LA PACIENCIA
Es la actitud que lleva al ser humano a poder soportar contratiempos y dificultades para conseguir algún bien. De acuerdo con la tradición filosófica, "es la constancia valerosa que se opone al mal, y a pesar de lo que sufra el hombre no se deja dominar por él". O sea, facultad de saber esperar algo que se desea mucho, comúnmente la vemos como tolerancia por la cual se soporta sin alteración de ánimo los infortunuos como los de la salud, de trabajo, etc... Les invito a conocer un poco más en que consiste esta virtud muy característica de los santos.
Griselda Maria Tavarez Castillo
Paciencia y Mansedumbre
Es
natural que a menudo nos aconsejen a soportar pacientemente las dificultades
que surgen en medio de nuestro caminar por esta vida, pero, ¿será que realmente
sabemos en qué consiste esta virtud o cómo podemos practicarla? Es necesario y
de suma importancia que sepamos en qué se fundamenta esa virtud, cómo podemos
ponerla en práctica y por qué debemos practicarla.
Si
consultamos el Evangelio, verificamos que Nuestro Señor Jesucristo, explícita o
implícitamente, nos invita a la práctica de esta virtud para que alcancemos la
perfección cristiana, diciendo a sus discípulos: "Tomad mi yugo sobre
vosotros y recibid mi doctrina, porque yo soy manso y humilde de corazón y
encontrareis el reposo para vuestras almas". (Mt 11, 29). Entonces, al analizar
esta frase, surge la siguiente pregunta: ¿Cómo podemos ser pacientes para
asemejarnos a Dios?
El gran
Santo Tomás de Aquino sabiamente afirma: "La paciencia es una virtud que
se relaciona con la virtud de la fortaleza e impide al hombre distanciarse de
la recta razón iluminada por la fe y sucumbir a las dificultades y
tristezas".(1) Por tanto, paciente es aquel que sabe conservar la calma ante
las más duras pruebas y que, a pesar de los sufrimientos y tribulaciones,
mantiene la alegría y la certeza de que no será abandonado por Dios. En suma,
posee el dominio del alma delante cualquier tormento externo que se pueda
experimentar.
La
virtud de la paciencia tiene una relación estrecha y directa con la virtud de
la fortaleza, pero no se debe confundirlas, porque "cabe a la fortaleza
soportar no cualquier mal, sino aquellos que son los más duros, o sea, los
peligros mortales. Al paso que la paciencia puede aturar males de cualquier
especie".(2) Aunque sean distintas, pueden ser relacionadas, ya que, para
ejercitar la paciencia, es necesario tener fortaleza de espíritu, "es más
arduo para un soldado aguantar mucho tiempo bajo balas en una trinchera húmeda
y fría que tomar parte en un ataque con todo el ardor de su temperamento".
(3)
Esta
virtud es tan rica que puede ser relacionada con muchas otras virtudes, como
por ejemplo la virtud de la caridad. El propio San Pablo, en una de sus cartas
a los Corintios, asegura: "La caridad es paciente [...] todo cree, todo
espera, todo soporta " (I Cor 13, 4.6).
Es
justo que en ese "soportar todas las cosas con mansedumbre" se
encuentre el secreto de la verdadera paciencia. Ejemplos de la práctica de esta
virtud pueden ser vistos en las actitudes de los santos, que, sufriendo desde
pequeños, comprenden hasta el fondo la vida, que la Salve Reina califica de
"valle de lágrimas". Pero, a pesar de esos sufrimientos, no presentan
señal ninguna de desánimo, acidez o amargura. Al contrario, por encima de todo,
trasparecen de dulzura, gentileza y bondad. Ellos demuestran poseer el bienestar
de la virtud, de la aceptación de un sufrimiento vivido en paz.
En
cuanto a la mansedumbre, se puede decir que "debe acompañar a la
paciencia, pero difiere de esta en la medida en que tiene como un efecto
especial, no solo superar las adversidades de la vida, sino contener los
movimientos desordenados de la ira".(4) No se debe, entretanto, confundir
esta virtud con la blandura de temperamento, ya que cualquiera, no importa su
temperamento, puede practicar esta virtud, porque "la placidez de temperamento
es ejercida sin dificultad para con aquellos que son de nuestro agrado y con
dureza para con los demás", mientras que, "la mansedumbre como
virtud, evita esa amargura y dureza, en todas las circunstancias y con todas
las personas".(5)
Paciencia...
pero no con el pecado
Actualmente,
muchas personas interpretan mal el verdadero significado de la paciencia al
pensar que paciente es aquel que soporta todas las injusticias, no expresando
su rechazo al pecado o a las faltas que pueden ser cometidas. Eso es apenas una
falsa concepción de lo que es esa virtud, porque "cuando es preciso usar
la severidad, muchas veces necesaria, el paciente sabe hacerla acompañar de un
amable aire de tranquilidad, como la clemencia mitiga el castigo
recibido".(6)
Por tanto, podemos concluir que, cuando entendemos la mansedumbre y paciencia de esta forma, podemos ponerla en práctica tanto en nuestras palabras como en nuestras actitudes, pero también hacerla reinar en nuestros corazones, con la certeza de que al practicarla recibiremos el premio que Nuestro Señor Jesucristo promete: "Bienaventurados los mansos, porque poseerán la tierra" (Mt 5, 5).
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NOTAS
(1) SANTO TOMÁS DE
AQUINO. Suma Teológica. II-II, q.136, a.1.
(2)SANTO TOMÁS DE
AQUINO. Suma Teológica. II-II, q.136, a. 4.
(3)GARRIGOU-LAGRANGE,
Réginald. Las tres edades de la vida interior. Madrid: Palabra, 2003, v.II, p.
650.
(4)SANTO TOMÁS DE
AQUINO. Suma Teológica. II-II, q.157, a.1 y 2.
(5)GARRIGOU-LAGRANGE,
Réginald. Las tres edades de la vida interior. Madrid: Palabra, 2003, v.II,
p.652-653.
(6)Ibid. p.653.
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