PREGÓN DE NAVIDAD EN TIEMPOS DE CRISIS
Claves para vivir la verdadera Navidad en medio de la crisis
«– ¿Sabes la nueva?/– ¿Qué nueva?
– Sal de la cueva. Mira el cielo que se estrella.
Mira, mira aquella estrella tan clara.
– ¡Qué alegría, qué algazara! ¡Cómo rebrinca y retoza y alboroza!
– Mira cómo alarga un pico, de oro rico,
hasta hacer de él una espada relumbrada, que ordena:
– ¡Seguidme a mí! ¡Aquí, aquí está la prueba, siempre nueva, novedad de novedades y toda novedad, la Navidad! ».
Buenas tardes, amigos. «Alegría de nieve por los caminos. Todo
espera la gracia del Biennacido». Mientras nuestros caminos castellanos
trinan azules ilimitados y dorado y se visten de hielo, nieve y brumas y
la sementera se incrusta en la tierra, en la campiña, como promesa de
buena cosecha para el estío, nuestros caminos del alma se han de vestir
de Adviento –de espera y de preparación- en la certeza de una nueva
Navidad, «novedad de novedades… Todo Navidad, la Navidad».
Hace ahora un año exacto, en su mensaje para la Jornada Mundial de
Oración por la Paz, del 1 de enero, el Papa Benedicto XVI aludió, una
vez más, a la actual situación de crisis que flagela a Occidente y en
especial a Europa. «Es verdad –afirmaba– que en el año que termina ha
aumentado el sentimiento de frustración por la crisis que agobia a la
sociedad, al mundo del trabajo y la economía; una crisis cuyas raíces
son sobre todo culturales y antropológicas. Parece como si un manto de
oscuridad hubiera descendido sobre nuestro tiempo y no dejara ver con
claridad la luz del día».
Estas palabras, queridos amigos, un año después, no solo no han
perdido vigencia, sino que su actualidad, dramática actualidad, se ha
visto incrementada. En efecto, «parece como si un manto de oscuridad
hubiera descendido sobre nuestro tiempo y no dejara ver con claridad la
luz del día».
Precisamente en medio de la noche, en medio de la oscuridad, como nos
dice la Palabra de Dios, irrumpió en la humanidad y ya para siempre la
gran luz de Jesucristo con su humilde y gloriosa Natividad. La luz de
Cristo es la única luz verdadera que alumbra y salva al mundo de ayer,
hoy y siempre. Y en esta hora de crisis que no solo se cesa sino que
agranda y proyecta negras sombras sobre nuestros horizontes, es más
necesario que nunca reencontrar esa luz, esa salvación.
Hace también un año, el 7 de diciembre de 2011, al iluminar
telemáticamente el árbol de Navidad más grande del mundo, situado en la
localidad italiana de Gubbio, íntimamente relacionada con San Francisco
de Asís, el creador, en tantas otras cosas, del Belén, el Papa Benedicto
XVI expresó tres deseos. En el segundo de ellos, se refirió a que las
luces decorativas de estas jornadas navideñas han de recordarnos que
«también nosotros necesitamos una luz que ilumine el camino de nuestra
vida y nos de esperanza, especialmente en esta época». Y «esa luz
–prosiguió– es el Niño Dios que contemplamos en la Navidad santa, en un
pobre y humilde pesebre, porque es el Señor que se acerca a cada uno de
nosotros y pide que lo acojamos nuevamente en nuestra vida», que lo
queramos, que confiemos en Él y «sintamos su presencia que nos acompaña,
nos sostiene y nos ayuda».
La recuperación de Dios y recomenzarlo todo desde Dios, el poner a
Dios en el lugar que le corresponde es, pues, la primera y definitiva
clave y urgencia de esta Navidad, de todas las Navidades y toda la
existencia humana. No hay Navidad sin Dios y tampoco hay salida
verdadera de la crisis sin Dios. La auténtica causa de la actual crisis
–es preciso decir y repetirlo y repetírnoslo a nosotros mismos– es de
carácter moral, se halla también en el eclipse, en el olvido, en la
apostasía –siquiera silenciosa- que de Dios ha querido proyectar nuestro
envanecido y endiosado mundo.
Desde Dios, desde, en concreto, la pobreza y la humildad de la
verdadera Navidad, será más fácil empezar de nuevo en la economía, en
las finanzas, en el mundo y mercado laboral, en las relaciones sociales e
interpersonales. Porque la pobreza, la humildad y la sencillez de la
Navidad nos hablan y nos hacen entender mejor la verdadera pobreza de
nuestro mundo. ¿La culpa de la crisis no la tiene el haber complicado
hasta el extremo la vida y los modos y medios para vivir? ¿La culpa de
la crisis no la tiene el haber vivido por encima de nuestras
posibilidades y necesidades? ¿La culpa de la crisis no la tiene la
insaciable avidez de riquezas materiales? ¿La culpa de la crisis no la
tienen el egoísmo, la insolidaridad, la búsqueda narcisista y sin
prejuicios del propio enriquecimiento? ¿La culpa de la crisis no la
tiene el haber pensando que todo lo podíamos solucionar con nuestras
propias y solas fuerzas, cálculos y estrategias? ¡Claro que sí: la culpa
de la crisis la tiene el habernos creído como Dios y el haber vivido
solo de y para nosotros mismos!
Antes de encender el árbol de Navidad de Gubbio, Benedicto XVI
expresó su tercer y último deseo: «Que cada uno de nosotros aporte algo
de luz en los ambientes en que vive. Que cada uno sea una luz para quien
tiene más próximo; que deje de lado el egoísmo que, tan a menudo,
cierra el corazón y nos lleva a pensar sólo en uno mismo; que preste más
atención a los demás, que los ame más». Porque cualquier pequeño gesto
de amor a Dios, de bondad, de sencillez, de austeridad, de solidaridad
«es como una luz de este gran árbol: junto con las otras luces ilumina
la oscuridad de la noche, incluso de la noche más oscura».
Os he hablado, queridos amigos de Marchamalo, os he contado y glosado
dos de tres deseos del Papa al encender el árbol de Navidad más grande
del mundo. Me queda uno, me queda el primero. «Mi primer deseo –afirmó
el Papa- es que nuestra mirada de nuestra mente y de nuestro corazón no
se limite solo a los horizontes de nuestro mundo, de nuestras cosas, de
las realidades materiales, sino que también, como este mismo árbol, con
sus 650 metros de alto y anchura de 350 metros, sepa elevarse, sepa
tender a lo alto, sepa dirigirse a Dios, ¡Sí, a Dios, quien jamás nos
olvida y quien quiere que tampoco nosotros nos olvidemos de Él!».
Esta mirada a Dios, queridos amigos, este saber elevar nuestra mente y
nuestro corazón ahora en Navidad y siempre quiere decir, significa
apostar por la verdad de la Navidad, por la Navidad del corazón.
Una nueva Navidad –«alegría de nieves y de hielos por los caminos…»,
que decíamos antes- llama ya, inminente a nuestras a nuestras puertas. Y
nuestras puertas, como las posadas de Belén de hace 2012 años, pueden
estar cerradas. Cerradas por el egoísmo, el materialismo, el secularismo
y ahora cerradas y hasta desahuciadas por la crisis…
La Navidad es un don –don de dones- y es también una tarea. Es el don
del renovado encuentro con Jesucristo el Salvador, con el misterio de
la Encarnación. Y es la tarea de no «perder» la Navidad, la tarea de que
la alocada espiral consumista y neopagana que nos circunda –más allá
incluso de la misma crisis- no oculte en nuestros horizontes ni aleje de
nuestras vidas la verdad, el «corazón» de la Navidad. Que tampoco
desnaturalice la verdad de la Navidad la frivolidad o la banalidad de
polémicas tan absurdas como las que hemos vivido en estas vísperas de
estos días santos a propósito del último libro del Papa Benedicto XVI.
La liturgia y la pastoral de la Navidad nos ayudarán a vivir la
verdadera Navidad, a entrar en su corazón. Y es que la Navidad es, ante
todo, misterio de adoración y de gracia. El misterio de adoración y de
gracia que es la Navidad debe traducirse a oración gozosa y de alabanza,
a intimidad espiritual y a encuentro con el Dios que nace. No hay
Navidad sin oración, no hay Navidad sin participación en la eucaristía.
Y al ser encuentro con Jesucristo, Navidad es también encuentro con el
prójimo. Navidad es así tiempo de fraternidad y de caridad, que Cáritas
nos sirve cada año y cada día y máxime en medio de la actual inclemencia
de los cinco millones de parados.
Hace ya varios años –quizás ya más de dos décadas- que escuche una
hermosa canción de Adviento y de Navidad, que se quedó grabada, y con la
que ahora deseo concluir estas palabras, este pregón. Habla por sí
sola. Dice así:
«A Belén se va y se viene por caminos de justicia/
y Dios nace en cada hombre que se acerca a los demás./
A Belén se va y se viene por caminos de alegría/
y Dios nace en cada hombre que se alegra con los demás.
A Belén se va y se viene por caminos de perdón/
y Dios nace en cada hombre que perdona a los demás./
A Belén se va y se por caminos de plegaria/
y Dios nace en cada hombre que reza/
y reza con y por los demás.
A Belén se va y se viene por caminos de amor/
y nace en cada hombre que ama a los demás».
¡Feliz Navidad, queridos amigos de Marchamalo! La Navidad del
corazón, la única Navidad. La Navidad de saber mirar y amar a Dios; la
Navidad de saber mirar, amar y servir al prójimo, máxime mientras, en
medio de la inclemencia, arrecian la crisis y la crisis.
Buenas tardes. ¡Feliz Navidad! Y no olvidéis cuál el camino que
conduce a ella, a la Navidad. A Belén, al Belén que solo se va y se
viene por caminos de justicia, alegría, perdón, plegaria, solidaridad y
amor. ¡Feliz Navidad, Marchamalo!
Jesús de las Heras Muela
Sigüenza 8-12-2012/Marchamalo 17-12-2012
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