lunes, 21 de marzo de 2011

VIA CRUCIS - INTRODUCCION...

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VIA CRUCIS
Por el Cardenal Joseph Ratzinger,
actual Papa Benedicto XVI


PRESENTACIÓN

El tema central de este Vía crucis se indica ya al comienzo, en la oración inicial, y después de nuevo en la XIV estación. Es lo que dijo Jesús el Domingo de Ramos, inmediatamente después de su ingreso en Jerusalén, respondiendo a la solicitud de algunos griegos que deseaban verle: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24). 

De este modo, el Señor interpreta todo su itinerario terrenal como el proceso del grano de trigo, que solamente mediante la muerte llega a producir fruto. Interpreta su vida terrenal, su muerte y resurrección, en la perspectiva de la Santísima Eucaristía, en la cual se sintetiza todo su misterio. Puesto que ha consumado su muerte como ofrecimiento de sí, como acto de amor, su cuerpo ha sido transformado en la nueva vida de la resurrección.

Por eso Él, el Verbo hecho carne, es ahora el alimento de la auténtica vida, de la vida eterna. El Verbo eterno –la fuerza creadora de la vida– ha bajado del cielo, convirtiéndose así en el verdadero maná, en el pan que se ofrece al hombre en la fe y en el sacramento.

De este modo, el Vía crucis es un camino que se adentra en el misterio eucarístico: la devoción popular y la piedad sacramental de la Iglesia se enlazan y compenetran mutuamente.

La oración del Vía crucis puede entenderse como un camino que conduce a la comunión profunda, espiritual, con Jesús, sin la cual la comunión sacramental quedaría vacía. El Vía crucis se muestra, pues, como recorrido «mistagógico».

A esta visión del Vía crucis se contrapone una concepción meramente sentimental, de cuyos riesgos el Señor, en la VIII estación, advierte a las mujeres de Jerusalén que lloran por él. No basta el simple sentimiento; el Vía crucis debería ser una escuela de fe, de esa fe que por su propia naturaleza «actúa por la caridad» (Ga 5, 6). Lo cual no quiere decir que se deba excluir el sentimiento.

Para los Padres de la Iglesia, una carencia básica de los paganos era precisamente su insensibilidad; por eso les recuerdan la visión de Ezequiel, el cual anuncia al pueblo de Israel la promesa de Dios, que quitaría de su carne el corazón de piedra y les daría un corazón de carne (cf. Ez 11, 19). El Vía crucis nos muestra un Dios que padece él mismo los sufrimientos de los hombres, y cuyo amor no permanece impasible y alejado, sino que viene a estar con nosotros, hasta su muerte en la cruz (cf. Flp 2, 8).

El Dios que comparte nuestras amarguras, el Dios que se ha hecho hombre para llevar nuestra cruz, quiere transformar nuestro corazón de piedra y llamarnos a compartir también el sufrimiento de los demás; quiere darnos un «corazón de carne» que no sea insensible ante la desgracia ajena, sino que sienta compasión y nos lleve al amor que cura y socorre. Esto nos hace pensar de nuevo en la imagen de Jesús acerca del grano, que él mismo trasforma en la fórmula básica de la existencia cristiana: «El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25; cf. Mt 16, 25; Mc 8, 35; Lc 9, 24; 17, 33: «El que pretenda guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará»). Así se explica también el significado de la frase que, en los Evangelios sinópticos, precede a estas palabras centrales de su mensaje: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16, 24).

Con todas estas expresiones, Jesús mismo ofrece la interpretación del Vía crucis, nos enseña cómo hemos de rezarlo y seguirlo: es el camino del perderse a sí mismo, es decir, el camino del amor verdadero. Él ha ido por delante en este camino, el que nos quiere enseñar la oración del Vía crucis.

Volvemos así al grano de trigo, a la santísima Eucaristía, en la cual se hace continuamente presente entre nosotros el fruto de la muerte y resurrección de Jesús. En ella Jesús camina con nosotros, en cada momento de nuestra vida de hoy, como aquella vez con los discípulos de Emaús.


ORACIÓN INICIAL

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amen. 

Señor Jesucristo, has aceptado por nosotros correr la suerte del gano de trigo que cae en tierra y muere para producir mucho fruto (Jn 12, 24). Nos invitas a seguirte cuando dices: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25). Sin embargo, nosotros nos aferramos a nuestra vida. No queremos abandonarla, sino guardarla para nosotros mismos. Queremos poseerla, no ofrecerla.

Tú te adelantas y nos muestras que sólo entregándola salvamos nuestra vida. Mediante este ir contigo en el Vía crucis quieres guiarnos hacia el proceso del grano de trigo, hacia el camino que conduce a la eternidad. La cruz –la entrega de nosotros mismos– nos pesa mucho.

Pero en tu Vía crucis tú has cargado también con mi cruz, y no lo has hecho en un momento ya pasado, porque tu amor es por mi vida de hoy. La llevas hoy conmigo y por mí y, de una manera admirable, quieres que ahora yo, como entonces Simón de Cirene, lleve contigo tu cruz y que, acompañándote, me ponga contigo al servicio de la redención del mundo.

Ayúdame para que mi Vía crucis sea algo más que un momentáneo sentimiento de devoción. Ayúdanos a acompañarte no sólo con nobles pensamientos, sino a recorrer tu camino con el corazón, más aún, con los pasos concretos de nuestra vida cotidiana. Que nos encaminemos con todo nuestro ser por la vía de la cruz y sigamos siempre tu huellas.

Líbranos del temor a la cruz, del miedo a las burlas de los demás, del miedo a que se nos pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con afán todo lo que nos ofrece. Ayúdanos a desenmascarar las tentaciones que prometen vida, pero cuyos resultados, al final, sólo nos dejan vacíos y frustrados. Que en vez de querer apoderarnos de la vida, la entreguemos.

Ayúdanos, al acompañarte en este itinerario del grano de trigo, a encontrar, en el «perder la vida», la vía del amor, la vía que verdaderamente nos da la vida, y vida en abundancia (Jn 10, 10).


COMO REZAR EL VIA CRUCIS

Inicia, como todas las oraciones católicas, con la Señal de la Cruz, se hace un acto de contrición y una invocación a Jesús ofreciendo el ejercicio.

Se menciona cada estación de acuerdo a lo relatado en los Evangelios.  En cada una hay una invocación, reconociéndonos pecadores e implorando el perdón; sigue la lectura de una cita bíblica; despues una reflexión para meditar en cada momento y una súlica para nuestra vida diaria.  Se hace una aclamación alabando a Jesús por su Sacrificio y se reza un Padre Nuestro, una Ave María y un Gloria, mientras caminamos hacia la estación siguiente.  Puede incluirse algún breve canto de perdón y arrepentimiento entre cada estación.  

Se inicia de rodillas o de píe como respeto:  "Por la señal de la Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios nuestro.  En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.  Amén." 


Luego el Acto de Contrición:  Jesucristo, mi Dios y mi Salvador:  yo me arrepiento de corazón de todos los pecados que he cometido, porque con ellos ofendí a un Dios tan bueno.  Propongo firmente no volver a pecar.  Confío en que me perdonarás mis culpas y me llevarás a la vida eterna, porque eres bueno.  Amén.


Ofrecimiento: ¡Dulcísimo Jesús mío, que por mi amor quisiste caminar fatigado y afligido con el pesado madero de la cruz!  En memoria y reverencia de lo que por mí padeciste en aquél áspero camino te ofrezco los pasos que ahora daré, unidos a tus infinitos merecimientos, con la atención de ganar todas las indulgencias que los Romanos Pontífices han concedido a los que hacen con devoción este Santo ejercicio.  Para este fín te súplico y ruego por el remedio de las graves necesidades encomendadas por los Sumos Pontífices y aplico cuantas indulgencias ganaré por las benditas almas del Purgatorio que fueren de tu agrado y  de mi mayor obligación.  Dame, Señor, tu Divina gracia, para que cuanto en este Santo ejercicio medite o rece, sea grato a tus Divinos ojos.  Así sea. 


PROMESAS A LOS DEVOTOS DEL VIA CRUCIS


A la edad de 18 años, Estanislao, joven español, ingresó al noviciado de los “Hermanos de las escuelas cristianas" , en Bugedo (Burgos, España). En la vida religiosa, este joven tomó los votos de religión que son: el cumplimiento de los reglamentos, avanzar en la perfección cristiana; y alcanzar el amor puro. En el mes de octubre de 1926, este hermano se ofreció a Jesús por medio de María Santísima. Poco después de haber hecho esta donación heroica de sí mismo, el joven religioso enfermó y meses después, murió. Fue en marzo de 1927.

Según el maestro de novicios, Estanislao era un alma escogida de Dios que recibía mensajes del cielo. Sus confesores y teólogos reconocieron estos hechos sobrenaturales como actos insignes. Su director espiritual le había ordenado escribir todas las promesas transmitidas por Nuestro Señor, entre otras las relacionadas con los devotos del via crucis.

1.- Yo concederé todo cuanto se me pidiere con fe, durante el rezo del Via Crucis.
2.- Yo prometo la vida eterna a los que, de vez en cuando, se aplican a rezar el Via Crucis.
3.- Durante la vida, yo les acompañaré en todo lugar y tendrán Mi ayuda especial en la hora de la muerte.
4.- Aunque tengan más pecados que las hojas de las hierbas que crece en los campos, y más que los granos de arena en el mar, todos serán borrados por medio de esta devoción al Via Crucis. (Nota: Esta devoción no elimina la obligación de confesar los pecados mortales)
5.- Los que acostumbran rezar el Vía crucis frecuentemente, gozarán de una gloria extraordinaria en el cielo.
6.- Después de la muerte, si estos devotos llegasen al purgatorio, Yo los libraré de ese lugar de expiación, el primer martes o viernes después de morir.
7.- Yo bendeciré a estas almas cada vez que rezan el Via Crucis; y mi bendición les acompañará en
todas partes de la tierra. Después de la muerte, gozarán de esta bendición en el Cielo, por toda la eternidad.
8.- A la hora de la muerte, no permitiré que sean sujetos a la tentación del demonio. Al espíritu maligno le despojaré de todo poder sobre estas almas. Así podrán reposar tranquilamente en mis brazos.
9.- Si rezan con verdadero amor, serán altamente premiados. Es decir, convertiré a cada una de estas almas en Copón viviente, donde me complaceré en derramar mi gracia.
10.- Fijaré la mirada de mis ojos sobre aquellas almas que rezan el Vía Crucis con frecuencia y Mis Manos estarán siempre abiertas para protegerlas.
11.- Así como yo fui clavado en la cruz, igualmente estaré siempre muy unido a los que me honran, con el rezo frecuente del Vía Crucis.
12.- Los devotos del Vía Crucis nunca se separarán de mí porque Yo les daré la gracia de jamás cometer un pecado mortal.
13.- En la hora de la muerte, Yo les consolaré con mi presencia, e iremos juntos al cielo. La muerte será dulce para todos los que Me han honrado durante la vida con el rezo del Vía Crucis
14.- Para estos devotos del Vía Crucis, Mi alma será un escudo de protección que siempre les prestará auxilio cuando recurran a Mí..


Ir a la primera estación                                            



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