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Quien se sabe hijo de Dios no debe tener temor alguno en su
vida. Dios conoce mejor nuestras necesidades reales, es más fuerte que nosotros
Y es nuestro Padre(1). Debemos hacer como aquel niño que en medio de
una tempestad permanecía en sus juegos, mientras los marineros temían por sus
vidas; era el hijo del patrón del barco. Cuando al desembarcar le preguntaron
cómo pudo estar tan tranquilo en medio de aquel mar embravecido, mientras ellos
estaban espantados, respondió: «¿Temer? ¡Pero si el timón estaba en manos de mi
padre!». Cuando tratamos de identificar nuestra voluntad con la de Dios, el
timón de la vida lo lleva Él, que conoce bien el rumbo que conduce al puerto
seguro, Está en buenas manos, en la calma y en la tempestad.
Porque Dios lo permita, puede ocurrir a un alma que lucha
seriamente por la santidad que, en medio de las dificultades, se sienta como
perdida, inepta, desconcertada; que no entienda, a pesar de su deseo de ser
toda de Dios, lo que ocurre a su alrededor. «En esos momentos en que ni
siquiera se sabe cuál es la Voluntad de Dios, y uno protesta: ¡Señor, cómo
puedes querer esto, que es malo, que es abominable ab intrínseco! -como
la Humanidad de Cristo se quejaba en el Huerto de los Olivos-, cuando parece que
la cabeza enloquece y el corazón se rompe... Si alguna vez sentís este caer en
el vacío, os aconsejo aquella oración que yo repetí muchas veces junto a la
tumba de una persona amada: Fiat, adimpleatur, laudetur atque in aeternum
superexaltetur iustissima atque amabilissima...»(2). «Hágase,
cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima
Voluntad de Dios, sobre todas las cosas. –Amén. –Amén»(3).
Es el momento de ser muy fieles a la Voluntad de Dios, y de
dejarnos exigir y ayudar en la dirección espiritual personal con docilidad total
-aunque no entendamos Si Él, que es nuestro Padre, permite esa situación y ese
estado de oscuridad interior, también nos otorgará las gracias y ayudas
necesarias. Ese abandono, sin poner límite alguno, en las manos de Dios, nos
dará una paz inquebrantable, y en medio del vacío más completo sentiremos
poderoso y suave el brazo de Dios que nos sostiene. También nosotros repetiremos
entonces, despacio, con un dulce paladeo, esa confiada oración: Hágase,
cúmplase, sea alabada...
P. Francisco Fernández Carvajal
P. Francisco Fernández Carvajal
______
(1) Cfr. V. Lehodey,
El santo abandono, Católica Casals, Barcelona 1951, II, 3.
(2) Postulación de la Causa de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios,
Josemaría Escrivá de Balaguer, Sacerdote, Fundador del Opus Dei, Artículos del
Postulador, Roma 1979, n. 452.
(3) San Josemaría Escrivá, Camino,
n. 691
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