jueves, 2 de diciembre de 2010

QUE TUS OIDOS ESCUCHEN ...

MARIAMCONTIGO.-


El orígen de la música está ligado a leyendas que relacionan de una forma directa e indirectamente a la música con cachudín  (el innombrable)...

Muchos son los instrumentos relacionados con cachudín, pero tal vez uno de los que más polémicas ha suscitado en la edad antigua sea sin duda la flauta, que se asociaba, por ejemplo, con Mercurio, lo que daba lugar a un simbolismo alquímico. En una obra del siglo IV, uno de los padres de la Iglesia describió este instrumento como el "símbolo de la serpiente", el portavoz del diablo. Se consideraba que los movimientos del instrumentista correspondían a las torsiones del diablo. Continuando con la mitología griega, podríamos citar a otro flautista, el sátiro Marsias, que tras haber desafiado al dios Apolo, que tocaba la lira, y haber perdido la competición musical, fue desollado vivo. 

Pero el caso más famoso de músico que viajó deliberadamente al mundo de ultratumba es el caso de Orfeo. Su fama de virtuoso incomparable, y el relato de la búsqueda de su esposa Eurídice para rescatarla del reino de los muertos, inspiró a incontables poetas y compositores tales como Gluck y Guillaume de Machaut, máximo poeta y músico de la Francia del siglo XIV, que narra así su aventura: 

"[.] Tomó su arpa y la afinó
y marchó al valle del horror
sin detenerse hasta llegar a la puerta
del Infierno: allí dejó oír fuertes
lamentos por el amor perdido.
Allí tocó en su arpa con máxima
dulzura la balada inmortal,
junto a la verja del Infierno [..]"

Pero el músico más célebre, considerado aliado de cachudín, cuando no una encarnación del mismo, es por supuesto el violinista del siglo XIX Niccolò Paganini al cual le atribuyen un pacto con cachudín para consagrarlo como el mejor de todos los tiempos, hasta tal punto llegó la fama del músico, que la iglesia prohibió que sus restos fuesen enterrados en camposanto. Pero la leyenda de Paganini se basó en la de Tartini, quien compuso en 1713 su famosa sonata para violín "El trino del diablo", supuestamente después de que cachudín mismo le hubiera dictado la música en sueños. Sin embargo, este temor hacia los músicos de talento excepcional y la fascinación que causan se puede remontar hasta la Edad Media. Un hombre de la iglesia alemana cuenta la historia de cómo cierto clérigo cantaba con tan melodiosa perfección que despertó las sospechas de un santo, quien reconoció la voz de un cachudín. Tras realizar un exorcismo, cachudín fue expulsado y sólo quedó un cadáver. Algo parecido sucedió con Jacob Stainer ( pieza clave de la escuela alemana de laudería a principios del XVII), acusado de haber vendido su alma; murió en condiciones infrahumanas y con salud mental poco estable. También podríamos citar la mitificada figura de Giuseppe Guarneri del Gesù (luthier del XVIII cuyo trabajo es tan apreciado como el de Antonio Stradivari por los ejecutantes, coleccionistas y expertos).

En el folklore de muchos países, cachudín está asociado en particular al violín, asociación que ha dado pie a numerosos cuentos y composiciones musicales (pensemos, por ejemplo, en El cuento del soldado de Stravinsky). No obstante, dicen que cachudín y sus secuaces son capaces de tocar muchos instrumentos, entre ellos algunos de invención propia, y adoptan múltiples formas, ejemplo de esto citaremos el gran número de instrumentos de cuerda asociados a diversos tipos de animales; animales que en este contexto simbolizan el pecado y la concupiscencia. En especial, la difundida imagen del burro que intenta tocar el arpa. 

No podemos dejar de mencionar a compositores mas recientes que han dejado en sus obras plasmada la presencia de cachudín como son los casos de Pier Gynt de Ibsen y Grieg, la tetralogia de Wagner El anillo de los Nibelungo y a otros autores como Schumann, Berlioz. Franz Liszt con obras como El Vals de Mefisto o la sinfonía Fausto. 

Resulta sorprendente que en la actualidad la supuesta música de cachudín sea tan omnipresente como lo fue hace un milenio. Cachudín, al parecer, está presente en todos los tiempos y lugares...

Fuente: Diego Giménez Ruíz.- 

NOTA:  SE ARREGLO EL NOMBRE VERDADERO DEL INNOMBRABLE... 

Is 48,17-19: “Si hubieras acatado mis mandatos” 

"...que puso el mundo como un desierto, que asoló sus ciudades, que a sus presos nunca abrió la cárcel?  Todos los reyes de las naciones, todos ellos yacen con honra cada uno en su morada; pero tú echado eres de tu sepulcro como vástago abominable, como vestido de muertos pasados a espada, que descendieron al fondo de la sepultura; como cuerpo muerto hollado."

El destierro es para el pueblo una prueba de Dios, para que conozca sus caminos, para que vea a dónde le lleva su infidelidad. Todo pecado priva de la bendición divina. Por eso toda infidelidad exige el destierro, símbolo de la lejanía de Dios.

El mayor pecado del pueblo no fue quebrantar los mandamientos de Dios sino considerarlos inútiles en su vida. Prescindir de Dios y de su voluntad para convertirse en seres autónomos sin otra ley que su propio arbitrio. Por eso Dios se presenta, dolorido, ante ellos para hacerles comprender el verdadero sentido de los mandamientos que les dio. No fue para imponerles un yugo, para oprimirlos con carga pesada. Se los dio como señales de tráfico para que no se equivocaran en el camino que habían de seguir, para enseñarles y marcarles el verdadero camino, el camino de la paz, la justicia y la felicidad.

Preciosa concepción de la ley antigua, tan olvidada no sólo por los israelitas sino incluso por muchos cristianos de nuestros días.

El hombre, ciego por su autosuficiencia egoísta, sigue caminando al azar, haciendo su camino, despreciando las indicaciones de tráfico, sin percatar del gran peligro que corre de no llegar a la única meta a la que está destinado. 

-Así habla el Señor, tu Redentor.

En nuestro lenguaje corriente, ese término «redención» evoca la idea de «rescate»: pagar en lugar de otro para rescatarlo.

Ciertamente, Jesús se puso en nuestro lugar y pagó duramente, nuestra justificación.

Pero de hecho, el término, de origen hebreo, tiene otro matiz «Yo, el Señor, soy tu redentor, tu 'goel'». En el derecho tribal primitivo había un «goel»: era el hombre encargado de «vengar la sangre», el responsable del honor de la tribu. De hecho la idea es pues la de «un amor de Dios que se ha comprometido en el destino de los hombres».

La idea principal no es la de un Dios que requiere sangre para aplacarse. Es la idea de un Dios que ama «apasionadamente la humanidad y se compromete totalmente para salvarla».

«¡Yo, el Señor, vengo a auxiliarte!» «Yo, el Señor, soy tu «goel», tu redentor!»

¡Qué misterio! Contemplo en Belén a Jesús encarnado, compartiendo totalmente nuestra condición humana, y muriendo en la cruz.

-Yo, el Señor tu Dios, te instruyo en lo que es provechoso y te marco el camino por donde debes ir.

Dios se ha comprometido en nuestra salvación.

Pero no nos reemplaza. Nos invita a "caminar", a aceptar la instrucción "provechosa", la que salva.

La enseñanza de Jesús, el Evangelio.

"Te doy una instrucción, una enseñanza" dice Jesús también.

¿Cómo es mi fidelidad en recibir y meditar esa enseñanza? ¿Cómo me esfuerzo en aumentar mi cultura religiosa? ¿Y en ser fiel a la oración?

-Si hubieras estado atento a mis mandatos...

«Atento»...

Es una cualidad esencial a la oración... y a toda la vida del hombre. Haznos atentos, Señor.

Jesús hablaba a menudo de vigilancia: «velad y orad» ¡Tan a menudo vivo como adormilado, dejándome llevar!

«Os doy un mandamiento nuevo: ¡que os améis los unos a los otros!»

¡Estar atentos a amar! ¡No dejar pasar las ocasiones de amar!

-...Tu paz sería como un río.

El que se deja "guiar" por Dios, el que escucha la «enseñanza provechosa», el que está «atento a amar», ¡está lleno de paz! ¡Un río!

Evoco esa imagen...

-...Tu dicha y tu justicia serían como las olas del mar. ...Tu posteridad sería como la arena del mar, y tus hijos tantos como los granos de arena.

Repetición de la promesa hecha a Abraham.

A pesar de todos nuestros rechazos, de todas nuestras faltas de amor, Dios quiere nuestra felicidad, nuestra «justicia» nuestra «rectitud», nuestra «santidad»... ¡vasta y potente como las olas del mar! Y Dios quiere que nuestra vida sea fecunda, que «nuestros talentos rindan el céntuplo»... ¡como los granos de arena de las riberas! Una sola condición: estar atento a tus mandatos, Señor.

Sal 1: El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida. 

El justo y los pecadores

"Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos,Ni estuvo en camino de pecadores,Ni en silla de escarnecedores se ha sentado; 
 Sino que en la ley de Jehová está su delicia,Y en su ley medita de día y de noche.Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas,Jeremias 17. 8Que da su fruto en su tiempo,Y su hoja no cae;Y todo lo que hace, prosperará.No así los malos,Que son como el tamo que arrebata el viento.Por tanto, no se levantarán los malos en el juicio,Ni los pecadores en la congregación de los justos.Porque Jehová conoce el camino de los justos;Mas la senda de los malos perecerá."

No es por simple coincidencia que este salmo ocupe el encabezamiento del salterio. La primera palabra del salmo comienza con la primera letra del alfabeto "aleph". La última palabra del salmo comienza con la última letra del alfabeto "tab". Cuando San Juan dice que Jesucristo es el alfa y omega, el comienzo y el fin, vuelve a utilizar este procedimiento literario. Este salmo es verdaderamente un resumen de la totalidad de la ley. He aquí, en pocas palabras desde la A... hasta la Z... todo lo que debéis saber. Y todo se resume en dos "caminos", dos “vías", que se abren ante cualquier hombre: -El uno que conduce a la "felicidad", simbolizado por la imagen del árbol que reverdece... 

-El otro que conduce a la "nada", simbolizado por la imagen de la "paja que se lleva el viento"... 

El autor no ha querido hacer una simetría exacta, mecánica. Sería dar demasiada importancia al "mal", al "vacío". Se toma el tiempo necesario (10 renglones de su texto) para detallar "la firmeza" del justo. Y de un plumazo rápido (solamente cinco líneas), sugiere la desaparición del impío. Esto es una obra de arte. 

Este salmo hacía parte del ritual de la Alianza, y debía cantarse en la fiesta de los Tabernáculos en la cual se renovaba la Alianza. Es un anuncio profético de las "bendiciones" que conlleva la fidelidad y de las "maldiciones" que pesan sobre aquellos que son infieles a la Alianza. Ver un texto paralelo en Jeremías 17,5-8. 

En pocas palabras este salmo primero es verdaderamente el prefacio de todo el libro de los salmos, y el resumen de toda la vida humana: se trata de una gigantesca lucha entre el bien y el mal (concretamente el salmista dice entre los justos y los impíos), esta lucha culminará con la victoria del bien. Aquí se expresa una esperanza, una certeza sobre el éxito del plan de Dios. ¿Tenemos nosotros, igual optimismo sobre el "dinamismo del porvenir"? La era Mesiánica esperada por Israel, es una felicidad, un éxito. 

No es mera coincidencia que la primera palabra de la Buena Nueva del Reino de Dios sea la misma de este salmo: "dichosos" "Asherei" El resumen del pensamiento de Jesús son las bienaventuranzas, seguidas en la versión de San Lucas (6,20 - 26) de maldiciones como en este salmo. Jesús puso a menudo la imagen del "árbol" que da buenos frutos (Mateo 7) que crece en tal forma que las aves del cielo hacen en él sus nidos (Mateo 13,32). Se compara El mismo con una viña que da su fruto en tiempo oportuno (Juan 15,1). Observemos de paso algunas alusiones sugestivas: la corriente de agua viva que permite al árbol permanecer verde y del cual dirá Jesús que es el Espíritu Santo (Juan 4,14; 7,38). En el sacramento del Bautismo, el agua es también símbolo de vida que renace (Juan 3,5). De igual manera, si bien el salmista nunca pensó en la cruz, hablando del árbol que da su fruto... podemos ciertamente aceptar estas comparaciones que son algo más que simbólicas: en el jardín del paraíso, también, Dios había colocado un "Árbol de Vida" (Génesis 2,9; Apocalipsis 2,7). 

En nuestro mundo moderno, estamos tentados a decir que este salmo es irreal, demasiado bello para ser verdadero. Vemos en efecto, santos que fracasan y malvados que prosperan. Ya Job lo había comprobado. Este es el escándalo de todas las épocas. Jesús, el justo por excelencia, terminó su vida en el árbol seco de la cruz, bajo apariencia del fracaso el más radical. Escuchemos sin embargo al sabio que nos habla en este salmo. Habla como hombre de experiencia... y afirma que "cuanto emprende el justo tiene buen fin". Ahora bien, hay que escuchar esta afirmaci6n paradójica, y comprenderla en el nivel de la fe, y no en el nivel de los éxitos materiales inmediatos. Pascal, al finalizar su famoso "Apuestas sobre Dios" nos da la clave del problema... diciendo que el justo es profundamente "dichoso" aun si es probado dolorosamente en su vida, "¿qué perdéis escogiendo a Dios? ¿qué males os alcanzará si estáis a su lado? Seréis fieles, honestos, humildes, agradecidos, bienhechores, amigos sinceros, veraces. En realidad, no estaréis en medio de placeres pecaminosos, en la gloria, en las delicias; pero tendréis otra clase de placeres. Os digo que ganaréis en esta vida y que cada paso que avancéis por este camino, veréis con certeza la ganancia, y la nada de aquello que arriesgáis; conoceréis finalmente que habéis apostado por una cosa cierta, infinita, por la cual no habéis dado nada" (Pensamientos de Pascal, Número 343). Se trata de un pensamiento muy moderno: la "nada", el "absurdo". Muchos autores contemporáneos, mediante reflexiones desilusionadas pronunciadas desde su ateísmo, justifican sin saberlo el pensamiento del antiguo sabio. El filósofo contemporáneo Michel Foucault, con lucidez valiente escribe: "Nietzsche ha encontrado el mundo en que el hombre y Dios se pertenecen mutuamente, en que la muerte del segundo es sinónimo de la desaparición del primero y donde la promesa del superhombre significa ante todo la inminencia de la muerte del hombre". Es evidente que el hombre es nada, sin Dios. 

Frente a este pensamiento desesperado, adquiere todo su valor la esperanza optimista del salmista. Porque, si la existencia del hombre sin Dios no es más que el vacío... con Dios la existencia humana se convierte en fantástica maduración de vida, según la imagen del árbol. Sí, algo está madurando. Y Jesús lo repite con fortaleza. Nuestra tierra dará su fruto. La creación es una formidable fuerza de evolución que va hacia el éxito, el "éxito" de la obra que Dios ha comenzado y que él llevará a feliz término. Estamos lejos de una comprensión mezquina de la palabra "éxito", que hace un momento nos hacía dudar del realismo de este salmo. Se trata de algo muy distinto de lo que comúnmente se llama "retribución temporal": La dicha, el éxito, el de los pobres, de los "anawim"... ¡Bienaventurados los pobres! ¡No se les promete dinero! Se les promete la dicha, y el éxito de su vida en Dios. 

Y esta dicha, y este éxito... tú los puedes comenzar desde hoy. ¡Rechaza el contagio del mal! ¡No frecuentes el camino de los injustos! ¡Toma tu evangelio y medítalo cada día, cada noche! Vivir es optar: pues bien, ¡opta por Dios! ¡Medítalo diariamente, cordialmente! La dicha está allí, te lo aseguro. Una dicha que nada podrá jamás vencer. Escuchemos la traducción que hace Claudel de este salmo: "El compañero apestado, la compañía del sarnoso, el libro que huele a grasa, excúsame si prefiero la sugerencia saludable y esta santa confirmación la noche de las proposiciones. ¡Es muy verde! Todo se anima por las lluvias de abril, este árbol en pleno fuego de la combinaci6n, que predica a la hierba en la pradera, y por todas partes, ¡no hay nada tan fresco, tan rosado, y tan dorado, para profetizar a estos frutos del éxito! ¡Todo lo demás, fuera! ¡polvo y más polvo a los ojos! Basta sonarse y todo termina".

Mt 11,16-19: “No escuchan ni a Juan ni al Hijo del hombre” 

" Mas ¿a qué compararé esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces a sus compañeros, diciendo: Os tocamos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis.  Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores. Pero la sabiduría es justificada por sus hijos."

El evangelista nos transmite un dicho de Jesús acerca de la radical incapacidad de sus contemporáneos a aceptar la bondad del tiempo presente, porque no están dispuestos a desear nada que sea realmente diverso. Son como niños que no entran en el juego, que ni saben lamentarse ni divertirse. La parábola presenta dos grupos de niños en conflicto entre ellos, porque el segundo grupo ha perdido interés en el juego, incluso antes de haberlo comenzado (vv 16-17). La doble reacción de los contemporáneos con el Bautista y con Jesús (v. 18), su mala voluntad manifiesta, les asemeja a los niños caprichosos de la parábola.

En Mateo la sentencia final ofrece una respuesta a esa reacción contrapuesta de los estilos de devoción: el estilo sabio de Dios ha sido reconocido justamente por los que se toman seriamente en consideración su modo de actuar. Jesús es la sabiduría de Dios, la cual se manifiesta en sus obras (v. 19). En definitiva, pretende sacudir las conciencias de sus oyentes para disponerlos a acoger la “hora desconocida de Dios”. Sus palabras sobre el Bautista concluyen con una llamada a la comprensión de fe, equivalente a una decisión del proyecto salvífico de Dios, en sintonía con su modo de actuar y de revelarse en la historia.

Reconocer la hora de Dios, el tiempo oportuno, es un signo de sabiduría (cf. Ecl 3,1ss). Como a los contemporáneos de Jesús, también a mí me invita la figura de Juan a hacer sinceras obras de penitencia. Reconocer la hora de Dios es para mí, ante todo, renunciar a atrincherarme en mis diversas escusas, que enmascaran mi desinterés y mi resistencia a la invitación a la conversión que la Palabra de Dios incesantemente me dirige. Las reiteradas admoniciones proféticas me exhortan a caminar por la justicia y por la fe operativa y sincera.

Pero la hora de Dios no es sólo la de la penitencia y cambio de vida, es también la del gozo que nos trae el evangelio de Jesús. El gozo evangélico nacerá en mí al reconocer que él no se avergonzó de ser llamado «amigo de publicanos y pecadores». El perdón que me anuncia no se reduce a una mera palabra o una noticia genérica de Dios en mis confrontaciones, sino que es acontecimiento desconcertante de venir a celebrar una fiesta conmigo que soy pecador. No se trata de una fiesta que puedo dejar para mañana (como quisieran los niños caprichosos de la parábola evangélica); ¡para mí es hoy! 

La parábola tiene su punto de apoyo en el mundo de los pequeñuelos´. Entre los niños ocurre con frecuencia no ponerse de acuerdo en sus juegos. Unos quieren jugar a una cosa, otros a otra. El capricho y la terquedad de los niños en sus juegos es el punto esencial de referencia en la parábola. Inmediatamente se pasa a la aplicación de la misma: así es esta generación. Y cuando Jesús utiliza la palabra "generación" lo hace ordinariamente en sentido peyorativo de censura descorazonada, de reprensión infructuosa e inútil (12, 39-42; 23, 36; Mc 8, 12-38). Si fuésemos a precisar todavía más el sentido de la parábola tendríamos que recurrir a otros lugares del evangelio donde la generación lleva el calificativo de "mala y adúltera" (infiel a la palabra de Dios y sus exigencias).

Jesús retrata en la parábola al pueblo judío que le ha negado la fe. Y de modo especial a los dirigentes cualificados del pueblo, a los especia- listas cualificados de la ley. Ellos son los más directamente responsables. De la parábola pudiera deducirse la conclusión siguiente: unos que quieren y otros que no quieren jugar. ¿Tiene cada uno de estos grupos un significado especial en la aplicación doctrinal de la parábola? No lo creemos. Se trata, más bien, de rasgos parabólicos que se hallan en función de la enseñanza.

"Os hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos tocado cantos fúnebres y no os habéis entristecido". ¿Tenemos en estas palabras el retrato del Bautista, que incitaba a la penitencia, y el de Jesús, que invitaba a la alegría? El Maestro alude al Precursor y al Hijo del hombre para poner de relieve el capricho de aquel pueblo. El sentido de la parábola es claro: los judíos siempre rechazan la palabra de Dios, en cualquier forma que les haya sido propuesta. Su comportamiento no es el de héroes sino el de niños tercos y caprichosos. Sentados (v. 11) en el comodín de una religión desfigurada por ellos, y por lo mismo inauténtica, se sentían felices diezmando el anís, la menta y el comino y descuidaban, cobijados bajo el manto de su religiosidad oficial, lo fundamental de la ley: la justicia, la misericordia, la fe.

Sentados en la plaza criticaban la actitud de todos los enviados de Dios: todos aquéllos que no entren por sus caminos y se ajusten a sus planes están lejos del camino de la salvación, incluso el mismo Jesús.

Son ellos, los dirigentes del pueblo, los que viven sentados como señores en la plaza y se arrogan el derecho de elegir las piezas que deben tocarse. Por encima de todos debe prevalecer su criterio, su plusvalía, su capricho. Y al no querer obedecer nunca, quedan excluidos del camino de la salud. Porque nuestra vida fundamentalmente es obediencia. La obediencia de la fe.

Al final de la parábola añade Jesús esta sentencia: "la Sabiduría se acredita por sus obras". Cuando se habla de la sabiduría en el mundo griego, y también en nuestro mundo, se piensa sencillamente en la ciencia. El mundo de la Biblia piensa de manera distinta.

La sabiduría, sin calificativo alguno, es la sabiduría de Dios.

Con ella se hace referencia al plan de Dios sobre el mundo y su ejecución a través de los hombres elegidos por él para lograrlo.

Este proverbio afirma, por consiguiente, que tanto el Bautista como Jesús son agentes eminentes en la realización del plan de Dios. Su conducta puede parecer equivocada y ser juzgada como tal por los dirigentes del pueblo judío, pero sus obras demuestran que están en la línea de la verdad y que, por tanto, los equivocados son ellos. Por otra parte sabemos -y lo repite frecuentemente el Nuevo Testamento- que Jesús es la sabiduría de Dios. La obra salvadora que llevó a cabo en el mundo demuestra que aquéllos que le rechazaron no tenían razón.

Después del juicio sobre el Bautista (su excepcional grandeza hace resaltar aún más la grandeza de ser discípulo de Jesús), un juicio "sobre esta generación" (11,16-19). Como de costumbre, Jesús recurre a una comparación. Dos grupos de niños, dispuestos en fila en la plaza uno enfrente de otro, deciden jugar a los funerales. Pero cuando el primer grupo comienza las lamentaciones, el otro ni se mueve; ha perdido todo el interés por el juego. Es demasiado triste, dicen. Entonces se cambia y comienza de nuevo; se juega a bodas. Pero tampoco esta vez se mueve el segundo grupo: el juego es demasiado alegre. Jesús reprocha a los hombres de esta generación ser como niños caprichosos; no saben lo que quieren; o mejor, lo saben muy bien; quieren que se les deje en paz. Se podría titular así la parábola: las excusas de quien no quiere decidirse. Para el que no quiere decidirse siempre hay excusas al alcance de la mano. Se rechaza una actitud, lo mismo que la contraria; se critica una propuesta, y luego otra; es la prueba de la falta de sinceridad. Hoy diríamos "falta de voluntad política".

"¿A quién se parece... y no habéis llorado?"

Así ve Jesús a la gente de su tiempo y a nosotros. NIños que no saben lo que quieren. Que nos dejamos llevar solamente de nuestro capricho, de nuestra voluntad propia, sin dar importancia a lo que en realidad vale para la vida eterna.

Cristo es el "camino, la verdad y la vida". Quien le sigue no andará en tinieblas. Que sea su ley, su voluntad, nuestro gozo y nos asemejaremos al "árbol plantado al borde de la acequia", "nuestra paz será como un río y nuestro fruto, abundante como la arena del mar".

El profeta echa en cara al pueblo su infidelidad y le dice bien claro lo que se ha perdido por no ser fiel al amor de Dios.

En este texto de Mateo, es Cristo mismo quien como el profeta en la anterior lectura de Isaías, echa en cara a los de su generación que no tienen la suficiente madurez para creer y ser de verdad fieles: sois como críos, les dice. Viene el Bautista con su austeridad y le acusan de extraño endemoniado; viene Cristo con su sencillez, se sienta a compartir la vida y la comida de los hombres, y le dicen que es un pinta y un comilón cualquiera. Venga quien venga, haga lo que haga, diga lo que diga, donde no hay sensibilidad, ni honradez, ni capacidad de creer y amar, habrá siempre salidas infantiles y excusas para no creer.

Sufrimos hoy en el mundo y en la Iglesia una de esas crisis de inmadurez que nos hace hablar y obrar en todo como críos; la ingenuidad infantil en unos, la pataleta en otros... y en todo y para todos la crítica, la acusación y el insulto.

¿De quién hablamos bien hoy? ¿Quién nos merece respeto y admiración? ¿Quién nos mueve a creer y a obrar, a echar una mano, a colaborar? El papa mal, los obispos mal, los curas mal, los seglares mal... ¿y el mal que está dentro de nosotros? La madurez se manifiesta en la sencillez, en el respeto a los demás, a quienes se les toma en serio. Ser capaces de admirar más que de despreciar. Ser más adultos y menos críos. Y sentirse plenamente responsable.

-"Madrecita mía ¿es verdad que todos ante todos, por todos, somos culpables?

-No saben las criaturas eso, que si lo supieran, desde ahora empezaría el Paraíso". (Dostoievski)

¿De qué sirve acusar a los individuos?

-Jesús declara a las gentes: "¿a quién compararé esta raza de hombres? es semejante a los muchachos sentados en la plaza que interpelando a otros..."

Escena llena de vivacidad, observada por Jesús y hoy también observable por nosotros.

Seguramente Jesús alguna vez debió pararse a mirar.

Grupos de muchachos jugando en la calle.

-Os hemos entonado cantares alegres y no habéis bailado; cantares lúgubres y no habéis llorado.

Sí, he ahí cómo ve Jesús a las gentes de su tiempo. Esta "generación caprichosa e inestable que no sabe lo que quiere: son niños que juegan a "la boda"... y luego al "entierro".

Una de las bandas debuta con un canto alegre, pero a los otros no les hace gracia.

Entonces comienza un canto triste, ¡pero la cosa tampoco marcha! Entre los niños, esto suele ser sólo un capricho pasajero, que no tiene consecuencias. Pero para los adultos del tiempo de Jesús -¿y del nuestro?-, no se trata ya de un juego... sino de su vida eterna!

"Esto no es serio" parece decir Jesús ¿No somos quizá también nosotros gente caprichosa? ¿Tenemos el sentido de nuestras responsabilidades? ¿Somos adultos? ¿capaces de perseverar? En este tiempo de Adviento ¿"mantenemos" las resoluciones tomadas? o bien ¿nos dejamos llevar por deseos caprichosos del momento? ¿Hemos conseguido una cierta firmeza en nuestras decisiones? o bien ¿capitulamos dando paso a posturas infantiles, pasajeras?

-Porque vino Juan que casi no come, ni bebe, y dicen: Es un loco. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen " ¡Es un glotón y un bebedor, amigo de publicanos y de pecadores!

Sí, los contemporáneos de Jesús no han sabido leer los signos de los tiempos. Juan Bautista vivía como un asceta, llevando una vida rigurosa y penitente, con ayuno y abstención de alcohol: predicaba así la conversión: "haced penitencia"... En general, no se le escuchó. Su actitud no gustaba. Jesús en cambio, vive como un hombre corriente; come normalmente, bebe vino: predica el "festín mesiánico"... la era nueva del gozo con Dios. . . ¡y se le acusa de ser "un glotón y un bebedor"! ¡Se le acusa de ser "un amigo de los pecadores"! Gracias, Señor Jesús, por permitir que te hicieran esta acusación. Gracias de haber venido a inaugurar el tiempo de la alegría, de habernos venido a ofrecer tu amistad a nosotros, que somos pecadores. Amigo de los pecadores... Amigo de los pecadores... Gracias.

Juan Bautista es un hombre de penitencia y se lo reprochan.

Jesús es hombre de apertura, se lo reprochan también.

¡Cuán hábil es la humanidad para rehusar las llamadas de Dios! Encontramos siempre buenas razones para quedarnos con nuestra testarudez infantil. Sánanos, Señor, de nuestras ligerezas. Haz que tomemos en serio lo que Tú nos propones.

-Pero, la sabiduría de Dios se revela "justa" a través de lo que hace.

Señor, enséñanos a juzgar "justo", juzgando "según tu sabiduría divina". Finalmente, Juan Bautista y Jesús eran ambos igualmente necesarios a la humanidad: a uno encargó Dios el invitar a la austeridad y a la penitencia... al otro encargó Dios el aportarnos la alegría da Reino... El tiempo de Adviento y de Navidad comporta esos dos aspectos.

Jesús echará en cara a su generación que no reciben a los enviados de Dios, ni al Bautista ni a Jesús mismo.

Ya en la primera lectura el profeta se lamenta con tristeza de que el pueblo era rebelde y no había querido obedecer a Dios. No eligió el camino del bien, sino el del propio capricho.

Y así le fue. Si hubiera sido fiel a Dios, hubiera gozado de bienes abundantes, que el profeta describe con un lenguaje cósmico lleno de poesía: la paz sería como un río, la justicia rebosante como las olas del mar, los hijos abundantes como la arena. Si Israel hubiera seguido los caminos de Dios, no habría tenido que experimentar las calamidades del destierro.

El tono de lamento se convierte en el salmo en una reflexión sapiencial: «el que te sigue, Señor, tendrá la vida de la vida». «Dichoso el hombre para el que su gozo es la ley del Señor. Será como árbol plantado al borde de la acequia», lleno de frutos. «Porque el camino de los impíos acaba mal».

Tampoco hicieron caso al Bautista muchos de sus contemporáneos, ni al mismo Jesús, que acreditaba sobradamente que era el Enviado de Dios.

«Vino al mundo y los suyos no le recibieron».

Esta vez la queja está en labios de Jesús, con la gráfica comparación de los juegos y la música en la plaza. Un grupo de niños invita a otro a bailar con música alegre, y los otros no quieren. Les cambian entonces la música, y ponen una triste, pero tampoco. En el fondo, es que no aceptan al otro grupo, por el motivo que fuera. Tal vez por mero capricho o tozudez.

La aplicación de Jesús es clara. El Bautista, con su estilo austero de vida, es rechazado por muchos: tiene un demonio, es demasiado exigente, debe ser un fanático. Viene Jesús, que es mucho más humano, que come y bebe, que es capaz de amistad, pero también le rechazan: «es un comilón y un borracho». En el fondo, no quieren cambiar. Se encuentran bien como están, y hay que desprestigiar como sea al profeta de turno, para no tener que hacer caso a su mensaje. De Jesús, lo que sabe mal a los fariseos es que es «amigo de publicanos y pecadores», que ha hecho una clara opción preferencial por los pobres y los débiles, los llamados pecadores, que han sido marginados por la sociedad. La queja la repetirá Jesús más tarde: Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos, y no quisiste.

¿Cuál será la excusa de nuestra negativa. si no nos decidimos a entrar en el Adviento Y a vivir la Navidad?

El retrato de muchos cristianos que no se toman en serio a Cristo Jesús en sus vidas puede ser en parte el mismo que el de las clases dirigentes de Israel, al no aceptar a Juan ni a Jesús: terquedad, obstinación y seguramente también infantilismo e inmadurez.

Hay personas insatisfechas crónicas, que se refugian en su crítica, o ven sólo lo malo en la historia y en las personas, y siempre se están quejando. Esta actitud les resulta, tal vez sin pensarlo explícitamente, la mejor excusa para su voluntad de no cambiar. Este papa no les convence porque es polaco. El anterior, porque era italiano. A aquél porque dudaba, a éste porque no duda.

Y así con muchas otras personas o campañas o tareas. Nos cuesta comprometernos. Y es que si tomamos en serio a Cristo, y a su Iglesia, y los dones de su gracia, eso cambia nuestra vida, y se ponen en juicio nuestros criterios, y se nos coloca ante la alternativa del seguimiento del Evangelio de Cristo o del de este mundo.

b) ¿Cuántos Advientos hemos vivido ya en nuestra historia? ¿De veras acogemos al Señor que viene? Cada año se nos invita a una opción: dejar entrar a Dios en nuestra vida, con todas las consecuencias. Pero nos resulta más cómodo disimular y dejar pasar el tiempo.

En vez de decir o cantar tantas veces el «ven, Señor Jesús», podríamos decir con sinceridad este año: «voy, Señor Jesús».

Comentario del Santo Evangelio: Mt 11,16-19, de Joven para Joven. Todo por la gloria de Dios.

Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado.

Parece que aquí es Jesús quien hace alusión a un juego de niños. San Cirilo de Jerusalén recuerda cómo jugaban los niños en Palestina: «a boda» o «a funeral». A los niños les gusta imitar lo que ven hacer a los adultos, especialmente las ceremonias, y se toman muy en serio su juego, a diferencia de los adultos.

La salvación que Dios trae a los hombres se comunica mediante testimonios divinos. Algunos los creen, otros se oponen a ellos, pero la mayoría de la gente no los toma en serio. ¿Por qué? La denominada axiología, enseñanza de los valores, nos ayuda a entender por qué el hombre se toma en serio una cosa y otra, en cambio, no. Los motivos son muchos, pero para algunos filósofos, entre ellos Heidegger, en su base está la cuestión de la elección fundamental, En la vida, el hombre hace una opción fundamental: «Quisiera ser...». A continuación, valorará las cosas según sean coherentes o no con su primer proyecto.

Para la vida moral y religiosa es de gran importancia la decisión de «hacer el bien». A partir de esta elección vital, el hombre valorará como «serio» todo lo que conduce al bien. Ha venido Juan, que no come y no bebe, y dicen: Tiene un demonio. En la historia de los pueblos el ayuno tiene un simbolismo especial. El hombre que deja de comer es como si rompiera con su vida anterior. Los profetas ayunan antes de comenzar su misión. En algunos países, las esposas ayunaban antes de la boda porque pasaban a pertenecer a otra casa, a otra familia. En los primeros tiempos cristianos se prescribía el ayuno antes del bautismo.

El ayuno de san Juan Bautista está en esta línea. En su persona el pueblo hebreo pasa del Antiguo al Nuevo Testamento. Los fariseos, observantes de antiguas prescripciones y costumbres, no quieren comprender este símbolo. Precisamente porque era un testimonio fuerte, los fariseos lo interpretan negativamente.

También hoy, en la vida cotidiana, nos tropezamos con esta actitud. El que insiste con testarudez en su propia posición interpreta negativamente todo lo que le contradice, aunque sea un signo evidente de bien.

Ha llegado el Hijo del hombre, que come y bebe. En el espíritu de la tradición antigua Jesús empieza su actividad pública con un ayuno de cuarenta días. Pero, a continuación, vive como un hombre «normal» de su ambiente. Algunos se maravillaban de ello. ¿No habría sido su predicación más eficaz si hubiera presentado como Juan Bautista? Quizás sí. Pero Jesús tenía un válido motivo para elegir una «vida normal». En él Dios que ha hecho hombre y todo lo humano se ha hecho divino. Por eso no se eleva a Dios sólo lo que es extraordinario, insólito, extremo, sino toda la vida humana, en todas sus manifestaciones, en su banal cotidianidad. Por esto san Pablo escribe más tarde a los cristianos: «Ya comáis, ya bebáis, cualquier cosa que hagáis, hacedla para la gloria de Dios» (1Co 10,31).

¿Y hoy? En la vida de la Iglesia también ocurren cosas extraordinarias, hay santos, se ven milagros, de vez en cuando se tienen revelaciones. Pero todos estos fenómenos no constituyen más que un mínimo porcentaje de la vida eclesial. En ella prevalece la vida cotidiana «normal». En el desarrollo de una vida cualquiera, en su normalidad, se reconoce la fe. 

Reflexión

Soy un traidor, si tú no me ayudas, Jesús mío misericordioso. Tú me conoces, Señor; no te fíes de tu siervo: porque si tú no lo guardas, huirá, engañado por otro: una bestia dorada será su dios, pero, si tú le ayudas, Señor, si no le privas de la luz de tu rostro adorable, s además él no huye de tu mirada, temerá y temblará y se quedará contigo.

Jesús, sobre mi cabeza está la impronta de tu sangre y, si el mundo intenta encantarme, esa sangre resplandezca a lo lejos y el mundo se apartará, sin haber extendido su mano. 

Resulta extraño este breve oráculo pesimista en medio de tantas profecías de dicha y felicidad como constituyen la obra del Segundo Isaías, No han faltado críticos con pretensiones de negar su autenticidad. Es innecesario Los profetas son hombres tienen como todo mortal momentos de pesadumbre y de tristeza ante la prolongada opresión que el pueblo padece.

Si Israel no hubiera pecado..., si hubiera escuchado la palabra de su Dios, los mandamientos, la Torah,… esa expresión de su voluntad salvífica iniciada en Abraham, concretizada en Moisés Y revalorizada por los profetas; esa palabra creadora y redentora a la vez que realizó la Alianza y se pormenorizó en las estipulaciones llamadas mandamientos...

En vuelo poético contempla la Palestina repleta de moradores, como de arenas las orillas del mar, cumpliendo la Promesa de Abrahán. Sus arroyuelos de escaso e intermitente caudal, convertidos en torrentes de paz y justicia, sinónimo de santidad, cubriendo a todos sus habitantes cual oleaje potente que desborda todos los diques.

Todo habría sido así si hubieran sido fieles. Pero pecaron. Y su mayor pecado no fue quebrantar los mandamientos sino considerarlos inútiles en su vida. Prescindir de Dios y su voluntad en ellos manifestada para convertirse en seres autóctonos sin otra ley o torah que su propio arbitrio. Este fue su gran pecado. Esta su defección.

De ahí que Yavé se presente ante ellos con toda su autoridad. Él es su Dios, el Santo, el Redentor. Quiere, dolorido y desilusionado, tratar de hacer valer sus derechos, de hacerles comprender el verdadero sentido de los mandamientos que les dio. No fue para imponerles un yugo, para oprimirlos con carga pesada. Se les dio para que no se equivocaran en el camino que habían de seguir, para enseñarles y marcarles el verdadero camino, el camino de la paz, la justicia y la felicidad.

Preciosa concepción de la ley antigua tan olvidada no sólo por los israelitas sino incluso por muchos cristianos de nuestros días. El hombre, ciego por su egoísmo, sigue caminando al azar, haciendo su camino, despreciando las indicaciones de la ley, sin percatarse del gran peligro que corre de no llegar a la única meta a la que, consciente o inconsciente de ella, está destinado. «Nos hiciste, Señor, para ti —exclamará san Agustín— y nuestro corazón está inquieto hasta descansar en ti»...

Fuente: Lecturas del día 10-12-2010 


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