jueves, 1 de abril de 2010

CARTA DE BUENAFUENTE...

MARIA REINA Y MADRE PARA SIEMPRE...
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TRAS LOS PASOS DE UN SANTO...
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Al comienzo del Evangelio de San Juan, al ver Jesús que dos de los discípulos del Bautista lo seguían, volviéndose hacia ellos, les preguntó: “¿Qué buscáis?” Ellos le respondieron: “Maestro, ¿dónde vives?”
 
Al final del cuarto Evangelio, en las escenas de Pascua, Jesús, se apareció a María Magdalena, que estaba desconsolada, y le preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras? Ella no lo reconoció; entonces Jesús le dijo: “María, ¿a quién buscas?” Entonces, ella, dio media vuelta, y mirando a Jesús, exclamó: “Rabboní!”

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Estas dos escenas abrazan el texto evangélico y marcan la dirección adecuada para encontrarse con Jesucristo, que no es otra que la de permanecer en actitud de búsqueda, sentir la mirada del Señor y reconocerlo como Maestro. 

Pero yo, ¿qué busco? ¿A quién busco? ¿En qué o en quién pongo mis ojos? Estas preguntas horadan la corteza de toda soledad y dejan en la intemperie de una mirada que se instala en las entrañas, no tanto como denuncia, sino como fascinante atracción, aunque al principio no se sepa quién es el que te deja oír su voz y sentir sus ojos.

Sorprende el hecho de poder estar caminando junto al Señor, y no saber que es Él, como les pasó a María Magdalena, y a los discípulos de Emaús ¡Cuántas veces se experimenta la desolación, cuando tan sólo haría falta volver los ojos, o levantarlos, para sentir la presencia del Resucitado.

Una causa por la que quizá no descubro el acompañamiento de Jesús como persona viva, amiga y compañera, puede ser que ando invadido por mis obsesiones, ideologías y proyecciones, esperando encontrar una realidad inerte, o deseando poseer a quien es inapresable.

Más allá de que reconozca el rostro luminoso del Resucitado, Él sale a mi camino, me mira, pronuncia, de muchas formas, mi nombre, me interpela y hasta llega a denunciarme, cuando mis afanes, búsquedas e inercias proyectan un deseo fosilizado.

La actitud que corresponde es la de buscar permanentemente el rostro del Señor, y gozar de la promesa de su acompañamiento. Esté de viaje o en casa, en el jardín o junto al mar, solo o en comunidad, entre conocidos o ante personas anónimas, la certeza de la presencia del Resucitado y dejarme mirar por Él cambia la vida.

Sigue resonando en mí la primera pregunta del Evangelio: “¡Maestro! ¿Dónde vives?”Y la respuesta de Jesús: “Venid y lo veréis”. “Buscad y encontraréis”. “Llamad y se os abrirá”.

Aunque sólo sea por fe, sé que Jesús no deja de mirarme y de pronunciar mi nombre. Él no espera otra cosa sino que yo llegue a sentir la luz de su mirada en toda circunstancia. ¡Qué diferente es todo, mi vida y yo mismo, cuando se siente el acompañamiento del Maestro! 

Amigo, es mi deseo de Pascua que te dejes mirar por el Resucitado y llegues a escuchar de sus labios tu nombre pronunciado con amor. Si es así, correrás a anunciarlo de muchas formas, por dondequiera que vayas. ¡Feliz Pascua!

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