Hace muchísimos años Orimón, un pícaro y rico comerciante, descubrió
extraños signos en el cielo. Uno de sus sirvientes le informó de que
seguramente se trataba de la profecía de los judíos, que anunciaba el
nacimiento de su nuevo rey. Así que, pensando que el evento atraería a
las personas más ricas e importantes, preparó una enorme caravana con
todas sus mercancías y se dirigió al lugar designado por la profecía.
Como esperaba, fue el primero en llegar, y reservó todas las
habitaciones de la posada para él mismo y sus sirvientes. Luego instaló
un magnífico mercado y esperó a los poderosos clientes que le harían aún
más rico.
Pero por allí no apareció nadie en días. Solo una noche se acercó un
hombre buscando sitio en la posada para él y su familia; tenía un
aspecto tan pobre que Orimón pensó que su presencia ahuyentaría a gente
importante, así que se las arregló para que lo echaran del pueblo
sobornando al posadero para que lo enviara a un establo abandonado que
estaba bastante lejos.
La noche siguiente oyó cantar y vio luces a las afueras. Seguro de
que sería alguien importante, preparó un carro con sus más ricos
productos y fue a su encuentro. Pero llenó tanto el carro que, para
cuando llegaron, ya solo quedaban unos pocos pastores; la fiesta debió
ser magnífica, porque hasta los pastores estaban borrachos, y hablaban
de ángeles, de coros celestiales y de seguir celebrándolo cerca de allí…
Aunque le insistieron para que fuese con ellos, el solo pensaba en
vender sus mercancías, y marchó rápidamente para buscar al señor que
había celebrado tan lujosa fiesta. Pero, tras pasar toda la noche
buscando, regresó sin encontrarlo.
Días después, viendo que su plan no había funcionado, decidió irse.
Mientras hacía los preparativos, reconoció a aquel pobre hombre al que
había enviado al establo. Llegaba con su mujer y su hijo, y se acercó a
la posada, pidiendo hablar con el rico comerciante que la ocupaba. Pero
Orimón, avergonzado por lo que había hecho, mandó decir que no estaba y,
tras insistir un rato, el hombre desapareció con su familia.
Y así volvió Orimón a su hogar, renegando de aquella estúpida
profecía, sin saber que su obsesión por el dinero y la grandeza le había
hecho rechazar con insistencia, nada menos que tres veces, la
invitación a participar en aquella primera Navidad que cambió el mundo.
Como muchos seguimos haciendo cada año, tan preocupados por regalos y
banquetes que somos incapaces de ver la verdadera Navidad que pasa
constantemente a nuestro lado.
DIOS CONTIGO
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