Edición MariamContigo |
por Dr.
Carlos Ramos Mattei
19 de
diciembre de 2012
Otro
fragmento, especialmente destacable en estos
días de preparación para la
Navidad, del libro «Vaticano II - Conceptos y Supuestos»
El humanismo, en general, es una doctrina y
una actitud cultural, de origen grecolatino y renacentista, que reivindica la
dignidad, los derechos, las libertades, el desarrollo y el progreso de los
seres humanos en este mundo. Es ateo o agnóstico si excluye a Dios, y es
religioso si incluye a Dios reconociendo he experimentado su existencia.
Ahora bien, dentro de humanismo religioso, el
humanismo cristiano cree en la providencia de Dios Padre, espera la salvación
del mundo por medio de su Hijo unigénito, Jesucristo, y propugna la caridad en
la verdad, es decir, el amor fraterno o fraternidad humana, como ley
fundamental del Cristianismo, para el progreso y desarrollo integral del ser
humano y de la humanidad, dando respuestas a los temas del hambre, miseria,
pobreza, guerras, violencia, injusticia, desigualdad, analfabetismo y
enfermedades endémicas que padece y sufre.
El ciclo de
Navidad es también como una celebración del misterio central de nuestra fe, la
encarnación. A la luz de esa fe fundamental se entiende lo que significa ser un
ser humano.
Cuando el documento sobre la Iglesia en el
mundo actual (Gaudium et Spes) comienza con los temas de la Iglesia y la
vocación humana y la dignidad de la persona humana, está también presentando lo
que podemos reconocer como un concepto del humanismo cristiano.
El ser humano posee una unidad de cuerpo y
alma. Por su interioridad, es decir, por su alma, se define su dignidad y ello
le distingue de todo lo demás creado, aunque eso no debe llevarlo a despreciar
el cuerpo, nos plantea el documento. (§14) Además del alma tiene racionalidad,
una participación de la misma luz divina. Tal inteligencia está naturalmente
ordenada a la búsqueda de la verdad y del bien. De esa manera alcanza verdadera
sabiduría: "Nuestra época, más que ninguna otra, tiene necesidad de esta
sabiduría para humanizar todos los nuevos descubrimientos de la humanidad. El
destino futuro del mundo corre peligro si no se forman hombres más instruidos
en esta sabiduría". (§15)
Además de lo anterior el ser humano tiene la
ley de Dios escrita en su corazón, "en cuya obediencia consiste la
dignidad humana". (§16) La fidelidad a esa conciencia une a los cristianos
a los demás seres humanos para buscar juntos las soluciones a los problemas
apremiantes de sus vidas, particularmente los de la vida moral. De esta manera
los cristianos también contribuyen al justo orden social.
En época del Concilio, lo mismo que hoy día,
los hay que repudian el humanismo porque entienden que la vida humana no puede
ser otra cosa que teocéntrica, o cristocéntrica, es decir, tener como centro a
Dios. Por lo mismo el ser humano tiene que reconocerse inferior y por tanto se
haría imposible hablar de un humanismo, algo que implica exaltar al ser humano.
Sin embargo, aquí en estos apartados del documento encontramos una exaltación o
reconocimiento de la grandeza humana sin que ello vaya en detrimento del honor
debido a Dios.
Más aún, en el §22 y siguientes, se asocia la
grandeza del ser humano al mismo Cristo, de modo que tenemos un humanismo
justificado por la cristología. "Cristo, el nuevo Adán, en la misma
revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre
al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación," nos dice.
Más adelante añade, "En Él [Cristo] la naturaleza humana asumida…ha sido
elevada también en nosotros a dignidad sin igual".
Algunos padres conciliares y luego otros
críticos posteriores encontraron que el documento tenía una noción demasiado
secular de las cosas. Sin embargo, por lo que vemos en este tema del ser humano
entendido a la luz de la Encarnación, tal crítica no se sostiene. "En
realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado," encontramos en el antes citado §22.
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