Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo
De los sermones de San Quodvultdeus, Obispo. Sermón 2 sobre el Símbolo.
Nace un niño pequeño, un gran Rey. Los magos son atraídos desde lejos; vienen para adorar al que todavía yace en el pesebre, pero que reina al mismo tiempo en el cielo y en la tierra. Cuando los magos le anuncian que ha nacido un Rey, Herodes se turba, y, para no perder su reino, lo quiere matar; si hubiera creído en él, estaría seguro aquí en la tierra y reinaría sin fin en la otra vida.
¿Qué
temes, Herodes, al oír que ha nacido un Rey? Él no ha venido para
expulsarte a ti, sino para vencer al Maligno. Pero tú no entiendes estas
cosas, y por ello te turbas y te ensañas, y, para que no escape el que
buscas, te muestras cruel, dando muerte a tantos niños.
Ni
el dolor de las madres que gimen, ni el lamento de los padres por la
muerte de sus hijos, ni los quejidos y los gemidos de los niños te hacen
desistir de tu propósito. Matas el cuerpo de los niños, porque el temor
te ha matado a ti el corazón. Crees que, si consigues tu propósito,
podrás vivir mucho tiempo, cuando precisamente quieres matar a la misma
Vida.
Pero aquél, fuente de la gracia,
pequeño y grande, que yace en el pesebre, aterroriza tu trono; actúa por
medio de ti, que ignoras sus designios, y libera las almas de la
cautividad del demonio. Ha contado a los hijos de los enemigos en el
número de los adoptivos.
Los niños, sin
saberlo, mueren por Cristo; los padres hacen duelo por los mártires que
mueren. Cristo ha hecho dignos testigos suyos a los que todavía no
podían hablar. He aquí de qué manera reina el que ha venido para reinar.
He aquí que el liberador concede la libertad, y el salvador la
salvación.
Pero tú, Herodes, ignorándolo, te turbas y te ensañas y, mientras te encarnizas con un niño, lo estás enalteciendo y lo ignoras.
¡Oh
gran don de la gracia! ¿De quién son los merecimientos para que así
triunfen los niños? Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo. Todavía
no pueden entablar batalla valiéndose de sus propios miembros, y ya
consiguen la palma de la victoria.
Los mártires Inocentes proclaman tu gloria en este día,
Señor, no de palabra, sino con su muerte; concédenos, por su
intercesión, testimoniar con nuestra vida la fe que confesamos de
palabra. Por nuestro Señor Jesucristo.
Una voz se escucha en Ramá: gemidos y llanto amargo: Raquel está llorando a sus hijos, y no se consuela, porque ya no existen" -Jr 31,15.
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