Edición MariamContigo |
No había en el pueblo peor oficio que el de portero del botiquín. Pero
¿qué otra cosa podría hacer aquel hombre? De hecho, nunca había
aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni
oficio. Un día se hizo cargo del botiquín un joven con inquietudes,
creativo y emprendedor. El joven decidió modernizar el negocio. Hizo
cambios y después cito al personal para darle nuevas instrucciones. Al
portero, le dijo: "A partir de hoy usted, además de estar en la puerta,
me va a preparar un informe semanal donde registrará la cantidad de
personas que entran día por día y anotará sus comentarios y
recomendaciones sobre el servicio". El hombre tembló, nunca le había
faltado disposición al trabajo pero.....
"Me encantaría satisfacerlo,
señor -balbuceo- pero yo... yo no sé leer ni escribir". "¡Ah! ¡Cuánto lo
siento!". "Pero, señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto
toda mi vida". No le dejó terminar: "Mire, yo comprendo, pero no puedo
hacer nada por usted. Le vamos a dar una indemnización para que tenga
hasta que encuentre otra cosa. Así que, lo siento. Que tenga suerte".
El hombre sintió que el mundo se derrumbaba. Nunca había pensado que podría llegar a encontrarse en esa situación. ¿Qué hacer? Recordó que en el botiquín, cuando se rompía una silla o una mesa, él, con un martillo y clavos lograba hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que ésta podría ser una ocupación transitoria hasta conseguir un empleo. El problema es que sólo contaba con unos clavos oxidados y una tenaza mellada. Usaría parte del dinero para comprar una caja de herramientas completa. Como en el pueblo no había una ferretería, debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra. ¿Qué más da?, pensó, y emprendió la marcha.
El hombre sintió que el mundo se derrumbaba. Nunca había pensado que podría llegar a encontrarse en esa situación. ¿Qué hacer? Recordó que en el botiquín, cuando se rompía una silla o una mesa, él, con un martillo y clavos lograba hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que ésta podría ser una ocupación transitoria hasta conseguir un empleo. El problema es que sólo contaba con unos clavos oxidados y una tenaza mellada. Usaría parte del dinero para comprar una caja de herramientas completa. Como en el pueblo no había una ferretería, debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra. ¿Qué más da?, pensó, y emprendió la marcha.
A su regreso, traía una hermosa y
completa caja de herramientas. De inmediato su vecino llamó a la puerta
de su casa. Vengo a preguntarle si no tiene un martillo para prestarme.
Mire, sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar... como me
quedé sin empleo... Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien
temprano. Está bien. A la mañana siguiente, como había prometido, el
vecino tocó la puerta. Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué
no me lo vende?
No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería
esta a dos días de mula. Hagamos un trato -dijo el vecino- Yo le pagaré
los dos días de ida y los dos de vuelta, más el precio del martillo,
total usted está sin trabajar. ¿Qué le parece? Realmente, esto le daba
trabajo por cuatro días... Aceptó. Volvió a montar su mula. Al regreso,
otro vecino le esperaba en la puerta de su casa. Hola, vecino. ¿Usted le
vendió un martillo a nuestro amigo? Sí. Yo necesito unas herramientas,
estoy dispuesto a pagarle sus cuatros días de viaje, más una pequeña
ganancia. Yo no dispongo de tiempo para el viaje. El ex-portero abrió su
caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador,
un martillo y un cincel. Le pagó y se fue. "No dispongo de cuatro días
para compras", recordaba. Si esto era cierto, mucha gente podría
necesitar que él viajara a traer herramientas. En el siguiente viaje
arriesgó un poco más del dinero trayendo más herramientas que las que
había vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo de viajes. La voz
empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje.
Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba
lo que necesitaban sus clientes. Alquiló un local para almacenar las
herramientas y algunas semanas después, con una vidriera, el local se
transformó en la primera ferretería del pueblo. Todos estaban contentos y
compraban en su negocio. Ya no viajaba, los fabricantes le enviaban sus
pedidos. Él era un buen cliente.
Con el tiempo, las comunidades
cercanas preferían comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha.
Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricar para él
las cabezas de los martillos. Y luego, ¿por qué no? Las tenazas... y las
pinzas... y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos....
Para no hacer muy largo el cuento, sucedió que en diez años aquel
hombre se transformó con honestidad y trabajo en un millonario
fabricante de herramientas. Un día decidió donar a su pueblo una
escuela. Allí se enseñaría, además de leer y escribir, las artes y
oficios más prácticos de la época. En el acto de inauguración de la
escuela, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad, le abrazó y le
dijo: Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos que ponga su firma
en la primera hoja del libro de honor de la nueva escuela..
El honor
sería enorme -dijo el hombre-, pero yo no sé leer ni escribir. Soy
analfabeto. ¿Usted?, dijo el Alcalde, que no alcanzaba a creerlo. ¿Usted
construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? Estoy
asombrado. Me pregunto..., ¿qué hubiera sido de usted si hubiera sabido
leer y escribir? Yo se lo puedo contestar -respondió el hombre con
calma-. Si yo hubiera sabido leer y escribir... sería portero del
botiquín!
Las adversidades encierran bendiciones. Las crisis están
llenas de oportunidades. Cambiar y adaptarse al cambio siempre será la
opción más segura.
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