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El trabajo en el hogar es, sin duda alguna,
el trabajo con mayor dimensión social que existe. Aún
desarrollándose entre cuatro paredes, tiene una repercusión importantísima en la
buena salud de la sociedad.
Cuando una madre funciona bien,
funciona bien la familia y, a su vez, funciona bien
toda la colectividad.
Mis logros personales no pueden competir con los
de un alto ejecutivo, ni salen en televisión, ni cotizan
en la bolsa. Sin embargo, yo no lo cambio por
nada.
Mis satisfacciones son mucho mayores, y en mis manos
está el mejor negocio de mi vida pues me siento
como la empresaria más importante del planeta.
Me animo a
escribir estas sencillas reflexiones pensando, en especial, en aquellas mujeres,
trabajadoras como yo, cuyo sueldo es el apoyo y la
ayuda de sus maridos y la sonrisa de sus hijos.
Pertenezco
a una empresa familiar ubicada en un edificio ocupado, en
su mayoría, por negocios similares al mío.
Como toda buena
compañía que se precie, goza de unas instalaciones dignas, sencillas,
soleadas y, sobretodo, muy acogedoras.
Así, estamos convencidos, se trabaja
más, mejor y se está a gusto. La sala de
juntas, por ejemplo, es amplia, luminosa, sin ningún elemento decorativo
ostentoso (porque ni nos da para ello ni es nuestro
estilo) y hace las veces de biblioteca, sala de reuniones,
estudio con audiovisuales, aula de descanso..., lo que haga falta.
Sin
embargo, es en el que podríamos llamar laboratorio, donde paso
la mayor parte del tiempo.
Es aquí donde intento transformar
las materias primas que recibo de mis proveedores en exquisitos
productos elaborados; donde se lavan los trapos sucios de la
empresa, se alisan las arrugas de la convivencia, y un
montón de cosas más.
La mesa de mi despacho está
entre la nevera y el microondas. El hilo musical que
suena de fondo es el del lavaplatos (por cierto, Dios
mío, gracias por poder tenerlo porque ¡el trabajo que ahorra!).
El sillón de cuero lo sustituí por una banqueta de
cocina, bastante cómoda también.
En ocasiones, me traslado momentáneamente al
despacho de otro trabajador para poder usar el ordenador. Es
una habitación compartida con un futbolín, un corralito y su
habitante eventual (al que tengo que atender a cada frase),
libros, enseres de descanso, un armario que antes creía muy
amplio, cachibaches por doquier, etc.
Y pues, como si de cualquier
otro ministro se tratara, me resulta bastante difícil hacer algo
sin interrupción, puesto que, esté donde esté, en mi lugar
de trabajo entran cada dos por tres mis secretarios particulares
de 1, 3, 6, 8 y 10 años, solicitando mi
atención para resolver cualquier tipo de problema socio-laboral o simplemente
de subsistencia.
Es muy gratificante pensar que eres necesario para
los demás. En lo que respecta a mis secretarios, hablaría
de ellos horas y horas, como lo haría una madre
de sus pequeñuelos.
Digo bien cuando los llamo secretarios porque
están bien enseñados (nuestros esfuerzos nos cuesta) y colaboran en
el bien de la empresa, ¡todos!
Por supuesto que cada
uno ha de ocuparse de que sus pertenencias y material
de trabajo esté recogido. Pero, aparte, cada uno tiene un
pequeño encargo pensado un poco en el servicio a los
demás.
Por ejemplo, José Ramón limpia los zapatos, los suyos
y los de sus hermanos; Fran riega las plantas, a
veces, cuando ya están un poco desmayadas y piden el
agua a gritos; Covadonga repone el papel higiénico en los
baños, importantísimo; Macarena se encarga de sacar la basura a
la escalera, y ¡por Dios! que nadie se la saque
porque sino tenemos follón; por último, Ignacio, que como todavía
no sabe caminar (aunque eso no es excusa pues con
el andador llega a todos los sitios, lo tenemos comprobado),
de momento sólo recoge sus juguetes en el cesto.
Esto,
escrito así, se ve muy bonito, pero dada la corta
edad laboral de la mayoría del personal, para su buen
funcionamiento, requiere una ardua tarea de inspección y seguimiento.
Y
como la voluntad tarda más en desarrollarse que la inteligencia
hay que repetir las cosas infinidad de veces. Aquí, la
paciencia juega un papel fundamental. La paciencia y la gracia
del sacramento del matrimonio que en ocasiones creo haberla visto
materialmente.
¡Como para desperdiciarla!
Por otro lado, estos empleadillos, son
muy dados a pedir enseguida recompensa. Es, entonces, cuando se
reúnen los sindicatos con la patronal para llegar a un
acuerdo. Por mi parte, quedan desterradas las pagas por recompensar
un servicio o una ayuda que, a fin de cuentas,
no tiene precio.
La colaboración entre los trabajadores no se
puede expresar con dinero, y además, somos de la opinión
de que cuanto menos tengan de eso, mejor. Sí suelo
ser generosa en besos y achuchones (no creo que sea
acoso sexual en el trabajo) y también muy efusiva en
halagos y felicitaciones. Procuro que el premio lo vean ellos
mismos con la satisfacción del trabajo bien hecho, ¡y cómo
cuesta convencerles a veces!
Y con todo esto, que quizás
a algunos le parezcan paparruchas ... ¡no me siento maruja!
Es más, me horroriza la expresión. Y protesto enérgicamente contra
aquellos que piensan que las amas de casa, madres de
familia, nos dedicamos a esto porque no dimos para más
y ahí estamos, sufriendo en silencio, como si de almorranas
se tratara.
Tengo estudios universitarios y he ejercido mi profesión
antes de casarme. Ahora no tengo un sueldo (bien que
lo siento) pero mi trabajo, de horario más amplio y
de mayores alegrías, es una especie de conglomerado de varios
ministerios.
Ejerzo de ministra de educación y ciencia al hacer
los deberes con mis hijos, o al asistir a las
reuniones del colegio, del brazo de mi marido, en las
que tanto aprendemos y tan bien lo pasamos. O cuando,
simplemente, les enseño a actuar de tal o tal manera
porque honradamente es lo más correcto; al hacer las cosas
con orden, cumplir un horario, o una promesa,...
Como ministra de
sanidad, poco a poco me fui soltando: no llego a
recetar pero sí me ahorro alguna que otra visita al
pediatra, porque de todo se aprende.
En cuanto al ministerio de
agricultura, pesca y alimentación lo voy manejando mejor, aunque me
costó lo mío. No es que cultive nada, pero cuando
te casas sin saber cocinar ...
Sobre la cartera de
asuntos sociales, sólo señalar que el hecho de que se
vea pasear por la calle a una familia de más
de cuatro miembros, es ya una buena aportación a la
sociedad.
Dado el número de empleados que tenemos, es el
ministerio de economía el que nos trae más de cabeza.
Es por ello que hicimos de una frase que repetía
mi padre un lema familiar: "soldado que se guarda, vale
para segunda vez" y la herencia ha venido a formar
parte de nuestras vidas. Sólo hay que cuidar las cosas
un poquito.
Todo esto se lleva a cabo con una estrecha
colaboración entre marido y mujer, por supuesto.
He de reconocer
que la cartera de deportes se la lleva él. Como
también quisiera señalar que hay otro aspecto que ejerzo en
solitario, al igual que cantidad de mujeres en mi misma
situación. Yo lo llamaría el ministerio de imagen y buen
aspecto: hemos de ser verdaderas expertas en combinación de colores
y prendas.
Tengo, en ocasiones, la tentación de hacer un
esquema y pegarlo por dentro del armario: tal pantalón va
con tal jersey: si pones este jersey, con tal y
tal camisa o color de calcetín, ... Es posible que
algún marido se sienta un tanto ofendido, pero hasta nuestra
redacción no nos han llegado noticias de ninguno que tenga
esta capacidad.
Para terminar, si se me admite un consejo, animaría
a todas mis colegas a defender su profesión con la
cabeza bien alta. A prepararse de alguna manera para mejorarla,
tanto en la cocina como en la educación de los
hijos y en muchas cosas más.
Y a no sentir
ningún complejo de inferioridad ante esas "supermujeres" que nos vende
la televisión, de maletín, peluquería y alta costura, porque en
valía personal, como mínimo, estamos a la misma altura.
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