¿QUÉ HACER CUANDO ALGUIEN ME DESGRADA?
No gusto de
alguien, me molesta la presencia de esa persona, sus actitudes, sus palabras, etc.
¿Pero no gusto por qué? porque esa persona ofende a Dios gravemente o por un
rechazo natural o temperamental, o apenas porque no hace lo que yo gustaría. Podríamos
hacer un examen de conciencia analizando esos puntos.
Fuente: Heraldos
Entonces puede ser
que no guste de alguien por amor a Dios o por egoísmo. Después de examinarnos,
a ciencia cierta llegaremos a la conclusión que comúnmente el desagrado y rechazo
a una persona cercana no es por amor a Dios.
Cuando alguien cercano
me desagrada es el momento ideal para la práctica de la virtud, y
particularmente puede ser la virtud de la Caridad. La Caridad es una virtud
sobrenatural infundida por Dios en nuestra alma, con la que amamos a Dios por
Sí mismo sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor de
Dios.
Detengámonos en
esta ocasión para considerar esa caridad apenas con los más próximos, es decir
con la personas que están a nuestro alrededor, que pueden ser familiares, amistades,
compañeros de trabajo o de clase, hermanos de comunidad, etc.
Por lo regular la
práctica de esta virtud se nos presenta fácil cuando la practicamos con quien
nos agrada y difícil con quien nos desagrada, es natural. Pero justamente la
palabra virtud viene del latín virtus
que se traduce como fuerza, potencia, etc.
Es con fuerza, es con esfuerzo, que tenemos que practicar cualquier
virtud, en este caso la virtud de la caridad, que para que sea perfecta y
meritoria como cualquier otra virtud hay que tener en cuenta siempre la intervención
de la Providencia, de esta manera tenemos que “poner todos los medios como si
todo dependiese de uno, pero confiando totalmente en Dios” [1].
Para ejemplificar vivamente
nuestra conclusión les trasmito un escrito de Santa Teresa de Lisieux:
“Madre, […] Usted podría pensar
que la práctica de la caridad no me resulta difícil. Es cierto que, desde hace
algunos meses, ya no tengo que luchar para practicar esta hermosa virtud. No
quiero decir con esto que no cometa algunas faltas. No, soy demasiado
imperfecta para eso. Pero cuando caigo, no me cuesta mucho levantarme, porque
en un cierto combate conseguí la victoria, y desde entonces la milicia
celestial viene en mi ayuda, pues no puede sufrir verme vencida después de
haber salido victoriosa en la gloriosa batalla que voy a tratar de describir.
Hay en la comunidad
una hermana que tiene el talento de desagradarme en todo. Sus modales, sus
palabras, su carácter me resultan sumamente desagradables. Sin embargo, es una
santa religiosa, que debe de ser sumamente agradable a Dios.
Entonces, para no
ceder a la antipatía natural que sentía, me dije a mí misma que la caridad no
debía consistir en simples sentimientos, sino en obras.
Me dediqué a
portarme con esa hermana como lo hubiera hecho con la persona a quien más
quiero. Cada vez que la encontraba, pedía a Dios por ella, ofreciéndole todas
sus virtudes y sus méritos.
Sabía muy bien que
esto le gustaba a Jesús, pues no hay artista a quien no le guste recibir
alabanzas por sus obras. Y a Jesús, el Artista de las almas, tiene que gustarle
enormemente que no nos detengamos en lo exterior, sino que penetremos en el
santuario íntimo que él se ha escogido por morada y admiremos su belleza.
No me conformaba
con rezar mucho por esa hermana que era para mí motivo de tanta lucha. Trataba
de prestarle todos los servicios y favores posibles; y cuando sentía la
tentación de contestarle de manera desagradable, me limitaba a dirigirle la más
encantadora de mis sonrisas y procuraba cambiar de conversación.
[…] Con frecuencia también, fuera de la recreación (quiero decir durante
las horas de trabajo), como tenía que relacionarme con esta hermana a causa del
oficio, cuando mis combates interiores eran demasiado fuertes, huía como un
desertor.
Como ella ignoraba
por completo lo que yo sentía hacia su persona, nunca sospechó los motivos de
mi conducta, y vive convencida de que su carácter me resultaba agradable.
Un día, en la
recreación, me dijo con aire muy satisfecho más o menos estas palabras:
"¿Querría decirme, hermana Teresa del Niño Jesús, qué es lo que la atrae
tanto en mí? Siempre que me mira, la veo sonreír". ¡Ah!, lo que me atraía
era Jesús, escondido en el fondo de su alma... Jesús, que hace dulce hasta lo
más amargo...” [2]
Entonces ¿qué hacer cuando alguien me desagrada?, ese es
el momento para practicar la Virtud.
[1] San
Ignacio de Loyola.
[2] Santa Teresa de Lisieux,
carmelita, Doctora de la Iglesia (1873-1897). Manuscritos autobiográficos. (Dedicado
a la Madre María de Gonzaga manuscrito "c" capítulo x la prueba de la
fe, 18961897)
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