martes, 13 de agosto de 2013

¿TE DESAGRADO?



¿QUÉ HACER CUANDO ALGUIEN ME DESGRADA?
No gusto de alguien, me molesta la presencia de esa persona, sus actitudes, sus palabras, etc. ¿Pero no gusto por qué? porque esa persona ofende a Dios gravemente o por un rechazo natural o temperamental, o apenas porque no hace lo que yo gustaría. Podríamos hacer un examen de conciencia analizando esos puntos.
Fuente: Heraldos



Entonces puede ser que no guste de alguien por amor a Dios o por egoísmo. Después de examinarnos, a ciencia cierta llegaremos a la conclusión que comúnmente el desagrado y rechazo a una persona cercana no es por amor a Dios.

Cuando alguien cercano me desagrada es el momento ideal para la práctica de la virtud, y particularmente puede ser la virtud de la Caridad. La Caridad es una virtud sobrenatural infundida por Dios en nuestra alma, con la que amamos a Dios por Sí mismo sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.

Detengámonos en esta ocasión para considerar esa caridad apenas con los más próximos, es decir con la personas que están a nuestro alrededor, que pueden ser familiares, amistades, compañeros de trabajo o de clase, hermanos de comunidad, etc.

Por lo regular la práctica de esta virtud se nos presenta fácil cuando la practicamos con quien nos agrada y difícil con quien nos desagrada, es natural. Pero justamente la palabra virtud viene del latín virtus que se traduce como fuerza, potencia, etc.  Es con fuerza, es con esfuerzo, que tenemos que practicar cualquier virtud, en este caso la virtud de la caridad, que para que sea perfecta y meritoria como cualquier otra virtud hay que tener en cuenta siempre la intervención de la Providencia, de esta manera tenemos que “poner todos los medios como si todo dependiese de uno, pero confiando totalmente en Dios” [1].

Para ejemplificar vivamente nuestra conclusión les trasmito un escrito de Santa Teresa de Lisieux:

“Madre, […] Usted podría pensar que la práctica de la caridad no me resulta difícil. Es cierto que, desde hace algunos meses, ya no tengo que luchar para practicar esta hermosa virtud. No quiero decir con esto que no cometa algunas faltas. No, soy demasiado imperfecta para eso. Pero cuando caigo, no me cuesta mucho levantarme, porque en un cierto combate conseguí la victoria, y desde entonces la milicia celestial viene en mi ayuda, pues no puede sufrir verme vencida después de haber salido victoriosa en la gloriosa batalla que voy a tratar de describir.

Hay en la comunidad una hermana que tiene el talento de desagradarme en todo. Sus modales, sus palabras, su carácter me resultan sumamente desagradables. Sin embargo, es una santa religiosa, que debe de ser sumamente agradable a Dios.

Entonces, para no ceder a la antipatía natural que sentía, me dije a mí misma que la caridad no debía consistir en simples sentimientos, sino en obras.

Me dediqué a portarme con esa hermana como lo hubiera hecho con la persona a quien más quiero. Cada vez que la encontraba, pedía a Dios por ella, ofreciéndole todas sus virtudes y sus méritos.

Sabía muy bien que esto le gustaba a Jesús, pues no hay artista a quien no le guste recibir alabanzas por sus obras. Y a Jesús, el Artista de las almas, tiene que gustarle enormemente que no nos detengamos en lo exterior, sino que penetremos en el santuario íntimo que él se ha escogido por morada y admiremos su belleza.

No me conformaba con rezar mucho por esa hermana que era para mí motivo de tanta lucha. Trataba de prestarle todos los servicios y favores posibles; y cuando sentía la tentación de contestarle de manera desagradable, me limitaba a dirigirle la más encantadora de mis sonrisas y procuraba cambiar de conversación.

[…] Con frecuencia también, fuera de la recreación (quiero decir durante las horas de trabajo), como tenía que relacionarme con esta hermana a causa del oficio, cuando mis combates interiores eran demasiado fuertes, huía como un desertor.

Como ella ignoraba por completo lo que yo sentía hacia su persona, nunca sospechó los motivos de mi conducta, y vive convencida de que su carácter me resultaba agradable.

Un día, en la recreación, me dijo con aire muy satisfecho más o menos estas palabras: "¿Querría decirme, hermana Teresa del Niño Jesús, qué es lo que la atrae tanto en mí? Siempre que me mira, la veo sonreír". ¡Ah!, lo que me atraía era Jesús, escondido en el fondo de su alma... Jesús, que hace dulce hasta lo más amargo...” [2]

Entonces ¿qué hacer cuando alguien me desagrada?, ese es el momento para practicar la Virtud.

____________
 
[1] San Ignacio de Loyola.
[2] Santa Teresa de Lisieux, carmelita, Doctora de la Iglesia (1873-1897). Manuscritos autobiográficos. (Dedicado a la Madre María de Gonzaga manuscrito "c" capítulo x la prueba de la fe, 1896­1897)




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