Por: Arturo Guerra
En el mundo se hacen alianzas. Con cierta frecuencia,
interesadas. O pactadas entre poderosos para potenciar su
poderío. O pronto rotas si ya no se les ve utilidad.
Dicen que un día a un bebé, de nombre
Paquito, se le ocurrió hacer una alianza con sus padres.
Quiso darle solemnidad al asunto y plasmó por escrito
cuatro cláusulas que detallaban la parte que le
correspondía:
- Me comprometo a, cuando esté de buenas, sonreír si alguno de ustedes dos se acerca a mi cuna.
- Garantizo que pediré todo tipo de objetos que llamen mi atención, para jugar con ellos en los pocos ratos libres que deja mi ocupada vida.
- Aseguro que no me olvidaré de pedir mi alimento a sus debidas horas y también -¿por qué no?- a deshoras. Y si pedir no basta, entonces exigiré.
- Me comprometo a, diariamente, como el mejor de los relojes, incluso en los días festivos, llorar a voz en grito, a las tres en punto de la madrugada. Haya o no haya razón.
El bueno de Paquito, a cambio, pedía el amor de sus padres, que, de hecho, ya lo tenía.
Es cierto que Paquito poco puede dar a sus padres.
Pero, ¡cuánto bien puede hacer a su papá o a su mamá el
cariño de su hijo! ¡Cómo los transforma! Una sola sonrisa
de Paquito es suficiente para lograr que sus heroicos papás
sigan aguantando con paciencia sobrehumana los lloriqueos y
berridos de las tres de la mañana...
Un profesor de matemáticas solía decir a sus
alumnos adolescentes que a su edad no podían, de hecho,
querer a sus papás. Y explicaba que cuando un hijo lo
recibe todo de sus papás, es difícil demostrar que los
quiere. Que con el correr de los años llegaría la hora de
probarlo. Y en el tiempo que quedaba de clase aprendían
matemáticas...
Es
cierto también que un adolescente de 14 años aporta poco al
presupuesto familiar. Por el contrario, provoca que se disparen
al triple o al cuádruple los gastos en alimento, ropa y música.
Pero, un solo plato mal enjabonado y peor enjuagado por aquel
mozalbete, es capaz de reconquistar el corazón de su mamá.
Un solo ocho de calificación en el colegio que rompa la
monotonía de los innumerables panzazos, puede lograr que el
papá recobre la esperanza. La mamá quizá tendrá que
relavar desde cero aquel plato, y el papá volverá pronto a
acostumbrarse a los panzazos, pero esos gestos del hijo,
¡cuánto bien pueden hacer!
Estos ejemplos pueden ayudarnos a comprender la
Alianza que Cristo nos ofrece. Sí, es cierto que Dios en
cuanto Dios no nos necesita para ser más Dios. Pero Él sí
ha querido libremente necesitarnos, y por eso sonríe y
llora con nosotros. Por eso nuestro amor o desamor afecta
profundamente su corazón santísimo. Ahí está nuestra
pequeña parte en esta maravillosa Alianza.
Es una Alianza que Cristo sella con su sangre. Y la
derrama por nosotros. Él lo hace todo. Sólo nos queda
decir que sí, y amarle e imitarle con todas nuestras
pequeñas fuerzas. Pequeñas. Pero todas. No nos pide más.
Cuenta el Dr. Germán Campero que en una ocasión
acudió a su consultorio un señor mayor con una herida en la
mano. El paciente acudía con prisas. Ante la pregunta del
médico sobre los motivos de la prisa, el paciente respondió
que tenía que ir a una residencia de ancianos para
desayunar con su mujer que vivía allí. La mujer padecía
desde hacía más de cuatro años un Alzheimer avanzado. El
médico a su vez le preguntó si su mujer se alarmaría en
caso de que él llegara tarde. El anciano esposo respondió:
"No, ella ya no sabe quién soy. Hace ya casi cinco años
que no me reconoce". El médico extrañado añadió:
"Y si ya no sabe quién es usted, ¿por qué esa necesidad de
estar con ella todas las mañanas?" El hombre sonrió y dando
al médico una palmadita en la mano le dijo: "Ella no sabe
quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella".
Así de fiel, y más, es Cristo a la Alianza que hizo con
nosotros.
En la
terrible escena de la flagelación, en la película de
Gibson, hay una escena en la que María, abrumada de dolor,
se retira unos momentos de aquella brutalidad, y se pregunta: "¿Cuándo?
¿Cómo? ¿Dónde… decidirás liberarte de todo
esto, Hijo mío?"
Parece
un intento de María de sondear la profundidad del amor de un
Dios encarnado que ama sin límites. Que no mide nada. Que no
calcula nada. Que pierde toda proporción. Que es inexplicable.
Que es un loco misterio de amor. Que al nacer encontró los
límites de una donación infinita. Que lo que había
dicho de que hacía una Nueva Alianza era en serio. Que lo que
había dicho de que sellaría esa Alianza con su sangre
era en serio. Que lo que había dicho de que derramaría esa
sangre por nosotros, era en serio.
Ese derramamiento de sangre fue tan en serio y tan
profuso, que ha salpicado toda la Historia. Y por eso
podemos tener esa Sangre y ese Cuerpo atrapados en
cualquier sagrario de cualquier rincón de la Cristiandad,
para adorarlo, consolarlo, ser redimidos, y ofrecerle a cambio el
cumplimiento de nuestras cuatro clausulillas parecidas a las de
Paquito. A Cristo, eso le basta
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