SEGUNDO LLORENTE, S.J.
Infancia y Juventud
Segundo nació el 18 de noviembre de 1906 en Mansilla Mayor, un pueblo de León. Fue el mayor de 12 hermanos. Sus padres, Luis Llorente y Modesta Villa eran labradores. Con 13 años ingresó en el Seminario diocesano de León. Pronto se sintió llamado por la Compañía de Jesús y por fin en 1923, con 17 años, comenzó su noviciado en el Seminario Jesuita de Carrión de los Condes (donde años más tarde ingresaría su hermano Amando, también jesuita, que fue profesor y mentor de Fidel Castro y aún hoy es el director de Ejercicios espirituales de la ACU en Miami).
Vocación misionera y obsesión por Alaska
Durante los años de noviciado, su vocación de misión se solidifica y determina. Joven y apasionado, se le mete en la cabeza Alaska, según él mismo, por ser considerada la más difícil, dura y recóndita de las misiones. Al fin, sus superiores le proponen la misión de Anking (China), pero él la rechaza.
Segundo tendrá que esperar. Mientras estudia Humanidades en Salamanca (1926) y Filosofía en Granada (1927), ocurren largas conversaciones y discusiones entre Segundo y sus superiores (uno de los votos religiosos es la obediencia), hasta que finalmente en 1930, con 24 años, recibe permiso para ir a Alaska, debido a su determinación e insistencia.
En EEUU
Ese mismo año llega a la Universidad jesuita "Gonzaga" en Spokane, Washington, para aprender inglés. Y posteriormente enseña en el Gonzaga High School, en la misma ciudad. También en esa época comienza a escribir sus primeros artículos que publica en la revista "El siglo de las misiones".
En 1931 estudia teología en Kansas. En junio de 1934, con 28 años, es ordedano sacerdote, y sigue estudiando teología en Alma, California.
En el Círculo Polar
En el otoño de 1935 por fin llega a Alaska. Su primera misión es Akulurak. Allí encuentra sus primeras dificultades, pues no solo tiene que aprender la difícil lengua esquimal, sino que ha de hacer entender el concepto de Dios a personas con una psicología y pensamiento radicalmente diferentes a los europeos. Pero al igual que la dificultad de la misión fue lo que le llevó a elegir Alaska, el reto del idioma y las ideas abstractas esquimales le llenaban y motivaban aún más. En 1937 le destinan a Kotzebue[1], en el océano Ártico
Estuvo largas temporadas en Akurulak, Bethel, Kotzebué y Alakanuk, pero sus crónicas más famosas son las que se conocen con ese mismo nombre recogidas en un libro llamado "Crónicas Akulurakeñas".
Congresista esquimal
En 1958, Alaska se constituyó en el Estado número 49 de los Estados Unidos bajo la presidencia de Eisenhower. En 1960 se iban a elegir los Candidatos al Congreso Estatal. El P. Llorente se encontraba en el distrito electoral de Wade Hampton, donde el 90% de la población era esquimal. Dado el hecho del enorme cariño que los nativos alaskeños le tenían, se propusieron elegirlo como diputado sin él saberlo. Su superior, consultado por Segundo al conocer la propuestaUna vez aceptada la misión y elegido diputado, se convirtió en el primer sacerdote católico elegido para una legislatura norteamericana con voz y voto. Coincidiendo con el comienzo del mandato de J. F. Kennedy, se especuló en la zona con influencias de la cúpula católica, pero nada más lejos, pues fue una de las pocas ocasiones en que el deseo de los nativos americanos se hizo realidad.
Fue este un episodio convulso pues la prensa, como la Associated Press o la revista Time difundían la noticia por todo el mundo.
Visitó España una vez en 1963 con el fin (único propósito) de suscitar vocaciones.
Escribió 12 libros sobre Alaska a lo largo de su vida, todos en español. Hablaba inglés perfectamente, lo había estudiado en Kansas ( 4 años, durante los estudios de teología), y llegó a hablar (él decía "chapurrear") el eskimal.
REFLEXIONES
«Estuve cuarenta años enseñando a los esquimales... a hacer la señal de la cruz. Y con eso me doy por contento» 14 de agosto de 2010.- «Por la mañana salgo de las mantas como oso de la madriguera. Enciendo una vela y me calzo las botas de piel de foca llenas de hierba seca para que los pies estén bien mullidos y no se enfríen más de lo razonable. Enciendo la estufa y, si se heló el agua, derrito el hielo y me lavo. Abro la puerta, doy dos pasos y ya estoy delante del altar...». Así era cada amanecer en la vida de Segundo Llorente, jesuita, sacerdote y misionero, durante los cuarenta años que pasó en Alaska, a uno y otro lado del río Yukón, anunciando el Evangelio. Leonés de nacimiento, a los veintitrés años, sin saber una palabra de inglés, se fue a los Estados Unidos a estudiar Teología y, apenas fue ordenado sacerdote, buscó en el mapa el lugar más recóndito y difícil en todo el mundo y obtuvo permiso para ir a Alaska, su ilusión más grande: «¡Cómo nos gusta a nosotros decir que la Iglesia es católica, universal, que tiene que estar en todas partes! Los esquimales también son hijos de Dios, y a mí me ha tocado el privilegio de ser su misionero. Aquí está la Iglesia católica, gracias a nosotros los misioneros», escribía en una de sus múltiples cartas. (Mar Velasco / Religión en Libertad) Y en otra aseguraba: «Dios no está circunscrito a fórmulas o experimentos de gabinete. Es demasiado grande para que nuestros entendimientos le puedan abarcar en toda su grandeza».Tenía talento como escritor, y en vista del éxito entre los suyos, comenzó a escribir cartas y artículos que se convertían en libros; en total, doce títulos escritos en castellano que se convirtieron en libros de cabecera para toda una generación; llegó un momento en que los seminarios y los noviciados se llenaban de entusiasmo por las aventuras del «misionero de Alaska». Aventurero y diputado Vigoroso y recio por dentro y por fuera, nada le impidió seguir su camino: ni el accidente de aviación que casi le mata, ni el riesgo de caer en un lago helado con su trineo, ni encontrarse perdido en la noche de Alaska a unas temperaturas imposibles, ni la angustia de tener que explicar la doctrina de la fe en un idioma complejísimo, ni la soledad, ni las privaciones, ni aquellas comidas que se le hacían tan extrañas por el sabor del rancio aceite de foca. El padre Llorente aspiraba a la santidad, y lo decía sin remilgos, pero reconocía lo complicado de la empresa: «Los viejos tendremos que dejar muchos pelos en la gatera antes de colarnos en el Cielo, si nos colamos. Es la carrera más difícil en esta vida. A todos nos gusta que no nos falte nada, y al santo le tiene que faltar casi todo. Ahí está la dificultad», sostenía. Lo que más echaba en falta era «la virtud de la paciencia, y en comida, un racimo de uvas andaluzas», imposible de hacer llegar a Alaska. Pero lo que más le dolía era no saber esquimal: «Ojalá pudiera predicar en lengua esquimal con la misma facilidad con que lo hago en inglés o lo haría en español. Los misioneros de Alaska venimos con el pecado original de no poder aprender la lengua lo suficientemente bien para predicar con holgura sin la ayuda de un indígena experto. Una cosa es entender y chapurrear el idioma, y otra muy distinta levantarse delante de un auditorio y dispararles un sermonazo sin zozobras, mugidos ni titubeos», se lamentaba. Pero las satisfacciones llegaban por otras vías. Se identificó de tal manera con los esquimales que, cuando se celebraron las primeras elecciones libres en Alaska salió elegido como representante ante el congreso en Washington, convirtiéndose así en el primer sacerdote diputado de la historia. Algo que él recibió no como un honor, sino como un modo más de servir: «Estuve cuarenta años enseñando a los esquimales... a hacer la señal de la cruz. Y con eso me doy por contento». Y «contentísimo» aseguró que moría, víctima de un cáncer con diagnóstico tardío. En enero de 1989 el padre Llorente amarró el alma por última vez al trineo, camino del horizonte: «Desde aquí al Cielo, ¿qué más se puede pedir? | 1 |
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