecto y seguid sus huellas! Yo os lo di para que sea camino, verdad, vida y modelo vuestro: Escuchadle.

¿Escucháis la voz del amable Jesús? El, cargado con la cruz, os grita: Veníos conmigo. El que me sigue no andará en tinieblas. ¡Animo, que yo he vencido al mundo! (Jn 8,12; 16,33).


Los dos bandos

Queridos hermanos, ahí tenéis los dos bandos con los que a diario nos encontramos: el de Jesucristo y el del mundo.

A la derecha, el de nuestro amable Salvador. Sube por un camino estrecho y angosto como nunca a causa de la corrupción del mundo. El buen Maestro va delante, descalzo, la cabeza coronada de espinas, el cuerpo ensangrentado y cargado con una pesada cruz.

Sólo le sigue un puñado de personas -si bien las más valientes-, ya que su voz es tan delicada que no se la puede oír en medio del tumulto del mundo o porque se carece del valor necesario para seguirlo en la pobreza, los dolores y humillaciones y demás cruces que es preciso llevar para servir al Señor todos los días.

A la izquierda, el bando del mundo o del demonio. Es el más nutrido, el más espléndido y brillante -al menos, en apariencia.- Lo más selecto del mundo corre hacia él. Se apretujan, aunque los caminos son anchos y más espaciosos que nunca, a causa de las multitudes que, igual que torrentes, transitan por ellos. Están sembrados de flores, bordados de placeres y diversiones, cubiertos de oro y plata.

A la derecha, el pequeño rebaño que sigue a Cristo habla sólo de lágrimas, penitencias, oraciones y menosprecio del mundo. Se oyen continuamente estas palabras, entrecortadas por sollozos: «Sufrimientos, lágrimas, ayunos, oraciones, olvidos, humillaciones, pobreza, mortificaciones. Pues el que no tiene el espíritu de Cristo -que es espíritu de cruz- no es de Cristo. Los que son del Mesías han crucificado sus bajos instintos con sus pasiones y deseos. (Gal.. 15,24). O somos imagen viviente de Jesucristo o nos condenamos. ¡Animo!, gritan. ¡Animo! Si Dios está por nosotros, en nosotros y delante de nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que está en nosotros es más fuerte que el que está en el mundo. Un criado no es más que su amo. Una momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria. El número de los elegidos es menor de lo que se piensa. Sólo los esforzados y violentos arrebatan el cielo. Tampoco un atleta recibe el premio si no compite conforme al reglamento (2 Tim. 2,5), conforme al Evangelio y no según la moda. ¡Luchemos, pues, con valor! ¡Corramos de prisa para alcanzar la meta y ganar la corona!» Son algunas de las expresiones con las cuales se animan unos a otros los Amigos de la Cruz.

Los mundanos, al contrario, para incitarse a perseverar en su malicia sin escrúpulos, gritan todos los días: «¡Vivir! ¡Vivir! ¡Paz! ¡Paz! ¡Alegría! ¡Comamos, bebamos, cantemos, bailemos, juguemos! Dios es bueno y no nos creó para condenarnos. Dios no prohíbe las diversiones. No nos condenaremos por eso. ¡Fuera escrúpulos! No moriréis ... » (Gen. 3,4).

Acordaos, queridos cofrades, de que el buen Jesús os está mirando y os dice a cada uno en particular: «Casi todos me abandonan en el camino real de la cruz. Los idólatras, enceguecidos, se burlan de mi cruz como si fuera una locura; los judíos, en su obstinación, se escandalizan de ella como si fuera un objeto de horror; los herejes la destrozan y derriban como cosa despreciable. Pero -y esto lo digo con los ojos arrasados en lágrimas y el corazón traspasado de dolor- mis hijos, criados a mis pechos e instruidos en mi escuela, mis propios miembros, vivificados por mi Espíritu, me han abandonado y despreciado, haciéndose enemigos de mi cruz. ¿También vosotros queréis marcharos? (Jn 6,67) ¿También vosotros queréis abandonarme, huyendo de mi cruz, igual que los mundanos, que en esto son otros tantos anticristos? ¿Queréis -para conformaros a este siglo- despreciar la pobreza de mi cruz para correr tras la riquezas; esquivar los dolores de mi cruz para buscar los placeres; odiar las humillaciones de mi cruz para codiciar los honores? Tengo aparentemente muchos amigos que aseguran amarme, pero en el fondo me aborrecen, porque no aman mi cruz. Tengo muchos amigos de mi mesa y muy pocos de mi cruz».

Ante llamada tan amorosa de Jesús, superémonos a nosotros mismos. No nos dejemos arrastrar por nuestros sentidos -como Eva-. Miremos solamente al autor y consumador de nuestra fe, Jesucristo crucificado. Huyamos de la corrupción que por la concupiscencia existe en el mundo corrompido. Amemos a Jesucristo como se merece, es decir, llevando la cruz en su seguimiento. Meditemos detenidamente estas admirables palabras de nuestro amable Maestro, pues encierran toda la perfección cristiana: El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga (Mt 16,24; Lc. 9,23).

Prácticas de la perfección cristiana

En efecto, toda la perfección cristiana consiste:

1.   En querer ser santo: El que quiera venirse conmigo,
2.   En abnegarse: Que reniegue de sí mismo,
3.   En padecer: Que cargue con su cruz
4.   En obrar: Y me siga.


1. «El que quiera venirse conmigo»

El que quiera. Y no los que quieran, para indicar el reducido número de los elegidos que quieren conformarse a Jesucristo llevando la cruz. Es tan limitado, tan limitado este número, que, si lo conociéramos, quedaríamos pasmados de dolor.

Es tan reducido, que apenas si hay uno por cada diez mil -como fue revelado, a varios santos, entre ellos a San Simón Estilita, según refiere el santo abad Nilo después de San Efrén, San Basilio y otros más-. Es tan reducido, que, si Dios quisiera agruparlos, tendría que gritarles, como en otro tiempo, por boca de un profeta: Congregaos uno a uno; uno de esta provincia, otro de aquel país.

El que quiera. El que tenga voluntad sincera, voluntad firme y resuelta. Y esto no por instinto natural, rutina, egoísmo, interés o respeto humano, sino por la gracia triunfante del Espíritu Santo, que no se comunica a todos: No a todos ha sido dado conocer el misterio. El conocimiento práctico del misterio de la cruz se comunica a muy pocos. Para que alguien suba al Calvario y se deje crucificar con Jesucristo, en medio de los suyos, es necesario que sea un valiente, un héroe, un decidido, un amigo de Dios; que haga trizas al mundo y al infierno, a su cuerpo y a su propia voluntad; un hombre resuelto a sacrificarlo todo, emprenderlo y padecerlo todo por Jesucristo.

Sabed, queridos Amigos de la Cruz, que aquellos de entre vosotros que no tienen tal determinación andan sólo con un pie, vuelan sólo con un ala y no son dignos de estar entre vosotros, pues no merecen llamarse Amigos de la Cruz, a la que hay que amar, como Jesucristo, con corazón generoso y de buena gana. Una voluntad a medias -lo mismo que una oveja sarnosa- basta para contagiar todo el rebaño. Si una de éstas hubiera entrado en el redil por la falsa puerta de lo mundano, echadla fuera en nombre de Jesucristo, como al lobo de entre las ovejas.

El que quiera venirse conmigo, que me humillé y anonadé tanto que parezco más gusano que hombre: Yo soy un gusano, no un hombre (Salmo 22,7); conmigo, que vine al mundo solamente para abrazar la cruz: Aquí esto y; para enarbolarla en medio de mi corazón, en las entrañas; para amarla desde mi juventud: la quise desde muchacho; para suspirar por ella toda mi vida: ¡Qué más quiero!; para llevarla con alegría, prefiriéndola a todos los goces y delicias del cielo y de la tierra: En vez del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz (Heb 12,2); conmigo, finalmente, que no encontré el gozo colmado sino cuando pude morir en sus brazos divinos.

2. «Que reniegue de sí mismo»

El que quiera, pues, venirse conmigo, anonadado y crucificado en esta forma, debe, a imitación mía, gloriarse sólo en la pobreza, las humillaciones y padecimientos de mi cruz: que reniegue de sí mismo.

¡Lejos de la compañía de los Amigos de la Cruz los que sufren orgullosamente, los sabios según el siglo, los grandes genios y espíritus agudos, henchidos y engreídos de sus propias luces y talentos! ¡Lejos de aquí los grandes charlatanes, que aman mucho el ruido, sin otro fruto que la vanidad! ¡Lejos de aquí los devotos orgullosos, que hacen resonar en todas partes el «en cuanto a mí» del orgulloso Lucifer: No soy como los demás: que no pueden soportar que los censuren, sin excusarse; que los ataquen, sin defenderse; que los humillen, sin ensalzarse!

¡Mucho cuidado! No admitáis en vuestras filas a esas personas delicadas y sensuales que rehuyen la menor molestia, que gritan y se quedan ante el más leve dolor, que jamás han experimentado los instrumentos de penitencia -cadenilla, cilicio, disciplina, etc.- y que mezclan a sus devociones, según la moda, la más solapada y refinada sensualidad y falta de mortificación.

3. «Que cargue con su cruz»

Que cargue con su cruz. ¡La suya propia! Que ese tal, ese hombre, esa mujer excepcional que toda la tierra no alcanzaría a pagar, cargue con alegría, abrace con entusiasmo y lleve con valentía sobre sus hombros la propia cruz y no la de otro: -la cruz, que mi Sabiduría le fabricó con número, peso y medida; -la cruz cuyas dimensiones: espesor, longitud, anchura y profundidad, tracé por mi propia mano con extraordinaria perfección; -la cruz que le he fabricado con un trozo de la que llevé al Calvario, como fruto del amor infinito que le tengo; -la cruz, que es el mayor regalo que puedo hacer a mis elegidos en este mundo; -la cruz, constituida, en cuanto a su espesor, por la pérdida de bienes, las humillaciones, menosprecios, dolores, enfermedades y penalidades espirituales que, por permisión mía, le sobrevendrán día a día hasta la muerte; -la cruz, constituida, en cuanto a su longitud, por una serie de meses o días en que se verá abrumado de calamidades, postrado en el lecho, reducido a mendicidad, víctima de tentaciones, sequedades, abandonos y otras congojas espirituales; -la cruz, constituida, en cuanto a su anchura, por las circunstancias más duras y amargas de parte de sus amigos, servidores o familiares; -la cruz, constituida, por último, en cuanto a su profundidad, por las aflicciones más ocultas con que le atormentaré, sin que pueda hallar consuelo en las criaturas. Estas, por orden mía, le volverán las espaldas y se unirán a mí para hacerle sufrir.

Que cargue. Que la cargue: que no la arrastre, ni la rechace, ni la recorte, ni la oculte. En otras palabras, que la lleve con la mano en alto, sin Impaciencia ni repugnancia, sin quejas ni criticas voluntarias, sin medias tintas ni componendas, sin rubor ni respeto humano.

Que la cargue. Que la lleve estampada en la frente, diciendo como San Pablo: Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme más que de la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Gal. 6,14), mi Maestro.

Que la lleve a cuestas, a ejemplo de Jesucristo, para que la cruz sea el arma de sus conquistas y el cetro de su imperio.

Por último, que la plante en su corazón por el amor, para transformarla en zarza ardiente, que día y noche se abrase en el puro amor de Dios, sin que llegue a consumirse.
La cruz. Que cargue con la cruz, puesto que nada hay tan necesario, tan útil, tan dulce ni tan glorioso como padecer algo por Jesucristo.

«Nada tan necesario»

Para los pecadores

En realidad, queridos Amigos de la Cruz, todos sois pecadores. No hay nadie entre vosotros que no merezca el infierno -Y yo más que ninguno-. Nuestros pecados tienen que ser castigados en este mundo o en el otro. Sino lo son en éste, lo serán en el otro.

Si Dios los castiga en este mundo, de acuerdo con nosotros, el castigo se) á amoroso. En efecto, nos castigará su misericordia, que reina en este mundo, y no su rigurosa justicia; será un castigo ligero y pasajero, acompañado de dulzura y méritos y seguido de recompensas en el tiempo y en la eternidad.

Pero, si el castigo que merecen los pecados cometidos queda reservado para el otro mundo, la justicia inexorable de Dios --que todo lo lleva a sangre y fuego- ejecutará la condena...

Queridos hermanos y hermanas: ¿pensamos en esto cuando padecemos alguna pena en este mundo? ¡Qué suerte la que tenemos! Pues, al llevar esta cruz con paciencia, cambiamos una pena eterna e infructuosa por una pena pasajera y meritoria. ¡Cuántas deudas nos quedan por pagar! ¡Cuántos pecados cometidos! Para expiar por ellos, aún después de una amarga contrición y una confesión sincera, tendremos que padecer en el purgatorio por habernos conformado con unas penitencias bien ligeras durante esta vida. ¡Ah! Cancelemos, pues, amistosamente nuestras deudas en esta vida llevando bien nuestra cruz. En la otra vida, todo se paga hasta el último céntimo, hasta la menor palabra ociosa. Si lográramos arrancar de manos M demonio el libro de muerte, en el que lleva anotados todos nuestros pecados y el castigo que merecen, ¡que debe tan enorme hallaríamos! ¡Y qué encantados quedaríamos de padecer durante años enteros en esta vida antes que sufrir un solo día en la otra!

Para los amigos de Dios

Amigos de la Cruz: ¿no os preciáis de ser amigos de Dios o de querer llegar a serlo? Decidíos, pues, a beber el cáliz que es preciso apurar para ser amigos de Dios: Bebieron el cáliz del Señor, y llegaron a ser amigos de Dios. Benjamín -el mimado- halló la copa, mientras que sus hermanos sólo hallaron trigo. El discípulo predilecto de Jesús poseyó su corazón, subió al Calvario y bebió el cáliz: ¿Podéis beber el cáliz? Excelente cosa es desear la gloria de Dios. Pero desearla y pedirla sin decidirse a padecerlo todo es una locura y una petición extravagante: No sabéis lo que pedís. Tenemos que pasar mucho... Si, es una necesidad, algo indispensable. Tenemos que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios (Hech. 14,22).

Para los hijos de Dios

Con razón os gloriáis de ser hijos de Dios. Gloriaos asimismo de los azotes que este Padre bondadoso os ha dado y dará, pues da azotes a todos sus hijos. Si no sois del número de sus hijos predilectos, ¡qué desgracia, qué maldición! Pues pertenecéis al número de los réprobos, como dice San Agustín. «Quien no gime en este mundo como peregrino y extranjero, no puede alegrarse en el otro como ciudadano del cielo» -añade el mismo santo-. Si Dios Padre no os envía, de vez en cuando, alguna cruz importante, es señal de que no se preocupa de vosotros. Está enfadado y os considera como extraños y ajenos a su casa y protección. O como hijos bastardos, que no merecen tener par e en la herencia de su padre ni tampoco son dignos de sus cuidados y correcciones.

Para los discípulos de un Díos crucificado

Amigos de la Cruz, discípulos de un Dios crucificado: el misterio de la cruz es un misterio ignorado por los gentiles, rechazado por los judíos, menospreciado por los herejes y malos cristianos. Pero es el gran misterio que tenéis que aprender en la práctica, en la escuela de Jesucristo. Solamente en su escuela lo podéis aprender. En vano rebuscaréis en todas las academias de la Antigüedad algún filósofo que lo haya enseñado. En vano consultaréis la luz de los sentidos y de la razón. Sólo Jesucristo puede enseñaros y haceros saborear ese misterio por su gracia triunfante.

Adiestraos, pues, en esta sobre eminente ciencia bajo la dirección de tan excelente Maestro, y poseeréis todas las demás ciencias, ya que ésta las encierra a todas en grado eminente. Ella es nuestra filosofía natural y sobrenatural, nuestra teología divina y misteriosa, nuestra piedra filosofal, que -por la paciencia- cambia los metales más toscos en preciosos; los dolores más agudos, en delicias; la pobreza, en riqueza; las humillaciones más profundas, en gloria.

Aquel de vosotros que sepa llevar mejor su cruz -aunque, por otra parte, sea un analfabeto-, es más sabio que todos los demás.

Escuchad al gran San Pablo, que, al bajar del tercer cielo -donde aprendió misterios escondidos a los mismos ángeles-, exclama que no sabe ni quiere saber nada fuera de Jesucristo crucificado. ¡Alégrate, pues, tú, pobre ignorante; tú, humilde mujer sin talento ni letras; si sabes sufrir con alegría, sabes más que un doctor de la Sorbona que no sepa sufrir tan bien como tú!

Para los miembros de Jesucristo

Sois miembros de Jesucristo. ¡Qué honor! Pero ¡qué necesidad tan imperiosa de padecer implica el serio! Si la Cabeza está coronada de espinas, ¿lo serán de rosas los miembros? Si la Cabeza es escarnecida y cubierta de lodo camino del Calvario, ¿querrán los miembros vivir perfumados y en un trono de gloria? Si la Cabeza no tiene donde reclinarse, ¿descansarán los miembros entre plumas y edredones! ¡Eso sería monstruosidad inaudita! ¡No, no, mis queridos Compañeros de la Cruz! No os hagáis ilusiones. Esos cristianos que veis por todas partes trajeados a la moda, en extremo delicados, altivos y engreídos hasta el exceso, no son los verdaderos discípulos de Jesús crucificado. Y, si pensáis lo contrario, estáis afrentando a esa Cabeza coronada de espinas y a la verdad de¡ Evangelio. ¡Válgame Dios! ¡Cuántas caricaturas de cristianos que pretenden ser miembros de Jesucristo, cuando en realidad son sus más alevosos perseguidores, porque mientras hacen con la mano la señal de la cruz, son sus enemigos en el corazón!

Si os preciáis de ser guiados por el mismo espíritu de Jesucristo y vivir la misma vida de quien es vuestra Cabeza coronada de espinas, no esperéis sino abrojos, azotes, clavos; en una palabra, cruz. Pues es necesario que el discípulo sea tratado como el Maestro, los miembros como la Cabeza. Y, si el cielo os ofrece -como a Santa Catalina de Siena- una corona de espinas y otra de rosas, escoged sin vacilar la de espinas y hundidla en vuestra cabeza para asemejaros a Jesucristo.


Para los templos del Espíritu Santo

Sabéis que sois templos vivos del Espíritu Santo. Como otras tantas piedras vivas, tenéis que ser colocados por ese Dios de amor en el templo de la Jerusalén celestial. Disponeos, pues, para ser labrados, cercenados, cincelados por el martillo de la cruz. De lo contrario, quedaréis como piedras toscas, que no sirven para nada, se desprecian y arrojan lejos. ¡Cuidado con resistir al martillo que os golpea! ¡Cuidado con oponeros al cincel que os labra, a la mano que os pule! ¡Tal vez ese diestro y amoroso arquitecto desea convertiros en una de las piedras principales de su edificio eterno, en uno de los retablos más hermosos de su reino celestial! Dejadle actuar; os quiere, sabe lo que hace tiene experiencia, cada uno de sus golpes es acertado y amoroso, no da ninguno en falso, a no ser que vuestra impaciencia lo inutilice.

El Espíritu Santo compara la cruz: -unas veces, a una criba que separa el buen grano de la paja y la hojarasca: dejaos sacudir y zarandear como el grano en la criba, sin oponer resistencia; estáis en la criba del Padre de familia, y pronto estaréis en su granero; -otra veces, la compara al fuego, que quita el orín al hierro mediante la viveza de sus llamas: nuestro Dios es un fuego devorador; mediante la cruz, permanece en e¡ alma para purificarla, sin consumirla, como en otro tiempo en la zarza ardiente; -otras veces, la compara al crisol de una fragua, donde el oro auténtico queda refinado, mientras el falso se desvanece en humo: el bueno sufre con paciencia la prueba del fuego, mientras el malo se eleva hecho humo contra las llamas. En el crisol de la tribulación y de la tentación, los auténticos Amigos de la Cruz se purifican mediante la paciencia, mientras que los enemigos se desvanecen en humo a causa de sus impaciencias y murmuraciones.

Hay que sufrir como los santos

Mirad, Amigos de la Cruz; mirad delante de vosotros una inmensa nube de testigos. Sin decir palabra, prueban cuanto os tengo dicho. Ved desfilar ante vosotros un Abel justo y muerto por su hermano; un Abrahán justo y extranjero en la tierra; un Lot justo y arrojado de su país; un Jacob justo y perseguido por su hermano; un Tobías justo y afligido de ceguera; un Job justo y empobrecido, humillado y hecho una llaga de pies a cabeza.

Mirad a tantos apóstoles y mártires teñidos con su propia sangre; a tantas vírgenes y confesores empobrecidos, humillados, arrojados, despreciados. Todos ellos exclaman con San Pablo: Mirad a nuestro bondadoso Jesús, el autor y consumador de la fe que tenemos en él y en su cruz., Tuvo que padecer para entrar, por la cruz, en su gloria.

Mirad, al lado de Jesús, una espada afilada, que penetra hasta el fondo en el tierno e inocente corazón de María, que nunca tuvo pecado alguno, ni original ni actual. ¡Lástima que no pueda extenderme aquí sobre los padecimientos de Jesús y Maria, para hacer ver que lo que sufrimos no es nada en comparación con lo que ellos sufrieron!

Después de esto, ¿quién de nosotros podrá eximirse de llevar su cruz? ¿Quién no volará con presteza a los parajes donde sabe que le espera la cruz? ¿Quién no exclamará con San Ignacio Mártir: «¡Que el fuego, la horca, las bestias y los tormentos todos del demonio vengan sobre mí para que yo pueda gozar de Jesucristo!»


... o como réprobos

Pero, en fin, si no queréis sufrir con paciencia y llevar vuestra cruz con resignación, como los predestinados, tendréis que llevarla entre murmullos e impaciencias, como los réprobos. Os pareceréis a aquellos dos animales que arrastraban el arca de la alianza mugiendo. Imitaréis a Simón Cirineo, quien, a pesar suyo, echó mano a la cruz misma de Jesucristo, pero no cesaba de murmurar mientras la llevaba. En fin, os sucederá lo que al mal ladrón, quien desde lo alto de la cruz se precipitó al fondo de los abismos.

¡No, no! Esta tierra maldita donde vivimos no cría hombres felices. No se ve muy bien en este país de tinieblas. No se está muy seguro en este mar borrascoso. No se pueden evitar los combates en este lugar de tentaciones y en este campo de batalla. No es posible evitar los pinchazos en esta tierra cubierta de espinas. De buen grado o por fuerza, los predestinados y los réprobos han de llevar su cruz. Tened presente estos cuatro versos:

Escógete una cruz de las tres del Calvario; escoge sabiamente, puesto que es necesario padecer como santo o como penitente, o como sufre un réprobo que pena eternamente.

Lo que significa que, si no queréis sufrir con alegría, como Jesucristo; o con paciencia, como el buen ladrón, tendréis que sufrir, mal que os pese, como el mal ladrón; tendréis que apurar hasta las heces el cáliz más amargo, sin ningún consuelo de la gracia; tendréis que llevar todo el peso de vuestra cruz sin la ayuda poderosa de Jesucristo. Además, tendréis que llevar el peso inevitable que el demonio añadirá a vuestra cruz por la impaciencia a la que os arrastrará. Así, después de haber sido unos desgraciados en esta tierra -como el mal ladrón-, iréis a reuniros con él en las llamas.

«Nada tan útil ni tan dulce»

Por el contrario, si sufrís como conviene, la cruz se os hará yugo muy suave, que Jesucristo llevará con vosotros. La cruz vendrá a ser como las dos alas del alma que se eleva al cielo; vendrá a ser el mástil de la nave que os llevará al puerto de la salvación feliz y fácilmente.

Llevad vuestra cruz con paciencia; esta cruz, bien llevada, os alumbrará en vuestras tinieblas espirituales, pues quien no ha sido probado por la tentación, sabe bien poco (Eclo. 34).

Llevad vuestra cruz con alegría, y os veréis abrasados en el amor divino, pues sin cruces ni dolor no se vive en el amor.

Las rosas se recogen entre espinas. Sólo la cruz alimenta el amor de Dios, como leña el fuego. Recordad esta hermosa sentencia de la Imitación de Cristo: «Cuanta violencia os hagáis sufriendo con paciencia, tanto progresaréis en el amor divino».

Nada importante se puede esperar de esos cristianos indolentes y perezosos que rehúsan la cruz cuando les llega y que jamás se buscan prudentemente alguna por su cuenta. Son tierra inculta, que no producirá sino espinas, por no haber sido roturada, desmenuzada y removida por un experto labrador. Son como aguas encharcadas, que no sirven para lavar ni para beber.

Llevad vuestra cruz con alegría. Encontraréis en ella una fuerza victoriosa, a la cual ningún enemigo vuestro podrá resistir; una dulzura encantadora, con la cual nada se puede comparar. Sí, hermanos, sabed que el verdadero paraíso terrenal consiste en sufrir algo por Jesucristo. Preguntad a todos los santos. Os contestarán que jamás gozaron tanto ni sintieron mayores delicias en el alma como en medio de sus mayores tormentos. «Vengan sobre mí todos los tormentos del demonio», decía San Ignacio Mártir. «O padecer o morir», decía Santa Teresa. «No morir, sino padecer», decía Santa Magdalena de Pazzi. «Padecer y ser despreciado por ti», decía San Juan de la Cruz. Y tantos otros hablaron el mismo lenguaje, como leemos en sus biografías.

Confiad en Dios, carísimos hermanos. Cuando padecemos con alegría y por Dios, la cruz se convierte en objeto de toda clase de alegrías para toda clase de personas, dice el Espíritu Santo. La alegría de la cruz es mayor que la del pobre que se ve colmado de toda clase de riquezas. Es mayor que la del mercader que gana millones. Mayor que la del general que lleva su ejército a la victoria. Mayor que la de los prisioneros que se ven liberados de sus cadenas. En fin, imaginad las mayores alegrías de esta tierra: todas quedan superadas por la alegría de una persona crucificada que sepa sufrir bien.

«Nada tan glorioso»

Regocijaos, pues, y saltad de alegría cuando Dios os regale alguna cruz. Porque, sin daros cuenta, lo más valioso que existe en el cielo y en el mismo Dios recae sobre vosotros. ¡Magnífico regalo de Dios es la cruz! De entenderlo, encargarías misas, harías novenas en los sepulcros de los santos, emprenderías largas peregrinaciones -como lo hicieron los santos- para obtener del cielo este regalo divino.

El mundo llama locura, infamia, necedad, indiscreción, imprudencia; dejad hablar a esos ciegos. Su ceguera -que les lleva a juzgar humanamente de la cruz, muy al revés de lo que es en realidad- forma parte de nuestra gloria. Cada vez que nos proporcionan alguna cruz por sus desprecios y persecuciones, nos regalan joyas, nos elevan al trono y nos coronan de laureles.

Pero ¿qué estoy diciendo? Todas las riquezas, los honores, los cetros; todas las coronas brillantes de los potentados y emperadores, no se pueden comparar con la gloria de la cruz, dice San Juan Crisóstomo. Supera la gloria del apóstol y del escritor sagrado. Este santo varón, iluminado por el Espíritu Santo, añade: «Si me fuera dado, dejaría gustoso el cielo para padecer por el Dios del cielo. A los tronos del imperio, prefiero las cárceles y las mazmorras. Me apetecen más las mayores cruces que la gloria de los serafines. Aprecio menos el don de milagros -con el cual se domina a los demonios, se desatan los elementos, se detiene al sol, se da vida a los muertos- que el honor de sufrir. San Pedro y San Pablo son más gloriosos en sus calabozos, con los grillos en los pies, que cuando son arrebatados al tercer cielo y reciben las llaves del paraíso».

En efecto, ¿no dio la cruz a Jesucristo el Nombre sobre-todo-nombre, de modo que, al nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo? (Fil. 2, 9-10) Tan grande es la gloria de una persona que sabe sufrir, que el cielo, los ángeles, los hombres y el mismo Dios del cielo la contemplan con alegría, como el espectáculo más glorioso. Si los santos tuvieran algún deseo, sería el de volver a la tierra para llevar algunas cruces.

Ahora bien, si ya en la tierra es tan grande la gloria de la cruz, ¿cuál no será la que adquiera en el cielo? ¿Quién explicará y entenderá jamás la riqueza eterna de gloria (2 Cor. 4, 17) que nos consigue el llevar la cruz como se debe por un corto instante? ¿Quién entenderá la gloria que se adquiere para el cielo en un año y -a veces- en toda una vida de cruces y dolores?
Por cierto, queridos Amigos de la Cruz, el cielo os prepara para algo grande -dice un gran santo-, ya que el Espíritu Santo os une tan estrechamente en una cosa, que todo el mundo huye con tanto cuidado. No cabe duda: Dios quiere formar tantos santos y santas cuantos Amigos de la Cruz existen, si permanecéis fieles a vuestra vocación, si lleváis vuestra cruz como se debe, es decir, como la llevó Jesucristo.

4. «Y me siga»

Pero no basta sufrir, el demonio y el mundo tienen sus mártires. Hay que sufrir y llevar la cruz en pos de Jesucristo: ¡me siga! Es decir, hay que llevar la cruz como la llevó él. Para lograrlo, he aquí las reglas que debéis guardar:

Las catorce reglas

No buscarte cruces

1.  No os busquéis cruces de propósito y por cuenta propia. No hay que hacer el mal para que se logre el bien. Sin inspiración especial, no hay que hacer las cosas mal, para atraerse el desprecio de los hombres. Sino imitar a Jesucristo, de quien se dijo: ¡Qué bien lo hace todo! (Mc. 7,37) No se debe obrar por amor propio o vanidad, sino para agradar a Dios y convertir al prójimo. Si os dedicáis a cumplir con vuestros deberes lo mejor posible, no os faltarán contradicciones, persecuciones ni desprecios. La divina Providencia os los enviará sin que vosotros lo queráis o elijáis.

Tener en cuenta el bien del prójimo

2.  Si os disponéis a hacer algo en sí indiferente, que -aunque sin motivo- pudiera escandalizar al prójimo, absteneos de hacerlo por caridad, para evitar el escándalo de los débiles. El acto heroico de caridad que hacéis en esta circunstancia vale infinitamente más de lo que hacíais o querías hacer.

Pero, si el bien que vais a hacer es necesario o útil al prójimo, aunque algún fariseo o espíritu malintencionado se escandalice sin motivo, consultad a una persona prudente para saber si lo que hacéis es necesario o útil al prójimo en general. Si ella lo juzga así, proseguid vuestra obra y dejadles hablar, con tal que os dejen actuar. Contestad entonces como nuestro Señor a algunos discípulos suyos cuando vinieron a decirles que los escribas y fariseos estaban escandalizados por sus palabras y acciones: Dejadlos; son ciegos (Mt. 15, 14)

No pretender actuar como los grandes santos

3.  Algunos santos y varones ilustres pidieron, buscaron e incluso se procuraron cruces, desprecios y humillaciones mediante actuaciones ridículas. Adoremos y admiremos la actuación extraordinaria del Espíritu Santo en sus almas y humillémonos a la vista de virtud tan sublime. Pero no pretendamos volar tan alto; pues, comparados con estas águilas veloces y estos leones rugientes, no somos más que gallinas mojadas y perros muertos.

Pedir a Dios la sabiduría de la cruz

4.  Sin embargo, podéis y debéis pedir la sabiduría de la cruz; ciencia sabrosa y experimental de la verdad que permite contemplar, a la luz de la fe, los misterios más ocultos; entre ellos, el de la cruz. Sabiduría que no se alcanza sino mediante duros trabajos, profundas humillaciones y fervientes oraciones. Si necesitáis este espíritu generoso, que ayuda a llevar con valor las cruces más pesadas; este espíritu bueno y suave, que hace saborear -en la parte superior del alma- las amarguras más repugnantes; este espíritu puro y recto, que sólo busca a Dios; esta ciencia de la cruz, que encierra todas las cosas; en una palabra, este tesoro infinito que nos hace partícipes de la amistad de Dios, pedid la sabiduría; pedidla incesante e insistentemente, sin titubeos, sin temor de no alcanzarla, e infaliblemente la obtendréis. Entonces comprenderéis, por experiencia propia, cómo se puede llegar a desear, buscar y saborear la cruz.

Humillarse por las propias faltas, pero sin turbación

5.  Cuando por ignorancia, o aun por culpa vuestra, cometáis alguna torpeza que os acarree alguna cruz, humillaos inmediatamente dentro de vosotros mismos bajo la poderosa mano de Dios, sin turbación voluntaria, diciendo -por ejemplo- en vuestro interior: «¡Estos son, Señor, los frutos de mi huerto!» Y si en vuestra falta hubiere algún pecado, aceptad la humillación como castigo de vuestro orgullo.

Muy a menudo, Dios permite que sus mejores servidores, los más elevados en gracia, cometan faltas de las más humillantes para empequeñecerlos a sus propios ojos y delante de los hombres, para quitarles la vista y el pensamiento orgulloso de las gracias que El les comunica y el bien que hacen, de modo que ningún mortal pueda gloriarse ante Dios (1 Cor. 1,29), como dice el Espíritu Santo.

Dios nos humilla para purificarnos

6.  Tened la plena seguridad de que cuanto hay en nosotros se halla completamente corrompido por el pecado de Adán y por nuestros pecados actuales. No sólo los sentidos del cuerpo, sino también todas las potencias del alma. Por eso, cuando nuestro espíritu corrompido mira algún don de Dios en nosotros, pensando en él y saboreándolo, ese don, esa acción, esa gracia se manchan y corrompen totalmente y Dios aparta de ella su divina mirada. Si ya las miradas y pensamientos humanos echan a perder así las mejores acciones y los dones más excelentes, ¿qué diremos de los actos de la voluntad propia, aún más corrompidos que los actos del entendimiento?

No nos extrañemos, pues, de que Dios se complazca,.en ocultar a los cuyos al amparo de su rostro para que no los manchen las miradas de los hombres ni su propio conocimiento. Y para mantenerlos ocultos, ¡qué cosas no permite y hace ese Dios celoso! ¡Cuántas humillaciones les procura! ¡Cuántos tropiezos permite! ¡En cuántas tentaciones permite que se vean envueltos, como San Pablo! ¡En qué incertidumbres, tinieblas y perplejidades les deja! ¡Oh! ¡Cuán admirable es Dios en sus santos y en los caminos por los cuales los conduce a la humildad y a la santidad.

Evitar los engaños del orgullo

7. ¡Mucho cuidado! No vayáis a creer -como los devotos orgullosos y engreídos- que vuestras cruces son grandes, que son prueba de vuestra fidelidad y testimonio de un amor singular de Dios por vosotros. Este engaño del orgullo espiritual es muy sutil e ingenioso, pero lleno de veneno. Pensad más bien:

1.    Que vuestro orgullo y delicadeza os llevan a considerar como vigas las pajas, como llagas las picaduras, como elefantes los ratones; una palabrita que se lleva el viento -una nadería en realidad-, como una injuria atroz y un cruel abandono;

2.    que las cruces que Dios os manda no son en realidad sino castigos amorosos por vuestros pecados y no pruebas de una benevolencia especial;

3.    que por más cruces y humillaciones que Dios os envíe, os perdona infinitamente más, dado el número y la gravedad de vuestros crímenes. En efecto, éstos hay que considerarlos a la luz de la santidad de Dios, que no soporta nada impuro y a quien vosotros habéis ofendido; a la luz de un Dios que muere, abrumado de dolor a causa de vuestros pecados; al trasluz de un infierno eterno, que habéis merecido mil y quizás cien mil veces;

4.    Que mezcláis lo humano y natural, mucho más de lo que creéis, con la paciencia con que padecéis; prueba de ello son esos miramientos, esa velada búsqueda de consuelos, esas efusiones tan naturales con los amigos y tal vez con vuestro director espiritual, esas disculpas rebuscadas e inmediatas, esas quejas -o más bien maledicencias contra quienes os han hecho daño- tan bien formuladas y tan caritativamente dichas, ese volver y revolver deleitosamente los propios males, esa creencia luciferina de que sois de gran valía, etc. No acabaría nunca si quisiera describir aquí las vueltas y revueltas de la naturaleza, incluso en los sufrimientos. 

Aprovechar los sufrimientos pequeños más que los grandes

8.  Aprovechad los sufrimientos pequeños más aún que los grandes. Dios no repara tanto en lo que se sufre cuanto en cómo se sufre. Sufrir mucho, pero mal, es sufrir como condenados; sufrir mucho y con valor, pero por una causa mala, es sufrir como mártires del demonio; sufrir poco o mucho por Dios, es sufrir como santos.

Si podernos escoger nuestras cruces, optemos por las mas pequeñas y deslucidas cuando se presenten junto a grandiosas y espléndidas. El orgullo natural puede pedir, buscar y aun escoger cruces grandiosas y brillantes. Pero escoger y llevar alegremente las cruces pequeñas y sin brillo sólo puede ser efecto de una gracia singular y de una fidelidad particular a Dios.

Actuad, pues, como el mercader en su mostrador, sacad provecho de todo, no desperdiciéis ni la menor partícula de la cruz verdadera, aunque sólo sea la picadura de un mosquito o de un alfiler, las insignificantes singularidades del vecino, una pequeña injuria involuntaria, la pérdida de algunos centavos, un ligero malestar, etc. Sacad provecho de todo, como el tendero en su tienda, y os enriqueceréis según Dios, como se enrique él colocando centavo sobre centavo en su mostrador. A la menor contrariedad que os sobrevenga, decid: «¡Bendito sea Dios! ¡Gracias, Dios mío!» Guardad luego en la memoria de Dios -que es como vuestra alcancía- la cruz que acabáis de ganar y no os acordéis más de ella sino para decir: «¡ Mil gracias, Señor!» o «¡Misericordia!»

Amar la cruz con amor sobrenatural

9.  Cuando se os habla de amor a la cruz no se trata de un amor sensible. Este es imposible a la naturaleza en esta materia.

Hay que distinguir tres clases de amores: el amor sensible, el amor racional, el amor fiel y supremo. Dicho de otro modo: el amor de la parte inferior, que es la carne; el amor de la parte superior, que es la razón; el amor de la parte superior o cima del alma. que es el entendimiento iluminado por la fe.

Dios no os pide amar la cruz con la voluntad de la carne. Siendo ésta completamente corrompida y criminal, todo lo que sale de ella está corrompido; es más, no puede someterse por sí misma a la voluntad de Dios y a su ley crucificante. Por eso, Nuestro Señor, hablando de ella en el huerto de los Olivos, exclama: Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc. 22,47). La parte inferior del hombre, en Jesucristo -en quien todo era santo- no pudo amar la cruz sin interrupción; la nuestra -que es toda corrupción- la rechazará con mayor razón. Es cierto que podemos, a veces -como algunos santos-, experimentar una alegría sensible en nuestros sufrimientos. Pero esta alegría no proviene de la carne, aunque esté en la carne. Viene de la parte superior. La cual se encuentra tan llena de la alegría divina del Espíritu Santo, que llega a redundar en la parte inferior. En estos momentos, la persona más crucificada puede decir: Mi corazón y mí carne retozan por el Dios vivo (Sal. 84).

Existe otro amor a la cruz que llamo razonable; radica en la parte superior, que es la razón. Es un amor totalmente espiritual. Nace del conocimiento de la felicidad que hay en sufrir por Dios. Por eso es perceptible y aun es percibido por el alma, a la que alegra y fortalece interiormente. Pero ese amor racional y percibido, aunque bueno y muy bueno, no es siempre necesario para sufrir con alegría y según Dios.

Pues existe otro amor. De la cima o ápice del alma, dicen los maestros de la vida espiritual; de la inteligencia, dicen los filósofos. Mediante este amor, aún sin sentir alegría alguna en los sentidos, sin percibir gozo razonable alguno en el alma, amamos y saboreamos, mediante la luz de la fe desnuda, la cruz que llevamos.

Mientras tanto, muchas veces todo es guerra y sobresalto en la parte inferior, que gime, se queja, llora y busca alivio. Entonces decimos con Jesucristo: Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc. 22,52). O con la Santísima Virgen: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra (Lc. 1,38).

Con uno de estos dos amores de la parte superior hemos de amar y aceptar la cruz.

Sufrir toda clase de cruces, sin excepción ni selección

10.  Decidíos, queridos Amigos de la Cruz, a padecer toda clase de cruces, sin elegirlas ni seleccionarlas; toda clase de pobreza, humillación, contradicción, sequedad, abandono, dolor psíquico o físico, diciendo siempre: Pronto está mi corazón, ¡oh Dios !- está mi corazón dispuesto (Sal. 57).

Disponeos, pues, a ser abandonados de los hombres y de los ángeles y hasta del mismo Dios; a ser perseguidos, envidiados, traicionados, calumniados, desacreditados y abandonados de todos; a padecer hambre, sed, mendicidad, desnudez, destierro, cárcel, horca y toda clase de suplicios, aunque no los hayáis merecido por los crímenes que se os imputan. Imaginaos, por último, que después de haber perdido los bienes y el honor, después de haber sido arrojados de vuestra casa -como Job y Santa Isabel de Hungría, se os lanza al lodo, como a está Santa, o se os arrastra a un estercolero, como a Job, maloliente y cubierto de úlceras, sin un retazo de tela para cubrir vuestras llagas, sin un trozo de pan -que no se niega al perro ni al caballo-, y que, en medio de tales extremos, Dios os abandona a todas las tentaciones del demonio, sin derramar en vuestra alma el más leve consuelo espiritual.

Ahí tenéis, creedlo firmemente, la meta suprema de la gloria divina y la felicidad verdadera de un auténtico y perfecto Amigo de la Cruz..

Cuatro motivos para sufrir como se debe

11.  Para animaros a sufrir como se debe, acostumbraros a considerar esta cuatro cosas:

a) La mirada de Dios

En primer lugar, la mirada de Dios. Como un gran rey, desde lo alto de una torre, contempla a sus soldados en medio de la pelea, complacido y alabando su valor. ¿Qué contempla Dios sobre la tierra? ¿A los reyes y emperadores en sus tronos? -A menudo los mira con desprecio. ¿Mira las grandes victorias de los ejércitos del Estado, las piedras preciosas; en una palabra, las cosas que los hombres consideran grandes? -Lo que es grande para los hombres, es abominable ante Dios (Lc. 16,15). Entonces, ¿qué es lo que mira con gozo y complacencia, pidiendo noticias de ello a los ángeles y a los mismos demonios? -Dios mira al hombre que lucha por él contra la fortuna, el mundo, el infierno y contra sí mismo, al hombre que lleva la cruz con alegría. ¿Has reparado sobre la tierra en una maravilla tan grande que el cielo entero la contempla con admiración? -dice el Señor a Satanás-. ¿Te has fijado en mi siervo Job, que sufre por mi? (Job. 2,3).

b) La mano de Dios

En segundo lugar, considerad la mano de este poderoso Señor. Permite todo el mal que nos sobreviene de la naturaleza, desde el más grande hasta el más pequeño. La misma mano que aniquiló a un ejército de cien mil hombres hace caer la hoja del árbol y el cabello de vuestra cabeza. La mano que con tanta dureza hirió a Job os roza con esa pequeña contrariedad. Con la misma mano hace el día y la noche, la luz y las tinieblas, el bien y el mal. Permitió los pecados que os inquietan; no fue el autor de la malicia, pero permitió la acción.

Así, pues, cuando os encontréis con un Semeí, que os injuria, os tira piedras como al rey David, decid interiormente: «No nos venguemos; dejémosle actuar, pues se lo ha mandado el Señor. Reconozco que tengo merecido toda esta clase de ultrajes y que Dios me castiga con justicia. ¡Detente, brazo mío¡ ¡Refrénate, lengua mía! ¡No hieras! ¡No hables! Ese hombre o esa mujer que me dicen o infieren injurias son embajadores de Dios, vienen enviados por su misericordia para vengarse amistosamente de mi. No irritemos su justicia usurpando los derechos de su venganza. No menospreciemos su misericordia resistiendo a sus amorosos golpes. No sea que, para vengarse, nos remita a la estricta justicia de la eternidad».

¡Mirad! Con una mano todopoderosa e infinitamente prudente, Dios os sostiene, mientras os corrige con la otra. Con una mano mortifica, con la otra vivifica. Humilla y enaltece. Con un brazo poderoso alcanza del uno al otro extremo de vuestra vida, suave y poderosamente: suavemente, porque no permite que seáis tentados y afligidos por encima de vuestras fuerzas; poderosamente, porque os ayuda por una gracia poderosa y proporcionada a la fuerza y duración de la tentación o aflicción; poderosamente también, porque -como lo dice el Espíritu de su santa Iglesia- se hace «vuestro apoyo al borde del precipicio ante el cual os halláis; vuestro compañero, si os extraviáis en el camino; vuestra sombra, si el calor os abrasa; vuestro vestido, si la lluvia os empapa y el frío os hiela; vuestro vehículo, si el cansancio os oprime; vuestro socorro, si la adversidad os acosa; vuestro bastón, si resbaláis en el camino; vuestro puerto, en medio de las tempestades que os amenazan con ruina y naufragio».

c) Las llagas y los dolores de Jesús crucificado

En tercer lugar, contemplad las llagas y los dolores de Jesucristo crucificado. El mismo os dice: «¡Vosotros los que pasáis por el camino lleno de espinas y cruces por el que yo he transitado, mirad, fijaos; mirad con los ojos corporales y ved con los ojos de la contemplación si vuestra pobreza y desnudez, vuestros menosprecios, dolores y desamparos, son comparables con los míos. Miradme a mí, el inocente, y quejaos vosotros, los culpables!»

Por boca de los apóstoles, el mismo Espíritu Santo nos ordena esa misma mirada a Jesucristo crucificado, nos ordena armarnos con este pensamiento, que constituye el arma más penetrante y terrible contra nuestros enemigos. Cuando la pobreza, la abyección, el dolor, la tentación y otras cruces os ataquen, armaos con el pensamiento de Jesucristo crucificado; que os servirá de escudo, coraza, casco y espada de doble filo. En él encontraréis la solución a todas vuestras dificultades y la victoria sobre cualquier enemigo.

d) Arriba, el cielo; abajo, el infierno

En cuarto lugar, mirad en el cielo la hermosa corona que os aguarda, con tal que llevéis debidamente vuestra cruz. Esta recompensa sostuvo a los patriarcas y profetas en su fe y persecuciones, animó a los apóstoles y mártires en sus trabajos y tormentos. Los patriarcas decían con Moisés: Preferimos ser afligidos con el Pueblo de Dios, para ser felices con él eternamente, a disfrutar de las ventajas pasajeras del pecado (Heb. 11,24). Los profetas decían con David: Sufrimos grandes afrentas a causa de la recompensa. Los apóstoles y mártires decían con San Pablo: Somos como víctimas condenadas a muerte, como un espectáculo para el mundo, para los ángeles y para los hombres por nuestros padecimientos; como desecho y anatema del mundo (1 Cor. 4,9.13) a causa del peso eterno de gloria incalculable que nos prepara la momentánea y ligera tribulación (2 Cor. 4,17).

Miremos por encima de nosotros a los ángeles, que nos gritan: «Cuidado con perder la corona destinada a recompensar la cruz que os ha tocado -con tal que la llevéis como se debe-. Si no la lleváis debidamente, otro lo hará y se llevará vuestra corona». «Luchad con valentía, sufrid con paciencia -nos dicen todos los santos-, y recibiréis un reino eterno». Escuchemos, por fin, a Jesucristo, que nos dice: «Sólo premiaré a quien haya padecido y vencido por su paciencia».

Miremos abajo el sitio que merecemos. Nos aguarda en el infierno, junto al mal ladrón y a los réprobos, si nuestro padecer -como el suyo- va acompañado de murmuraciones, despecho y venganza. Exclamemos con San Agustín: «Quema, Señor; corta, poda, divide en esta vida en castigo de mis pecados, con tal que me perdones en la eternidad».

No quejarse jamás de las criaturas

12.  No os quejéis jamás voluntariamente y con murmuraciones de las criaturas que Dios utiliza para afligiros.

Observad que se dan tres clases de quejas en las penas.

- La primera es involuntaria y natural: es la del cuerpo que gime, suspira, se queja, llora, se lamenta. Como ya dije, si el alma en su parte superior está sometida a la voluntad de Dios, no hay ningún pecado.

- La segunda es razonable: nos quejamos y descubrimos nuestro mal a quienes pueden remediarlo: al superior, al médico... Esta queja puede constituir una imperfección si es demasiado intempestiva, pero no es pecado.

- La tercera es criminal. Se da cuando nos quejamos al prójimo para librarnos del mal que nos inflige o para vengarnos, o cuando nos quejamos del dolor que padecemos, consintiendo en esta queja y añadiéndole impaciencia y murmuración.

13.  No recibáis nunca la cruz sin besarla humildemente con agradecimiento. Si Dios en su bondad os regala alguna cruz algo importante, dadle gracias de una manera especial y pedid a otros que hagan lo mismo. A ejemplo de aquella pobre mujer que, habiendo perdido todos sus bienes a causa de un pleito injusto, con la única moneda que le quedaba mandó inmediatamente celebrar una misa para agradecer a Dios la buena suerte que había tenido.

Cargar con cruces voluntarias

14.  Si queréis haceros dignos de las cruces que os vendrán sin vuestra participación -son las mejores-, cargaos con algunas cruces voluntarias, siguiendo el consejo de un buen director.
Por ejemplo: ¿Tenéis en casa algún mueble inútil al cual sentís cariño? -Dadlo a los pobres y decid: ¿Quisieras tener cosas supérfluas, cuando Jesús es tan pobre?

¿Os repugna algún manjar, algún acto de virtud, algún mal olor? -Probad, practicad, oled; superaos.

¿Tenéis cariño excesivamente tierno o exagerado a una persona u objeto? -Apartaos, privaos, alejaos de lo que os halaga.

¿Sentís prisa natural por ver, actuar, aparecer en público, ir a tal o cual sitio? -Deteneos, callaos, ocultaos, apartad vuestra mirada.

¿Tenéis repugnancia natural a determinado objeto o persona? -Usadlo a menudo, frecuentad su trato: superaos.

Si sois auténticos Amigos de la Cruz, el amor -siempre ingenioso- os hará descubrir así la cantidad de cruces pequeñas. Con ellas os enriqueceréis sin daros cuenta y sin temor a la vanidad, que a menudo se mezcla con la paciencia cuando se llevan cruces relumbrantes. Y, por haber sido fieles en lo poco, el Señor -como lo tiene prometido- os pondrá al frente de lo mucho, es decir, sobre la multitud de gracias que os dará, sobre multitud de cruces que os enviará, sobre una inmensa gloria que os preparará...



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