martes, 13 de abril de 2010

CARTAS DEL DIABLO A SU SOBRINO...


MARIA REINA Y MADRE PARA SIEMPRE...
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TRAS LOS PASOS DE UN SANTO...
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Cartas del Diablo a su Sobrino

 
C.S. Lewis  
EL ORUGARIO es un espíritu humano, muerto y maligno, que está siendo entrenado, por un demonio angélico. En este caso, cuando dicen ELLOS son los ángeles y EL ENEMIGO es DIOS (para ellos su enemigo).
Primera carta
Mi querido Orugario, demonio humano.

Un día, mientras estaba leyendo, vi que los pensamientos de aquel hombre  empezaban a tomar el camino de DIOS  nuestro enemigo. El Enemigo estuvo a su lado al instante, por supuesto, vi que mi labor de veinte años empezaba a tambalearse. Dirigí mi ataque, inmediatamente, a aquella parte del hombre que había llegado a controlar mejor, y le sugerí que ya era hora de comer. ¿Sabes que nunca se puede oír exactamente lo que les dice?, el Enemigo, DIOS,  contraatacó diciendo que aquello era mucho más importante que la comida, cuando pude agregar, Mucho mejor volver después del almuerzo, y estudiarlo a fondo, con la mente despejada.
Yo le había inculcado la convicción indestructible de que, a pesar de cualquier idea rara que pudiera pasársele por la cabeza a un hombre encerrado a solas con sus libros, una maligna dosis de vida real con lo que se refería a un autobús y al vendedor de periódicos era suficiente para demostrar que ese tipo de cosas, sobre la vida eterna y demás boberías no pueden ser verdad.
Sabía que lo había agarrado por los pelos. Ahora está atormentado, en la casa de Nuestro Padre Satanás. ¿Empiezas a entender la idea? Gracias a ciertos procesos que pusimos en marcha en su interior hace siglos, les resulta totalmente imposible creer en lo extraordinario mientras tienen algo conocido a la vista. No intentes utilizar la ciencia quiero decir, las ciencias de verdad como defensa contra el Cristianismo, porque, con toda seguridad, le incitarán a pensar en realidades que no puede tocar ni ver.
Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO
Segunda carta

Mi querido Orugario, demonio humano.
Veo con verdadero disgusto que tu paciente se ha hecho cristiano. Tenemos que hacer lo que podamos, en vista de la situación. No hay que desesperar, cientos de esos conversos adultos, tras una breve temporada en el campo de DIOS el Enemigo, han sido reclamados y están ahora con nosotros, en el infierno. Todos los hábitos del paciente, tanto mental como corporal, están todavía de nuestra parte.
En la actualidad, la misma Iglesia es uno de nuestros gran­des aliados. No me interpretes mal, no me refiero a la Iglesia de raíces eternas, Confieso que es un espectáculo que llena de inquietud incluso a nuestros más audaces tentadores, pero, por fortuna, se trata de un espectáculo completamente invisi­ble para esos humanos. Y cuando penetra en la iglesia tu paciente, llega a su banco, mira en torno suyo y ve precisamente a aquellos vecinos que, hasta entonces, había procurado evitar. Procura que el pensamiento de tu paciente pase rápidamente de expresiones como el cuerpo de Cristo a las caras de los que tiene sentados en el banco de al lado.

Tu paciente, gracias a Nuestro Padre de las tinieblas, es un insensato, y con tal de que alguno de esos vecinos desafine al cantar, o lleve botas que crujan, o tenga papada, o vista de modo extravagante, el paciente creerá con facilidad que, por tanto, su religión tiene que ser, en algún sentido, ridícula. En la etapa que actualmente atraviesa, tiene una idea de los cristianos que considera muy espiritual. Hasta el simple hecho de que las personas que hay en la iglesia lleven ropa moderna supone, para él, un auténtico problema. Nunca permitas que esto aflore a la superficie de su conciencia, no le permitas que llegue a peguntarse cómo esperaba que fuese. Mantén sus ideas vagas y confusas, y tendrás toda la eternidad para divertirte en el infierno jajajaja, provocando en él esa peculiar especie de lucidez que propor­ciona el Infierno.
Trabaja a fondo, durante la etapa de decepción o anticlímax que, ha de atravesar el paciente durante sus primeras semanas como hombre religioso. DIOS el Enemigo deja que esta desilusión se produzca al comienzo de todos los esfuerzos humanos. DIOS el Enemigo acepta este riesgo porque tiene la curiosa ilusión de hacer de esos asquero­sos gusanillos humanos lo que Él llama Sus libres amantes y siervos, hijos. Nosotros tenemos un incorregible afán de degradar el mundo espiritual entero a través de relacio­nes contra natura con los animales bípedos.
 Al desear su libertad, DIOS el Enemigo renuncia, consecuentemente, a la posibili­dad de guiarles, por medio de sus aficiones y costumbres pro­pias, a cualquiera de los objetivos que Él les propone, les deja que lo hagan por sí solos.

Ahí está nuestra oportunidad, pero también, nuestro peligro, una vez que superan con éxito esta aridez inicial, los humanos se hacen menos dependientes de las emo­ciones y, en consecuencia, resulta mucho más difícil tentarles. Cuanto las personas de los bancos vecinos si dan razones y si el paciente sabe que la mujer del sombrero ridículo es una jugadora empedernida de bridge, o que el hombre de las botas rechinantes es un avaro y fornicador, tu trabajo resultará mucho más fácil. En tal caso, te basta con evitar que se le pase por la cabeza la pregunta, Si yo, siendo como soy, me puedo considerar un cristiano, ¿por qué los diferentes vicios de las personas que ocupan el banco vecino habrían de probar que su religión es pura hipocresía y puro formalismo? Todavía no lleva el tiempo suficiente con DIOS el Enemigo, como para haber adquirido la más mínima humildad auténtica.
 Todo cuanto diga, hasta si lo dice arrodillado, acerca de sus pecados, no es más que repetir palabras como un loro, en el fondo, todavía piensa que ha logrado un saldo favorable en el libro de la Vida libro mayor de nuestro  Enemigo. Sólo por haberse dejado convertir, y que, además, está dando prueba de una gran humildad y de magnanimidad al consentir en ir a la iglesia con unos vecinos tan engreídos y vulgares. Mantenle en ese estado de ánimo tanto tiempo como puedas. Te prometo q si sigues así, te divertirás mucho en el infierno, con nuestro padre Satanás, jajaja.

Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO
Tercera carta

Mi querido Orugario, demonio humano.

Me complace mucho todo lo que me cuentas acerca de las relaciones de este hombre con su madre.. El DIOS el enemigo debe estar trabajando desde el centro hacia el exterior, haciendo cada vez mayor la parte de la conducta del paciente que se rige por sus nuevos criterios cristianos, y puede llegar a su comportamiento para con su madre en cualquier momento. Tienes que adelantártele. Man­tente en estrecho contacto con nuestro colega Gluboso, que se ocupa de la madre, y construid entre los dos, en esa casa, en que se fastidien mutuamente, pinchándose todos los días. Para ello, los siguientes métodos son de utilidad.
Primero. Mantén su atención centrada en la vida interior. Cree que su conversión es algo que está dentro de él, y su atención está, sobre todo hacia sus propios estados de ánimo. Fomenta esta actitud, mantén su pensamiento lejos de las obligaciones.

Segundo. Es imposible impedir que rece por su madre, pero disponemos de medios para hacer inofensivas estas oraciones, asegúrate de que sean siempre muy superficiales, de que siempre se preocupe por el estado del alma de su madre y nunca por su reuma. De ahí se derivarán dos ventajas. En primer lugar, su atención se mantendrá fija en lo que él considera pecados de su madre, le resultara todo irritante. Puedes seguir refregándole las heridas del día, para que se llene de rencor, incluso cuando está postrado de rodillas. La operación no es nada difícil, y te resultará muy divertida. Sus ideas acerca del alma de su madre han de ser equivocadas, rezará, en cierto sentido, por una persona imaginaria, y tu misión consistirá en hacer que esa persona imaginaria se parez­ca cada día menos a la madre real, a la señora de lengua puntiaguda con quien desayuna. Con el tiempo, esa oración ya no tendrá efecto. He tenido pacientes tan bien con­trolados que, en un instante, podía hacerles pasar de pedir apasionadamente por el alma de su esposa o de su hijo a pegar o insultar a la esposa o al hijo de verdad, sin el menor escrúpulo.

Tercero.  Es frecuente que, cuando dos seres humanos han convi­vido durante muchos años, cada uno tenga tonos de voz o gestos que al otro le resulten insufriblemente irritantes. Explo­ta eso, haz que tu paciente sea muy consciente de esa forma particular de levantar las cejas que tiene su madre, que apren­dió a detestar desde la infancia, y déjale que piense lo mucho que le desagrada. Déjale suponer que ella lo hace para fastidiarle.

Cuarto. El odio familiar suele expresarse diciendo cosas que, parecen totalmente inofen­sivas  pero en un tono de voz o en un momento en que resultan como una bofetada. Para mantener vivo este juego, tú y Gluboso, el demonio, debéis cuidaros de que cada uno de ellos tenga un doble patrón de conducta. Tu paciente debe exigir se juzgue simplemente por las palabras exactas, al mismo tiempo que juzga cuanto dice su madre tras la más minuciosa interpretación del tono, del contexto y de la intención que él sospecha.
Y a ella hay que animarla a que haga lo mismo con él. De este modo, ambos pueden salir convencidos, después de cada discu­sión, de que son totalmente inocentes. Ya sabes cómo son estas cosas, el dira a su madre, Lo único que hago es preguntarte a qué hora estará lista la cena, y te pones hecha una fiera.
 Una vez que este hábito esté bien arraigado en la casa, tendrás la deliciosa situación de un ser humano que dice ciertas cosas con el expreso propósito de ofender, y, sin embargo, se queja de que se ofendan. Para terminar, cuéntame algo acerca de la actitud religiosa de la vieja señora. ¿Tiene celos, o algo parecido, de este nuevo ingrediente de la vida de su hijo? ¿Se siente pisoteada de que haya aprendido de otros su hijo, y tan tarde, lo que ella considera que le dio buena ocasión de aprender de niño?


Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO

Cuarta carta

Mi querido Orugario, demonio humano.
Las inexpertas sugerencias que haces en tu última carta me indican que ya es hora de que te escriba detalladamente acerca del penoso tema de la oración. Lo mejor, cuando es posible, es alejar totalmente al pacien­te de la intención de rezar en serio. Cuando el paciente, es un adulto recién reconvertido al partido de DIOS nuestro Enemigo, la mejor forma de lograrlo consiste en incitarle a  creer que las forma de repetir las oraciones, como los loros, son las que aprendió de niño. Por reacción contra esto, se le puede convencer de que aspire a algo espontáneo, informal, y no codifi­cado. Uno de sus poetas, Coleridge, escribió que él no rezaba moviendo los labios y arrodillado, sino que, simplemente, se ponía en situación de amar y se entregaba a un sentimiento imploran­te.
Esa es, exactamente, la clase de oraciones que nos conviene, y, como tiene cierto parecido superficial con la oración del silencio que practica los que están muy adelantados en el servicio de nuestro enemigo DIOS, podemos engañar durante bastante tiem­po a los pacientes listos y perezosos. Se les puede convencer de que la posición corporal es irrelevante para rezar, que da lo mismos que estén acostados o caribajos. Pero nunca de rodillas ni mostrando devoción. Porque si esto pasa, los hombres, observaran este gesto e intentaran imitarlos. Y ahí estaremos nosotros perdidos, y tu castigo será grande.

Sí esto falla, debes recurrir a una forma más sutil de desviar sus intenciones. Mientras estén pendientes de nuestro Enemigo DIOS, esta­mos vencidos, pero hay formas de evitar que se ocupen de El. La más sencilla consiste en desviar su mirada de Él hacia ellos mismos. Haz que se dediquen a contemplar sus propias mentes y que traten de suscitar en ellas, por obra de su propia volun­tad, sentimientos o sensaciones. Cuando se propongan solicitar caridad del Enemigo JESUS, haz que, en vez de eso, empiecen a tratar de suscitar sentimientos caritativos hacia ellos mismos, y que no se den cuenta de que es eso lo que están haciendo. Cuando pretenden rezar para pedir perdón, déjalos que traten de sentirse perdonados.
JESUS el Enemigo no permanecerá ocioso entre­tanto, siempre que alguien reza, existe el peligro de que El actúe inmediatamente, y permite, de un modo realmente impúdico, que los animales humanos arrodillados lleguen a conocerse a sí mismos. Pero, incluso si Él vence tu primera tentativa de desviación, todavía contamos con un arma más sutil. Los animales hu­manos no parten de una percepción directa JESUS el Enemigo como la que nosotros, desdichadamente, no podemos evitar. Nunca han experimentado esa horrible luminosidad, ese brillo abrasa­dor e hiriente que constituye el fondo de sufrimiento perma­nente de nuestras vidas. Porque nosotros odiamos a DIOS y a todo lo santo.  Nunca quisimos cambiar ni arrepentirnos, igual, no tuvimos esa oportunidad, al primer pecado fuimos expulsados. Pero los humanos si pueden cambiar de vida mientras estén vivos.
Si contemplas la mente de tu paciente mientras reza, no verás es, si observas las imágenes procedentes de retratos de nuestro enemigo JESUS  tal como se apareció durante el deshonroso episodio conocido como la Encarnación, otras, más, asociadas con Sus otras dos Personas, no me es licito nombrarlas porque ya sabes que nuestro padre Satanás nos tortura si se entera.
Sé de algún caso en el que aquello que el paciente llama su Dios estaba localiza­do, arriba y a la izquierda, en un rincón del techo de su dormitorio, o en su cabeza, o en un crucifijo colgado de la pared. Pero, cualquiera que sea la naturaleza del objeto compuesto, debes hacer que el paciente siga dirigiendo a éste sus oraciones, a aquello que él ha creado, no a la Persona que le ha creado a él. Puedes animarle, incluso, a darle mucha importancia al perfeccionamiento de su obje­to, y a tenerlo presente en su imaginación durante toda la oración.


Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO
Quinta carta

Mi querido Orugario, demonio humano.
Dices que estás delirante de alegría porque los humanos europeos han empezado otra de sus guerras. Veo muy bien lo que te ha sucedido. No estás delirante, estás sólo borracho. Leyendo entre las líneas de tu desequilibrado relato de la noche de insomnio de tu paciente, puedo reconstruir tu estado de ánimo con bastante exactitud. Por primera vez en tu carrera has probado ese vino que es la recompensa de todos nuestros esfuerzos la angustia y el desconcierto de un alma humana, y se te ha subido a la cabeza.
¿Respondió el paciente a alguna de tus terroríficas visiones del futuro? ¿Le hiciste echar unas cuantas miradas autocompasivas al feliz pasado?  Así que no permitas que ningu­na excitación temporal te distraiga del verdadero asunto de minar la fe e impedir la formación de virtudes.
Por supuesto, una guerra es entretenida. El temor y los sufrimientos inmediatos de los humanos son un legítimo y agradable refresco para nuestras miradas de afanosos trabaja­dores. El Enemigo JESUS, fiel a Sus bárbaros métodos de combate, nos permite contemplar la breve dicha de Sus favoritos sólo para atormentarnos... para mofarse del hambre insaciable que, durante la fase actual del gran conflicto, Su bloqueo nos está imponiendo.
Podemos esperar una buena cantidad de cruel­dad y falta de castidad. Pero, si no tenemos cuidado, veremos a millares volviéndose, en su tribulación, hacia el DIOS el Enemigo.
¡Cuánto mejor para nosotros si todos los humanos muriesen en costosos sanatorios, entre doctores que mienten, enfermeras que mienten, amigos que mienten, y de esta forma evitaran ir a mia o cumplir alguna indulgencia, sin confesarse con un sacerdote, no sea que revelase el enfermo su verdadero estado.  
Sé que nuestro compañero el demonio Escarárbol y otros han visto en las guerras una gran ocasión para atacar a la fe. A los partidarios humanos de nuestro Enemigo JESUS, Él mismo les ha dicho claramente que el sufrimiento es una parte esencial de lo que Él llama Redención, así que una fe que es destruida por una guerra o una peste no puede haber sido realmente merecedora del esfuerzo de destruirla. En el preciso momento de terror, aflicción o dolor físico, puedes coger a tu hombre cuando su razón está temporalmente suspendida. Pero incluso entonces, si pide ayuda al cuartel general de JESUS nuestro Enemigo, he descubierto que el puesto está casi siempre defendido.

Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO

Sexta carta
Mi querido Orugario, demonio humano.

Me encanta saber que la edad y profesión de tu cliente hacen posible, pero en modo alguno seguro, que sea llamado al servicio militar. Nos conviene que esté en la máxima incertidumbre, para que su mente se llene de visiones contradicto­rias del futuro, cada una de las cuales suscita esperanza o temor. No hay nada como el suspense y la ansiedad para q se enfrente el alma de un humano contra el nuestro Enemigo DIOS.
Tu paciente habrá aceptado, la idea de que debe someterse con paciencia a la voluntad de JESUS el Enemigo. Lo que el Enemigo quiere decir con esto es, que debería aceptar con paciencia la tribulación que le ha caído en suerte.
Déjale considerarlas sus cruces, puesto que son incompatibles, no pueden sucederle todas ellas, y déjale tratar de practicar la fortaleza y la paciencia ante ellas por anticipado.
Aquí actúa una importante ley espiritual. Te he explicado que puedes debilitar sus oraciones desviando su atención de JESUS el Enemigo mismo a sus propios estados de ánimo con respecto al Enemigo. Por otra parte, resulta más fácil dominar el miedo cuando la mente del paciente es desviada de la cosa temida al temor mismo, y cuando considere el miedo como la cruz que le ha sido asignada, pensará en él, inevitablemente, como en un estado de ánimo. Se puede, en consecuencia, formular la siguiente regla general, estimula al paciente a ser inconsciente de sí mismo y a concentrarse en el objeto, pero en todas las actividades favorables al Enemigo haz que su mente se vuelva hacia sí mismo. Deja que un insulto o el cuerpo de una mujer fijen hacia fuera su atención hasta el punto en que no reflexione, pensara este animal humano, Estoy entrando ahora en el estado llamado Ira... o el estado llamado Lujuria. Por el contrario, deja que la reflexión, Mis sentimientos se están haciendo más devotos, o más caritativos,  fije su atención hacia dentro hasta tal punto que ya no mire más allá de sí mismo para ver a nuestro Enemigo DIOS o a sus propios vecinos.
En su angustia, el paciente puede ser, incitado a vengarse por algunos sentimientos vengati­vos dirigidos hacia los gobernantes alemanes, y eso es bueno hasta cierto punto. Nunca ha conocido a estas personas en la vida real, son maniquíes modelados en lo que dicen los periódicos.
Hagas lo que hagas, habrá cierta benevolencia, al igual que cierta malicia, en el alma de tu paciente. Lo bueno es dirigir la malicia a sus vecinos inmediatos, a los que ve todos los días, y proyectar su benevolencia a la gente que no conoce. Así, la malicia se hace totalmente real y la benevolencia en gran parte imaginaria. No sirve de nada infla­mar su odio hacia los alemanes si, al mismo tiempo, un perni­cioso hábito de caridad está desarrollándose entre él y su ma­dre, su patrón, y el hombre que conoce en el tren. Piensa en tu hombre como en una serie de círculos concéntricos, de los que el más interior es su voluntad, después su intelecto, y finalmen­te su imaginación. Pero debes estar empujando constantemente todas las virtudes hacia fuera, hasta que estén finalmente situadas en el círculo de la imaginación, y todas las cualidades deseables hacia dentro, hacia el círculo de la voluntad. Sólo en la medida en que alcancen la voluntad y se conviertan en costumbres no son fatales las virtudes.  Todo tipo de virtudes pintadas en la imaginación o aprobadas por el intelec­to, o, incluso, en cierta medida, amadas y admiradas, no deja­rán a un hombre fuera de la casa de Nuestro Padre Satanás, pueden hacerle más divertido cuando llegue a ella, ya sabes en qué consisten las torturas, los convertimos trizas y nunca jamás mueren, porque es eterno.

Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO
Séptima carta
Mi querido Orugario, demonio humano.

Me asombra que me preguntes si es esencial mantener al paciente ignorante de tu propia existencia. Nuestra política, por el momento, es la de ocultarnos. Por supuesto, no siempre ha sido así. Nos encontramos, realmente, ante un cruel dilema. Cuan­do los humanos no creen en nuestra existencia perdemos todos los agradables resultados del terrorismo directo, y no hacemos brujos. Por otra parte, cuando creen en nosotros, no podemos hacerles materialistas y escépticos. Al menos, no todavía.
La Fuerza Vital, la adoración del sexo, y algunos aspectos del Psicoanálisis pueden resultar útiles en este sentido. Si alguna vez llegamos a producir nuestra obra perfecta el Brujo Materialista, el hom­bre que adora, lo que vagamente llama fuerzas, al mismo tiempo que niega la existencia de espíri­tus, entonces el fin de la guerra estará a la vista. Pero, mientras tanto, debemos obedecer nuestras órdenes. No creo que tengas mucha dificultad en mantener a tu paciente en la ignorancia. El hecho de que los diablos sean predominante­mente figuras cómicas en la imaginación moderna te ayudará. Si la más leve sospecha de tu existencia empieza a surgir en su mente, insinúale una imagen de algo con mallas rojas, puesto que no puede creer en eso es un viejo método de libro de texto de confundirles, no puede, en conse­cuencia, creer en ti.
Todos los extremos, excepto la extrema devoción al Enemigo JESUS, deben ser estimulados. No siempre, pero sí en esta etapa. Algunas épocas son templadas y complacientes, y entonces nuestra misión consiste en adormecerlas más aún. Otras épocas, como la actual, son desequilibradas e inclinadas a dividirse en facciones, y nuestra tarea es inflamarlas.  Hasta cuando el pequeño grupo está origi­nariamente al servicio de los planes del Enemigo DIOS, esto es cierto. Queremos que la Iglesia sea pequeña no sólo para que menos hombres puedan conocer al Enemigo, sino también para que aquellos que lo hagan puedan adquirir la incómoda intensidad.
Si tu paciente puede ser inducido a convertirse en un objetor de conciencia, se encontrará un miembro de una sociedad pequeña, chillona, y el efecto de esto, será casi con toda seguridad bueno. Tu mejor plan, en ese caso, sería procurar una repentina y confusa crisis emotiva de la que pudiera salir como un incómodo converso al patriotis­mo. Tales cosas pueden conseguirse a menudo. Pero si es el hombre que creo, prueba con el pacifismo.
Déjale empezar por considerar el patriotismo o el pacifismo como parte de su religión. Una vez que hayas hecho del mundo un fin, y de la fe un medio, ya casi has vencido a tu hombre, e importa muy poco qué clase de fin mundano persiga. Con tal de que los panfletos, políti­cas, movimientos, causas y cruzadas le importen más que las oraciones, los sacramentos y la caridad, será nuestro,  y cuanto más apegado este en lo mundano,  más seguramente nuestro. Podría enseñarte un buen montón aquí abajo. jajaja.


Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO
Octava carta
Mi querido Orugario, demonio humano.

¿Con que tienes grandes esperanzas de que la etapa reli­giosa del paciente esté finalizando, eh?
Los humanos son anfibios, mitad espíritu y mitad animal. La decisión de JESUS el Enemigo de crear tan repugnante híbrido fue una de las cosas que hicieron que Nuestro Padre Satanás le retirase su apoyo. Como espíritus, pertenecen al mundo eterno, pero como animales habitan el tiempo. Esto significa que mientras su espíritu puede estar orientado hacia un objeto eterno, sus cuerpos, pasiones y fantasías están cambiando constantemente, porque vivir en el tiempo equivale a cambiar.
La ondulación, el reiterado retorno a un nivel del que repetidamente vuelven a caer.  Si hubieses observado a tu paciente cuidadosamente, habrías visto esta ondulación en to­dos los aspectos de su vida, su interés por su trabajo, su afecto hacia sus amigos, sus apetencias físicas, todo sube y baja. Mientras viva en la tierra, períodos de riqueza y vitalidad emotiva y corporal alternarán con períodos de pobreza. La sequía y monotonía que tu paciente está atrave­sando ahora no son, como gustosamente supones, obra tuya, son meramente un fenómeno natural que no nos beneficiará a menos que hagas buen uso de él.
Para decidir cuál es su mejor uso, debes preguntarte qué uso quiere hacer de él el Enemigo JESUS, y entonces hacer lo contra­rio. Ahora bien, puede sorprenderte aprender que, en sus es­fuerzos por conseguir la posesión permanente de un alma, se apoya más aún en los bajos que en los altos. La razón es ésta, para nosotros, un humano es, ante todo, un alimento, nuestra meta es absorber su volun­tad en la nuestra. Pero la obediencia que el Enemigo JESUS exige de los hombres es otra cuestión. Hay que encararse con el hecho de que toda la palabrería acerca de Su amor a los hombres, y de que Su servicio es la libertad perfecta, es una espantosa verdad. El  quiere llenar el universo de un montón de odiosas pequeñas réplicas de Sí mismo, criaturas cuya vida, a escala reducida, será cualitativamente como la Suya propia, no porque El las haya absorbido, sino porque sus voluntades se pliegan libremente a la Suya. Nosotros queremos ganado, asnos, carne, que pueda finalmente convertirse en alimento, Él JEUS quiere siervos que finalmente puedan convertirse en hijos. Nosotros quere­mos matarlos, a esos animales humanos, anfibios repelente. Nosotros estamos vacíos y querría­mos estar llenos, El está lleno y rebosa. Nuestro objetivo de guerra es un mundo en el que Nuestro Padre de las Profundi­dades, Satanás el viejo haya absorbido en su interior a todos los demás seres, el Enemigo DIOS desea un mundo lleno de seres unidos a Él, pero todavía distintos.

Debes haberte preguntado muchas veces por qué el Enemigo no hace más uso de Sus poderes para hacerse sensiblemente presente a las almas humanas en el grado y en el momento que Le parezca. Pero ahora ves que lo Irresistible y lo Indiscutible son las dos armas que la naturaleza misma de Su plan le prohibe utilizar. Para Él, sería inútil  dominar una voluntad human. No puede seducir. Sólo puede cortejar. Las criaturas han de ser una con El. Está dispues­to a dominar un poco al principio. Las pondrá en marcha con comunicaciones de Su presencia que, aunque tenues, les pare­cen grandes, con dulzura emotiva, y con fáciles victorias sobre la tentación. Pero El nunca permite que este estado de cosas se prolongue. Antes o después retira, todos esos apoyos e incentivos. Deja que la criatura se mantenga sobre sus propias piernas, para cumplir, sólo a fuerza de voluntad, deberes que han per­dido todo sabor. Es en esos períodos de bajas, mucho más que en los períodos de altos, cuando se está convirtiendo en el tipo de criatura que Él quiere que sea. De ahí que las oraciones ofrecidas en estado de sequía sean las que más le agradan. Nosotros podemos arrastrar a nuestros pacientes mediante continua tentación, porque los destinamos tan sólo a la mesa, y cuanto más intervengamos en su voluntad, mejor. El no puede tentar a la virtud como nosotros al vicio.
Él quiere que aprendan a andar, y debe, por tanto, retirar Su mano, y sólo con que de verdad exista en ellos la voluntad de andar, se siente complacido hasta por sus tropezones. No te engañes, Orugario. Nuestra causa nunca está tan en peligro como cuando un humano, que ya no desea pero todavía se propone hacer la voluntad de nuestro Enemigo JESUS, contempla un universo del que toda traza de Él parece haber desaparecido, y se pregunta por qué ha sido abandonado, y todavía obedece.
Pero, por supuesto, los bajos también ofrecen posibilidades para nuestro lado. La próxima semana te daré algunas ideas acerca de cómo explotarlos.

Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO
Novena carta
Mi querido Orugario, demonio humano.

Espero que mi última carta te haya convencido de que el seno de la sequía que tu paciente está atravesando en la actualidad no te dará, por sí mismo, su alma, sino que necesita ser adecuadamente explotado. Ahora voy a considerar qué formas debería tomar esta explotación.
En primer lugar, siempre he encontrado que los períodos bajos de la ondulación humana suministran una excelente oca­sión para todas las tentaciones sensuales, especialmente las del sexo. Esto quizá te sorprenda, porque, hay más energía física, y por tanto más apetito potencial, en los perío­dos alto, pero debes recordar que entonces los poderes de resistencia están también en su máximo. El ataque tiene mucho mayores posibilidades de éxito cuando el mundo interior del hombre es gris, frío y vacío. Y hay que señalar también que la sexualidad de los bajos es sutilmente distinta, cualitativamente, de la de los altos, es mucho menos probable que conduzca a ese débil fenómeno que los animales humanos  llaman estar enamorados, mucho más fácil de empujar hacia las perversiones. Lo mismo ocurre con otros deseos de la carne. Es mucho más probable que consigas hacer de tu hombre un buen borracho imponiéndole la bebida cuan­do está aburrido y cansado que animándole a usarla como un medio de diversión junto con sus amigos cuando se siente feliz y expansivo. Nunca olvides que cuando estamos tratando cual­quier placer en su forma sana, normal y satisfactoria, estamos, en el terreno del Enemigo JESUS. Ya sé que hemos conquistado muchas almas por medio del placer. De todas maneras el placer es un invento Suyo, no nuestro. Él creó los placeres, todas nuestras investigaciones hasta ahora no nos han permitido producir ni uno. Todo lo que podemos hacer es incitar a los humanos a gozar los placeres que nuestro Enemigo ha inventado, en momentos, o en formas, o en grados que Él ha prohibido, de esta forma pecarían, si se masturban solo pecarían venialmente, pero acuérdate que si siguen con esta práctica, llegaran a fornicar o a peores cosas, y tendríamos entre nuestras manos a esas almas.
La fórmula es un ansia siempre creciente de un placer siempre decreciente. Es más seguro, y es de mejor estilo. Con­seguir el alma del hombre y no darle nada a cambio, eso es lo que realmente alegra el corazón de Nuestro Padre Satanás el viejo. Y los bajos son el momento adecuado para empezar el proceso.
No le dejes sospechar la existencia de la ley de la ondulación. Hazle suponer que los primeros ardores de su conversión podrían haber durado, y deberían haber durado siempre, y que su aridez actual es una situación igualmente permanente. Una vez que hayas conseguido fijar bien en su mente este error, puedes proseguir por varios medios. Todo depende de que tu hombre sea del tipo depresivo, al que se puede tentar a la desesperación, o del tipo inclinado a pensar lo que quiere, al que se le puede asegurar que todo va bien.
En una semana o dos le estarás haciendo dudar si los primeros días de su cristianismo no serían, tal vez, un poco excesivos. Háblale sobre la modera­ción en todas las cosas. Una vez que consigas hacerle pensar que la religión está muy bien, pero hasta cierto punto, podrás sentirte satisfecho acerca de su alma. Una religión moderada es tan buena para nosotros como la falta absoluta de religión y más divertida.
Otra posibilidad es la del ataque directo contra su fe. Pero, como ya te dije, es en la jerga, y no en la razón, en lo que debes apoyarte. Confío en que le tengas bien alimentado con nebulosas ideas de Progreso y Desarrollo y el Punto de Vista Histórico, y en que le des a leer montones de biografías mo­dernas, en ellas, la gente siempre está superando fases, ¿no?
¿Te das cuenta? Mantén su mente lejos entre lo Verdadero y lo Falso. No olvides la bendita palabra Adolescente.

Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO
Decima carta

Mi querido Orugario, demonio humano.

Me encantó saber por el demonio Tripabilis que tu paciente ha hecho varios nuevos conocidos muy deseables y que pareces haber aprovechado este acontecimiento de forma verdaderamente prometedora. Supongo que el matrimonio de mediana edad que visitó su oficina es precisamente el tipo de gente que nos conviene que conozca, rica, de buen tono, superficialmente intelectual y brillantemente escéptica respecto a todo.
Esto es excelente. Y pareces haber hecho buen uso de toda su vani­dad social, sexual e intelectual. Cuéntame más. ¿Se comprome­tió a fondo? No me refiero a verbalmente. Hay un sutil juego de miradas, tonos y sonrisas mediante el que un mortal puede dar a entender que es del mismo partido que aquellos con quienes está hablando. Esa es la clase de traición que deberías estimular de un modo especial, porque el hombre no se da cuenta de ella totalmente, y para cuando lo haga, ya habrás hecho difícil la retirada.
Sin duda, muy pronto se dará cuenta de que su propia fe está en directa oposición a los supuestos en que se basa toda la conversación de sus nuevos amigos. Estará callado cuando debería hablar, y se reirá cuando debería callarse. Asumirá, primero sólo por sus moda­les, pero luego por sus palabras, todo tipo de actitudes cínicas y escépticas que no son realmente suyas. La verdade­ra cuestión es cómo prepararse para el contraataque del Ene­migo JESUS.
Lo primero es retrasar tanto como sea posible el momento en que se dé cuenta de que este nuevo placer es una tentación. Como los servidores del Enemigo DIOS llevan predicando acerca del mundo como una de las grandes tentaciones típicas dos mil años, esto podría parecer difícil de conseguir. Pero, afortuna­damente, han dicho muy poco acerca de él en las últimas década. Veo pocas de las viejas advertencias sobre las Vanidades Mun­danas, la Elección de Amigos y el Valor del Tiempo. Todo eso lo calificaría tu paciente, probablemente, de puritanismo. ¿Puedo señalar, de paso, que el valor que hemos dado a esa palabra es uno de los triunfos verdaderamente sólidos de los últimos cien años? Mediante ella, los hombres no practican la templanza, la castidad y la austeridad de vida a millares de humanos.
Si es lo bastante tonto, puedes conseguir que sólo se dé cuenta del carácter de sus amigos cuando están ausentes. Si esto tiene éxito, se le puede inducir a vivir como muchos humanos que he cono­cido, que han vivido, durante períodos bastante largos, dos vidas paralelas, será, de hecho, un hombre diferente en cada uno de los círculos que frecuente. Por último, si falla todo lo demás, le puedes convencer, desafiando a su conciencia, de que siga cultivando esta nueva amistad, con la excusa de que, de alguna manera no especificada, les está haciendo bien por el mero hecho reír sus chistes, y que dejar de hacerlo sería mojigato, intolerante y discriminador.
Procura que este nuevo desarrollo le induzca a gastar más de lo que puede permitirse y a abandonar su trabajo y a su madre.

Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO
Decima primera carta
Mi querido Orugario, demonio humano.

Evidentemente, todo va muy bien. Me alegra especialmente saber que sus dos nuevos amigos ya le han presentado a todo el grupo. Todos ellos, según he averiguado por el archivo, son individuos de absoluta confianza, frívolos y mundanos cons­tantes y consumados que, sin necesidad de cometer crímenes espectaculares, avanzan tranquila y cómodamente hacia la casa de Nuestro Padre Satanás, cuando lleguen al final acá los torturaremos y para ellos será demasiado tarde, no podrán salir jamás. Dices que se ríen mucho, confío en que eso no quiera decir que tienes la idea de que la risa, en sí misma, esté siempre de nuestra parte.
Yo distingo cuatro causas de la risa humana, la alegría, la diversión, el chiste y la ligereza. Podrás ver la primera de ellas en una reunión en vísperas de fiesta de amigos y amantes. Cuál pueda ser la verdadera causa es algo que ignoramos por completo. Algo parecido encuentra su expre­sión en buena parte de ese arte detestable que los humanos llaman música, y algo así ocurre en el Cielo, una aceleración insensata en el ritmo de la experiencia celestial, que nos resulta totalmente impenetrable. Tal tipo de risa no nos beneficia nada, y debe evitarse en todo momento. Además, el fenómeno es, en sí, desagradable, y supone un insulto directo al realismo, la dignidad y la austeridad del Infierno.
 El primer tipo de humanos bromea acerca del sexo porque da lugar a muchas incongruencias, el segundo, en cambio, cultiva las incongruencias porque dan pretexto a hablar del sexo. Si tu hombre es del primer tipo, el humor obsceno no te será de mucha ayuda, nunca olvidaré las horas para mí, de insoportable tedio que perdí con uno de mis primeros pacientes, en bares y salones, antes de aprender esa regla. Averigua a qué grupo pertenece el paciente.
El humor es, para ellos, el don vital que consuela de todo y que fíjate bien todo lo excusa. Es, un medio inapreciable para destruir el pudor. Si un hombre deja, simplemente, que los demás paguen por él, es un tacaño, si presume de ello jocosamente, y le toma el pelo a sus amigos por permitir que se aproveche de ellos, entonces ya no es un tacaño, sino un tipo gracioso. La crueldad es vergonzosa, a menos que el hombre cruel con­siga presentarla como una broma pesada. Mil chistes obscenos, o incluso blasfemos, no contribuyen a la condenación de un hombre tanto como el descubrimiento de que puede hacer casi cualquier cosa que le apetezca no sólo sin la desaprobación de sus semejantes, sino incluso con su admiración, simplemente con lograr que se tome como una broma. Cualquier insinuación de que puede ser demasiado humor, por ejemplo, se le puede presentar como puritana, o como evi­dencia de falta de humor.
Pero la ligereza es la mejor de todas estas causas. En primer lugar, resulta muy económica, a cualquiera le podemos ense­ñar a hablar como si la virtud fuese algo cómico. Las personas ligeras suponen siempre que son chistosas, en realidad, nadie hace chistes, pero cualquier tema serio se trata de un modo que implica que ya le han encontrado un lado ridículo. Si se pro­longa, el hábito de la ligereza construye en torno al hombre la mejor coraza que conozco frente al Enemigo JESUS, y carece, además, de los riesgos inherentes a otras causas de risa. Está a mil kilómetros de la alegría, embota, en lugar de agudizarlo, el intelecto, y no fomenta el afecto entre aquellos que la prac­tican.

 Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO
Decima segunda carta
Mi querido Orugario, demonio humano.
Evidentemente, estás haciendo espléndidos progresos. Mi único temor es que, al intentar meter prisa al paciente, le despiertes y se dé cuenta de su verdadera situación. Nosotros sabemos que hemos introducido en su trayectoria un cambio de dirección que le está alejando ya de su órbita alrededor del Enemigo JESUS, pero hay que hacer que él se imagine que todas las decisiones que han producido este cambio de trayectoria son triviales y revocables. No se le debe permitir sospechar que ahora está, por lentamente que sea, alejándose del sol en una dirección que le conducirá al frío y a las tinieblas del vacío absoluto.
Por este motivo, casi celebro saber que todavía va a misa y comulga. Sé que esto tiene, pero cualquier cosa es buena con tal de que no llegue a darse cuenta de hasta qué punto ha roto con los primeros meses de su vida cristiana, mientras conserve externamente los hábitos de un cristiano, se le podrá hacer pensar que ha adoptado algunos amigos y diver­siones nuevos, pero que su estado espiritual es muy semejante al de seis semanas antes, y, mientras piense eso, no tendremos que luchar con el arrepentimiento explícito por un pecado definido y plenamente reconocido.
Aumenta la resistencia del paciente a pensar en el Enemigo JESUS. Todos los humanos, en casi cualquier momento, sienten en cierta medida esta resticencia, pero cuando pensar en Él supone encararse  intensificándola con una vaga nube de culpabilidad sólo a medias consciente, tal resistencia se multiplica por diez. Odian cualquier cosa que les recuerde al Enemigo, al igual que los hombres en dificultades económicas detestan la simple visión de un talonario. En tal estado, tu paciente no sólo omitirá sus deberes religiosos, sino que le desagradarán cada vez más. Se olvidará de ellos, una vez cumplidos, tan pronto como pueda.
Hace unas semanas necesitabas tentarle al irrealismo y a la falta de atención cuando rezaba, pero ahora te encontrarás con que te recibe con los brazos abiertos y casi te implora que le desvíes de su propósito y que adormezcas su corazón. Querrá que sus oraciones sean irreales, pues nada le producirá tanto terror como el contacto efectivo con el Enemi­go.
Al irse estableciendo más completamente esta situación, te irás librando, paulatinamente, del fatigoso trabajo de ofrecer placeres como tentaciones. Al irle separando cada vez más de toda auténtica felicidad esa incomodidad, y su resistencia a enfrentarse con ella, y como la costumbre va haciendo al mis­mo tiempo menos agradables y menos fácilmente, los placeres de la vanidad, de la excitación y de la ligereza, descubrirás que cualquier cosa, es suficiente para atraer su atención errante. Ya no necesitas un buen libro, que le guste de verdad, para mantenerle alejado de sus oracio­nes, de su trabajo o de su reposo, te bastará con una columna de anuncios por palabras en el periódico de ayer. Pue­des lograr que no haga absolutamente nada durante períodos prolongados. Puedes hacerle trasnochar, contemplando un fuego apagado en un cuarto frío. Todas esas actividades sanas y extrovertidas que queremos evitarle pueden impedírsele sin darle nada, a cambio, de tal forma que pueda acabar diciendo, como dijo al llegar aquí abajo uno de mis pacientes, Ahora veo que he dejado pasar la mayor parte de mi vida sin hacer ni lo que debía ni lo que me apetecía. Los cristianos describen al Enemigo JESUS como aquél sin quien nada es fuerte.
 Dirás que son pecadillos, y, sin duda, como todos los tentadores jóvenes, estás deseando poder dar cuenta de malda­des espectaculares. Pero, recuérdalo bien, lo único que de ver­dad importa es en qué medida apartas al hombre del Enemigo DIOS. No importa lo leves que puedan ser sus faltas, con tal de que su efecto acumulativo sea empujar al hombre lejos de la Luz y hacia el interior de la Nada.
De hecho, el camino más seguro hacia el Infierno es el gradual: la suave ladera, blanda bajo el pie, sin giros bruscos, sin mojones, sin señalizaciones.

Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO
Decima tercera carta
Mi querido Orugario, demonio humano.

Un arrepentimiento y una renovación de lo que el otro llama gracia de la magnitud que tú mismo describes, supone una derrota de primer orden. Equivale a una segunda conversión... y, probablemente, más profunda que la primera. Como debieras saber, la nube asfixiante que te impidió atacar al paciente durante el paseo de regreso del viejo molino es un fenómeno muy conocido. Es el arma más brutal del Enemigo JESUS, y generalmente aparece cuando El se hace directa­mente presente al paciente, bajo ciertas formas aún no comple­tamente clasificadas. Algunos humanos están permanentemen­te envueltos en ella, y nos resultan, por tanto, totalmente inaccesibles.
Y ahora, veamos tus errores. Le permitiste dos auténticos placeres positivos. ¿Fuis­te tan ignorante que no viste el peligro que entrañaba esto? Pero estabas intentando hacer que tu paciente se condenase por el Mundo, esto es, haciéndole acep­tar como placeres la vanidad, la ironía y el tedio costoso. Como un paso previo para separarle del Enemigo, querías apartarle de sí mismo, y habías hecho algunos progresos en esa dirección. Ahora, todo eso está perdido.
Sé, naturalmente, que el Enemigo también quiere apartar de sí mismos a los hombres, pero en otro sentido. Recuerda siempre que a Él le gustan realmente esos gusanillos, y que da un absurdo valor a la individualidad de cada uno de ellos. Cuando Él habla de que pierdan su yo, Se refiere tan sólo a que abandonen el clamor de su propia voluntad.
Una vez hecho esto, El les devuelve realmente toda su personalidad, y preten­de que, cuando sean completamente Suyos, serán más ellos mismos que nunca. Por tanto, mientras que Le encanta ver que sacrifican a Su voluntad hasta sus deseos más inocentes, detesta ver que se alejen de su propio carácter por cualquier otra razón.
Y nosotros debemos inducirlos siempre a que hagan eso. Los gustos y las inclinaciones más profundas de un hombre constituyen la materia prima, el pun­to de partida que el Enemigo JESUS le ha proporcionado. Yo llevaría esto muy lejos, haría una norma erradicar de mi paciente cualquier gusto personal intenso que no constituya realmente un pecado, incluso si es algo tan completamente trivial como la afición a coleccionar sellos, o a beber batidos de cacao. Estas cosas, te lo aseguro, de virtudes no tienen nada. Debes tratar de hacer siempre que el paciente abandone la gente, la comida o los libros que le gustan de verdad, y que los sustituya por la gente, la comida o los libros importantes. Conocí a un humano que se vio defendido de fuertes tentacio­nes de ambición social por una afición, más fuerte todavía.
Falta considerar de qué forma podemos solucionar este desastre. Lo mejor es impedir que haga cualquier cosa. Mien­tras no lo ponga en práctica, no importa cuánto piense en este nuevo arrepentimiento. Deja que el animalillo humano se revuelque en su arrepentimiento. Déjale, si tiene alguna inclinación en ese sentido, que escriba un libro sobre él, suele ser una manera excelente de esterilizar las semillas que el Enemigo planta en el alma humana. Déjale hacer lo que sea, menos actuar. Ninguna cantidad, por grande que sea, de piedad en su imaginación y en sus afectos nos perjudicará, si logramos mantenerla fuera de su voluntad.


Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO

Decimocuarta carta
Mi querido Orugario, demonio humano.

Lo más alarmante de tu último informe sobre el paciente es que no está tomando ninguna de aquellas confiadas resolu­ciones que señalaron su conversión original. Ya no hay esplén­didas promesas de perpetua virtud.
Sólo veo una cosa que hacer, por el momento. Tu paciente se ha hecho humilde, ¿le has llamado la atención sobre este hecho? Todas las virtudes son menos formidables para noso­tros una vez que el hombre es consciente de que las tiene, pero esto es particularmente cierto de la humildad. Cógele en el momento en que sea realmente pobre de espíritu, y métele de contrabando en la cabeza la gratificadora reflexión, ¡Caramba, estoy siendo humilde!, y casi inmediatamente el orgullo, or­gullo de su humildad, aparecerá. Si se percata de este peligro y trata de ahogar esta nueva forma de orgullo, hazle sentirse orgulloso de su intento, y así tantas veces como te plazca.
Pero hay otras formas aprovechables de fijar su atención en la virtud de la humildad. Con esta virtud, como con todas las demás, nuestro Enemigo JESUS quiere apartar la atención del hombre de sí mismo y dirigirla hacia El, y hacia los vecinos del hombre. Todo el abatimiento, sobre todo, su autodesprecio puede convertirse en el punto de partida del desprecio a los demás y, por tanto, del pesimismo, del cinismo y de la crueldad.
Debes ocultarle al paciente la verdadera finalidad de la humildad. A miles de humanos se les ha hecho pensar que la humildad significa mujeres bonitas tratando de creer que son feas y hombres inteligentes tratando de creer que son tontos.
Para anticiparnos a la estrategia del Ene­migo JESUS, debemos considerar sus propósitos. El Enemigo quiere conducir al hombre a un estado de ánimo en el que podría diseñar la mejor catedral del mundo, y saber que es la mejor, y alegrarse de ello, sin estar más o menos o de otra manera contento de haberlo hecho él que si lo hubiese hecho otro. El Enemigo quiere, finalmente, que esté tan libre de cualquier prejuicio a su propio favor que pueda alegrarse de sus propios talentos tan franca y agradecidamente como de los talentos de su prójimo. Quiere que cada hombre, a la larga, sea capaz de reconocer a todas las criaturas incluso a sí mismo como cosas gloriosas y excelentes. El quiere matar su amor propio animal tan pronto como sea posible, pero Su política a largo plazo es, me temo, devolverles una nueva especie de amor propio, una caridad y gratitud a todos los seres, incluidos ellos mismos, cuando ha­yan aprendido realmente a amar a sus prójimos como a sí mismos, les será permitido amarse a sí mismos como a sus prójimos. Porque nunca debemos olvidar el que es el rasgo más repelente e inexplicable de nuestro Enemigo, Él realmente ama a los bípedos sin pelo que El ha creado, y siempre les devuelve con Su mano derecha lo que les ha quitado con la izquierda. Todo su esfuerzo, en consecuencia, tenderá a apartar total­mente del pensamiento del hombre el tema de su propio valor. Preferiría que el hombre se considerase un gran arquitecto o un gran poeta y luego se olvidase de ello a que dedicase mucho tiempo y esfuerzo a tratar de considerarse uno malo.
El Enemigo tratará también de hacer real en la mente del paciente una doctrina que todos ellos profesan, pero que les resulta difícil introducir en sus sentimientos, la doctrina de que ellos no se crearon a sí mismos, de que sus talentos les fueron dados, y de que también podrían sentirse orgullosos del color de su pelo. Pero siempre, y por todos los medios, el propósito del Enemigo será apartar el pensamiento del paciente de tales cuestiones, y el tuyo consistirá en fijarlo en ellas. Ni siquiera quiere el Enemigo que piense demasiado en sus pecados, una vez que está arrepentido, cuanto antes vuelva el hombre su atención hacia fuera, más complacido se siente el Enemigo.



Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO

Decimoquinta carta

Mi querido Orugario, demonio humano.

Los humanos viven en el tiempo, pero nuestro Enemigo JESUS les destina a la Eternidad. Él quiere, por tanto, creo yo, que atiendan principalmente a dos cosas, a la eternidad misma y a ese punto del tiempo que llaman el presente. Porque el presen­te es el punto en el que el tiempo coincide con la eternidad. Del momento presente, y sólo de él, los humanos tienen una experiencia análoga a la que nuestro Enemigo tiene de la reali­dad como un todo, sólo en el presente la libertad y la realidad les son ofrecidas. En consecuencia, Él les tendría continuamen­te preocupados por la eternidad o meditando acerca de su perpetua unión con El o su condenación si mueren en pecado mortal, separación de Él, o si no obedeciendo la presente voz de la conciencia, soportando la cruz presente, recibiendo la gracia presente, dando gracias por el placer presente.

Nuestra tarea consiste en alejarles de lo eterno y del pre­sente. Con esto en mente, a veces tentamos a un animal humano. Es mucho mejor hacerles vivir en el futuro. La necesidad biológica hace que todas sus pasiones apunten ya en esa dirección, así que pensar en el futuro enciende la esperanza y el temor. Además, les es desconocido, de forma que al hacerles pensar en el futuro les hacemos pensar en cosas irreales. En una palabra, el futuro es, de todas las cosas, la menos parecida a la eternidad. Es la parte más completamente temporal del tiempo, porque el pasado está petrificado y ya no fluye, y el presente está totalmente iluminado por los rayos eternos. De ahí el impulso que hemos dado a esquemas mentales como la Evolución Crea­tiva, el Humanismo Científico, o el Comunismo, que fijan los afectos del hombre en el futuro, en el corazón mismo de la temporalidad. De ahí que casi todos los vicios tengan sus raíces en el futuro. El miedo, la avaricia, la lujuria y la ambición miran hacia delante. No creas que la lujuria es una excepción. Cuando llega el placer presente, el pecado, que es lo único que nos interesa  ya ha pasado.
El Enemigo JESUS quiere que los hombres piensen también en el futuro, pero sólo en la medida en que sea nece­sario para planear ahora los actos de justicia o caridad que serán probablemente su deber mañana. El deber de planear el trabajo del día siguiente es el deber de hoy,  aunque su material está tomado prestado del futuro, el deber, como todos los deberes, está en el presente. Él no quiere que los hombres le den al futuro sus corazones, ni que pongan en él su tesoro. Nosotros, sí. Su ideal es un hombre que, después de haber trabajado todo el día por el bien de la posteridad, lava su mente de todo el tema, encomienda el resultado al Cielo y vuelve al instante a la paciencia o gratitud que exige el momento que está atra­vesando.
Pero nosotros queremos un hombre atormentado por el futuro, hechizado por visiones de un Cielo o un Infierno inminente en la tierra, dispuesto a violar los mandamientos del Enemigo DIOS en el presente si le hacemos creer que, haciéndolo, puede alcanzar el Cielo o evitar el Infierno, que dependen para su fe del éxito o fracaso de planes cuyo fin no vivirá para ver.
Es mejor que tu paciente esté lleno de inquietud o de esperanza, acerca de esta guerra que el que viva en el presente. Pero la frase vivir en el presente, es ambigua. Puede describir un proceder que, en realidad, está tan pendiente del futuro como la ansiedad misma, tu hombre puede no preocuparse por el futuro no porque le importe el presente, sino porque se ha autoconvencido de que el futuro va a ser agradable, y mientras sea ésta la verdadera causa de su tranquilidad, tal tranquilidad nos será propicia, pues no hará otra cosa que amontonar más decepciones, y por tanto más impaciencia, cuando sus infunda­das esperanzas se desvanezcan. Sí, por el contrario, es conscien­te de que le pueden esperar cosas horribles, y reza para pedir las virtudes necesarias para enfrentarse con tales horrores, y entretanto se ocupa el presente, porque en éste, y sólo en éste, residen todos los deberes, toda la gracia, toda la sabiduría y todo el placer, su estado es enormemente indeseable y debe ser atacado al instante, as logramos que pierda las virtudes y se condene con nuestro padre de las tinieblas.
También aquí ha hecho un buen trabajo nuestra Arma Filológica, prueba a utilizar con él la palabra complacencia.

Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO

Decimosexta carta
Mi querido Orugario, demonio humano.

En tu última carta, mencionabas de pasada que el paciente ha seguido yendo a una iglesia, y sólo a una, desde su conver­sión, y que no está totalmente satisfecho de ella. ¿Puedo pre­guntarte qué es lo que haces? ¿Te das cuenta de que, a menos que sea por indiferencia, esto es muy malo?
Las razones de esto son obvias. En primer lugar, la organi­zación parroquial siempre debe ser atacada, porque, al ser una unidad del lugar, y no de gustos, agrupa a personas de diferen­tes clases y psicologías en el tipo de unión que el Enemigo desea. El principio de la congregación, en cambio, hace de cada iglesia una especie de club. En segundo lugar, la búsqueda de una iglesia conveniente  hace del hombre un crítico, cuando el Enemigo JESUS quiere que sea un discípulo.
Lo que El quiere del laico en la iglesia es una actitud que puede, de hecho, ser crítica, en tanto que puede rechazar lo que sea falso o inútil, pero que es totalmente acrítica en tanto que no valora. ¡Fíjate lo rastrero, antiespiritual e incorregiblemente vulgar que es el Enemigo! Esta actitud, sobre todo durante los sermones, da lugar a una disposición extremadamente hostil a toda nuestra política en que los tópicos calan realmente en el alma humana. Apenas hay un sermón, o un libro, que no pueda ser peligroso para nosotros, si se recibe en este estado de ánimo, así que, por favor, muévete, y manda a ese tonto anfibio humano a hacer la ronda de las iglesias vecinas, tan pronto como sea posible. Tu expediente no nos ha dado hasta ahora mucha satisfacción.
He mirado en el archivo las dos iglesias que le caen más cerca. Las dos tienen ciertas ventajas. En la primera de ellas, el vicario es un hombre que lleva tanto tiempo dedicado a aguar la fe, para hacérsela más asequible a una congregación supues­tamente incrédula y testaruda, que es él quien ahora escanda­liza a los parroquianos con su falta de fe, y no al revés, ha minado el cristianismo de muchas almas. Su forma de llevar los servicios es también admirable para nosotros y para Satanás, con el fin de ahorrarles a los laicos todas las dificultades, ha abandonado tanto el leccionario como los salmos fijados para cada ocasión. Así estamos a salvo del peligro de que pueda llegarle de las Escrituras cualquier verdad que no le resulte ya familiar tanto a él como a su rebaño.
En la otra tenemos al padre Spije. A los humanos les cuesta trabajo, con frecuencia, comprender la variedad de sus opinio­nes, un día es casi comunista, y al día siguiente está casi dispuesto a negar por completo la razón humana, un día está inmerso en la política. Por supuesto, nosotros sí vemos el hilo que lo conecta todo, que es el odio.
Pero estas dos iglesias tienen en común un buen punto, ambas son iglesias de partido. Con respecto a éstas  doctrinas de la Iglesia, cuanto más tibio sea, mejor. Y no son las doctrinas en lo que nos basamos principal­mente para producir divisiones, lo realmente divertido es hacer que se odien aquellos que dicen misa y los que dicen santa comunión,
Hemos hecho que los hombres olviden por com­pleto lo que aquel individuo apestoso, Pablo, solía enseñar acerca de las comidas y otras cosas sin importancia.

Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO

Decimoséptima carta
Mi querido Orugario, demonio humano.

El tono despectivo en que te refieres, en tu última carta, a la gula, como medio de capturar almas, no revela sino tu ignorancia. Uno de los grandes logros de los últimos cien años ha sido amortiguar la conciencia humana en lo referente a esa cuestión, de tal forma que difícilmente podrás encontrar ahora un sermón pronunciado en contra de ella, o una conciencia preocupada por ella, a todo lo ancho y largo de Europa. Esto se ha llevado a efecto, en gran parte, concentrando nuestras fuerzas en la promoción de la gula por exquisitez, no en la gula del exceso. La madre de tu paciente, según sé por el dossier y tú podrías saber por Gluboso, es un buen ejemplo. Se quedaría perpleja, si supiese que toda su vida ha estado esclavizada por este tipo de sensualidad, que le resulta perfectamente imperceptible por el hecho de que las cantidades en cuestión son pequeñas. Pero, ¿qué importan las cantidades con tal de que podamos servirnos del estómago y del paladar humano para provocar impa­ciencia, dureza y egocentrismo? Gluboso tiene bien atrapada a esta anciana. Esta señora es una verdadera pesadilla para las anfitrionas y los criados. Siempre está rechazando lo que le han ofrecido, diciendo, con un suspiro y una sonrisa coqueta, Oh, por favor, por favor. todo lo que quiero es una tacita de té, flojo pero no demasiado, y un pedacito chiquitín de pan tosta­do verdaderamente crujiente. ¿Te das cuenta? Puesto que lo que quiere es más pequeño y menos caro que lo que le han puesto delante, nunca reconoce como gula su afán de conseguir lo que quiere, por molesto que pueda resultarles a los demás. Al tiempo que satisface su apetito, cree estar practicando la templanza. En un restaurante lleno de gente, da un gritito ante el plato que una camarera agobiada de trabajo le acaba de servir, y dice, ¡Oh, eso es mucho, demasiado! Lléveselo, y tráigame algo así como la cuarta parte. Si se le pidiese una explicación, diría que lo hace para no desperdiciar, en realidad, lo hace porque el tipo particular de exquisitez a la que la hemos esclavizado no soporta la visión de más comida que la que en ese momento le apetece.
El auténtico valor del trabajo callado y disimulado que Gluboso ha llevado a cabo, durante años, con esta vieja, puede medirse por la fuerza con que su estómago domina ahora toda su vida. Ella se encuentra en un estado de ánimo que puede representarse por la frase, todo lo que quiero. Todo lo que quiere es una tacita de té hecho como es debido, o un huevo correctamente pasado por agua, o una rebanada de pan adecua­damente tostada, pero nunca encuentra ningún criado ni amigo que pueda hacer estas cosas tan sencillas,
Si alguna vez el Enemigo JESUS, introduce en su mente la más leve sospecha de que pueda estar demasiado interesada por la comida, Gluboso el demonio que se ocupa de esa anciana asquerosa, la contrarresta susurrándole que a ella no le importa lo que ella misma come, pero que le gusta que sus hijos coman cosas agradables. Su avaricia fue una de las causas principales de lo poco a gusto que su hijo se ha sentido en casa durante muchos años.
Tu paciente, como es un hombre, no resulta tan fácil atraparle con el camuflaje del Todo lo que quiero,  como mejor se hace que los hombres pequen de gula es apoyándose en su vanidad. Hay que hacer que se crean muy entendidos en cuestiones culinarias, para aguijonearles a decir que han descu­bierto el único restaurante de la ciudad donde los filetes están de verdad correctamente guisados. Lo que empieza como vanidad puede convertirse luego, paulatinamente, en costum­bre.
lo bueno es llevarle a ese estado de ánimo en que la negación de cualquier satisfacción, champagne o té, cigarrillos,  le irrita, porque entonces su caridad, su justicia y su obediencia estarán totalmente a tu merced.
El mero exceso de comida es mucho menos valioso que la exquisitez. Es útil, a modo de preparación artillera antes de lanzar ataques contra la castidad. En esta materia, como en cualquier otra, debes mantener a tu hombre en un estado de falsa espiritualidad, nunca le dejes darse cuenta.
Si ha de pensar en el aspecto médico de la castidad, suéltale la gran mentira que hemos hecho que se traguen los humanos ingleses, que el ejercicio físico excesivo, y la consecuente fatiga, son especialmente favorables para esta virtud. Podría muy bien preguntarse uno, en vista de la notoria lubricidad de los marineros y de los soldados, cómo es posible que se lo crean. Pero nos servimos de los maestros de escuela para difundir este camelo, hombres a quienes de verdad la castidad sólo les interesaba como excusa para fomentar la práctica de los deportes, y que, por tanto, recomendaban tales juegos como ayuda a la castidad.

Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO

Decimoctava carta
Mi querido Orugario, demonio humano.

Hasta con el demonio Babalapo tienes que haber aprendido en la es­cuela la técnica rutinaria de la tentación sexual, y ya que para nosotros los espíritus todo este asunto es considerablemente tedioso aunque necesario como parte de nuestro entrenamien­to, lo pasaré de largo. Pero en las cuestiones más amplias implicadas en este asunto creo que tienes mucho que aprender.
Lo que el Enemigo JESUS exige de los humanos adopta la forma de un dilema, o completa abstinencia o monogamia sin paliati­vos. Desde la primera gran victoria de Nuestro Padre Satanas, les hemos hecho muy difícil la primera. Y llevamos unos cuantos siglos cerrando la segunda como vía de escape. la única base respetable es para el matrimonio, de que el matrimo­nio puede, y debe, hacer permanente este entusiasmo, y de que un matrimonio que no lo consigue deja de ser vinculante. Esta idea es una parodia de una idea procedente del Enemigo DIOS.
Toda la filosofía del Infierno descansa en la admisión del axioma de que una cosa no es otra cosa y, en especial, de que un ser no es otro ser. Mi bien es mi bien, y tu bien es el tuyo. Lo que gana uno, otro lo pierde. La succión de la voluntad y la libertad de un ser más débil por uno más fuerte. Ser, significa, ser compitiendo.
La filosofía del Enemigo JESUS  no es más ni menos que un continuo intento de eludir esta verdad evidente. Su meta es una contradicción. A esta imposibilidad El le llama Amor, y esta misma monótona panacea puede detectarse bajo todo lo que El hace e incluso todo lo que Él es o pretende ser. De este modo, El no está satisfecho, ni siquiera Él mismo, con ser una mera unidad aritmética, pretende ser tres al mismo tiempo que uno, con el fin de que esta tontería del Amor pueda encontrar un punto de apoyo en Su propia naturaleza. Al otro extremo de la escala, Él introduce en la materia ese indecente invento que es el organismo, en el que las partes se ven pervertidas de su natural destino, la competencia y se ven obligadas a cooperar.
Su auténtica motivación para elegir el sexo como método de reproducción de los humanos está clarísima, en vista del uso que ha hecho de él. El sexo podría haber sido, desde nuestro punto de vista, completamente inocente. Podría haber sido meramente una forma más en la que un ser más fuerte se alimentaba de otro más débil, como sucede, de hecho, entre las arañas, que culminan sus nupcias con la novia comiéndose al novio.
Pero en los humanos, el Enemigo DIOS ha asociado gra­tuitamente el afecto con el deseo sexual. También ha hecho que su descendencia sea dependiente de los padres, y ha impulsado a los padres a mantenerla, dando lugar así a la familia, que es como el organismo, sólo que peor, porque sus miembros están más separados, pero también unidos de una forma más cons­ciente y responsable. Todo ello resulta ser, de hecho, un artilugio más para meter el Amor. Ahora viene lo bueno del asunto. El Enemigo describió a la pareja casada como una sola carne. No dijo, una pareja felizmente casada, ni, una pareja que se casó porque estaba enamorada, pero se puede conseguir que los humanos no tengan eso en cuenta. También se les puede hacer olvidar que el hombre al que llaman Pablo no lo limitó a las parejas casadas. Para él, la mera copulación da lugar a,  una sola carne.  
el afecto y la familia, se puede hacer que los humanos infieran la falsa creencia de que la mezcla de afecto, temor y deseo que llaman, estar enamorados,  es lo único que hace feliz o santo el matrimonio. El error es fácil de provocar, porque enamorarse es algo que con mucha frecuencia, en Europa occidental, precede matrimonios contraídos en obediencia a los propósitos del Enemigo, esto es, con la intención de la fideli­dad, la fertilidad y la buena voluntad, al igual que la emoción religiosa muy a menudo, pero no siempre, acompaña a la conversión.
En primer lugar, a los humanos que no tienen el don de la continencia se les puede disuadir de buscar en el matrimonio una solución, porque no se sienten enamorados y, gracias a nosotros, la idea de casarse por cualquier otro motivo les parece vil y cínica. No olvides hacer que tu hombre pien­se que la ceremonia nupcial es muy ofensiva. En segundo lugar, cualquier infatuación sexual, mientras se proponga el matrimonio como fin, será considerada amor, y el amor será usado para excusar al hombre de toda culpa, y para pro­tegerle de todas las consecuencias de casarse con una pagana, una idiota o una libertina. Pero ya seguiré en mi próxima carta.
Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO

Decimonovena carta
Mi querido Orugario, demonio humano.

¿Qué pasa con mi reiterada advertencia de que El realmente ama a los gusanos humanos y realmente desea su libertad y su existencia continua? Espero, que no le hayas enseñado a nadie mis cartas.
Tuve el desliz de decir que el Enemigo JESUS  ama realmente a los humanos. El es un ser, ellos son diferentes, y su bien no puede ser el de Él.
No creo que pueda hacer daño a nadie que te diga que precisamente este problema fue una de las causas princi­pales de la disputa de Nuestro Padre con el Enemigo. Cuando se discutió por primera vez la creación del hombre y cuando, incluso en esa fase, el Enemigo DIOS confesó abiertamente que pre­veía un cierto episodio referente a una cruz. Nuestro Padre, muy lógicamente, solicitó una entrevista y pidió una explica­ción. El Enemigo no dio más respuesta que inventarse el came­lo sobre el Amor desinteresado que desde entonces ha hecho circular. Naturalmente, Nuestro Padre Satanás  no podía aceptar esto. Imploró al Enemigo que pusiese Sus cartas sobre la mesa, y Le dio todas las oportunidades posibles. Admitió que tenía verda­dera necesidad de conocer el secreto, el Enemigo le replicó, Quisiera con todo mi corazón que lo conocieses. Me imagino que fue en ese momento de la entrevista cuando el disgusto de Nuestro Padre por tan injustificada falta de confianza le hizo alejarse a una distancia infinita de Su Presencia, con una rapi­dez que ha dado lugar a la ridícula historia enemiga de que fue expulsado, a la fuerza, del Cielo.
¡Si tan sólo pudiésemos averiguar qué es lo que realmente se propone! Hemos probado hipótesis tras hipótesis, y todavía no hemos podido descubrirlo.
Si se trata de un hombre emotivo, crédulo, aliméntale de poetas menores y de novelistas de quinta fila, de la vieja escuela, hasta que le hayas hecho creer que el Amor es irresistible y además, de algún modo, intrínsecamente meritorio. Esta creencia no es de mucha utilidad, te lo garantizo, para provocar faltas casuales de castidad, pero es una receta incomparable para conseguir prolongados adulterios nobles, románticos y trágicos, que terminan, si todo marcha bien, en asesinatos y suicidios. Si falla eso, se puede utilizar para empujar al paciente a un matrimo­nio útil. Porque el matrimonio, aunque sea un invento del Enemigo, tiene sus usos. Debe haber varias mujeres jóvenes en el barrio de tu paciente que harían extremadamente difícil para él la vida cristiana, si tan sólo lograses persuadirle de que se casase con una de ellas. Por favor, envíame un informe sobre esto la próxima vez que me escribas. Mientras tanto, que te quede bien claro que este estado de enamoramiento no es, en sí, necesariamente favorable ni para nosotros ni para el otro bando. Es, simplemente, una ocasión que tanto nosotros como el Enemigo tratamos de explotar. Como la mayor parte de las cosas que excitan a los humanos, tales como la salud y la enfermedad, la vejez y la juventud, o la guerra y la paz, desde el punto de vista de la vida espiritual es, sobre todo, materia prima.
Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO

20 carta
Mi querido Orugario, demonio humano.

Veo con gran disgusto que el Enemigo JEUS ha puesto fin forzo­so, por el momento, a tus ataques directos a la castidad del paciente. Debieras haber sabido que, al final, siempre lo hace, y haber parado antes de llegar a ese punto. Porque, tal como están las cosas, ahora tu hombre ha descubierto la peligrosa verdad de que estos ataques no duran para siempre, en conse­cuencia, no puedes volver a usar la que, después de todo, es nuestra mejor arma, la creencia de los humanos ignorantes de que no hay esperanza de librarse de nosotros, excepto rindién­dose.
Todavía no he recibido un informe tuyo acerca de las mujeres jóvenes de la vecindad. Lo querría de inmediato, por­que si no podemos servirnos de su sexualidad para hacerle licencioso, debemos tratar de usarla para promover un matri­monio conveniente. Mientras tanto, me gustaría darte algunas ideas acerca del tipo de mujer me refiero al tipo físico del que debemos incitarle a enamorarse, si un enamoramiento es lo más que podemos conseguir.
Esta cuestión la deciden por nosotros espíritus que están mucho más abajo en la Bajojerarquía que tú y yo, y por supuesto de una forma provisional. Es trabajo de estos grandes maestros el producir en cada época una desviación general de lo que pudiera llamarse el gusto sexual. Esto lo consiguen trabajando con el pequeño círculo de artistas populares, mo­distas, actrices y anunciadores que determinan el tipo que se considera, de moda. Su propósito es apartar a cada sexo de los miembros del otro con quienes serían más probables matri­monios espiritualmente útiles, felices y fértiles. Así, hemos triunfado ya durante muchos siglos sobre la naturaleza, hasta el punto de hacer desagradables para casi todas las mujeres ciertas características secundarias del varón, como la barba.
En otra época, seleccionamos un tipo exagerada­mente femenino, pálido y lánguido, de forma que la locura y la cobardía, y toda la falsedad y estrechez mental general que las acompañan, estuviesen muy solicitadas. Actualmente va­mos en dirección contraria. La era del jazz ha sucedido a la era del vals, y ahora enseñamos a los hombres a que les gusten mujeres cuyos cuerpos apenas se pueden distinguir de los de los muchachos. Como éste es un tipo de belleza todavía más pasajero que la mayoría, así acentuamos el crónico horror a envejecer de la mujer con muchos excelentes resultados, y la hacemos menos deseosa y capaz de tener niños. Pero, al mismo tiempo, se le enseña al mundo moderno a creer que es muy  sano, y que está volviendo a la naturaleza.
Descubrirás, si examinas cuidadosamente el corazón de cualquier humano, que está obsesionado por, al menos, dos mujeres imaginarias, una Ve­nus terrenal, y otra infernal, y que su deseo varía cualitativa­mente de acuerdo con su objeto. Hay un tipo por el cual su deseo es naturalmente sumiso al Enemigo, fácilmente mezclable con la caridad, obediente al matrimonio, totalmente colo­reado por esa luz dorada de respeto y naturalidad que detesta­mos,  hay otro tipo que desea brutalmente, tendería a tratar como a una esclava, un ídolo o una cómplice. Su amor por el primer tipo podría tener algo de lo que el Enemigo llama maldad, pero sólo accidentalmente, el hombre desearía que ella no fuese la mujer de otro, y lamenta­ría no poder amarla lícitamente.
La verdadera utilidad de la Venus infernal es, sin duda, como prostituta o amante. Pero si tu hombre es un cristiano, y si le han enseñado bien las tonterías sobre el Amor, irresis­tible y que lo justifica todo, a menudo se le puede inducir a que se case con ella. Y eso es algo que vale la pena conseguir. Habrás fracasado con respecto a la fornicación y a los vicios solitarios, pero hay otros, y más indirectos, medios de servirse de la sexualidad de un hombre para lograr su perdición. Y, no sólo son eficaces, sino deliciosos, la infelicidad que producen es de una clase muy duradera y exquisita.

Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO

21 carta
Mi querido Orugario, demonio humano.

Un período de tentación sexual es un excelente momen­to para llevar a cabo un ataque secundario a la impaciencia del paciente. Pero aquí, como en todo lo demás, debes preparar el camino para tu ataque moral nublando su inteligencia.
Habrás observado que nada le enfurece tan fácilmente como encontrarse con que un rato que contaba con tener a su disposición, le ha sido arrebatado de imprevisto. Lo que le saca del quicio es el visi­tante inesperado, o la mujer habladora de un amigo. Le irritan porque considera su tiempo como propiedad suya, y siente que se lo están robando. Debes, por tanto, conservar celosamente en su cabeza la curio­sa suposición, Mi tiempo es mío. Déjale tener la sensación de que empieza cada día como el legítimo dueño de veinticuatro horas.
El hombre no puede ni hacer ni retener un instante de tiempo todo el tiempo es un puro regalo, con el mismo motivo podría considerar el sol y la luna como enseres suyos. En teoría, también está comprometido totalmente al servicio del Enemigo JESUS, y si el Enemigo se le apareciese en forma corpórea y le exigiese ese servicio total, incluso por un solo día, no se negaría. Se sentiría muy aliviado si ese único día no supusiese nada más difícil que escuchar la conversación de una mujer tonta, en­vuélvela en penumbra, y en el centro de esa oscuridad deja que su sentimiento de propiedad del tiempo permanezca callada, sin inspeccionar, y activa.
Los humanos siempre están reclamando propiedades que resultan igualmente ridículas en el Cielo y en el Infierno, y debemos conseguir que lo sigan haciendo. Gran parte de la resistencia moderna a la castidad procede de la creencia de que los hombres son propietarios de sus cuerpos, es como si un infante a quien su padre ha colocado, por cariño, como gobernador titular de una gran provincia, bajo el autén­tico mando de sabios consejeros, llegase a imaginarse que real­mente son suyas las ciudades. Damos lugar a este sentimiento de propiedad no sólo por medio del orgullo, sino también por medio de la confusión. Les enseñamos a no notar los diferentes sentidos del pronombre posesivo, las diferencias minuciosamente graduadas que van desde mis botas, pasando por mi perro, mi criado, mi esposa, mi padre y mi señor, hasta mi Dios.
Se les puede enseñar a reducir a mí de propiedad. Incluso en el jardín de infancia, se le puede enseñar a un niño a referirse, por mi osito. Y, al otro extremo de la escala, hemos enseñado a los hombres a decir mi Dios en un sentido realmente no muy diferente del de mis botas, significando el Dios a quien tengo algo que exigir a cambio de mis distingui­dos servicios y a quien exploto desde el pulpito, el Dios en el que me hecho un rincón.
Ya descubrirán al final, no temas, a quién pertenecen realmente su tiempo, sus almas y sus cuerpos, desde luego, no a ellos, pase lo que pase. En la actua­lidad, el Enemigo dice mío acerca de todo, con la pedante excusa legalista de que Él lo hizo. Nuestro Padre espera decir mío de todo al final, con la base más realista y dinámica de haberlo conquistado.

Tu tío, demonio angélico
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22 carta
Mi querido Orugario, demonio humano.
¡Vaya! Tu hombre se ha enamorado, y de la peor manera posible, ¡y de una chica que ni siquiera figura en el informe que me enviaste! Pagarás por eso, igual que por tus restantes equivocaciones. Mientras tanto, te envío un folleto, recién aparecido sobre el nuevo Correccional de Tentadores Incompetentes.
He mirado el expediente de esa chica y estoy aterrado de lo que me encuentro. No sólo una cristiana, sino vaya cristiana, ¡una señorita vil, escurridiza, boba, recatada, ratonil, acuosa, insignificante, virginal, prosaica! ¡El animalillo! Me hace vomitar. Apesta y abrasa incluso a través de las mismas páginas del expediente. Me enloquece que pueda puedan hacer juntos la voluntad de nuestro enemigo JESU. Una tramposa en todos los sentidos. Parece una mos­quita muerta, y sin embargo tiene ingenio satírico. El tipo de criatura que me encontraría DIVERTIDO ¡a mí! Asquerosa, in­sípida, pacata, y sin embargo dispuesta a caer en los brazos de este bobo, como cualquier otro animal reproductor. ¿Por qué el Enemigo no la fulmina por eso, si Él está tan loco por la virginidad, en lugar de contemplarla sonriente?
En el fondo, es un hedonista. Todos esos ayunos, y vigilias, y hogueras, y cruces, son tan sólo una fachada. Hay cosas que los humanos pueden hacer todo el día, sin que a El le importe lo más mínimo: dormir, lavarse, comer, beber, ha­cer el amor, jugar, rezar, trabajar. Luchamos en cruel desventaja: nada está naturalmente de nuestra parte. No es que eso te disculpe a ti. Ya arreglaré cuentas contigo. Siempre me has odiado y has sido insolente conmigo cuando te has atrevido.
Luego, claro, tu paciente llega a conocer a la familia y a todo el círculo de esta mujer. ¿No podías haberte dado cuenta de que la misma casa en que ella vive es una casa en la que él nunca debía haber entrado? Todo el lugar apesta a ese mortí­fero aroma. El mismo jardinero, aunque sólo lleva allí cinco años, está empezando a adquirirlo. Hasta los huéspedes, tras una visita de un fin de semana, se llevan consigo un poco de este olor. El perro y el gato también lo han tomado. Guardan tan celosamente como el Enemigo mismo el secreto de lo que hay detrás de esta pretensión de amor desinteresado. Toda la casa y el jardín son una vasta indecencia.
Qué agradecidos debiéramos estar de que, desde que Nuestro Padre ingresó en el Infierno, ni un instante de tiempo infernal hayan sido entregados a cualquiera de esas dos abomi­nables fuerzas, sino que han estado completamente ocupados por el ruido. Haremos del universo eterno un ruido, al final. Ya hemos hecho grandes progresos en este sentido en lo que respecta a la Tierra. Las melodías y los silencios del Cielo serán acallados a gritos, al final. Mientras tanto, tú, asqueroso, pequeño...
(Aquí el manuscrito se interrumpe, y prosigue luego con letra diferente.)
En mi forma actual, me siento aún más impaciente por verte, para unirte a mí en un abrazo indisoluble.
Firmado,  demonio angélico SAPOTUBO. Por orden, Su Abismal Sublimidad Subsecretario.


23 carta
Mi querido Orugario, demonio humano.
A través de esta chica y de su repugnante familia, el pacien­te está conociendo ahora cada día a más cristianos, y además cristianos muy inteligentes. Durante mucho tiempo va a ser imposible extirpar la espiritualidad de su vida. Muy bien, en­tonces, debemos corromperla. Sin duda, habrás practicado a menudo el transformarte en un ángel de la luz, como ejercicio de pista. Ahora es el momento de hacerlo delante del Enemigo. El Mundo y la Carne nos han fallado, queda un tercer Poder. Y este tercer tipo de éxito es el más glorioso de todos.
Descubrirás que muchos escritores políticos cristianos piensan que el cristianismo empezó a deteriorarse, y a apartar­se de la doctrina de su Fundador, muy temprano. Debemos usar esta idea para estimular una vez más la idea de un Jesús histórico, que puede encontrarse apartando posteriores «aña­didos y perversiones», y que debe luego compararse con toda la tradición cristiana.
Primero hacemos a Él tan sólo un maestro, y luego ocultamos la muy sustancial concordancia existente entre Sus enseñanzas y las de todos los demás grandes maestros morales. Porque a los humanos no se les debe permitir notar que todos los gran­des moralistas son enviados por el Enemigo JESUS, no para informar a los hombres, sino para recordarles, para reafirmar contra nuestra continúa ocultación las primigenias vulgaridades mo­rales. Nosotros creamos a los sofistas, Él creó un Sócrates para responderles. Nuestro tercer objetivo es, destruir la vida devocional. Nosotros sustitui­mos la presencia real del Enemigo, que de otro modo los hombres experimentan en la oración y en los sacramentos, por una figura meramente probable, remota, sombría y grosera, que hablaba un extraño lenguaje y que murió hace mucho tiempo. A los hom­bres se les ha privado del material necesario para una biografía completa. Los Evangelios vienen después, y fue­ron escritos, no para hacer cristianos, sino para edificar a los cristianos ya hechos.
Con respecto a la conexión general entre el cristia­nismo y la política, nuestra posición es más delicada. Por supuesto, no queremos que los hombres dejen que su cristia­nismo influya en su vida política, porque el establecimiento de algo parecido a una sociedad verdaderamente justa sería una catástrofe de primera magnitud. Lo que hay que hacer es conseguir que un hombre valore, al principio, la justicia social como algo que el Enemigo exige, y luego conducirle a una etapa en la que valore el cristianismo porque puede dar lugar a la justicia social. Porque el Enemigo no se deja usar como un instrumento. Los hombres o las naciones que creen que pueden reavivar la fe con el fin de hacer una buena socie­dad podrían, para eso, pensar que pueden usar las escaleras del Cielo como un atajo a la farmacia más próxima. Por fortuna, es bastante fácil convencer a los humanos de que hagan eso.

Tu tío, demonio angélico
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24 carta
Mi querido Orugario, demonio humano.
Me he estado escribiendo con Suburbiano, que tiene a su cargo a la joven de tu paciente, y empiezo a ver su punto débil. Es un pequeño vicio que no llama la atención y que comparte con casi todas las mujeres que se han criado en un círculo inteligente y unido por una creencia claramente definida, con­siste en la suposición, completamente inconsciente, de que los extraños que no comparten esta creencia son realmente dema­siado estúpidos y ridículos.
Tu paciente es un novicio en este nuevo círculo. Está allí a diario, encontrando una calidad de vida cristiana que nunca antes imaginó, y viéndolo todo a través de un cristal encantado, porque está enamorado. Está impaciente de hecho, el Enemigo se lo ordena por imitar esta cualidad. Puedes conseguir que imite este defecto de su amada, y que lo exagere hasta que lo que era venial en ella resulte, en él, el más poderoso y el más bello de los vicios, el Orgullo Espiritual.
Ésta es tu ocasión. Mientras que el Enemigo, por medio del amor sexual y de unas personas muy simpáticas y muy adelan­tadas en su servicio, está tirando del joven bárbaro hasta niveles que de otro modo nunca podría haber alcanzado.
Nuestro éxito en esto se basa en confundirle. Si tratas de hacerle explícita y reconocidamente orgulloso de ser cristiano, probablemente fracasarás, las advertencias del Enemigo JESUS son demasiado conocidas. Enséñale, usando la influencia de esta chica en sus momen­tos más tontos, a adoptar un aire de diversión ante las cosas que dicen los no creyentes. Algunas teorías que puede oír en los modernos círculos cristianos pueden resultar útiles, lo que importar es hacer del cristianismo una religión misteriosa, en la que él se sienta uno de los iniciados.
Te ruego que no llenes tus cartas de basura sobre esta guerra europea. No me interesa lo más mínimo saber cuántas personas han sido muertas por las bom­bas en Inglaterra. Puedo enterarme del estado de ánimo en que murieron por la oficina destinada a ese fin. Que iban a morir alguna vez ya lo sabía. Por favor, mantén tu mente en tu trabajo.


Tu tío, demonio angélico
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25 carta
Mi querido Orugario, demonio humano.
El verdadero inconveniente del grupo en el que vive tu paciente es que es meramente cristiano. Todos tienen intereses individuales, claro, pero su lazo de unión sigue siendo el mero cristianismo. Lo que nos conviene, si es que los hombres se hacen cristianos, es mantenerles en el estado de ánimo que yo llamo el cristianismo y la Crisis, el cristianismo y la Nueva Psicología, el cristianismo y la Fe Curadora, el cristianismo y la Investigación Psíquica, el cristianismo y el Vegetarianismo. Si han de ser cristia­nos, que al menos sean cristianos con una diferencia. Sustituir la fe misma por alguna moda de tonalidad cristiana. Trabajar sobre su horror a Lo Mismo de Siempre.
El horror a Lo Mismo de Siempre es una de las pasiones más valiosas que hemos producido en el corazón humano, una fuente sin fin de herejías en lo religioso, de locuras en los consejos, de infidelidad en el matrimonio, de inconstancia en la amistad. Los humanos viven en el tiempo y experimentan la realidad sucesivamente. Deben experimentar el cambio. Y ya que necesitan el cambio, el Enemigo, ha hecho que el cambio les resulte agradable, al igual que ha hecho que comer sea agradable.
Ahora bien, al igual que aislamos y exageramos el placer de comer para producir la glotonería, aislamos y exageramos el natural placer del cambio y lo distorsionamos hasta una exi­gencia de absoluta novedad. Esta exigencia es enteramente producto de nuestra eficiencia. Sólo gracias a nuestros incesantes esfuerzos se mantie­ne la exigencia de cambios infinitos, o arrítmicos.
Una nove­dad continua cuesta dinero, de forma que su deseo implica avaricia o infelicidad, o ambas cosas. Y además, cuanto más ansioso sea este deseo, antes debe engullir todas las fuentes inocentes de placer y pasar a aquellas que el Enemigo prohíbe. Así, exacerbando el horror a Lo Mismo de Siempre, pues ahora tanto los artis­tas se ven empujados por igual a cometer nuevos excesos de lascivia, crueldad y orgullo. Por último, el afán de novedad es indispen­sable para producir modas.
La utilidad de las modas en el pensamiento es distraer la atención de los hombres de sus auténticos peligros. El juego consiste en hacerles correr de un lado a otro con extintores de incendios cuando hay una inundación. Así, ponemos de moda denunciar los peligros del entusiasmo en el momento preciso en que todos se están haciendo mundanos e indiferen­tes, un siglo después, cuando estamos realmente haciendo a todos ebrios de emoción.
Pero el mayor triunfo de todos es elevar este horror a Lo Mismo de Siempre a una filosofía, de forma que el sinsentido en el intelecto pueda reforzar la corrupción de la voluntad. Acerca de un plan de acción propuesto, El quiere que los hombres, hasta donde alcanzo a ver, se hagan preguntas muy simples, ¿Es justo? ¿Es prudente?
Tu tío, demonio angélico
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26 carta
Mi querido Orugario, demonio humano.
Sí, el noviazgo es el momento de sembrar esas semillas que engendrarán, diez años después, el odio doméstico. El encanta­miento del deseo insaciado produce resultados que se puede hacer que los humanos confundan con los resultados de la caridad.
Observa, una vez más, el admirable trabajo de la Rama Filológica al sustituir por el negativo desinterés la positiva caridad del Enemigo. Gracias a ello, puedes desde el principio enseñar a un hombre a renun­ciar a beneficios no para que otros puedan gozar de tenerlos, sino para poder ser desinteresado renunciando a ellos. Éste es un gran punto ganado. En consecuencia, una mujer muy entregada al servicio del Enemigo se convertirá en una molestia mucho mayor que cualquier hombre, excepto aquellos a los que Nuestro Padre ha dominado por completo Así, mientras que la mujer piensa en hacer buenas obras y el hombre en respetar los derechos de los demás, cada sexo, sin ninguna falta de razón evidente, puede considerar y considera al otro radicalmente egoísta.
Con frecuencia, es imposible averiguar cuáles son los auténti­cos deseos de cualquiera de las parte, con suerte, acaban haciendo algo que ninguno quiere, mientras que cada uno siente una agradable sensación de virtuosidad y abriga una secreta exigencia de trato preferencial por el desinterés de que ha dado prueba y un secreto motivo de rencor hacia el otro por la facilidad con que ha aceptado su sacrificio.
Se propone algo completamente trivial, como tomar el té en el jardín. Un miembro de la familia se cuida de dejar bien claro que preferiría no hacerlo, está dispuesto a hacerlo, por desinterés. Insiste en hacer lo que los otros quieren. Ellos insisten en hacer lo que él quiere. Los ánimos se caldean. Pronto alguien está diciendo, ¡Muy bien, pues entonces no tomaremos té en ningún sitio!, a lo que sigue una verdadera discusión, con amargo resenti­miento por ambos lados. ¿Ves cómo se consigue? toda la amargura que realmente fluye de la virtuosidad y la obstina­ción frustradas y de los motivos de rencor acumulados en los últimos diez años, queda ocultada por el desinterés oficial de lo que están haciendo.
Cierto grado de falsedad mutua, cierta sorpresa de que la chica no siempre note lo desinteresado que está siendo, se pueden meter de contrabando ya. Cuida mucho estas cosas, y, sobre todo, no dejes que los tontos jóvenes se den cuenta de ellas. Si las notan, estarán en camino de descubrir que el «amor» no es bastante, que se necesita caridad y aún no la han alcanzado, y que ninguna ley externa puede suplir su función. Me gustaría que Suburbiano pudiera hacer algo para minar el sentido del ridículo de esa joven.

Tu tío, demonio angélico
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27 carta
Mi querido Orugario, demonio humano.
La utili­dad de su amor para distraer su pensamiento del Enemigo es, por supuesto, obvia, pero revelas el pobre uso que estás hacien­do de él cuando dices que la cuestión de la distracción y del pensamiento errante se han convertido ahora en uno de los temas principales de sus oraciones. Eso significa que has fraca­sado en gran medida. Cuando esta o cualquier otra distracción cruce su mente, deberías animarle a apartarla por pura fuerza de voluntad y a tratar de proseguir su oración normal como si no hubiese pasado nada, una vez que acepta la distracción como su problema actual y expone eso ante el Enemigo y lo hace el tema principal de sus oraciones y de sus esfuerzos, entonces, lejos de hacer bien, has hecho daño. Cualquier cosa, incluso un pecado, que tenga el efecto final de acercarle al Enemigo, nos perjudica a la larga.
Un curso de acción prometedor es el siguiente, ahora que está enamorado, una nueva idea de la felicidad terrena ha nacido en su mente; y de ahí una nueva urgencia en sus oracio­nes de petición, sobre esta guerra y otros asuntos semejantes. El Enemigo, les ha dicho claramente que recen por el pan de cada día y por la curación de sus enfermos.
Ya que tu paciente ha contraído el terrible hábito de la obediencia, probablemente seguirá rezando oraciones tan vul­gares hagas lo que hagas. Pero puedes preocuparle con la obsesionante sospecha de que tal práctica es absurda y no puede tener resultados objetivos. Si no ocurre lo que él pide, entonces eso es una prueba más de que las oraciones de petición no sirven.
Si tratase de explicarle que las oraciones de los hombres de hoy son una de las incontables coordenadas con las que el Enemigo armoniza el tiempo que hará mañana, te replicaría que enton­ces el Enemigo siempre supo que los hombres iban a rezar esas oraciones, y, por tanto, que no rezaron libremente, sino que estaban predestinados a hacerlo.


Tu tío, demonio angélico
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28 carta
Mi querido Orugario, demonio humano.
Me cuentas con alegría que hay motivos para esperar intensos ataques aéreos sobre la ciudad donde vive el paciente. Éste es un ejemplo atroz de algo acerca de lo que ya me he lamentado: la facilidad con que olvidas la finalidad principal de tu goce inmediato del sufrimiento humano. ¿No sabes que las bombas matan hombres? ¿O no te das cuenta de que la muerte del paciente, en este momento, es precisamente lo que queremos evitar? Ha escapado de los amigos mundanos con los que intentaste liarle, se ha enamorado de una mujer muy cristiana y de momento es inmune a tus ataques contra su castidad, y los diferentes métodos de corromper su vida espiritual que hemos probado hasta ahora no han tenido éxito. Es casi seguro que le perderemos si muere esta noche. Esto es tan evidente que me da vergüenza escribirlo. Si muere ahora, lo pierdes. Si sobrevive a la guerra, siempre hay esperanza. El Enemigo le ha protegido de ti du­rante la primera gran oleada de tentaciones. Pero, sólo con que se le pueda mantener vivo, tendrás al tiempo mismo como aliado tuyo. Los largos, aburridos y monótonos años de pros­peridad en la edad madura o de adversidad en la misma edad son un excelente tiempo de combate.
Si su edad madura resulta próspera, nuestra posición es aún más sólida. La prosperidad une a un hombre al Mundo. Siente que está encontrando su lugar en él, cuando en realidad el mundo está encontrando su lugar en él. Su creciente prestigio, su cada vez más amplio círculo de conocidos, la creciente presión de un trabajo absorbente y agradable, construyen en su interior una sensación de estar realmente a gusto en la Tierra, que es precisamente lo que nos conviene. Notarás que los jóvenes suelen generalmente resistirse menos a morir que los maduros y los viejos.
Lo cierto es que el Enemigo, tras haber extrañamente des­tinado a estos meros animales a la vida en Su propio mundo eterno, les ha protegido bastante eficazmente del peligro de sentirse a gusto en cualquier otro sitio. Por eso debemos con frecuencia desear una larga vida a nuestros pacientes, en seten­ta años no sobra un día para la difícil tarea de desenmarañar sus almas del Cielo y edificar una firme atadura a la Tierra.
Puede calcularse lo inapreciable que es el tiempo para nosotros por el hecho de que el Enemigo nos conceda tan poco. La mayor parte de la raza humana muere en la infancia, de los supervivientes, muchos mueren en la juventud. Es obvio que para Él el nacimiento humano es importante sobre todo como forma de hacer posible la muerte humana, y la muerte sólo como pórtico a esa otra clase de vida. Se nos permite trabajar únicamente sobre una minoría selecta de la raza.
Al parecer, El quiere que algunos —pero sólo muy pocos— de los animales humanos con que está poblando el Cielo hayan teni­do la experiencia de resistirnos a lo largo de una vida terrenal de sesenta o setenta años. Bueno, ésa es nuestra oportunidad. Cuanto menor sea, mejor hemos de aprovecharla. Hagas lo que hagas, mantén a tu paciente tan a salvo como te sea posible.
Tu tío, demonio angélico
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29 carta
Mi querido Orugario, demonio humano.
El odio podemos conseguirlo. La tensión de los nervios humanos en medio del ruido, el peligro y la fatiga les hace propensos a cualquier emoción violenta, y sólo es cuestión de guiar esta susceptibilidad por los conductos adecuados. Si su conciencia se resiste, atúrdele. Déjale decir que siente odio no por él, sino en nombre de las mujeres y los niños, y que a un cristiano le dicen que perdone a sus propios enemigos, no a los de otras personas.
Hemos hecho que los hombres se enorgullezcan de la mayor parte de los vicios, pero no de la cobardía. Cada vez que hemos estado a punto de lograrlo, el Enemigo permite una guerra o un terremoto o cualquier otra calamidad, y al instante el valor resulta tan obviamente encantador e importante, incluso a los ojos de los humanos, que toda nuestra labor es arruinada, y todavía queda un vicio del que sienten auténtica vergüenza. El peligro de inculcar la cobardía a nuestros pacientes, por tanto, estriba en que provocamos verdadero conocimiento de sí mismos y ver­dadero autodesprecio, con el arrepentimiento y la humildad consiguientes. Y, de hecho, durante la última guerra, miles de humanos, al descubrir su cobardía, descubrieron la moral por primera vez.
Ésta es, de hecho, probablemente, una de las razones del Enemigo para crear un mundo peligroso, un mundo en el que las cuestiones morales se plantean a fondo. El ve tan bien como tú que el valor no es simplemente una de las virtudes, sino la forma de todas las virtudes en su punto de prueba, lo que significa en el punto de máxima realidad. Una castidad o una honradez o una piedad que cede ante el peligro será casta u honrada o piadosa sólo con condiciones. Pílalos fue piadoso hasta que resultó arriesgado.
Demostraría que había creído en el perdón de sus otros pecados por el Enemigo, y que lo había aceptado, sólo porque él mismo no sentía completa­mente su pecaminosidad, que con respecto al único vicio cuya completa profundidad de deshonra comprende no puede bus­car el Perdón, ni confiar en él. Pero me temo que le has dejado avanzar demasiado en la escuela del Enemigo, y que sabe que la desesperación es un pecado más grave que cualquiera de los que la producen.
La cuestión es hacer que no deje de tener la sensación de que, aparte del Enemigo y del valor que el Enemigo le infunde, tiene algo a lo que recurrir, de forma que lo que había de ser una entrega total al deber, se vea totalmente minado por pequeñas reservas incons­cientes. Luego, en el momento de verdadero terror, méteselo en los nervios y en los músculos, y puedes conseguir que cometa el acto fatal antes de que sepa qué te propones. Porque, recuér­dalo, el acto de cobardía es lo único que importa, la emoción del miedo no es, en sí, un pecado, y, aunque disfrutamos de ella, no nos sirve para nada.
Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO

30 carta
Mi querido Orugario, demonio humano.
El comportamiento del paciente durante el primer ataque aéreo ha sido el peor posible. Estuvo muy asustado y se cree un gran cobarde, y por tanto no siente ningún orgullo, pero ha hecho todo lo que su deber le exigía y tal vez un poco más. Frente a este desastre, todo lo que puedes mostrar en tu haber es un arranque de mal genio contra un perro que le hizo tropezar, un número algo excesivo de cigarrillos fumados, y haber olvidado una oración.
En cualquier caso, pronto verás que la justicia del Infierno es puramente realista, y que sólo le interesan los resultados. Tráenos alimento, o sé tú mismo alimento.
No es simplemente la fatiga como tal la que produce la irritación, sino las exigencias inesperadas a un hombre ya cansado. Sea lo que sea lo que esperen, los hombres pronto llegan a pensar que tienen derecho a ello: el sentimiento de decepción puede ser convertido, con muy poca habilidad de nuestra parte, en un sentimiento de agravio. Para conseguir los mejores resultados posibles de la fatiga del paciente, por tanto, debes alimentarle con falsas esperanzas. Haz que se reconforte pensando cuánto disfrutará de la cama la próxima noche. Exagera el cansancio, haciéndole creer que pronto habrá pasado, porque los hombres suelen sentir que no habrían po­dido soportar por más tiempo un esfuerzo en el momento preciso en que se está acabando, o cuando creen que se está acabando.
En los ataques contra la paciencia, la castigad y la fortaleza, lo divertido es hacer que el hombre se rinda justo cuando  el alivio estaba casi a la vista.
No sé si es probable o no que se vea con la chica en situaciones de apuro. Si la ve, utiliza a fondo el hecho de que, hasta cierto punto, la fatiga hace que las mujeres hablen más y que los hombres hablen menos. De ahí puede suscitarse mucho resentimiento secreto, hasta entre enamorados.
La odiosidad de una persona odiada es real, en el odio se ve a los hombres tal como son, se está desilusionando, pero el encanto de una persona amada es meramente una neblina subjetiva que oculta un fondo real de apetencia sexual o de asociación económica. Las guerras y la pobreza son realmente horribles, la paz y la abundancia son meros hechos físicos acerca de los cuales resulta que los hombres tienen ciertos sentimientos. Las criaturas siempre están acusándose mutuamente de querer comerse el pastel y tenerlo, pero gracias a nuestra labor están más a menudo en la difícil situa­ción de pagar el pastel y no comérselo. Tu paciente, adecuada­mente manipulado, no tendrá ninguna dificultad en considerar su emoción ante el espectáculo de unas entrañas humanas como una revelación de la realidad y su emoción ante la visión de unos niños felices o de un día radiante como mero sen­timiento.


Tu tío, demonio angélico
 ESCRUTOPO

31 carta
Mi querido Orugario, demonio humano.
Qué equivocadamente vienes lloriqueando, ahora que todo está perdido, a preguntarme si es que los términos afectuosos en que me dirijo a ti no significaban nada desde el principio! ¡Al contrario! Queda tranquilo, que mi cariño hacia ti y tu cariño hacia mí se parecen como dos gotas de agua. Siempre te he deseado, como tú pobre iluso me deseabas. La diferencia estriba en que yo soy el más fuerte. Creo que te me entregarán ahora, o un pedazo de ti. ¿Quererte? Claro que sí. Un bocado tan exquisito como cualquier otro.
Has dejado que un alma se te escape de las manos. El aullido de hambre agudizada por esa pérdida resuena en este momento por todos los niveles del Reino del Ruido hasta las profundidades del mismísimo Trono. Me vuelve loco pensar en ello. ¡Qué bien sé lo que ocurrió en el instante en que te lo arrebataron! Hubo un repentino aclaramiento de sus ojos ¿no es verdad? cuando te vio por vez primera, se dio cuenta de la parte que habías tenido de él, y supo que ya no la tenías. Piensa sólo y que sea el principio de tu agonía lo que sintió en ese momento: como si se le hubiese caído una costra de una anti­gua herida, como si estuviese saliendo de una erupción espan­tosa, y parecida a una concha, como si se despojase de una vez para todas de una prenda sucia, mojada y pegajosa. ¡Por el Infierno, ya es bastante desgracia verles en sus días de mortales quitándose ropas sucias e incómodas y chapoteando en agua caliente y dando pequeños resoplidos de gusto, estirando sus miembros relajados! ¿Qué decir, entonces, de este desnudarse final, de esta completa purificación?
Cuanto más piensa uno en ello, peor resulta. ¡Se escapó tan fácilmente! Sin recelos graduales, sin sentencia del médico, sin sanatorio, sin quirófano, sin falsas esperanzas de vida, la pura e instantánea liberación. Un momento pareció que era todo nuestro mundo, el estrépito de las bombas, el hundimiento de las casas, el hedor y el sabor de explosivos de gran potencia en los labios y en los pulmones, los pies ardiendo de cansancio, el corazón helado por el horror, el cerebro dando vueltas, las piernas doliendo, el momento siguiente todo esto se había acabado, esfumado como un mal sueño, para no volver nunca a servir de nada. ¡Estúpido derrotado, superado! ¿Notaste con qué naturalidad como si hubiese nacido para ella el gusano nacido en la Tierra entró en su nueva vida? ¿Cómo todas sus dudas se hicieron, en un abrir y cerrar de ojos, ridículas? ¡Yo sé lo que la criatura se decía!, Sí. Claro. Siempre ha sido así. Todos los horrores han seguido la misma trayectoria, empeo­rando y empeorando y empujándole a uno a un embotella­miento hasta que, en el instante preciso en el que uno pensaba que iba a ser aplastado, ¡fíjate!, habías salido de las apreturas y de pronto todo iba bien. La extracción dolía cada vez más, y de pronto la muela estaba sacada. El sueño se convertía en una pesadilla, y de pronto uno se despertaba. Uno muere y muere, y de pronto se está más allá de la muerte. ¿Cómo pude dudarlo alguna vez?
Al verte a ti, también Les vio a Ellos. Sé cómo fue. Retro­cediste haciendo eses, mareado y cegado, más herido por Ellos que lo que él lo fue nunca por las bombas. ¡Qué degradación! que esta cosa de tierra y barro pueda mantenerse erguida y conversar con unos espíritus ante los cuales tú, un espíritu, sólo podías encogerte de miedo. Quizá tuviste la esperanza de que el temor reverencial y la extrañeza de todo ello mitigasen su alegría. Pero ésa es la maldición del asunto, los dioses son extraños a los ojos mortales, y sin embargo no son extraños. Él no tenía hasta aquel preciso instante la más mínima idea de qué aspecto tendrían, e incluso dudaba de su existencia. Pero cuan­do los vio supo que siempre los había conocido y se dio cuenta de qué papel había desempeñado cada uno de ellos en muchos momentos de su vida en los que se creía solo, de forma que ahora podría decirles, uno a uno, no ¿Quién eres tú?, sino Así que fuiste tú todo el tiempo. Todo lo que fueron y dijeron en esta reunión despertó recuerdos. La vaga consciencia de tener amigos a su alrededor que había encantado sus sole­dades desde la infancia estaba ahora, por fin, explicada, aquella música en el centro de cada pura experiencia que siempre se había escapado de su memoria era ahora por fin recobrada. El reconocimiento le hizo libre en su compañía casi antes de que los miembros de su cadáver se quedasen rígidos. Sólo a ti te dejaron fuera.
No sólo les vio a Ellos, le vio a El. Este animal, esta cosa engendrada en una cama, podía mirarle. Lo que es para ti fuego cegador y sofocante es ahora, para él, una luz fresca, es la claridad misma, y viste la forma de un Hombre. Te gustaría, si pudieras, interpretar la postración del paciente en su Presencia, su horror de sí mismo y su absoluto conocimiento de sus pecados sí, Orugario, un conocimiento incluso más claro que el tuyo, a partir de la analogía de tus propias sensaciones de ahogo y parálisis cuando tropiezas con el aire mortal que respira el corazón del Cielo. Pero todo eso es un disparate. Todavía puede tener que enfrentarse con penas, pero ellos abrazan esas penas. No las trocarían por ningún placer terre­no. Todos los deleites de los sentidos, o del corazón, o del intelecto con que una vez pudiste haberle tentado, incluso los deleites de la virtud misma, ahora le parecen, en comparación, casi como los atractivos seminauseabundos de una prostituta pintarrajeada le parecerían a un hombre cuya verdadera amada, a la que ha amado durante toda la vida y a la que había creído muerta, está viva y sana ahora a su puerta. Está atrapado en ese mundo en el que el dolor y el placer toman valores infinitos y en el que toda nuestra aritmética no tiene nada que hacer. Una vez más, nos enfrentamos con lo inexplicable. Después de la maldición de tentadores inútiles como tú, nuestra mayor mal­dición es el fracaso de nuestro Departamento de Información. ¡Si tan sólo pudiésemos averiguar qué Se propone! ¡Ay, ay, que el conocimiento, algo tan odioso y empalagoso en sí mismo, sea, sin embargo, necesario para el Poder! A veces casi me desespera. Todo lo que me mantiene es la convicción de que nuestro Realismo, nuestro rechazo frente a todas las tentacio­nes de todos los bobos desatinos y de la faramalla, deben triunfar al final. Entretanto, te tengo a ti para saciarme. Muy sinceramente firmo como
Tu creciente y vorazmente cariñoso tío,
ESCRUTOPO
CARTAS DEL DIABLO A SU SOBRINO

El libro se compone de 32 misivas que Escrutopo, demonio tentador con rango de secretario, escribe a su inexperto sobrino Orugario, quien tiene como misión conseguir la condenación eterna de su paciente, un joven inglés residente en Londres, durante la Primera Guerra Mundial.
A través de la mente perversa de Escrutopo, vamos descubriendo las tácticas de Orugario para corromper a su víctima. El tentador conoce éxitos y fracasos y el libro mantiene el suspense, porque hasta la penúltima carta no se resuelve la suerte del personaje.
Nunca llega hasta nosotros una carta respuesta de Orugario, el demonio principiante. Sólo conocemos su actuación a través de los comentarios de su tío. También a través de Escrutopo, nos acercamos a otros humanos: el “paciente”, su quisquillosa madre, sus amigos, la novia.
Está de más decir que entre tío y sobrino no existe ningún afecto, ya que éste no podría darse en el infierno. Hay una relación de odio vinculante”, el reglamento establece que si Orugario no consigue su presa, será devorado por su cariñoso tío. Para el diablo viejo, el mejor bocado sería un alma humana, pero en su defecto está dispuesto a engullirse al sobrino.
Esta insistencia por comerse unos a otros obedece a un planteamiento de fondo del autor. Lewis concibe como el sumo mal la voluntad de un ser de absorber al más débil, privándolo de su identidad. El infierno sería una continua lucha por la absorción mutua, un deseo nunca saciado de causarse el mayor daño posible.
Característico es el lenguaje infernal. Escrutopo se refiere a las autoridades con títulos que evocan un mundo al revés. A él lo llaman “Su Abismal Sublimidad”, Satanás en persona es el padre de las profundidades, los demonios más importantes son parte de la bajojerarquía. El hombre es un híbrido, puesto que tiene cuerpo y alma. La Encarnación es un episodio deshonroso. Dios es “el Enemigo” y Lucifer no fue arrojado del cielo, se marchó disgustado por ese sentimiento mezquino con que el Enemigo busca a esos “gusanillos” creados por Él.
Disparatados son los nombres de los diablos: Tripabis, Sapotubo, Babalapo, Gluboso, Suburbano... La versión castellana no traduce al pie de la letra, más bien procura seguir la intención original de Lewis, que pretendía solamente inventar nombres feos que sugirieran asociaciones desagradables.
Las cartas mantienen el suspense, y presentan a los personajes como en una novela, pero también tienen rasgos del ensayo. Escrutopo analiza sagazmente al paciente de Orugario y, a través de él, a toda la humanidad. Muchas son las conclusiones que saca de su estudio; pero hay una en la que insiste con frecuencia: lo natural, lo sencillo estorba a los planes infernales. Al demonio le ayuda todo lo que sea rebuscado y artificial; en cambio, algo tan simple como un paseo por el campo puede inspirar en el hombre el deseo de pensar más profundamente y sustraerlo así del influjo diabólico.



 

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