lunes, 14 de octubre de 2013

PERJUICIOS QUE AHONDAN LA LLEGADA DEL PROFETA NEGRO


EL PROFETA NEGRO 
Lamentablemente con alguna frecuencia la práctica de la fe al interior de la comunidad eclesial, se desenvuelve en medio de prejuicios, odio, egoísmo, división, intereses mezquinos y pesimismo.
 Germán Mazuelo-Leytón

 


El Santo Padre en su discurso al Sacro Colegio Cardenalicio, nos llamó a que nunca nos dejemos vencer por el pesimismo, por esa amargura que el diablo nos ofrece cada día; no caigamos en el pesimismo y el desánimo: tengamos la firme convicción de que, con su aliento poderoso, el Espíritu Santo da a la Iglesia el valor de perseverar y también de buscar nuevos métodos de evangelización, para llevar el Evangelio hasta los extremos confines de la tierra (cf. Hch 1,8)” (15-03.2013).

En la vida espiritual el desánimo es una tentación siempre presente, contra la cual hay que luchar tanto o más que contra otras, porque atenta contra el espíritu emprendedor de la vida cristiana.

El Papa San Pío X dijo que «el mayor obstáculo al apostolado es la pusilanimidad, o mejor dicho la cobardía de los buenos». Esa apatía, esa indiferencia religiosa, que recientemente el cardenal Tarcisio Bertone en Fátima, ha dicho que es el «el mayor desafío para la Iglesia» la mostramos frecuentemente con nuestras actitudes y vocabulario negativos: «es difícil evangelizar hoy», «la gente no quiere escuchar», «irremediable», etc.
 
Espiritualmente el desánimo es siempre perjudicial, para el que lo sufre y para los demás.

Es genial el libro del P. Ángel Ayala S.J., «Formación de selectos». Cuando escribe del pesimismo, recuerda que «quien juzga que todo está perdido y no ve sino calamidades en el porvenir, por fuerza ha de estar dominado por un sentimiento continuo de tristeza», con sus lógicas consecuencias de abandono de funciones, tareas y compromisos, desconfianza, cobardía e irracionalidad, ya que «si en todos los órdenes de la vida dominase el pesimismo, se habría acabado la santidad, la prosperidad de los pueblos, el trabajo, las grandes empresas de la industria, todo. Un sentimiento y una idea que conducen a esos defectos por fuerza tienen que ser contra razón y verdad».

El pesimismo no puede sino acobardar al operario en la viña del Señor a cumplir decorosamente la parte de su trabajo. Tememos fracasar, y siempre está presente el fantasma del respeto humano. Debe librarse una batalla sobre todo contra el miedo al fracaso, porque el fracaso en un alma superficial produce apatía, desconfianza, abulia, desaliento. Huelga fracasada, huelga ganada, repiten los marxistas, mientras se van apoderando del mundo por la pasividad de bautizados que no se atreven a salir de su comodidad, ni se arriesgan a fracasar. Obtienen triunfos fracasando, pues huelga fracasada es victoria que enardece y troquela militantes. En cambio huelga solucionada, huelga fracasada, pues los militantes amenguan su voltaje para la lucha y se paralizan para la acción (Forja de hombres, Tomás Morales, S.J.)

«Unos ojos que todo lo vieran negro serían ojos que no vieran nada. Todo negro, negro, sería un defecto de visión: algo que estaba en los ojos no en los objetos».

Abundan los creyentes pesimistas, tristes y amargados a los que el P. Ayala llama «Profeta Negro», mismo que toma una idea, cogida del ambiente social o político, y de ella saca consecuencias y consecuencias cada vez más aterradoras. Y como ve con evidencia que se eslabonan unas con otras fatalmente, se figura que en el orden de los hechos ha de pasar lo mismo, y vaticina como un verdadero vidente.

Por mucho que tengan buenas intenciones, los pesimistas están dominados por el demonio de la depresión.
De modo que el Profeta Negro ni ve lo presente ni lo futuro; lo presente, porque en la naturaleza no se da todo de un solo color, y lo futuro, porque el porvenir no es el resultado de unas consecuencias lógicas, sino de un conjunto de caprichos y de pasiones, de virtudes y de defectos, de ideas falsas y de ideas verdaderas, de incongruencias de conducta e inconsecuencias palmarias.
Como católicos «deberíamos combatir sin tregua a los hombres de izquierda, a los anticlericales, a los socialistas y comunistas; pero no es así; a éstos se les deja en paz y la guerra se guarda para los católicos».




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