CUANDO COMETEMOS UNA FALTA CONTRA DIOS
Muchos son los casos que nos llegan de personas
que nos dicen que no encuentran palabras en sus oraciones de cómo
dirigirse a Dios en momentos en que le han faltado con algún pecado, y
que este se les encuentra clavado en la conciencia al punto que los
mantiene turbado durante todo el resto del día, perdiendo la
concentración en el trabajo, con sus amigos y en todo su círculo
familiar.
Sentir pena, vergüenza o frustración por una
falta cometida a los ojos de Dios es un buen indicio, es la manera en
que se comienza a hacer camino hacia el arrepentimiento para finalizar
en los brazos y en la paz del Señor.
A continuación, te presentamos una oración escrita por el Padre Evaristo Sada, L.C., que puede quizás ayudarte luego a encontrar tus propias palabras para dirigirte a Dios en estos casos.
Hermanit@, recuerda que
también, debes hacer que ese sentirse arrepentido, se dirija hacia el
sacramento de la reconciliación, donde Jesús te espera no para
reprocharte, sino para consolarte, animarte y sobre todo, para
perdonarte
Fuente: PdeF
ORACIÓN
Señor, he pecado. Con el corazón hecho pedazos vengo a pedirte perdón. Sé que no hay maldad tan mala capaz de impedirte amarme.
Me da vergüenza verte crucificado y encima pedirte favores, pero, te necesito, Señor: por tu inmensa compasión ¡borra mi culpa!
Mírame, soy débil,
vulnerable, pecador. Yo, miseria. Tú, misericordia. Tú que puedes sacar
bien del mal, levántame, Señor. Sáname. Restáurame. Hazme un hombre
nuevo. Desde la altura del cielo nos viste sufrir y con el estandarte
del amor viniste al encuentro del hombre que sufre.
Una y otra vez he comprobado
que lo que atrae tu mirada misericordiosa sobre mí es mi estado de
miseria. No son mis méritos los que me hacen agradable a tus ojos, sino
la omnipotencia de tu misericordia. La incomprensible gratuidad de tu
amor. No debe haber pecado capaz de tenerme alejado de ti.
Por más vergüenza y dolor que
sienta, siento también la confianza de venir a pedirte perdón con la
certeza de que siempre, siempre, encontraré la mirada del Buen Pastor.
Tus ojos están puestos en los que esperan en tu misericordia (Sal. 32) Por
eso estoy aquí, una vez más de rodillas ante ti, Cristo
crucificado. Vengo a declararme débil, miserable, pecador. Vengo a
pedirte perdón.
(Guarda silencio, escucha que te absuelve y que te dice: Te sigo amando igual. Déjate amar.)
Gracias, Jesús. Cuando hago
oración contemplándote en la cruz, te me revelas como Misericordia. Tu
amor crucificado es una invitación a la confianza.
Te lo suplico, Señor, que hoy
y cuando tenga la desgracia de perder la gracia, no olvide jamás que
tú, Dios, moriste crucificado para salvarme; que no pierda nunca la
esperanza de tu misericordia.
Como el ladrón que paga sus
culpas en el Calvario, también yo te suplico: acuérdate de mí a la hora
de mi muerte y consérvame a tu lado para siempre.
Amén
Y luego, con el espíritu bien dispuesto, acudir al sacramento de la reconciliación.
Una buena práctica que aprendí al entrar a la vida religiosa es el rezo del Sal. 50 todas las noches, de rodillas junto a la cama, ante Cristo crucificado, tratando de adoptar las actitudes del Rey David:
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión, borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado, contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente. Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero, y
en mi interior me inculcas sabiduría. Rocíame con hisopo: quedaré
limpio, lávame, quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.
Oh Dios, crea en mí un
corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme, no me arrojes de
tu rostro, no me quites tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu
salvación, afiánzame con espíritu generoso; enseñaré a los malvados tus
caminos, los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios Salvador mío y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te
satisfacen; si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio
es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no
lo desprecias.
Señor, por tu bondad,
favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén; Entonces
aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos, sobre tu
altar se inmolarán novillos.
DIOS CONTIGO
DIOS CONTIGO
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