6 PASOS SEGUROS PARA MAL EDUCAR A TUS HIJOS
Fuente: Artículo publicado originalmente por El Comercio
En todas las épocas, los padres y madres han cometido errores en la
formación de sus hijos. La autora y educadora familiar Ángela Marulanda
lanza esta afirmación y recalca que las equivocaciones de hoy se resumen
en una frase: los padres dan demasiado poder a los hijos. Dice que se
preocupan demasiado por ellos y en ese afán por verlos siempre felices y
nunca sufriendo, les dan todo lo que ellos pidan, incluso las cosas que
no necesitan.
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Marulanda recalca que los padres de hoy pertenecen a la última
generación que obedeció y respetó a sus padres y son la primera
generación que obedece y respeta a sus hijos. La experta cree que hay
comportamientos de los padres que deben ser revisados y corregidos como
los errores que presenta a continuación:
1. ‘¿Quieres cine o parque?’
Los padres permiten que los hijos tomen las decisiones desde muy
pequeños. Si van a salir a comer les preguntan qué quieren ellos y los
complacen, sin negociar. Si van de paseo a algún lugar, ellos también
eligen. Lo mismo pasa cuando van al cine, o van a ver televisión, ellos
escogen la película, el programa que van a ver. Esta situación se repite en todos los ámbitos en los que haya más de
una opción y los padres no refutan las respuestas de sus hijos sino que
los complacen sin dudar. Poco a poco se los mal acostumbra a que ellos
son los que mandan a sus padres.
Los niños llegan a pensar que así como en casa sus padres les hacen
caso, en la escuela su maestra y amigos también deben obedecerlos.
Pueden reaccionar agresivamente si no siguen sus órdenes.
Si se los malcría en la niñez, esta situación empeora en la
adolescencia. En vez de pedir permiso para ir a un sitio, los jóvenes
solo avisan a sus padres.
2. ‘¿Se dañó tu iPod? Toma otro’
Desde que son muy chicos tienen habitación y baño privado. Estos
privilegios muy tempranos no permiten que ellos aprendan qué significa
esperar un turno para bañarse o negociar con su hermano (con quien
comparte la habitación) para apagar la luz antes de dormir. No viven
esas pequeñas situaciones en las que se debe conciliar y empiezan a
creer que siempre tienen la última palabra, porque nunca nadie les
debate sino que ellos toman la decisión.
Esto puede desencadenar problemas en la escuela, donde deben
compartir con los compañeros y no siempre tendrán todo lo que quieran.
Les puede crear confusión que otro niño tenga más privilegios porque
nunca han estado en una situación donde no sea el centro de atención.
Entre otros privilegios, los padres les compran objetos demasiado
valiosos como celulares, equipos electrónicos como un iPad. Esto los mal
acostumbra a tener demasiado a muy temprana edad. A medida que crecen
van exigiendo mejores cosas y además esto los motiva a ser más
materialistas.
3. ‘¿Quieres plata? Yo te doy’
Acostumbrar a los hijos a tener siempre un monto de dinero fijo es
muy perjudicial. Al tener plata se los alienta al consumismo, a que
compren cosas que a veces no necesitan. Los chicos corren el riesgo de
volverse demasiado materialistas.
Cuando son niños les cuesta más valorar el dinero y si lo consiguen
fácilmente, con solo pedirlo, creerán que es su derecho. Si en algún
momento el padre no puede darles plata, reclamarán porque creen que es
obligación de sus padres entregarles este valor.
En la adolescencia es aún más peligroso porque el acceso a comprar
alcohol o drogas es más fácil si tienen el poder adquisitivo. Cuando uno
de los amigos del grupo tiene liquidez, en la adolescencia es frecuente
que los demás se aprovechen y le pidan que les compre cosas o los
invite a comer. El chico con el dinero no se siente utilizado sino más
bien poderoso, porque cree que tiene el control de sus amigos.
Garantizarles un monto fijo de dinero es otra forma de entregarles demasiado poder.
4. ‘Hoy no, que estoy cansado’
Los padres y madres trabajan demasiado hoy porque quieren reunir más
dinero para poder dar a sus hijos lo mejor. Para ganar mejores sueldos
deben trabajar más y por eso salen de casa muy temprano y regresan muy
tarde.
Suelen dejar a sus hijos con la nana o con algún familiar y no están
pendientes de qué les sucede a ellos durante este tiempo. Por lo
general, al llegar a casa están cansados y casi no comparten momentos
con sus hijos. Y si comparten a veces esos momentos los dedican a
discutir porque, por ejemplo, el hijo sacó una mala nota o la hija no
terminó de hacer el deber, etc.
Algunos padres no aprovechan el poco tiempo que les queda con ellos
porque prefieren hacer ejercicio o reunirse con sus amigos. Los fines
de semana sirven para compartir más momentos pero a veces tampoco los
aprovechan. Hay padres que quieren descansar de su ajetreada semana
laboral y no ir al parque a correr con sus hijos. Sin darse cuenta,
descuidan el crecimiento de sus vástagos y desconocen con quién salen,
qué hacen, si están en buen camino...
5. ‘Fresco, yo limpio tu cuarto’
Los quehaceres domésticos, como ordenar el cuarto, recoger su ropa
sucia, guardar sus juguetes ya no son obligaciones que los padres exigen
a los hijos, como ocurría antes. Muchos padres prefieren no exigir a
sus hijos que hagan tal o cual tarea porque no quieren que ellos se
enojen. Para no generar conflictos les exigen menos y los padres
terminan haciendo las tareas que les corresponderían a los menores.
Para evitar estos desacuerdos, los padres se vuelven mucho más
pacientes y permisivos. Esta falta de responsabilidades vuelve a los
hijos más engreídos. Saben que tienen derechos pero se olvidan que
tienen deberes. Se pierde ese equilibrio entre dar y recibir.
Si en casa no se acostumbran a tener un mínimo de tareas, en la
escuela suelen tener problemas en los trabajos grupales en los que todos
deben participar equitativamente en labores que resultan fastidiosas.
“Pobrecito, es muy niño para hacerse cargo de eso”, es una frase frecuente de los padres para justificar esta actitud.
6. ‘¿Verdad que yo soy mejor?’
La inestabilidad en los matrimonios desencadena una serie de
problemas que pueden afectar a los hijos si no se aborda la situación
con madurez.
Cuando se produce un divorcio o una separación, los padres se sienten
culpables y tienden a buscar maneras de complacer a sus hijos. Los
consienten en lo que ellos quieran, sin que haya conciliación.
Por ejemplo, si un papá ve a sus hijos solo los fines de semana,
quiere que esos instantes su hijo sea feliz. Lo lleva donde él diga, le
compra lo que pida, etc.
Además, tras las separaciones, muchas veces se produce un deterioro
en la imagen de sus padres porque tanto la mamá como el papá hablan mal
de su ex pareja. El hijo recibe las críticas que su mamá hace de su
papá, y viceversa. Esto le crea confusión porque la imagen de
referentes que tiene de sus padres se cae con los calificativos
negativos sobre ellos.
El estrés y la tristeza que caracterizan a las separaciones a veces
distraen a los padres, quienes no se preocupan por atender las emociones
de sus hijos.
"De la culpa a la calma"
Este es el título del último libro de Ángela Marulanda en el que
invita a los padres a no sentir culpa si han cometido los errores
expuestos, sino que propone modificar actitudes, sobre todo si éstas
perjudican el crecimiento y desarrollo de sus hijos.
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