A esta altura de nuestros conocimientos, debemos ser conscientes de que somos un alma que contiene un cuerpo y de que a igual que los demás, vivimos en contacto inmaterial con otros seres de otros planos, de otras dimensiones, con otras vibraciones, es decir, con entes que voluntariamente o no, son enviados por otras mentes físicas o astrales, y que al traspasar nuestro ser, nos crean otra receptividad digna de analizar.
Por: Guillermo Gazanini Espinoza
El texto anterior es una cita del sitio www.santeriamilagrosa.com/santeria.php,
en el que se promueven las práctica de un culto proveniente de las
islas del Caribe y las Antillas. Hablamos de la santería, misma que ha
causado curiosidad, extrañeza y fascinación al conocer que ahí se usan
imágenes de santos y vírgenes a quienes se atribuyen poderes
sobrenaturales, divinidades para lograr las causas imposibles, el éxito
en los negocios, la adivinación del futuro, la solución de problemas
amorosos o bien la curación de enfermedades imposibles para la medicina.
Debido a la situación crítica que México padece, los santeros parecen
tener un éxito considerable al recibir a personas necesitadas de sus
servicios. Promocionan sus poderes y supuestos milagros en periódicos,
sitios web y redes sociales y garantizan el trabajo mientras el cliente,
desde luego, muestre los billetes y, al final, la fe requerida para
conseguir lo imposible. Algunos afirman contar con estudios
especializados en el manejo de objetos santeros y mágicos útiles para su
labor; como «expertos» destacan la profesionalidad de su trabajo y un
alto índice de probabilidades de que sus clientes obtengan los favores
solicitados.
La santería: definición, historia y doctrina
¿Qué es la santería? A manera de síntesis, muy apretada, este culto
pudo haber tenido su origen en reinos de norte de África durante los
siglos XVII y XVIII. Desde 1810, las crisis de los reinos yorubas
africanos fueron aprovechadas por las potencias imperialistas
facilitando la esclavitud que llegó a los territorios ultramarinos de
América. Entre 1800 y 1840, miles de yorubas fueron enviados a países
urgidos de mano de obra esclava: Brasil y Cuba. En las tierras del nuevo
mundo, la religión de los sometidos tuvo personas que se encargaron de
las ocupaciones principales, como fueron los babalawos consagrados a
Orumila, deidad de la adivinación. Otros se dedicaban a la música y los
cantos, esenciales en los rituales yorubas para rendir culto a su
multitud de divinidades menores.
Al pasar el tiempo, y la cristianización de los esclavos, fue dándose
una especie de sincretismo que conjugó el pantheon yoruba con los
santos católicos. Mientras se dedicaba un altar a santa Bárbara, vestida
con un manto rojo, espada en mano y un rayo, los esclavos africanos la
asociaban a una deidad de sus ancestros, Changó, rey guerrero cuyo color
era el rojo y tenía como arma el rayo para castigar a los hombres.
Este ejemplo, como otros, advierte la facilidad con la que los
rituales africanos estructuraron la nueva cultura que se adoptó a las
circunstancias del cautiverio. La difusión de los cultos yorubas
santeros se dio después de la revolución hacia 1959 cuando la emigración
de cubanos practicantes de la santería esparció este culto y ritos por
países americanos como República Dominicana, México, Estados Unidos y
Venezuela.
La santería cree en un ser supremo, Olorun, creador del universo.
Tiene por atributos el de ser omnisciente y justo, pero en su poder no
puede entrar en contacto con los seres humanos por ser totalmente
distinto y apartado; se requieren deidades intermedias que conceden los
favores solicitados por lo que los santeros, quienes tienen que ser
iniciados especialmente, se relacionan con los orishas o santos,
emanaciones de Olurum. Los orishas son intérpretes del destino y
necesitan ser honrados y complacidos con rituales, oraciones y
sacrificios; velas, comida o elementos naturales en su honor.
A ellos se les dedica una especie de altar, cuya imagen se asocia con
la de los santos y vírgenes católicos como Obatalá, la virgen de la
Merced; Yemayá, la virgen de la Regla; Orúnla, san Francisco de Asís;
Changó, santa Bárbara; Eleguá, san Antonio de Padua; Oyá, la virgen de
la Candelaria; Obá, santa Catalina; Oshún, la virgen de la Caridad del
Cobre; Babalú Ayé, san Lázaro; Ogún, san Pedro; Ochosi, san Norberto;
Osaín, san José y san Silvestre; Orisha Oko, san Isidro Labrador;
Jimaguas, santos Cosme y Damián.
Discernimiento católico
Independientemente de los orígenes de la santería como un «sistema
religioso», se ha de advertir el manejo, en muchas ocasiones,
fraudulento que los santeros han hecho al promocionar sus servicios. Por
otro lado, el pueblo católico, en su mayoría, ha sido formado con
creencias erróneas sobre el poder de los santos, en una idolatría que no
es propia de la fe cristiana. Como se ha advertido, las necesidades
personales empujan a solicitar los favores de cualquier divinidad, no
importa la forma que sea. En resumidas cuentas, es la desafortunada
confusión de que la religión sea vista como un sistema mágico negando la
realidad de Dios trascedente y personal.
El monoteísmo cristiano, en sus orígenes, tuvo el gran mérito y
novedad de negar la existencia de divinidades servidores o subordinadas a
Dios. La lucha del paganismo y el cristianismo hizo que ésta última
triunfara por ser una religión trascedente con implicaciones en la
historia humana donde Dios se muestra como el Ser en quien se mantienen
todas las cosas. El concepto de santidad, desde el judaísmo y que
impacta a las escrituras cristianas, fue fundamental para la expansión
de una fe contraria al paganismo idolátrico.
Todos los elegidos y consagrados por el bautismo tienen esa calidad,
llamados a la perfección porque Dios es Santo; posteriormente, el santo
fue reconocido como la persona que se encuentra en el cielo por los
méritos propios y virtudes heroicas que hicieron de su vida un
testimonio auténtico y fiel del seguimiento de las enseñanzas de Cristo,
hasta llegar a la creencia de que la Iglesia en la tierra goza de su
intercesión para conseguir la gracia de Dios.
Desafortunadamente no asimilamos el hecho de que la santidad no
implica, en forma alguna, hechos mágicos a través de la relación con
seres poderosos que elevamos en los nichos de nuestras iglesias.
Santería y santidad son incompatibles desde la fe en el Dios único,
ningún santo tiene poder por sí mismo, ninguno tiene las facultades para
garantizar el futuro y ni siquiera ellos son capaces de realizar los
milagros de los cuales la Iglesia se vale para las eventuales
canonizaciones. Los cristianos entendemos y creemos que Dios es el único
con el poder para intervenir en la historia humana y sostener todo por
su providencia y los santos, por su intercesión, manifiestan la realidad
de Dios quien crea, redime y santifica.
La urgencia es cambiar esta mentalidad, dejar a un lado al católico
santero para engendrar cristianos católicos conscientes de pertenecer a
una nación santa, pueblo de la propiedad de Dios y con consecuencias
concretas en la vida ordinaria, como advirtió el papa Benedicto XVI
en la audiencia general del 13 de abril de 2011: La santidad «no
consiste en realizar acciones extraordinarias, sino en unirse a Cristo,
en vivir sus misterios, en hacer propias sus actitudes, sus pensamientos
y sus comportamientos. Una vida santa no es fruto de un esfuerzo
personal, sino también de la acción del Espíritu del Señor Resucitado,
que desde el interior comunica y transforma. La raíz última de la vida
cristiana está en la gracia bautismal, con la cual se comunica la vida
del Resucitado. No es otra cosa que la caridad vivida plenamente. Pero
para que esa caridad crezca en el alma, y fructifique en cada fiel, se
debe escuchar con gusto la Palabra de Dios, y con la ayuda de su Gracia,
cumplir su Voluntad, participar con frecuencia de los sacramentos,
apoyándose en la oración, en el servicio abnegado a los hermanos, y en
la práctica de cada una de las virtudes. Todos estamos llamados a la
santidad, ésa es la medida misma de la vida cristiana».
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