lunes, 17 de diciembre de 2012

EN TIEMPOS DE CRISIS: JESÚS


PREGÓN DE NAVIDAD EN TIEMPOS DE CRISIS
Claves para vivir la verdadera Navidad en medio de la crisis


 «– ¿Sabes la nueva?/– ¿Qué nueva?
– Sal de la cueva. Mira el cielo que se estrella.
Mira, mira aquella estrella tan clara.
– ¡Qué alegría, qué algazara! ¡Cómo rebrinca y retoza y alboroza!
– Mira cómo alarga un pico, de oro rico,
hasta hacer de él una espada relumbrada, que ordena:
– ¡Seguidme a mí! ¡Aquí, aquí está la prueba, siempre nueva, novedad de novedades y toda novedad, la Navidad! ».

Buenas tardes,  amigos. «Alegría de nieve por los caminos. Todo espera la gracia del Biennacido». Mientras nuestros caminos castellanos trinan azules ilimitados y dorado y se visten de hielo, nieve y brumas y la sementera se incrusta en la tierra, en la campiña, como promesa de buena cosecha para el estío, nuestros caminos del alma se han de vestir de Adviento –de espera y de preparación- en la certeza de una nueva Navidad,  «novedad de novedades… Todo Navidad, la Navidad».

Hace ahora un año exacto, en su mensaje para la Jornada Mundial de Oración por la Paz, del 1 de enero, el Papa Benedicto XVI aludió, una vez más, a la actual situación de crisis que flagela a Occidente y en especial a Europa. «Es verdad –afirmaba– que en el año que termina ha aumentado el sentimiento de frustración por la crisis que agobia a la sociedad, al mundo del trabajo y la economía; una crisis cuyas raíces son sobre todo culturales y antropológicas. Parece como si un manto de oscuridad hubiera descendido sobre nuestro tiempo y no dejara ver con claridad la luz del día».

Estas palabras, queridos amigos, un año después, no solo no han perdido vigencia, sino que su actualidad, dramática actualidad, se ha visto incrementada. En efecto, «parece como si un manto de oscuridad hubiera descendido sobre nuestro tiempo y no dejara ver con claridad la luz del día».

Precisamente en medio de la noche, en medio de la oscuridad, como nos dice la Palabra de Dios, irrumpió en la humanidad y ya para siempre la gran luz de Jesucristo con su humilde y gloriosa Natividad. La luz de Cristo es la única luz verdadera que alumbra y salva al mundo de ayer, hoy y siempre. Y en esta hora de crisis que no solo se cesa sino que agranda y proyecta negras sombras sobre nuestros horizontes, es más necesario que nunca reencontrar esa luz, esa salvación.


Hace también un año, el 7 de diciembre de 2011, al iluminar telemáticamente el árbol de Navidad más grande del mundo, situado en la localidad italiana de Gubbio, íntimamente relacionada con San Francisco de Asís, el creador, en tantas otras cosas, del Belén, el Papa Benedicto XVI expresó tres deseos.  En el segundo de ellos, se refirió a que las luces decorativas de estas jornadas navideñas han de recordarnos que «también nosotros necesitamos una luz que ilumine el camino de nuestra vida y nos de esperanza, especialmente en esta época». Y «esa luz –prosiguió– es el Niño Dios que contemplamos en la Navidad santa, en un pobre y humilde pesebre, porque es el Señor que se acerca a cada uno de nosotros y pide que lo acojamos nuevamente en nuestra vida», que lo queramos, que confiemos en Él y «sintamos su presencia que nos acompaña, nos sostiene y nos ayuda».

La recuperación de Dios y recomenzarlo todo desde Dios, el poner a Dios en el lugar que le corresponde es, pues, la primera y definitiva clave y urgencia de esta Navidad, de todas las Navidades y toda la existencia humana. No hay Navidad sin Dios y tampoco hay salida verdadera de la crisis sin Dios. La auténtica causa de la actual crisis –es preciso decir y repetirlo y repetírnoslo a nosotros mismos– es de carácter moral, se halla también en el eclipse, en el olvido, en la apostasía –siquiera silenciosa- que de Dios ha querido proyectar nuestro envanecido y endiosado mundo.

Desde Dios, desde, en concreto, la pobreza y la humildad de la verdadera Navidad, será más fácil empezar de nuevo en la economía, en las finanzas, en el mundo y mercado laboral, en las relaciones sociales e interpersonales. Porque la pobreza, la humildad y la sencillez de la Navidad nos hablan y nos hacen entender mejor la verdadera pobreza de nuestro mundo. ¿La culpa de la crisis no la tiene el haber complicado hasta el extremo la vida y los modos y medios para vivir? ¿La culpa de la crisis no la tiene el haber vivido por encima de nuestras posibilidades y necesidades? ¿La culpa de la crisis no la tiene la insaciable avidez de riquezas materiales? ¿La culpa de la crisis no la tienen el egoísmo, la insolidaridad, la búsqueda narcisista y sin prejuicios del propio enriquecimiento? ¿La culpa de la crisis no la tiene el haber pensando que todo lo podíamos solucionar con nuestras propias y solas fuerzas, cálculos y estrategias? ¡Claro que sí: la culpa de la crisis la tiene el habernos creído como Dios y el haber vivido solo de y para nosotros mismos!

Antes de encender el árbol de Navidad de Gubbio, Benedicto XVI expresó su tercer y último deseo: «Que cada uno de nosotros aporte algo de luz en los ambientes en que vive. Que cada uno sea una luz para quien tiene más próximo; que deje de lado el egoísmo que, tan a menudo, cierra el corazón y nos lleva a pensar sólo en uno mismo; que preste más atención a los demás, que los ame más». Porque cualquier pequeño gesto de amor a Dios, de bondad, de sencillez, de austeridad, de solidaridad «es como una luz de este gran árbol: junto con las otras luces ilumina la oscuridad de la noche, incluso de la noche más oscura».

Os he hablado, queridos amigos de Marchamalo, os he contado y glosado dos de tres deseos del Papa al encender el árbol de Navidad más grande del mundo. Me queda uno, me queda el primero. «Mi primer deseo –afirmó el Papa- es que nuestra mirada de nuestra mente y de nuestro corazón no se limite solo a los horizontes de nuestro mundo, de nuestras cosas, de las realidades materiales, sino que también, como este mismo árbol, con sus 650 metros de alto y anchura de 350 metros, sepa elevarse, sepa tender a lo alto, sepa dirigirse a Dios, ¡Sí, a Dios, quien jamás nos olvida y quien quiere que tampoco nosotros nos olvidemos de Él!».

Esta mirada a Dios, queridos amigos, este saber elevar nuestra mente y nuestro corazón ahora en Navidad y siempre quiere decir, significa apostar por la verdad de la Navidad, por la Navidad del corazón.

Una nueva Navidad –«alegría de nieves y de hielos por los caminos…», que decíamos antes- llama ya, inminente a nuestras a nuestras puertas.  Y nuestras puertas, como las posadas de Belén de hace 2012 años, pueden estar cerradas. Cerradas por el egoísmo, el materialismo, el secularismo y ahora cerradas y hasta desahuciadas por la crisis…

La Navidad es un don –don de dones- y es también una tarea. Es el don del renovado encuentro con Jesucristo el Salvador, con el misterio de la Encarnación. Y es la tarea de no «perder» la Navidad, la tarea de que la alocada espiral consumista y neopagana que nos circunda –más allá incluso de la misma crisis- no oculte en nuestros horizontes ni aleje de nuestras vidas la verdad, el «corazón» de la Navidad. Que tampoco desnaturalice la verdad de la Navidad la frivolidad o la banalidad de polémicas tan absurdas como las que hemos vivido en estas vísperas de estos días santos a propósito del último libro del Papa Benedicto XVI.

La liturgia y la pastoral de la Navidad nos ayudarán a vivir la verdadera Navidad, a entrar en su corazón. Y es que la Navidad es, ante todo, misterio de adoración y de gracia. El misterio de adoración y de gracia que es la Navidad debe traducirse a oración gozosa y de alabanza, a intimidad espiritual y a encuentro con el Dios que nace. No hay Navidad sin oración, no hay Navidad sin participación en la eucaristía.  Y al ser encuentro con Jesucristo, Navidad es también encuentro con el prójimo. Navidad es así tiempo de fraternidad y de caridad, que Cáritas nos sirve cada año y cada día y máxime en medio de la actual inclemencia de los cinco millones de parados.


Hace ya varios años –quizás ya más de dos décadas- que escuche una hermosa canción de Adviento y de Navidad, que se quedó grabada, y con la que ahora deseo concluir estas palabras, este pregón. Habla por sí sola. Dice así:

«A Belén se va y se viene por caminos de justicia/
y Dios nace en cada hombre que se acerca a los demás./

A Belén se va y se viene por caminos de alegría/
y Dios nace en cada hombre que se alegra con los demás.

A Belén se va y se viene por caminos de perdón/
y Dios nace en cada hombre que perdona a los demás./

A Belén se va y se por caminos de plegaria/
y Dios nace en cada hombre que reza/
y reza con y por los demás.

A Belén se va y se viene por caminos de amor/
y nace en cada hombre que ama a los demás».


¡Feliz Navidad, queridos amigos de Marchamalo! La Navidad del corazón, la única Navidad. La Navidad de saber mirar y amar a Dios; la Navidad de saber mirar, amar y servir al prójimo, máxime mientras, en medio de la inclemencia, arrecian la crisis y la crisis.

Buenas tardes. ¡Feliz Navidad! Y no olvidéis cuál el camino que conduce a ella, a la Navidad. A Belén, al Belén que solo se va y se viene por caminos de justicia, alegría, perdón, plegaria, solidaridad y amor. ¡Feliz Navidad, Marchamalo!




Jesús de las Heras Muela
Sigüenza 8-12-2012/Marchamalo 17-12-2012




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