Jn. 16, 12-15
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Cuando venga él, el
Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no
hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo
que ha de venir.
El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros.
Escucha, Señor, nuestra oración y concédenos que así como celebramos en
la fe la gloriosa resurrección de Jesucristo, así también, cuando él
vuelva con todos sus santos, podamos alegrarnos con su victoria. Por
nuestro Señor.
El
Convicto Liberado
Una
historia que nos enseña a reconocernos pecadores
Cada
año, con motivo del aniversario de su coronación, el rey de un pequeño condado
liberaba a un prisionero. Cuando cumplió 25 años como monarca, él mismo quiso
ir a la prisión acompañado de su Primer Ministro y toda la corte para decidir
cuál prisionero iba a liberar.
-"Majestad",
dijo el primero, "yo soy inocente pues un enemigo me acusó falsamente y
por eso estoy en la cárcel".
-"A
mí", añadió otro, "me confundieron con un asesino pero yo jamás he
matado a nadie".
-"El
juez me condenó injustamente", dijo un tercero.
Y así,
todos y cada uno manifestaba al rey porque razones merecían precisamente la
gracia de ser liberados.
Había
un hombre en un rincón que no se acercaba y que permanecía callado y algo
distraído. Entonces, el rey le preguntó: "Tu, ¿Por qué estás aquí?
-El
hombre contestó: "Porque maté a un hombre majestad, yo soy un
asesino".
-"¿Y
por qué lo mataste?", inquirió el monarca.
-"Porque
estaba muy violento en esos momentos", contestó el recluso.
-"¿Y
por qué te violentaste?", continuó el rey.
-"Porque
no tengo dominio sobre mi enojo".
Pasó
un momento de silencio mientras el rey decidía a quien liberaría. Entonces tomó
el cetro y dijo al asesino que acaba de interrogar: "Tú sales de la
cárcel".
-"Pero
majestad", replicó el Primer Ministro, "¿Acaso no parecen más justos
cualquiera de los otros?"
-"Precisamente
por eso", respondió el rey, "saco a este malvado de la cárcel para
que no eche a perder a todos los demás que parecen tan buenos".
El único pecado que no puede ser perdonado es el que no reconocemos. Es necesario confesar que somos pecadores y no tan buenos como muchas veces creemos ser o tratamos de aparentar.
El único pecado que no puede ser perdonado es el que no reconocemos. Es necesario confesar que somos pecadores y no tan buenos como muchas veces creemos ser o tratamos de aparentar.
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