OIR…, Y HABLAR
Por: Manuel Cantero
"Jesús sana a un sordomudo
Volviendo a salir de la región de Tiro, vino por Sidón
al mar de Galilea, pasando por la región de Decápolis. Y le trajeron un sordo y tartamudo, y le rogaron que le pusiera
la mano encima. Y tomándole aparte de la gente, metió los dedos
en las orejas de él, y escupiendo, tocó su lengua; y levantando los ojos al cielo, gimió, y le dijo: Efata,
es decir: Sé abierto. Al momento fueron abiertos sus oídos, y se desató
la ligadura de su lengua, y hablaba bien. Y les mandó que no lo dijesen a nadie; pero cuanto más
les mandaba, tanto más y más lo divulgaban. Y en gran manera se maravillaban, diciendo: bien lo ha hecho todo;
hace a los sordos oír, y a los mudos hablar." Mc 7, 31-37
Un episodio singular por el detalle con que se narran los
diversos pasos de la curación de un sordomudo. A Jesús bastaba “tocarle
la orla de su manto”, “imponer las manos” (como aquí
expresamente le piden), “decir una sola palabra…” Pero aquí Jesús
dramatiza de un modo singular. Y yo siempre defiendo que el Evangelio
no está escrito para curiosidades, y que cada narración está dándonos
pautas y no sólo relatos de “lo ocurrido”.
Por tanto, que Jesús aparte de la gente al sordomudo
es ya un punto a cuestionar. Diría, en simple humana observación, que
es una sabia decisión de Jesús, porque a un sordomudo, si se le da la
capacidad de oír en medio de la algarabía de una muchedumbre, en
realidad el oír le sería un tormento, como un estallido de ruido
insoportable. Sacarlo fuera, llevarlo a donde no le explote el sonido
en sus oídos, es una visión humana genial, propia de la delicadeza de
Jesús. Que ese toque de los dedos de Jesús, vaya solamente acompañado
de la propia palabra de Jesús, que mira al cielo, suspira y susurra una
palabra… La primera que escuchan aquellos oídos. Una voz que no
desagrada, que llega como sonido agradable, que se hace eficaz porque
AHORA OYE.
Luego, la saliva par
romper la traba de la lengua. La saliva era elemento sanador en aquella
cultura. (De hecho, también es instintivo ahora, en nosotros, ante una
rasguño o leve herida que nos hacemos, aplicarle la saliva). Pero
aquella era saliva que sanaba y al ser de Jesús, era más que sanar
curativamente. Lo primero que pudo decir aquel hombre, repetía la única
palabra oída: ¡Ábrete! Ahora irá acercándose al grupo y casi sólo sabrá decir, y en tono bajito: “ábrete”.
La gente, absorta, escucha hablar articuladamente al que
era sordomudo. Quien tuviera la finura de Jesús, también le hablaría
bajo para no herirle la escucha… Y palabras sencillas, sueltas…
Ayudarle a empezar a hablar. El sordomudo arranca –lógicamente- desde
su eterno silencio, y ha de ir captando poco a poco, pausadamente. Debe
escuchar palabras que susurran más que gritan… Ha de observar que el
oír le es favorable, amable, amigo, no agresivo. Ha de experimentar la
delicadeza del que sabe hacerse cargo de su situación. Y en el poco a
poco, irá balbuciendo palabras, que –a su vez- le hagan sentirse a
gusto, no molesto a nadie. Es un proceso.
Y digo de nuevo: este relato no es mero contar historia. Si
ahora fuera yo el sordomudo qu empieza a escuchar sonidos, necesito la
delicadeza de todos los que me rodean. Si hablo, voy a repetir
miméticamente sonidos suaves, delicados…
Y se me viene al pensamiento –a la oración…, a esa inspiración
que Dios pone cuando oramos de verdad-, ¡qué agradable será “aprender a
escuchar” susurros, sonidos amigos, y recibir saliva curativa que me
enseñe igualmente a hablar delicada y prudentemente. ¿Por qué vamos a
tener que pensar –como decía Rousseau- que el hombre es lobo para el
otro hombre, donde cualquier conversación acaba inexorablemente en una
murmuración, en una exposición negativa, en un radar de los defectos
ajenos (tantísimas veces no reales sino imaginados), en vez de hacerse
todo a todos para agradar siquiera a alguno? ¿Por qué no vamos a poder
salir luego todos al unísono proclamando la maravilla de Jesús que cura
los corazones destrozados, o pone palabras de gozo que curan y suavizan?
Jesús hubiera querido que todos callaran, porque Él parece
querer pasar desapercibido. Pero eso no lo podrá lograr, porque el que
ha sido sanado por el Señor, necesariamente proclama la grandeza del
Señor, en su oír, hablar, ver, callar… Salió el Evangelio de lo tieso
de una hoja de papel, y se nos hizo vida nuestra, realidad que nos hace
felices, y que casi soñamos que esto se haga realidad en nosotros mismos
y en los demás.
El final, como una verdadera llamada, acaba este evangelio diciendo: "Todo lo hizo bien".
Qué bonita conclusión para los capítulos diversos de nuestra vida.
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